La cuerda siempre se rompe por el lado más débil. Así reza la frase popular que normalmente es utilizada para indicar que los más indefensos o vulnerables son los que, finalmente, terminan sacrificados o pagando los platos rotos. Eso es lo que les pasa a los jóvenes en la actual coyuntura de crisis sanitaria, social y económica en Bogotá.
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Históricamente el rango de población entre 14 y 28 años –los jóvenes– ha sido el más castigado en términos de empleo, y en las épocas de crisis, como la actual, son más afectados y resaltan las barreras de formación y experiencia.
Las cifras son contundentes. Entre todos los desempleados en la capital, según el Dane, los jóvenes representan el 34,6 %. En el mismo periodo de 2019 llegaban al 18,1 % y antes del covid-19, al 20,15 %. Por género, las mujeres en este rango son las más afectadas (28,7 %), superando a los hombres (22 %).
La Secretaría de Desarrollo Económico calcula que en el último año se perdieron 1,2 millones de empleos, y de esos unos 300.000 son jóvenes. La ciudad genera casi la tercera parte de la ocupación en Colombia y para el trimestre mayo-julio tenía un desempleo del 25,1 %, una tasa superior a la de las 13 principales ciudades (24,7 %).
Ante este panorama surge la pregunta ¿qué hacer con los jóvenes? Adrián Garlati, profesor de la Universidad Javeriana, dice que el momento actual es “muy complejo” y que si bien la Alcaldía y la nación pueden entregar subsidios para que las empresas los vinculen o para emprendimientos, lo mejor “es incentivarlos a mantenerse estudiando mientras se estabiliza el mercado laboral”.
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Nini Johanna Serna, subdirectora de Empleo y Formación de la Secretaría de Desarrollo, considera que “el riesgo es que se desincentiven en la búsqueda y se vuelvan inactivos permanentes”.
Entre las estrategias para apoyarlos destaca el proyecto Reto, dirigido a la población más vulnerable, principalmente a los ninis (ni estudian ni trabajan), y la oferta institucional dispuesta para que tengan oportunidades a vacantes y a formación y competencias para el trabajo.
Además, afirma Serna, de los 200.000 empleos que propone el plan de desarrollo, 70.000 son para mujeres y 50.000 para jóvenes.
Roberto Angulo, economista y experto en el diseño de políticas púbicas, dice que en épocas de crisis, como la actual, “todos los efectos les caen en mayor medida en los jóvenes, y los lleva a que sean más informales”.
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Angulo propone fortalecer el programa Jóvenes en Acción, ampliando el umbral 28 a 30 años y aumentando la meta (en Bogotá es de 52.000 y en el país de 500.000 para el cuatrienio) y el valor de la transferencia, pero con énfasis en mujeres. Apoyado también en una estrategia de cursos técnicos y tecnológicos virtuales del Sena para madres cabeza de familia.
En paralelo, agrega, este programa del Gobierno Nacional y el proyecto Reto del Distrito, que tienen el mismo objetivo, deben articularse a fin de lograr un mayor alcance. “Cada joven que entre a Jóvenes en Acción es un nini menos”, señala.
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Cada vez que Laura pasa una hoja de vida termina siendo una especie de frustración. Le piden experiencia mínima de dos años y tener maestría. Ella, por ahora, no tiene ni esa experiencia laboral ni plata para pagarse la especialización.
Esta bogotana de 25 años hizo una tecnología en la Universidad Distrital, estudió Ciencias Políticas en la Nacional y espera graduarse en octubre. Quiere realizar una maestría, pero dice que es muy costosa y tampoco tiene un trabajo para financiarla. Incluso ha pensado aplicar para una beca; sin embargo, no se anima porque considera que eso es muy competido.
Esta joven ha podido cubrir sus gastos gracias a la ayuda de su mamá y familiares con quienes vive y apoyando a estudiantes universitarios en sus trabajos. Hasta un reemplazo hizo en una IPS. “Nada relacionado con lo que estudié”, reconoce.
Pero Laura, quien prefiere que solo la llamen así, es consciente de que no es la única que pasa por una situación parecida. Conoce recién egresados que están buscando empleo y se han encontrado una realidad bien compleja. También ha apoyado investigaciones académicas relacionadas con migración, transporte público y género. “Ha sido como un voluntariado porque no hay contrato de vinculación laboral”.
Ante sus dificultades cuenta que con una amiga de la universidad está mirando alternativas de trabajo, como realizar consultorías o aplicar a convocatorias de fondos internacionales que apoyan investigaciones académicas.
