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Bogotá

El tire y afloje en el humedal Córdoba / Voy y vuelvo

El humedal Córdoba es uno de los más visitados en la ciudad. Está ubicado en la localidad de Suba.

El humedal Córdoba es uno de los más visitados en la ciudad. Está ubicado en la localidad de Suba.

Foto:Óscar Murillo. Archivo EL TIEMPO

Hoy, el principal cuestionamiento es al tipo de senderos que se piensan ejecutar.

Ernesto Cortes
Soy vecino del humedal Córdoba, entre las avenidas Suba y Boyacá, en el noroccidente. Ahora con la pandemia, casi que lo recorro a diario. Contemplo la belleza del lugar, sus especies de fauna y flora, los espejos de agua que aún se conservan y la paz y tranquilidad que en él se respiran.
Es más, alguna vez congregué a un grupo de periodistas internacionales para que lo recorrieran. Quedaron fascinados, especialmente porque no podían creer que en un lugar tan céntrico de Bogotá pudiera existir un humedal de estas características.
Sin embargo, no todo ha sido color de rosa. El humedal es el orinal preferido de taxistas y habitantes de la calle; de personas que creen que hay que abonarlo con el popó de sus mascotas que no recogen. Ha sido también refugio de ladrones y abusadores, de consumidores de droga y de fogatas clandestinas, acompañadas de licor y sexo.
Hace poco, en este mismo espacio, describí la forma escalofriante como una persona aparentemente fue apuñalada en uno de los parajes del humedal, en el costado occidental, sin que nadie se percatara. El reguero de sangre era la evidencia de que algo terrible había sucedido.
Hay vecinos que bloquearon uno de los accesos al humedal con rejas y camuflaron la chambonada con una enredadera. Los señores del IDU deberían revisar.
Por estos días he advertido, además, que tras la suspensión ordenada por un juez a las obras que venía adelantando la Empresa de Acueducto –luego de una demanda de defensores y ambientalistas–, los trabajos quedaron semiparalizados y la oficina desde donde estos se coordinaban no ha vuelto a operar.

Nos hemos quedado en el limbo, con unos trabajos que ni arrancan ni terminan

La consecuencia inmediata es que ahora al humedal le ha quedado por herencia una extensa polisombra que se rompe e interrumpe el paso de los visitantes, y una montaña de costales con material de gravilla que iba a ser utilizado para la construcción de los senderos peatonales. Y los huecos que se abrieron también quedaron expuestos. Todo fruto de la decisión del juez.
No es la primera vez que este tipo de situaciones se presentan. Ya en el pasado también se impidió que el humedal fuera intervenido.
Hoy, el principal cuestionamiento es al tipo de senderos que se piensan ejecutar, pues aseguran los críticos que se trata de material duro que afecta el ecosistema y pone en riesgo la supervivencia de las especies nativas y de la gran variedad de aves que alberga. La justicia les dio la razón. De resto, pareciera haber consenso en que el humedal necesita algo de intervención.
Obviamente, en medio de este debate, no faltan las diferencias políticas, particularmente de los más acérrimos críticos de la pasada administración, en cuyo gobierno se concibieron las obras que buscaban, incluso, la conexión con el sector de Pontevedra, lo que finalmente los defensores consiguieron eliminar.
Pero lo que ha pasado más recientemente raya en lo absurdo: durante varias semanas, funcionarios de la Empresa de Acueducto recorrieron las 40 hectáreas del Córdoba, midieron, tomaron notas, señalizaron polígonos, se metieron entre la espesa vegetación y al final trazaron los senderos por construir.
Y cuando las obras arrancaron, la alarma cundió, pues se vino a saber que ni la Secretaría de Ambiente ni el mismo Acueducto estaban enterados a cabalidad de lo que pasaba; entre otras cosas, que algunas obras seguían no obstante el fallo del juez.

¿Cómo es que de un momento a otro nadie se da por aludido y después todo se paraliza?

Causa curiosidad. Era tan evidente lo que se estaba haciendo que hasta los vecinos nos habíamos acostumbrado a la presencia de los funcionarios del Acueducto. ¿Cómo es que de un momento a otro nadie se da por aludido y después todo se paraliza?
No puede ser que todavía estemos ajustando el gobierno para saber en qué andan las cosas. Entendería que me dijeran que este absurdo tiene que ver con que la emergencia de la pandemia mantiene a todas las entidades enfocadas en la crisis sanitaria, y hasta resultaría comprensible. Pero ahora nos hemos quedado en el limbo, con unos trabajos que ni arrancan ni terminan, con una oposición férrea a las nuevas obras, unos materiales desperdigados por el humedal y unas entidades que no se coordinan.
Lo que sigue ahora, calculen: volver a revisar todo, volver a actualizar los planes, volver a ajustar costos, volver a presentar alternativas, volver a concertar con la comunidad, y así hasta el infinito.
Mientras tanto, el humedal seguirá igual a como ha estado siempre: sin senderos que permitan su disfrute, sin mejor iluminación, sin espacios apropiados para su contemplación, sin darle oportunidad de mostrar una nueva cara, así como sucedió con las casas de este hermoso barrio, que, a pesar de las modificaciones a las que han sido sometidas, no pierden su esencia ni le quitan encanto a su entorno.
Eso sí, reconozco que ahora se ve más presencia de la policía, lo cual era absolutamente necesario, y que el número de canecas permite mantenerlo más limpio. Pero, igual, no ha dejado de ser el orinal de los taxistas y motociclistas, ni se ha podido evitar que los ladrones de cobre dejen el barrio sin luz cada vez que intentan robarlo bajo el puente vehicular de la avenida Suba. Todo esto también es parte de los vaivenes que han acompañado la vida de nuestro gran humedal.
¿Es mi impresión o... en este país la ley está siendo demasiado laxa con los artistas que promueven rumbas clandestinas?

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ERNESTO CORTÉS FIERRO
Editor Jefe de EL TIEMPO
Ernesto Cortes
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