A las 6 de la tarde, las veredas Gibraltar y La Romaza se iluminan encendiendo velas. A estos montañosos territorios del municipio de Ubalá, Cundinamarca, no ha llegado nunca la energía eléctrica, por lo difícil que aún resulta el acceso por sus caminos veredales.
Tal es la situación que, para ir al centro urbano de Ubalá, se pueden tardar más de seis horas a través de una trocha. Por eso tienen más contacto con el municipio de Medina, ubicado en el oriente del departamento y a tres horas y media en carro, si así lo permiten las condiciones climáticas.
Allí no conocen las imágenes de televisión, y las pocas plantas solares que les instalaron sus habitantes sirven apenas para cargar los celulares de quienes tienen uno, dicen ellos. Sus días comienzan a las 4 de la mañana y acaban a las 7 de la noche, cuando la mayoría se va a dormir.
Esta es una de las razones por las que Ana Espinosa, la maestra de la escuela de la vereda Gibraltar y quien les da clases a 16 niños de esta población, no les deja tareas complejas a sus estudiantes, pues, de hacerlo, tendrían que esforzar sus ojos en la noche, con la luz de vela.
Mi labor es un poco difícil porque si quiero realizar guías para ellos, me toca hacerlas a mano, una a una, porque allá no hay una fotocopiadora
“Yo dicto todos los cursos desde transición hasta quinto de primaria en la vereda. Mi labor es un poco difícil porque si quiero realizar guías para ellos, me toca hacerlas a mano, una a una, porque allá no hay una fotocopiadora. O tampoco tienen los niños acceso a internet para hacer consultas, y lo que tenemos son unos libros de texto que llevan años allí”, aseveró.
La ausencia de energía eléctrica ha marcado la dinámica de vida de los habitantes de estas dos veredas. Por ejemplo, los niños entran a las 8 de la mañana a clase, porque la mayoría en Gibraltar vive a una o dos horas de la escuela y las trochas que atraviesan no tienen luz. A la una de la tarde salen de clase, para que tengan tiempo suficiente de ir a sus casas, terminar las labores escolares y dormir temprano, cuando el anochecer cae sobre las montañas de Ubalá.
Desde que se enteraron este año de que la empresa de energía Codensa implementaría un proyecto para llevarles el fluido eléctrico a 58 predios de la zona rural, los habitantes de ambas veredas no han dejado de esperar el momento en que puedan encender el ‘switch’ de sus casas.
El proceso, indicó Cristal Otálora, vocera de la compañía, consiste en extender la red hasta zonas recónditas de difícil acceso. “Para eso estamos trasladando el material –200 postes, 18 transformadores y 40 kilómetros de cable– en un helicóptero que realiza cerca de 100 viajes para dejarlo en 220 puntos. En ellos está personal de la compañía a la espera, para recibirlos y comenzar a instalarlos”, explicó Otálora.
A los 25 operarios que se encuentran en el terreno se les conoce como cuadrillas, y 19 de ellos son personas de la misma comunidad que fueron empleados en esta dispendiosa labor.
El helicóptero que lleva los postes de fibra de vidrio, menos pesados que los de concreto instalados en las carreteras o centros poblados del país, parte desde un helipuerto en el corregimiento de San Pedro de Jagua, un pequeño casco urbano de Ubalá que queda a más de dos horas de las veredas.
Una vez las cuadrillas reciben el material que les deja el helicóptero, lo arman y esperan la llegada de un dron que sale de la base (punto A) y carga consigo un hilo para guiar el trazado del futuro cable hacia cualquiera de los postes (punto B).
Luego comienza la instalación del cableado, en un proceso de cadena: a un extremo de ese hilo se le amarra una cuerda y a esa cuerda, el cable.
Cuando el dron aterriza en el punto B, las cuadrillas comienzan a halar el hilo guía, luego agarran la cuerda, al final de la cual viene atado el cable. “Este es un proceso que puede durar cinco horas y, en realidad, es rápido, pues si se trasladara la red a pie (de un punto A a uno B) se podría durar, en promedio, dos días y medio”, relató la vocera de Codensa.
El procedimiento tiene otra ventaja, y es que facilita el trabajo de quienes instalan la red. “Antes, las cuadrillas debían llevar el cable a pie, pasarlo sobre cada árbol y montaña que hubiera en el camino y, en ocasiones, si se enredaba en los arbustos, desenredarlo subiéndose”, recordó Cristal Otálora.
Tras cinco meses de planeación, en septiembre comenzaron estas labores. Se espera que, para diciembre, los 58 predios de las veredas Gibraltar y La Romaza queden con el servicio de energía, apenas para recibir el año nuevo con iluminación.
Herlintón González es un joven de 21 años beneficiario de este proyecto. Hace tres años se fue a vivir a San Pedro de Jagua para trabajar y hoy admite que la llegada de la energía será un gran avance para su comunidad.
“Es un cambio del cielo a la tierra porque, imagínese usted, como no tenemos para conectar la nevera, uno no puede comprar alimentos para más de dos días, o si no se dañan, y la carne hay que salarla para que no se descomponga”, concluyó.
Ubalá es el único municipio de Cundinamarca que está dividido en dos territorios separados por Gachalá: Ubalá A, donde está el casco urbano, y Ubalá B, zona totalmente rural.
Según datos de la Secretaría de Planeación de Cundinamarca, se estima que para este año, 1.283 ubalenses viven en el casco urbano y 9.184 en el campo. Además, este territorio cuenta con 2.600 viviendas, y de las ubicadas en la zona rural, el 94 por ciento tiene servicio de energía eléctrica; el seis por ciento restante, no.
Entre estas están las de las veredas Gibraltar y La Romaza, ubicadas en límites con el sur de Boyacá. Para llegar a estas zonas se tiene más fácil acceso desde el municipio de Medina, el penúltimo yendo hacia el este del departamento. El viaje en carro puede tardar más de una hora y media hasta el corregimiento de San Pedro de Jagua, y de allí otras dos horas, por una carretera destapada.
MICHAEL CRUZ ROA
Periodista de EL TIEMPO
Escríbanos a miccru@eltiempo.com
En Twitter: @M_CruzRoa
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