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Bogotá

El técnico que afinó por medio siglo los pianos del Colón

)Su legado se transmitió a sus hijos y nietos, ellos heredaron las tareas de afinar los pianos del Colón y de continuar con el taller de la familia.

)Su legado se transmitió a sus hijos y nietos, ellos heredaron las tareas de afinar los pianos del Colón y de continuar con el taller de la familia.

Foto:archivo familia forero. Mauricio moreno. EL TIEMPO

El maestro Miguel Roberto Forero realizó uno de los oficios más exclusivos del mundo de la música. 

Eran las ocho y media de la noche del domingo 9 de agosto cuando el corazón del maestro Forero dejó de latir. A los 82 años, y tras una vida entre música clásica, pianos y violines, cerró los ojos, sonrió y se fue. 
La despedida fue tranquila. Sin parafernalia, sin ceremonias y sin suntuosidades, como lo pidió en vida. Su historia con la música y los instrumentos comenzó cuando apenas era un niño. Miguel Roberto Forero Rojas nació el 28 de febrero de 1938. De pequeño vivía en el barrio 7 de Agosto de Bogotá junto con sus padres y nueve hermanos.
Su familia se sostenía gracias al taller de ebanistería de su papá, Ángel María Forero, quien trabajaba de sol a sol escuchando música clásica, fascinación que sería el primer presagio del destino del pequeño Miguel Roberto. Y como si no bastara con el viejo radio de su padre, uno de sus vecinos era violinista y pasaba los días y las noches ensayando. Todo mientras el pequeño aprendía el oficio de la ebanistería.
El misterioso vecino era nada más y nada menos que el maestro Frank Preuss, concertino de la Orquesta Sinfónica de Bogotá. Mientras Miguel crecía y se convertía en un adolescente se dejó llevar por las melodías de Preuss y por la creatividad heredada de su padre.
Esta combinación de música y madera se convirtieron luego en la inspiración para construir su primer instrumento: un violín. Emocionado por su astucia quiso mostrarle su obra a su vecino Preuss. “Mi papá fue a su casa y él lo único que le dijo fue: ‘Hermano, eso es una caja de bocadillos con cuerdas’, pero siguió intentándolo”, cuenta su hijo, Yuri Forero.
Miguel Roberto Forero afinaba cuidadosamente todos los pianos, en cada uno se tardaba cerca de dos horas.

Miguel Roberto Forero afinaba cuidadosamente todos los pianos, en cada uno se tardaba cerca de dos horas.

Foto:Archivo Familia Forero.

Una historia que apenas comenzaba

Algo le vio Preuss al pequeño Forero. Le descubrió el talento suficiente para presentarle al lutier y técnico afinador de pianos Gabriel Vieco, quien, no muy convencido, se tardó seis meses en aceptarlo en su taller.  Allí aprendió los oficios que hizo hasta el último día de su vida: lutería de cuerdas frotadas y afinación de pianos.
Este fue el primer paso para que un par de años más tarde, el siciliano Natale Catto lo convirtiera en su mano derecha. Catto tenía un taller de pianos, órganos y armonios en la calle 46 con carrera 7.ª, y era el encargado de los pianos del emblemático teatro Colón.
En su oficio como afinador de pianos, el maestro Forero arregló más de 200 instrumentos de este tipo a lo largo de su vida.

En su oficio como afinador de pianos, el maestro Forero arregló más de 200 instrumentos de este tipo a lo largo de su vida.

Foto:archivo familia forero. Mauricio moreno. EL TIEMPO

En esa casa de la icónica carrera 7.ª, Forero forjó su talento de la mano de los mejores, no solo fue Catto. Allí conoció, por ejemplo, a Oskar Binder, el lutier que construyó el órgano de la sala de conciertos de la biblioteca Luis Ángel Arango. 
Para esa época, el oficio de afinar pianos era una rareza. En esos años, solo había cuatro personas en Bogotá dedicadas a esta tarea, y eso no ha cambiado mucho hoy. Siguen casi las mismas familias, porque afinar este instrumento es una técnica que se hereda.
Los Quevedo, los León, la familia de Próspero Rodríguez Silva y el lutier Mauricio Páez hacen parte de los cerca de 15 afinadores de pianos que hay en todo el país.  Forero mantuvo a su familia gracias a este oficio. Mientras aprendía y mejoraba su técnica.
“Él era el responsable de sus hermanos, mientras trabajaba construía cajitas de música para vender, hizo más de 1.000, eso lo hacía sentir orgulloso y contaba la historia”, recuerda su nieto Nicolás Forero.
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Foto:Archivo Familia Forero.

