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Bogotá

Casas ‘verdes’ que adornan el sur

La casa de Amparo se destaca en su barrio, que carece de verde, por el color de las flores de su buganvilia y por el jardín que ubicó en el frente de su vivienda.

La casa de Amparo se destaca en su barrio, que carece de verde, por el color de las flores de su buganvilia y por el jardín que ubicó en el frente de su vivienda.

Foto:Carlos Ortega / EL TIEMPO

Viviendas de Ciudad Bolívar se volvieron un atractivo por integrar la naturaleza en sus fachadas.

Juan Carlos Rojas
Por veinte años, la rutina de Amparo Fernández ha sido levantarse en las mañanas, saludar a sus plantas y recoger las flores que caen de su veranera (buganvilia). La plantó cuando tenía menos de 20 centímetros de altura, y hoy las ramas ya abrazan la fachada de su casa de dos pisos, que se convirtió en un atractivo del barrio Villa Gloria, en Ciudad Bolívar.
La vivienda de la señora Amparo, de 67 años, se reconoce desde la montaña del frente, en donde está el sector de Juan Pablo II, por estar cubierta de flores moradas y rojas. Se puede decir que ella vive a pocas cuadras de donde acaba la ciudad, en uno de los límites urbanos del sur de Bogotá.
Por veinte años, la rutina de Amparo Fernández ha sido levantarse en las mañanas, saludar a sus plantas y recoger las flores que caen de su veranera (buganvilia).

Por veinte años, la rutina de Amparo Fernández ha sido levantarse en las mañanas, saludar a sus plantas y recoger las flores que caen de su veranera (buganvilia).

Foto:Carlos Ortega / El TIEMPO

Su casa está ubicada sobre una cuesta que hasta hace ocho años no tenía las calles pavimentadas. “Cuando llovía, eso era un barrizal lo que bajaba de la montaña; hoy hay andenes, y se ve más bonito”, relató la mujer, de cabello canoso hasta los hombros, quien muestra orgullosa el jardín que decora su barrio.
“Yo amo las plantas, porque en la finca donde me crie (cerca de Medellín), mi mamá tenía un montón y eso me quedó a mí. Aunque, eso sí, ella no me enseñó a sembrar, sino que cuando llegué a Bogotá me tocó aprender sola, porque se me metió en la cabeza que quería mi jardín, y bregué a traer planta por planta y bulto por bulto de arena, que cargaba desde la carretera de abajo para lograrlo”, relató.
Amparo recuerda el día que llegó a Villa Gloria, hace casi 45 años: “Yo era una sardinita, porque me casé bien joven. El trabajo en Medellín se puso pesado, y a mi marido le dio la locura de venirse para la capital. ¡Ay, pero, Dios mío!, usted no se imagina cómo fue el primer día. Mi casa eran cuatro palos clavados, cubiertos por plásticos negros, y ahí nos metimos a dormir con un frío terrible”.
Cuando llegó, pocos eran los cambuches y las casas que había en esta zona, donde abundaban los pastizales, pero a finales de los 70, Amparo fue testigo del crecimiento urbano de Bogotá, y con ello se acabaron los paisajes verdes.
“Yo no sé por qué, pero hay muchas personas aquí que no les gustan las planticas, sabiendo que ellas mejoran el aire y le dan como otro ambiente al barrio. Igual, aquí vienen a ver mis planticas”, concluyó.

Cuatro décadas de flores

La zona está en una montaña donde otrora abundaban los pastales, pero que desde principios de los 70 se convirtió en el hogar de miles de personas que llegaron a ocupar los terrenos.

La zona está en una montaña donde otrora abundaban los pastales, pero que desde principios de los 70 se convirtió en el hogar de miles de personas que llegaron a ocupar los terrenos.

