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Bogotá

Esposa de José Barba: ‘Para no ser golpeada tenía que besarle los pies’

José Barba cuando estaba casado con  Lusvy Díaz Rodríguez.

José Barba cuando estaba casado con Lusvy Díaz Rodríguez.

Foto:Archivo particular

Van tres  denuncias contra  este hombre que retuvo y golpeó a  mujer procedente de Neiva.

Carol Malaver
Lusvy Díaz Rodríguez no se sintió extrañada cuando se percató de que en las noticias estaba apareciendo el hombre con quien vivió durante cinco años y tuvo dos hijos.
Ella vive en otra región de país, pero lamenta todos los días seguir casada con José Antonio Barba Riaño, el mismo hombre que fue acusado esta semana  por dos mujeres de violencia extrema: una de Neiva que fue golpeada con sevicia, maltratada psicológicamente y retenida en una casa de la localidad de Santa Fe y otra de Tunja, quien asegura haber sido violentada en varias ocasiones.
Le aseguró a EL TIEMPO que se casó con Barba hace 16 años, cuando ella tenía 18 y que su relación no alcanzó a durar seis. Fue un infierno. Lo conoció porque estudiaba con su hermana en el año 2006 y al poco tiempo de entablar una relación se fueron a vivir juntos y luego se casaron. "Me tocó, literalmente, volarme, como tuvo que hacerlo la víctima de Neiva".
A Barba, dice, se le facilita enamorar mujeres. "Al comienzo se comporta como una hombre cariñoso y caballeroso. Es muy detallista y así es que uno cae. Luego los celos se apoderaban de él y comienzan los maltratos".
Vivió en la misma casa donde la joven de Neiva asegura haber sido golpeada. "Esa casa es de su familia, allí vivió junto con sus hermanos cuando era más joven y él le ha hecho unas modificaciones a ese lugar. Con los años le dejaron ese predio para evitar problemas".
Lusvy está segura de que los orígenes violentos de Barba se reforzaron por la ‘educación’ machista con la que creció. "Cuando nosotros nos fuimos a vivir juntos y él me ayudaba a hacer el almuerzo, su mamá le decía que para qué había conseguido mujer si le tocaba lavar los platos".
"Si yo hablaba con mi familia mientras él se iba a trabajar, cuando llegaba en la noche le decía que yo me la había pasado hablando con los mozos de mi pueblo". En pocas palabras dice que ella encendía la chispa para que iniciaran los maltratos.
Tres meses después de vivir con su esposo tuvo que hacer una diligencia en el banco y se demoró más de lo esperado. Recuerda que no podía manipular su teléfono porque era una entidad financiera y que por eso no había contestado las llamadas de su pareja. “Esa noche, cuando llegó de trabajar, su mamá le dijo que a mí no me había importado nada su preocupación y que seguramente había estado con mi mozo. Ese día me golpeó por primera vez. Me dio muchos puños y cachetadas, me sujetó del pelo y me arrastró”. Las palabras humillantes remataban la tortura.
Lusvy tuvo que alejarse incluso de su familia. Cada vez que su mamá la llamaba, Barba le pedía que pusiera altavoz para que pudiera escuchar todo lo que hablaban y si le preguntaba si estaba bien, venía el reclamo y luego la golpiza. "Decía que yo quién sabe qué le estaba diciendo a mi mamá".
Esta mujer era vigilada incluso en su trabajo como miembro de un grupo que realizaba operativos de control de licores en la noche. "Él me obligaba a que lo llevara y mis jefes se molestaban mucho. Yo tuve que decirle que se fuera, pero cuando llegaba de trabajar mi suegra ya lo había envenenado porque su esposo había trabajado en lo mismo. Le decía a su hijo que a ella sí la llevaban. Otra vez, golpes".

Me sujetaba del cabello con fuerza, me obligaba a arrodillarme y me pedía que le besara los pies y le pidiera perdón

Las agresiones pasaron de ser esporádicas a cotidianas y a la violencia se le sumaba el maltrato psicológico. "Me sujetaba del cabello con fuerza, me obligaba a arrodillarme y me pedía que le besara los pies y le pidiera perdón. Luego, cuando mi cuerpo estaba lleno de heridas y morados me obligaba a desnudarme para mirarme en el espejo. Luego me exigía decir: soy una mujer fea, nadie se va a fijar en mí. Nadie me va a querer. Tenía que repetirlo una y otra vez".
De los celos como excusa para la agresión, Barba pasó a golpearla por cualquier razón. "Que porque le planchaba la camisa que no era, que porque le cocinaba lo que no quería. Todo era un motivo". Una vez, estando ella en estado de embarazo, por poco pierde a su hijo. Barba la golpeó porque ella fue capaz de reclamarle al sospechar de una relación extramatrimonial. "Lo más triste es que su familia escuchaba todo pero nadie hacía nada, ese día por lo menos llamaron a una ambulancia y estuve hospitalizada por dos días”.
Pese al terror que sentía cuando se recuperó tuvo que regresar a esa casa. "Allá estaban mis dos hijos y el asunto es que ellos, su familia, nunca me dejaban salir con ambos al tiempo. Era una manera de retenerme contra mi voluntad y evitar un escape que era inminente".

El escape 

Lusvy tuvo entonces que planear su escape de forma sigilosa en el año 2012. "Llevaba mucho tiempo pensando en irme entonces como yo trabajaba en la noche fui sacando en bolsas prendas de ropa de los niños e iba dejándolas en las tiendas del barrio".
Uno de sus miedos era su carencia de dinero, pues Barba manejaba sus cuentas y su sueldo. Todo se lo quitaba, incluso sus documentos. “Me daba a cuentagotas lo de mi comida y lo de los buses que tenía que coger. Me hacía cuentas de todo y si me sobraban cien pesos se los tenía que dar”.
La gota que rebosó la copa fue un día que la golpeó tan fuerte que su hija de cuatro años abrazaba a su hermano de 11 meses y le rogaba llorando a Barba que dejara de pegarle a su mamá. "Ya no podía esperar más o me iba a matar".
Al día siguiente en un descuido de la familia cogió a sus dos hijos que estaban dormidos y como pudo paró un taxi y le dijo que la sacara de la zona. "Yo no tenía no con qué pagarle. Luego llamé a un compañero del trabajo y él llegó hasta donde yo estaba. Ese mismo día agarré para mi pueblo y nunca más volví a Bogotá".
Con la ayuda de su familia Lusvy expuso su situación en una Comisaría de Familia y así logró una medida de protección, también un dictamen de Medicina Legal. "Pero eso no paró su hostigamiento. Hasta el día de hoy sigo recibiendo llamadas y amenazas de su parte. He tenido que cambiar constantemente de residencia y de teléfono celular debido a su persecución".
Esta mujer ha tenido que pasar por tratamientos psicológicos. Aún no ha podido superar el infierno que vivió al lado del padre de sus hijos. "Yo quiero, al igual que las otras mujeres, denunciar que él también estuvo a punto de acabar con mi vida y que lo mejor que puede pasar es que no salga de la cárcel. Estoy segura de que esto les ha pasado a muchas más mujeres que han estado con él. Es hora de que pare".

Lea el contexto de esta denuncia 

REDACCIÓN BOGOTÁ
Escríbanos a carmal@eltiempo.com
Carol Malaver
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