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Bogotá

Emberás: así es el ambiente dentro y fuera del parque Nacional

Mujeres emberás se encargan de cocinar los alimentos. Dicen que las ayudas no son suficientes.

Mujeres emberás se encargan de cocinar los alimentos. Dicen que las ayudas no son suficientes.

Foto:Mauricio Moreno / EL TIEMPO

Integrantes de 15 pueblos indígenas completan 130 días asentados en ese espacio.

En el parque Nacional, desde el amanecer hasta el ocaso, decenas de niños descalzos juegan sobre los senderos de piedra que atraviesan el improvisado campamento. Sus madres, una a una, recorren los 200 metros que separan el asentamiento del baño público aledaño a la cancha de hockey, lugar del cual extraen el agua para la comida.
En el interior del parque, lo que antes era un lote de cambuches fabricados con bolsas plásticas, poco a poco se ha convertido en un cúmulo de carpas mejor elaboradas, capaces, según los indígenas, de resistir la lluvia intensa y el frío de la noche.
“Hemos logrado mejorar los espacios en donde duermen las personas, gracias a la ayuda de algunos vecinos. El problema es que los niños se siguen enfermando y las brigadas de salud no son suficientes, ya tenemos 38 hospitalizados”, dice Jairo Montañez, coordinador de las Autoridades Indígenas en Bakatá.
Al mediodía, los indígenas que deambulan por la zona se mezclan entre los cientos de oficinistas y estudiantes que salen a almorzar, ya sea que se dirijan hacia los restaurantes de la carrera 13 o hacia los de la séptima con 32, deben pasar por el parque. También es frecuente ver personas que hacen ejercicio o que pasean a sus mascotas en el poco espacio que aún no están ocupado.
Esta imagen es la que se ve en uno de los sitios más emblemáticos de la ciudad desde el pasado 29 de septiembre de 2021. El parque nacional Enrique Olaya Herrera, otrora un espacio común para la reunión de los bogotanos, hoy es un lugar en donde sobresalen cuerdas que son usadas como tendederos, las cuales atraviesan los árboles.
En un recorrido que hizo este periódico en noviembre del año pasado, la preocupación por las basuras era fundamental. Los mayores indígenas de los pueblos asentados en el parque pasaban día y noche recogiendo todo tipo de desechos del piso.
Esta escena contrasta con la que se puede ver hoy en el monumento a Rafael Uribe Uribe, donde las canecas metálicas están rebosadas de basura. “Por acá no viene el camión de basura desde hace meses”, le dijo a EL TIEMPO un vendedor informal del sector, quien, además, hace parte de la comunidad que acampa en el parque.

Cuando era más joven, este era el sitio para reunirse con los colegas a charlar y tomar una siesta. A mí sí me parece terrible lo que hicieron con el parque, lo destruyeron.

Sobre el andén oriental de la carrera séptima, entre las barandas de seguridad y los jardines que bordean el parque, los indígenas han instalado cuatro puestos en donde venden artesanías. Dicen que utilizan este espacio para poder conseguir el sustento diario y evitar que sus niños pasen hambre.
Una residente del barrio, quien pidió no revelar su nombre, señala que, cuando puede, dona alimentos a las personas del parque, pese a la negativa de sus hijas. “Salgo todas las mañanas a sacar el perro, claro, antes caminaba por todo el parque, pero ahora no puedo, no porque no me dejen entrar, porque ahí entra el que quiere, es por la tristeza que me da ver a esos pobres niños sin techo”, dice.
Para otros, ese sentimiento es provocado por la situación del parque y por, como dicen algunos transeúntes, el miedo a perderlo para siempre.
“Este parque es un símbolo de Bogotá, bueno, de una Bogotá que ya no existe. Cuando era más joven, este era el sitio para reunirse con los colegas a charlar y tomar una siesta. A mí sí me parece terrible lo que hicieron con el parque, lo destruyeron”, explica Marco Gómez, arquitecto retirado de 76 años.
Las más recientes quejas tras la ocupación del parque tienen que ver con la afectación de las ventas ambulantes del sector. Alrededor del parque se cuentan cinco puestos de comidas rápidas, otros más con productos de todo tipo y junto a ellos, un señor con un chaleco naranja que se gana la vida vendiendo minutos a celular.
Uno de estos trabajadores informales que no está contento con la situación es Felipe Buitrago, de 56 años, quien tiene un puesto fijo en la esquina de la carrera séptima con calle 36 –a pocos metros de la entrada sur del parque Nacional– en donde vende dulces, empanadas y gaseosas.
“Desde que ellos se tomaron el parque las ventas bajaron porque la gente ya no viene. Son cinco meses sobreviviendo con lo mínimo, y ni modo de mover el negocio. La afectación es mayor los domingos en la ciclovía, ese día era muy importante para nosotros, pero ahora la gente pasa de largo”, dice.
Si bien no se percibe un aura de peligro, muchos transeúntes dejaron de frecuentar el parque, aun cuando todavía existen zonas que no han sido ocupadas.
Ángela María Tovar es estudiante de la Universidad Javeriana y de lunes a viernes, desde que volvió a la presencialidad, camina por este sector de la ciudad de la mano con su novio, Julián Mauricio Rodríguez.
Felipe Buitrago, de 56 años, tiene un puesto fijo en la esquina de la carrera séptima con calle 36.