Los años setenta

La música disco, la ropa de colores y los pantalones bota campana se apoderaban de las calles, pero los sonidos clásicos no pasaron de moda.
Natale Catto se retiró del teatro Colón y, como buen maestro, le heredó la tarea a Miguel Roberto, su discípulo y ayudante, y quien años más tarde fue reconocido como el maestro Forero, un hombre de pantalón de paño, camisa con mangas arremangadas y boina, que pasaba sus días cuidando los pianos del primer teatro de Bogotá.
Cuando él entraba al Colón, todas las actividades quedaban suspendidas. El silencio absoluto era parte fundamental de su trabajo; mientras afinaba los pianos el tiempo se detenía. Los demás trabajadores se sentaban en los palcos, en las sillas y hasta en las escaleras. Verlo trabajar era un placer contemplativo que todos querían disfrutar.
Se sentaba, escuchaba cómo sonaba, apretaba las claves, veía las ondas de las cuerdas, lo probaba. Era un ritual que terminaba cuando aparecía el artista.
El primer taller en el que trabajó fue el del siciliano Natale Catto, en una casa de la carrera 7.ª que todavía existe.

El primer taller en el que trabajó fue el del siciliano Natale Catto, en una casa de la carrera 7.ª que todavía existe.

Foto:archivo familia forero. Mauricio moreno. EL TIEMPO

Quienes lo conocieron recuerdan que siempre esperaba a que los pianistas se sentaran y empezaran a tocar. Le gustaba ver las reacciones y era tan perfeccionista que nunca tuvo que hacer un retoque de afinación.
Nicolás, su nieto, también recuerda el amor que le tenía a su trabajo. “Era absolutamente dedicado a su trabajo. Una vez le dispararon en el brazo derecho en medio de un atraco en el centro, estuvo incapacitado y se desesperaba por no poder trabajar”.
Mientras trabajaba para lograr la onda perfecta y la vibración adecuada de las 220 cuerdas de los pianos, tuvo cinco hijos y dos matrimonios. Forero era un fanático de Rusia, amor que plasmó en el nombre de todos sus primogénitos. Leonardo, Érika Berena, Yuri Roberto, Diana Ilinichna y Grigori.
Y, como si su legado fuera poco, cuatro de sus hijos y un nieto heredaron el talento para afinar pianos y el amor por la música. Yuri se convirtió en el afinador del teatro Colón. Leonardo se dedicó al mantenimiento y actualmente tiene un taller. Érika hace limpieza y encordado de pianos. Diana es profesora de música. Y Nicolás, su nieto, aprendió a tocar violín y está al frente del taller de su papá –Yuri–, Pianos Forero.
Así fue como el radio de Ángel María, los ensayos del maestro Preuss, las enseñanzas de Natale Catto y la magia del teatro Colón unieron a tres generaciones de la familia Forero en torno a los pianos y la música.
Miguel Roberto Forero Rojas se despidió del Colón en el 2016. El peso de los años y el cansancio empezaron a jugar en su contra.
Desde entonces pasaba sus días limpiando y organizando su colección de discos de música clásica, arreglando pianos y violines de los amigos, disfrutando sus películas favoritas, las de Pedro Infante, y fabricando unos violonchelos que no alcanzó a terminar.
El maestro Forero también era pintor. Sus ratos libres los usaba para replicar obras de Leonardo da Vinci. Un artista por donde se lo mirara. También cantaba. Estuvo en un coro juvenil dirigido por el abuelo de Ernesto Díaz, quien fundó la Orquesta Juvenil de Bogotá
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Foto:Archivo Familia Forero.

No le temía a la muerte. Decía que era un paso más y que había que darlo. La música le llegó como un presagio para marcar toda su vida, y la muerte, en medio de una pandemia, para cumplir el deseo de morir sin mucha suntuosidad.
A sus hijos les encargó que cuando muriera no le hicieran ceremonias, no quería misa, ni llanto ni flores, quería descansar. Y así fue.
“Todo lo que hicimos fue un concierto a las afueras del hospital. Toqué el violín que él me fabricó y me regaló”, cuenta su nieto.
El maestro Forero murió a causa de un derrame cerebral en una clínica de Cajicá, en la que solo pasó una noche, porque ni de riesgo quería que lo conectaran a una máquina o que le pusieran tubos y aparatos. “Murió sonriendo”, les dijo uno de los trabajadores de la funeraria a los hijos. Así se despidió el maestro Forero, el mejor afinador de pianos de Bogotá.
ANA MARÍA MONTOYA
REDACCIÓN BOGOTÁ
anamon@eltiempo.com
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