“Regresé con la convicción de que el arte puede ayudar a la reconstrucción de mi país”. Quien dice esta frase es Ahmad Sarmast, un músico de 54 años que huyó de Afganistán para salvaguardar su vida luego de que los talibanes, un grupo político radical, llegaran al poder en los años noventa del siglo pasado e impusieran su régimen y sus restricciones.
“Más que prohibir la música, censuraron cualquier expresión artística. A quien encontraban con un instrumento lo metían a prisión. Peligraba mi vida”, rememoró.
Se refugió por 15 años en Australia hasta la caída del régimen, en el 2001. Al ver el cambio de gobierno y lo que parecía el fin de la guerra, decidió retornar para aportar sus conocimientos en el renacimiento de Afganistán. “Cuando volví, me encontré que se estaban perdiendo la tradición y la historia musical. La educación y la cultura desaparecieron”.
Ese panorama lo motivó en el 2006 a fundar el Instituto Nacional de Música de Afganistán, del cual es su director. Recientemente, Sarmast visitó Bogotá para compartir su experiencia con grupos y organizaciones de la capital que emplean el arte como herramienta para transformar a las comunidades más vulnerables.
“En nuestra escuela tenemos a 250 niños y adolescentes inscritos. Un amplio porcentaje son huérfanos de la guerra que viven en orfanatos y chicos de la calle. Lo que hacemos es devolverles la identidad cultural y los derechos que los talibanes les han quitado”, afirmó.
El instituto cuenta con un programa de formación integral, en el cual cada estudiante conoce las tradiciones musicales afganas, aprende qué es una orquesta y recibe educación básica. De acuerdo con Sarmast, el arte tiene un enorme poder de cambio, lo que necesitan los afganos para levantar un país devastado.
Enseñar en la guerraMientras estuvieron al frente del gobierno, los talibanes apartaron a las mujeres de la sociedad. No tenían derecho a estudiar y mucho menos acceso a la cultura. “Ellas fueron las que más sufrieron con la guerra”, señaló el director.
Con la intención de promover una educación más equitativa, el instituto incluyó entre sus alumnos a mujeres, algo no común en Afganistán. “Hoy en día, a pesar de todos los cambios que se dieron, debemos seguir integrándolas a la sociedad. Este año creamos el primer ensamble musical de mujeres y también estamos formándolas como directoras de orquesta”.
Sin embargo, enseñar en medio de la confrontación no ha sido fácil. Sarmast cuenta que el grupo radical aún está presente en el país, enfrentándose a las autoridades locales y tratando de imponer de nuevo sus prohibiciones.
En diciembre del 2014, durante un concierto en Kabul, un miliciano de los talibanes activó un explosivo. En el atentado murieron dos asistentes al recital y varios músicos resultaron heridos, entre ellos Sarmast. “Yo me encontraba detrás de la persona que se inmoló. Recuerdo que no escuchaba por mi oreja izquierda y solo veía a la gente mover sus labios”. Él debió someterse a intensos tratamientos médicos para recuperarse. Fueron meses de terapias y operaciones para volver recobrar la audición y regresar al instituto. “Mejorar la vida de los niños y las mujeres fue lo que me motivó a seguir luego del atentado. Con la música nos oponemos a los valores que los talibanes quieren establecer. Nosotros deseamos educación incluyente, que chicos y chicas aprendan juntos”.
Proyectos a largo plazoDurante su visita a Bogotá, Sarmast participó en el primer Seminario Internacional Música y Transformación Social, realizado a principios de octubre y organizado por la Fundación Batuta, el British Council, el Instituto Distrital de las Artes (Idartes) y la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte.
En la charla que brindó, este músico recomendó a las organizaciones trabajar en iniciativas a largo plazo para sus comunidades. “Veo que las artes cumplen un rol muy importante en la transformación y la reconciliación de la sociedad colombiana, algo que nosotros debemos aprender. Pero la mayoría de los proyectos están pensados a corto plazo. Sería ideal que esos programas culturales duraran más tiempo, pues la experiencia del instituto contribuye al desarrollo de los jóvenes”.
Sarmast también sugirió que la educación que reciben los niños y adolescentes de Bogotá debe combinar la formación básica con la artística. “De ese modo, los chicos adquieren nuevas habilidades que más adelante, si no llegan a convertirse en músicos, podrían servirles en otras profesiones”.
También insistió en la conservación de las tradiciones culturales. Puso como ejemplo lo que hace el instituto. “Luego del régimen talibán, en Afganistán quedaron dos músicos que sabían tocar un instrumento muy típico. Los acercamos a los jóvenes que tenemos para que no se pierda ese conocimiento”.
Once orquestas y ensambles musicalesEn diez años, el Instituto Nacional de Música de Afganistán ha creado cerca de once distintas orquestas y ensambles juveniles. Estos grupos se presentan en las comunidades a las que pertenecen los niños y adolescentes, así como en países de Europa y Asia.
En el 2013 ofrecieron un recital el Kennedy Center, de la ciudad de Washington (Estados Unidos). “Fue un concierto importante porque hubo lleno total”, comenta Ahmad Sarmast, director del instituto.
Los grupos musicales no están compuestos solo por jóvenes afganos. “Tenemos un ensamble donde niños de Afganistán y la India aprenden juntos”, explica Sarmast.
El repertorio de los conciertos conjuga la música clásica de los grandes compositores de Occidente con los sonidos tradicionales, que por lo general son transmitidos de manera oral. “Creemos que los afganos también pueden conocer otras formas de expresión y acercase a otras culturas”.
JOSÉ DARÍO PUENTES
BOGOTÁ
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