Antonio Castañeda pasa por el frente del CAI de Gran Britalia y señala hacia la esquina: “Ese era mi carro”, afirma. En la esquina hay un Renault 4, pero ahora no es un carro, sino una matera o, como le dice él, una escultura ambiental.
–¿Y se quedó sin carro? –le pregunto.
–Mejor así. Me gusta más caminar –responde. Luego me explica que ese Renault 4 ahora es una pieza que hace parte de un proceso de recuperación de uno de los parques del barrio Gran Britalia, ubicado en Kennedy, en el occidente de Bogotá. Las latas del carro están pintadas con trazos de aerosol color amarillo, azul y verde -firmados por el grafitero Kno - Delix-, recreando formas de la naturaleza.
Donde alguna vez estuvo el capó y el motor, ahora hay tierra y piedras que sostienen cactus, flores y otras plantas ornamentales. Y, en el interior, donde estaba la silletería, hay más plantas.
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'El Carro del Pueblo'
Ana Puentes / EL TIEMPO
El proyecto se llama El Carro del Pueblo y es una de las múltiples piezas de arte que Antonio Castañeda, artista plástico nacido en Sutatenza, Boyacá, tiene regadas por Gran Britalia, barrio que lo acogió hace 46 años.
“De esta manera, con la comunidad, se han ido rescatando los parques de bolsillo. Desafortunadamente, nosotros tenemos esa mala idea de que lo público es del Estado, pero resulta que nosotros formamos parte del Estado”, comenta Castañeda.
Alrededor del carro, hay otras esculturas hechas por él; pero, además, hay jardines y mobiliario hechos por la comunidad para cuidar el parque que, antes, era mucho más frecuentado por expendedores de droga. “En este momento, es un espacio muy tranquilo, donde los mayores están divirtiéndose, donde los niños ya pueden salir”, asegura y empieza a caminar por el sector, para mostrar el resto del trabajo que ha venido haciendo allí en los últimos 10 años.
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La Guaricha y los muralesUnas cinco cuadras abajo del nuevo CAI está el viejo CAI del barrio, que ya no es eso, sino una biblioteca comunitaria: la biblioteca La Guaricha. Guaricha es, coloquialmente, una palabra utilizada para referirse despectivamente a una mujer que ejerce el trabajo sexual; pero, realmente, es un vocablo de origen cumanagota, una lengua indígena extinta del Caribe, que traduce “mujer”.
Guaricha, entonces, fue el nombre con el que se bautizó esta biblioteca ubicada en un CAI que fue objeto de múltiples ataques en su historia. “Aquí quedaba nuestro antiguo CAI”, cuenta Castañeda, sentado al interior de la estructura que hoy no tiene Policías ni armas, sino estanterías y una carretilla llena de libros, “el primer CAI fue en madera. Pero, sufrió un atentado, en los años 80, y se desintegró. Luego le hicieron un segundo atentado a otro CAI que construyeron más hacia el fondo. Después, en esta estructura, hubo dos atentados más”. En efecto, en los archivos de EL TIEMPO, se da cuenta de los últimos dos atentados del CAI, uno ocurrido en octubre de 1994 (a manos del ELN) y, otro, en junio de 1996.
Hace unos cuatro años, explica el artista, las autoridades decidieron hacer un nuevo CAI -donde hoy está ‘El Carro del Pueblo’- y dejaron esta antigua estructura que, él, artistas invitados y otros vecinos terminaron convirtiendo en una biblioteca galería. Esta opera los fines de semana y es atendida por Castañeda, un psicólogo y otros voluntarios que, además, organizan tardes de lectura con adultos mayores, con población con discapacidad y con niños.
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“El CAI lo querían tumbar, pero al maestro Antonio le surgió la idea de hacer una biblioteca. Él ya había hecho una primera gestión y abierto un espacio; nosotros llegamos a finales de 2021 e hicimos el trabajo de muralismo”, cuenta Katherine Paredes, artista plástica y miembro del colectivo Matices Criollos, invitado por Castañeda para finalizar el proyecto de la biblioteca.
“Al principio… cuando uno quiere cambiar las cosas, a la gente no le gusta. Iniciando este proceso hubo personas predispuestas, que nos criticaron el trabao, que nos trataron mal. Pero ya cuando lo vieron terminado… vinieron, nos agradecieron, nos consintieron con tintico y eso. Durante esos días, se hizo pedagogía con los niños, enseñamos a sembrar, enseñamos al cuidado… este es un espacio para ellos”, dice Paredes y agrega, “yo sí creo que arte transforma. Lo mejor que pueda hacer uno -como lo ha hecho el maestro Antonio- es empezar desde su mismo entorno, desde los entornos pequeños, de los mismos sectores barriales. A partir de ahí se pueden hacer grandes cosas”.
