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Bogotá

En homenaje al padre Alirio / Voy y Vuelvo

monseñor Luis José Rojas Aparicio

monseñor Luis José Rojas Aparicio

Foto:Mauricio Moreno . EL TIEMPO

Era toda una autoridad, aprendíamos de él, preguntábamos sin sonrojarnos.

Ernesto Cortes
Un día de febrero del año 2013 la tragedia tocó a mi hogar. Eran alrededor de las siete de la mañana y una llamada inesperada de mi madre, acongojada por la tragedia que acababa de ocurrir, me hizo saltar de la cama: mi padre había fallecido de forma absurda. Fue tal la tristeza y la sensación de abandono que lo único que se me ocurrió en ese instante fue telefonearle al padre Alirio López. No sé por qué después de esos minutos de diálogo íntimo con él sentí un alivio que no conocía. “Solo Dios sabe por qué tomamos las decisiones que tomamos”, dijo.
No fue casual que hubiera acudido a él en semejantes circunstancias. La amistad que habíamos tejido desde nuestro primer encuentro en el programa Arriba Bogotá, del canal Citytv, sobrepasaba cualquier expectativa. Allí llegaba todas las mañanas, puntual, a elevar una oración para que en vivo y en directo millones de personas tuvieran un momento de reflexión y entrega a Dios. Y su bendición al final de cada intervención era un rito que nadie dejaba escapar. Pero a veces también se quedaba para participar en entrevistas o cuando hacíamos programas especiales por Semana Santa o por Navidad. Entonces era toda una autoridad, aprendíamos de él, preguntábamos sin sonrojarnos y pacientemente nos inculcaba valores extraídos de su experiencia con la comunidad, de sus lecturas incansables, de su don de gente y de haber lidiado por años con problemas de toda índole. No tenía pelos en la lengua. Así como llamaba a ejercer la fe católica, invitaba a no creer en falsos pastores y profetas que aparecían en los canales de televisión.
Martha Beltrán, colega del canal, recuerda que el padre Alirio (nunca me acostumbré a decirle monseñor) o “el curita”, como lo llamaba cariñosamente otro gran ser humano, Iván Parra, no faltaba los días 24 y 31 de diciembre. Allá llegaba con su saludo de “quihubo hermanito”, con sus reflexiones y una estampita que le entregaba a todos los presentes. También podía llamar un día cualquiera para pedirle a Martha que por favor hicieran una nota “del hueco que tengo frente a la parroquia, para ver si vienen a taparlo”, se quejaba.
Monseñor Alirio López es recordado por trabajar junto a jóvenes de barras bravas.

Monseñor Alirio López es recordado por trabajar junto a jóvenes de barras bravas.

Foto:Secretaría de Gobierno

Aunque no lo decía abiertamente, no cabe duda de que su programa Goles en Paz lo hacía sentir orgulloso. Esa estrategia, que empezó a tomar fuerza en 1999, durante el primer gobierno del exalcalde Peñalosa, lo catapultó en la escena pública. Se convirtió en referente para los equipos de fútbol de la ciudad, Millonarios y Santa Fe; para sus barras, sus directivas y, por supuesto, para los ciudadanos que vieron disminuir la violencia en los estadios. Petro mantuvo la misma estrategia a través de Goles y Territorios de Paz, para evitar la violencia dentro de las mismas barras, y la actual administración relanzó Goles en Paz versión 2.0.
Con el exalcalde Lucho Garzón, la relación también fue muy especial. Jamás faltó al cumpleaños de doña Eloisa, madre del exmandatario, era todo lo que ella pedía de regalo para ese día.
Su voz recia y clara, su pinta de galán de cine, sus carcajadas, el abrazo imprevisto, su reverencia al Papa –a quien siempre se refería como el santo padre–, su talegada de buñuelos para repartir entre periodistas y personal técnico en el estudio, su apretón en el brazo y un “Dios te bendiga” al despedirse caracterizaban a este gran hombre, al que miles acudieron para celebrar un matrimonio, un bautizo, un cumpleaños o para que en sus sermones habituales hiciera mención por la salud o el alma de un ser querido.
Irónicamente, el padre Alirio partió a pocas horas de que su equipo del alma –nuestro equipo–, Millonarios, celebrara sus 75 años y ad portas de conquistar la estrella 16. Nunca guardó su pasión por la camiseta azul: gritaba, abrazaba, se lamentaba y muy seguramente hasta maldecía cuando las cosas no salían bien.
Sobre su traje siempre oscuro lucía la camiseta de Millos sin pudor, pero eso sí, consciente del respeto por los rivales. Porque esa fue su característica: no subvalorar, no humillar, no demeritar al contrincante; celebrar en paz, con alegría, con pasión y con humildad. Era conmovedor ver su llegada al estadio El Campín y a los hinchas azules y rojos abalanzarse sobre él para darle un abrazo o tomarse una foto.
A mí me emocionaba verlo arribar al estudio de televisión con representantes de las barras de ambos equipos. Era en realidad un grupo de amigos hinchas del fútbol que todo lo que querían era promover el espectáculo sin violencia. “No hay que matarse por una camiseta”, decía.
Hoy, cuando Millonarios se corone campeón (que no quepa duda), qué bueno tener presente las enseñanzas que nos dejó el padre Alirio. Hay que hacerlo por él, por el equipo y por nosotros mismos, los hinchas, que debemos honrar su legado y mantener vivo su mensaje.
Bogotá perdió a un gran hombre, pero estoy seguro de que lo supo valorar y lo quiso. Porque la ciudad era su verdadero hogar, y sacar a los jóvenes de los oscuros laberintos en que se hallaban, su verdadera misión. Barrios como el Country Sur le deben mucho y todas las parroquias donde ofició lo recuerdan con cariño, especialmente cuando anunciaba misas para bendecir abuelos, mascotas o niños. En sus últimos mensajes en la iglesia de San Ambrosio, pronunció unas palabras que caen como anillo a nuestra situación actual: “Jesús ejerce su autoridad de hijo de Dios y nos invita a reconocer que con la violencia no hay diálogo”. Paz en su tumba.
¿Es mi impresión o... así como Bogotá lidera muertes y contagios, también es la que mejor ha manejado el tema de vacunas?
Ernesto Cortés Fierro
Editor general. EL TIEMPO.
Ernesto Cortes
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