La barra se calienta al carbón, que de lo caliente provoca llamarada. El rojo vivo del hierro advierte que la temperatura es alta. Las manos de Ricardo se aproximan, toman la punta fría de la varilla y la trasladan al yunque. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis martillazos con toda la potencia para que el metal cambie de forma, saque punta, se empiece a convertir en espada.
Es la tarea del herrero, de los dioses Hefesto, Vulcano y Thor. Un oficio que estuvo a punto de morir en el siglo XX, tras los efectos de la Revolución Industrial. Pero en el 2018 la ejecuta Ricardo Cabrera, un bogotano, maestro en artes plásticas que encontró en el fuego y el hierro su mejor manera de expresarse.
La Forja, su taller ubicado en el sector Salitre (vía La Calera- Sopó), es una regresión al Medioevo y la Antigüedad. Herramientas inéditas para el ojo visitante (cincel, puntero, buril, todos hechos al calor y a la fuerza de las manos, allí mismo) decoran un espacio en el que media docena de hornos u hogares esperan para ayudar a ablandar lo que parece inmodificable. Nuevas formas esculpidas por el fuego.
La herrería es considerada el oficio más viejo del ser humano, después de la cerámica, con unos 12.000 años de historia. Hasta el siglo XIX era el rey de los saberes técnicos, todos acudían al herrero para que les hiciera las herramientas: el carpintero, el serrucho, las macetas, los martillos; el cocinero, las cucharas, las ollas; los ejércitos, las armas, los cuchillos, los frenos de caballo. Cada pueblo y cada conquistador contaban con un herrero, sí o sí.

Con fuerza y el poder del fuego, dan las formas al hierro.
Cortesía Ricardo Cabera
“Es una alquimia: una mezcla de elementos. Usamos técnicas que tienen miles de años, mezclando químicos para dar temple, para cobrizar, para los acabados y la dureza. Esto es lo más complejo, porque esas técnicas se habían perdido con la aparición de las máquinas industriales; hasta ahora se están reviviendo y la gente está mostrando interés”, advierte Ricardo.
Cada hombre en el taller debe tener mucha fuerza y pegarle duro al metal para lograr las formas, aún la más delicada. El agua participa y da curvas, lo mismo que algunos aceites y hasta orines de caballo (por su composición química).
A las siete de la mañana, cuando empieza la jornada, junto a al menos cuatro herreros formados por Ricardo, prenden una fogata, una barra de incienso y agradecen tanto al espíritu que habita en el fuego como a las herramientas: “Hay que ser leales con todo lo que nos han permitido a nosotros, y a otros, hacer durante años”.
Luego arranca la forja, que salta del arte a la artesanía, y viceversa. Según el maestro, que aprendió el saber visitando pueblos y ancianos entendidos de Ecuador, Perú, Chile, España, Inglaterra, México y Estados Unidos, su trabajo es una conjunción de ambos lenguajes: por un lado, el diseño exclusivo; por el otro, el dominio de la técnica. Se funden entre sí.
Es una alquimia: una mezcla de elementos. Usamos técnicas que tienen miles de años, mezclando químicos para dar temple, para cobrizar, para los acabados y la dureza

Después de un proceso de 'alquimia', mezclando aceites, agua y hasta orines de caballo (por sus componentes químicos) forjan espadas, dagas, cuchillos y otras herramientas.
Cortesía Ricardo Cabrera
En 25 años dedicados a la herrería pasó de aprendiz a instructor. En su taller y en universidades como la Tadeo Lozano, Javeriana, Rosario, el Sena y la Gobernación de Cundinamarca, ha formado a unos 500 alumnos. Durante el gobierno de Andrés Pastrana, el Ministerio de Desarrollo Económico lo condecoró por promover una labor que parecía extinta; en la presidencia de Juan Manuel Santos, Artesanías de Colombia lo reconoció como uno de los 50 maestros artesanos excelentes del país.
Hace unas semanas participó en la serie de History Channel, Desafío Bajo el Fuego, que por primera vez realiza una versión en América Latina. Los episodios se emitirán en octubre.
Sigue la llama. Arden los carbones y el metal. La varilla luce ahora como una espada de caballero: pomo, empuñadura, hoja, filo, acanaladura y punta. Tan pesada y contundente como las de Juego de Tronos. A diferencia de aquellas, las de Ricardo van a engrosar colecciones y decorar espacios en casonas y mansiones de Estados Unidos, sobre todo, pues allí es donde los clientes más valoran sus creaciones hechas a mano: obras únicas con marcas que las máquinas no pueden igualar.
Arte, pero también utilería, cuchillos, hachas, azadones, herramientas y herrería, lámparas, rejas y candelabros. Un amplio abanico de piezas forjadas como los antiguos.
“Cuando tienes una barra a 1.400 grados de temperatura y la estás martillando, el subconsciente te dice que es algo muy peligroso lo que tienes en la mano: ahí te desconectas de la realidad y te conectas con el metal, se vuelve casi un mantra al martillar. Pueden pasar hasta ocho o diez horas sin parar, es algo que te absorbe, una sensación que no encuentras en ningún otro oficio”, sentencia el maestro.

La maestría del taller La Forja (vía La Calera- Sopó, sector Salitre), les permite dominar las formas más complejas.
Cortesía Ricardo Cabrera
FELIPE MOTOA FRANCO
En Twitter: @felipemotoa
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