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Valentina Rodríguez es una joven de 23 años que terminó Diseño de Interiores el año pasado y esperaba graduarse en marzo, pero la anhelada ceremonia quedó suspendida por la pandemia. Mientras tanto ha aplicado a varias opciones de empleo. No obstante su entusiasmo, se frena cuando le piden el diploma o un certificado y tener experiencia laboral.
Ella ha ocupado su tiempo realizando cuanto curso abre el Sena. Ha realizado 15, en áreas que pueden complementar su profesión, como marketing digital, e-commerce, vitrinismo, Photoshop, ilustración, diseño de muebles, diseño en AutoCAD, dibujo e inglés; todos de manera virtual. “Lo hago para seguir ampliando mis conocimientos”, dice.
Por ahora, y un poco resignada, ha apelado a otras de sus habilidades. Se proyecta como instagrammer, tiene 22.400 seguidores en su cuenta @3rodriguez21maria, y desde allí ha logrado que contactos de varios países le manden retratos para que los dibuje a lápiz. Así se ayuda para sus cosas y se mantiene motivada. Por fortuna, dice, tiene el apoyo de su abuela y un tío. Aun así, esta joven bogotana a veces siente que no ha hecho nada, refiriéndose a su proyecto de convertirse en diseñadora de interiores, que tuvo que aplazar por la pandamia.
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Sebastián Moreno ayudaba a su padre con trabajos de electricidad que le salían en casas y establecimientos comerciales, pero con la pandemia empezaron a escasear esos oficios y él tuvo que dejar, además, sus estudios de cocina en el Sena. Afirma que no se adaptó a las clases virtuales.
Este joven de 22 años estuvo cerca de tres meses sin hacer casi nada, solo con pequeños trabajos y encargos que apenas le permitían conseguir para la comida. “Me salían chicharroncitos, cambiar una ducha o una toma. Con eso algo me mantenía. Gracias a Dios no pago arriendo”, cuenta Sebastián, quien vive en la casa de un tío.
Apenas la semana pasada, a través de una familiar de su novia que tiene un taller de confecciones de camisetas de algodón peinado (una especie de lycra) en Kennedy, empezó a ver una opción de un emprendimiento. Ya estuvo el pasado miércoles comprando camisetas que empezó a vender entre sus amigos y por redes sociales. Con ese fin creó también una cuenta en Instagram. A penas tiene 40 seguidores, pero espera, al mismo tiempo que va consiguiendo contactos, aumentar sus ventas.
Por ahora ha vendido 20 camisetas y con eso adquirió otras 30, y si le va bien, quiere incursionar a finales de año en jeans, camisas, tenis y perfumes. De hecho, cuenta, ya está haciendo contactos. “Uno no es nadie si no hace algo, si se queda quieto”, dice este joven, que ya no está pensando en regresar a las clases de cocina, que hasta hace unos meses eran parte clave en su sueño de convertirse en chef.
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Karen Arias solo sabe ser operadora de call center. Ese fue su primero y único trabajo, antes convertirse en madre. Después de eso, los intentos por encontrar una ocupación que le permita alternar con el cuidado de sus dos niños, de 2 y 4 años, han sido inútiles.
La alternativa que ha pensado es trabajar desde casa, pero en un call center. Ella no se resigna a ser una desempleada más en la ciudad. Y tal vez lo que la mueve es que así solo tenga bachillerato, quiere sentirse útil y echarle una mano a su esposo con los gastos del hogar.
Desde que terminó el bachillerato, la situación de la familia no le permitió seguir estudiando. A los 19 años estaba trabajando y a los 21 se casó. Después renunció porque le tocaba muy duro. Luego quedó embarazada y era mayor la dificultad para que la contrataran. Reactivó su búsqueda un año después de que tuvo el bebé, pero no le salió nada.
Mientras tanto se dedicó a su primogénito, pero de nuevo quedó en embarazo y otra vez tuvo que esperar para volver a aspirar a un trabajo. Hoy, con 28 años, insiste en encontrar una vacante, pero ya tiene que pensar en sus hijos. No puede dejarlos con alguien desconocido y tampoco tiene la plata para contratar quien los cuide, pues los ingresos de su esposo están muy ajustados. Esa situación se ha complicado porque todos los jardines infantiles cerraron.
(Cuántos empleos se han perdido en Bogotá y cómo recuperarlos)
GUILLERMO REINOSO RODRÍGUEZ
Editor de Bogotá
@guirei24
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