Foto:Carlos Ortega / El TIEMPO

Pablo Peña recuerda el día que su mamá abrió un hueco en medio del patio de su casa, para una pequeña matera, hace 40 años. Allí plantó una buganvilia, que creyó no iba a crecer mucho, pero terminó llegando hasta el techo de su casa.
“Siete años atrás, mi mamá había sembrado otra, pero en la fachada, para que se viera bonita, luego creció y comenzamos a darle forma para que se extendiera por el frente y decorara la vivienda”, explicó Pablo.
Desde entonces, las veraneras tomaron un respetado lugar en el barrio Bogotá, de Ciudad Bolívar. La zona está en una montaña donde otrora abundaban los pastales, pero que desde principios de los 70 se convirtió en el hogar de miles de personas que llegaron a ocupar los terrenos. La familia Peña fue una de las primeras.
Hoy, esta casa es reconocida por los vecinos por las flores de las plantas, las cuales son de dos tonos: la de la fachada, de un morado oscuro y la de la terraza, un poco más violetas.
“Cuando comenzó a crecer la planta, botaba muchas flores. Y como la raíz y el tronco de la que estaba en el patio quedaron atravesados, un día mi hermano le dijo a mi mamá que se la iba a cortar, y ella dijo que primero la tumbaban a ella que a sus plantas”, recordó Pablo.
El amor de su mamá por la vegetación se lo transmitió a él y a su hermana Jazmín, que viven en casas vecinas y se dedican a maratónicas jornadas, para hacerles mantenimiento a las veraneras. “Uno debe tratarlas con delicadeza; hay que podarlas cada tres meses y recoger las flores que caen, porque siempre brotan y eso es lo bonito de esta planta; hay que cortarle las espinas, entre otros cuidados”.
Jazmín es quien debe aguantar parte de las flores que caen de una de las veraneras. “Mi techo está lleno de flores, pero eso no nos molesta. La planta es bella y le da un aire maravilloso a la casa”, explicó la mujer, de 40 años.
En Navidad es característico de esta familia que les pongan luces a las veraneras, y esta es la sensación en el barrio. “Como para esa época ya se han calmado las lluvias, la planta florece mucho, y con las luces se ve muy bonita. Entonces, la gente que pasa se para enfrente de la casa y comienzan a tomarse fotos, y nos felicitan, que porque se ven muy bacanas”, recuerda Pablo. Aunque su mamá falleció en enero de este año, sienten que las buganvilias de su casa reencarnan el espíritu de su progenitora. Y pese a los años, las plantas siguen embelleciendo este sector.

Unión de vecinos

Son pocos los espacios verdes con los que cuentan las personas que habitan estas montañas del sur de Bogotá, por ello estas ‘casas verdes’ se roban las miradas de los transeúntes.

Son pocos los espacios verdes con los que cuentan las personas que habitan estas montañas del sur de Bogotá, por ello estas ‘casas verdes’ se roban las miradas de los transeúntes.

Foto:Carlos Ortega / El TIEMPO

Hace 20 años, Álvaro Martínez, de 63 años, tuvo que irse a vivir al barrio Bogotá, de Ciudad Bolívar, para cuidar la casa que dejó su madre, tras su fallecimiento. Este tolimense, que siempre vivió en el centro de la capital, es amante de la vegetación y hace 12 años sembró una veranera en la fachada, pensando que sería una planta ornamental pequeña. Se llevó una sorpresa cuando vio que la buganvilia creció, floreció, y las ramas llegaron hasta la cocina y el baño de la casa de su mamá.
“Comencé a podarla y a darle forma para que cubriera la fachada de la casa, y me enamoré de la planta porque siempre tenía flores, así lloviera o hiciera sol. Un día, una vecina me regañó que porque botaba mucha flor al piso. Entonces le dije que si no creía que era mejor que el andén estuviera lleno de flores en vez de popó de perro. Y dejó de pelear”, indicó Álvaro.
Él mismo le hacer mantenimiento a su planta, pues un día contrató un jardinero, pero este comenzó a echarle machete. “Yo le dije que cómo se le ocurría si esta planta es muy delicada. Entonces desistí de la idea de dejar que alguien más la toque”, afirmó. Su buganvilia creció tanto que llegó hasta la casa de su vecino. “Él se animó a sembrar una en toda la esquina, con la idea de que algún día las dos plantas se unieran, y vea que sí fue así. Hoy ya formaron una especie de arco que sorprende a la gente que pasa por aquí. Eso se paran y se toman fotos porque se ve muy bonita esa esquina toda florecida”, indicó.
Al igual que las casas anteriores, en el barrio de Álvaro son pocos los espacios verdes con los que cuentan las personas que habitan estas montañas del sur de Bogotá, por ello estas ‘casas verdes’ se roban las miradas de los transeúntes.
MICHAEL CRUZ ROA
EL TIEMPO
miccru@eltiempo.com
Juan Carlos Rojas
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