Hace una semana, la alcaldesa Claudia López, en medio de su recorrido por la localidad de Kennedy, pasó por La Guaricha y por otros puntos del circuito que ha consolidado Castañeda en Gran Britalia. Esa visita, dice el artista, motivada por su obra, fue la oportunidad para pedirle al Distrito que prestara atención a las necesidades del barrio: construir los andenes junto al parque Gilma Jiménez, tapar los enormes huecos que quedan justo en frente de La Guaricha, mejorar el esquema de aseo y atender los fenómenos de inseguridad y microtráfico.
“Gran Britalia es uno de los barrios más grandes que tiene Bogotá; pero tiene muchos parques de bolsillo olvidados, que no les han metido mano. La idea es seguir trabajando y tejiendo esto espacios. Con esta visibilización yo sé que la alcaldía local va a fijar un poco más la mirada en estas zonas”, anhela Castañeda y nos lleva unas cuadras más abajo para mostrar el trabajo que ha consolidado con otros artistas.

Intervención en el colegio Manuel Cepeda Vargas
Ana Puentes / EL TIEMPO
En el jardín infantil Gasparín, en las dos sedes del Colegio Manuel Cepeda Vargas y en las casas aledañas hay murales dedicados a los vecinos del barrio.
“El proyecto se llama Pintando Memorias, la idea era hacerles un homenaje a nuestros ancestros, a los oficios y actividades del barrio”, cuenta. Y así, a punta de murales, jornadas de aseo en los parques, ollas comunitarias y actividades de formación al aire libre con los vecinos con discapacidad, se fue manteniendo a raya el consumo y recuperando el espacio. Esto, claro, le ha costado sustos y amenazas por parte de las bandas criminales, pero Castañeda cuenta con el respaldo de los vecinos y con el sueño de que Gran Britalia sea todo un distrito cultural.
“Quién quita que en el futuro tengamos acá residencias artísticas y que vengan muchos artistas a conocer el entorno y la memoria de nuestros barrios para que se active lo económico”, comenta.
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El museo y el VolkswagenA un par de cuadras de La Guaricha está la Casa Museo In Situ Mnemosine, donde Castañeda guarda unas 60 piezas de atentados terroristas que él mismo ha recogido en Bogotá. Entre la colección tiene una pieza de asfalto que recogió del atentado del DAS de 1989; una loza del Palacio de Justicia, que rescató en 1985, y a la que, en 2012, sumó fragmentos de una loza del nuevo palacio para crear una especie de ajedrez que llamó ‘Juegos de la Guerra’; y cientos de zapatos que pertenecieron a víctimas del conflicto y que él ha recogido durante sus viajes por Colombia.
“Quise hacer este museo con un fin específico: descentralizar los museos del centro, hacer un circuito de cultura en una zona barrial”, comenta.
Y, a la vuelta de la esquina, Castañeda finaliza el recorrido con una de las piezas que lo pone a soñar: un viejo Volkswagen que tiene pintados los rostros del periodista Jaime Garzón y del expresidente de Uruguay Pepe Mujica. Ese carro fue un ícono durante la primera fase de las protestas del Portal Américas.
“El Volkswagen formó parte de la pedagogía de resistencia en el portal. Yo estuve 60 días yendo noche y día a conocer a fondo lo que estaba pasando allí. Aprendí mucho en esas jornadas, vi el fuego en la mirada de esos muchachos, por no ser escuchados, por la falta de oportunidades”, recuerda Castañeda, y describe uno de los episodios que lo marcó:
“Una de las noches, como a las 7:30, llegó el Esmad y el enfrentamiento fue mucho más temprano de lo que esperaba. Yo dije ‘el carro se acabó’, pero los chicos empezaron a gritar ¡el carro de la resistencia! y el Esmad frenó. Permitieron que el carro pasara por en medio del conflicto... vea cómo el arte y la cultura puede en un momento de tensiones parar todo. Yo salí llorando, con el carro empujado, porque el carro no prendía”.
Sin embargo, Castañeda y el famoso Volkswagen terminaron saliendo en medio de una desilusión. “Un grupo de gente... el microtráfico se aprovechó de esto y se dañó todo de lo que se venía pidiendo. Ya le daba a uno malgenio de lo que estaba pasando en el entorno, estaban agrediéndose entre sí, todo se salió de contexto. Después de 59 días dije ‘no vuelvo más porque se perdió todo’”, anota. Hoy, el carro está enterito y parqueado en una de las calles de Gran Britalia. Castañeda sueña con reunir el dinero para comprárselo al dueño, meterle motor y arreglos y ponerlo a rodar hasta Uruguay: “Quiero irme por Suramérica, llegar a donde Pepe Mujica, que se siente en él, que me lo firme y traer el carro de regreso como símbolo de unión”.
Si los sueños resultan, el Volkswagen de la resistencia, firmado por el mismísimo Mujica, será parte de este distrito cultural, autogestionado y comunitario, que nació en un rincón del occidente de Bogotá
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Conozca más del trabajo de Antonio Castañeda en su cuenta de Instagram (artistacas)
ANA PUENTES
En Twitter: @soypuentes