Felipe Buitrago, de 56 años, tiene un puesto fijo en la esquina de la carrera séptima con calle 36.

Foto:Camilo Castillo. EL TIEMPO

“Este año volví a clases y me encontré por primera vez con esta situación. En otra época solía venir aquí después de clase con mis compañeros a descansar o a charlar. Ahora no es que tenga miedo, pero sí sería extraño hacerlo como si nada pasara. Ojalá se pueda resolver y logren ayudarlos, y al mismo tiempo a las personas del barrio”, dice Ángela María.
“Para mí es impactante ver las condiciones en que viven los niños”, dice Julián Mauricio antes de continuar su recorrido hacia el centro de la capital.
Como estos jóvenes, son miles los que a diario siguen frecuentando este espacio, ya sea porque habitan la zona o porque sus trabajos o universidades se encuentran en el sector. El clamor de muchos es que el parque vuelva a ser de todos y que las autoridades distritales y nacionales y los líderes indígenas, lleguen a un acuerdo para desocuparlo. “Tampoco quiero que llegue el Esmad y los saque con gases, pero sí que los lleven a otro sitio”, concluye Felipe Buitrago.

El Distrito denunciará agresiones a funcionarios

Hoy mismo pondremos las denuncias penales ante la Fiscalía.

La Alcaldía de Bogotá interpondrá una denuncia ante la Fiscalía por las agresiones que sufrieron varios funcionarios públicos el jueves en medio de un intento fallido por caracterizar a las comunidades asentadas en el parque Nacional.
En videos quedó registrado cómo los equipos de autoridades locales y nacionales tuvieron que salir corriendo después de ser perseguidos con palos por algunos indígenas.
Álvaro Flórez, funcionario del Distrito presente en el intento de caracterización, resultó lesionado este jueves y con siete días de incapacidad. Según explicó la Secretaría de Gobierno en un trino, Flórez tiene un trauma de tejidos blandos, un hematoma en la reja costal derecha, lesiones en la clavícula y otras contusiones. “Hoy mismo pondremos las denuncias penales ante la Fiscalía”, explicó el secretario de Gobierno, Felipe Jiménez.
El funcionario aseguró que este hecho sería reportado ante el juzgado tercero de pequeñas causas de Suba, que tramita la acción de tutela interpuesta por el personero contra la Alcaldía para garantizar la atención a este campamento.
Sobre este caso dijo Jairo Montañez, coordinador de las Autoridades Indígenas en Bakatá, que la agresión se generó después de que los funcionarios “ingresaran a las carpas antes de que se concertara y autorizara el proceso entre las comunidades y el Distrito”.
El martes 8 de febrero, las entidades del Distrito y el Ministerio del Interior realizarán un nuevo PMU para definir si se hace un nuevo intento en el proceso de caracterización.

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REDACCIÓN BOGOTÁ
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