Hay un recinto en el que la presencia de espejos no es sinónimo de vanidad, sino de exigencia y aprendizaje. Es el mismo lugar en el que, a las 8 de la mañana, una línea de jóvenes escucha con atención a un hombre que tiene un injerto de hueso de costilla en su mano izquierda y que grita con voz potente: “¡¿A dónde queremos llegar?!” “¡A ser campeones!”, le responde la fila de nueve chicos y dos chicas que se paran con las manos a la espalda y los hombros rectos como soldados.
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En ese mismo recinto hay dos rines de boxeo, uno pegado al suelo y el otro sobre una estructura de metal que lo eleva del piso; más atrás hay varios sacos de arena colgados en barras de acero y algunas pesas sobre las baldosas. El recinto de los espejos es el salón de boxeo del parque metropolitano Cayetano Cañizares; los jóvenes parados como soldados son niños entre 10 y 16 años que aprenden este deporte, y el hombre que grita es su entrenador, Ricardo Emiro Paipilla, exboxeador, profesor por vocación y padre adoptivo por amor.
Ricardo da un discurso de instrucciones sobre la posición, ángulo y dirección de manos, muñecas, puños, talones, cadera, rodillas, piernas, torso e incluso pulgares, después se mueve ágilmente sobre la punta de sus pies demostrando el correcto posicionamiento en movimiento. Pareciera que esa guía hablada fuera en realidad una coreografía, solo que en este baile hay la fuerza suficiente como para romper tabiques y dejar inconsciente a alguien.
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Ricardo Paipilla en el parque Cayetano Cañizares
Sergio Cárdenas. El Tiempo
Después pide a los estudiantes que lo guíen con instrucciones sobre cómo debe pararse, al principio solo hay voces tímidas que rompen el silencio del salón y el cuerpo del profesor toma una posición extraña, incluso para los ojos inexpertos luce como una marioneta endeble; luego, cuando los chicos hablan con más seguridad, la postura de Ricardo cambia y ya es difícil decir qué está mal.
“Tienen que hacerse más de 1.000 repeticiones para lograr la perfección por instinto y no por pensamiento”, asegura el profesor mirándose al espejo y adoptando de manera automática la posición de un boxeador profesional. Después de todo, Paipilla empezó en el mundo del pugilato a los 15 años.
Ricardo Emiro Paipilla nació el 26 de octubre de 1958 en Bogotá, en una familia de cinco hermanos: Alberto, Margarita, Óscar, Ismael y Orlando. Siempre estuvo interesado por los deportes, tanto que antes de llegar a los rines, practicó béisbol, karate e, incluso, gimnasia olímpica, pero ninguno era su fuerte.
era un muchacho bajito y escuálido; ellos decían que no porque eso era para gente fuerte
Al inicio sus padres no lo apoyaban con el boxeo porque, comenta riendo, “era un muchacho bajito y escuálido; ellos decían que no porque eso era para gente fuerte”. Aun así empezó a entrenar con Jaime Sánchez y todo cambió cuando a los 15 años llevó a casa su primera medalla de campeón distrital, de ahí en adelante se ganó el visto bueno de su familia y empezó a entrenar con el famoso profesor Rito Rosas.
El comienzo de esta nueva etapa fue difícil. Los compañeros de la escuela del profesor Rito tenían más experiencia que él y “no podía darles pie con bola”, hasta que Jaime, su primer entrenador, le dijo que “les perdiera el respeto e hiciera lo que él sabía hacer”. Y así fue, Paipilla, como le decían sus compañeros, empezó a hacerse famoso por el daño que sus ganchos y uppercuts podían hacer, y el profesor Rito empezó a notarlo.
Ahí comenzó la época dorada de Paipilla; torneos, campeonatos y medallas, se integró a la Liga de Boxeo de Bogotá y se proyectaba como boxeador profesional de talla internacional.

Ricardo Paipilla como campeón zonal ante Tolima por K.O. Coliseo Salitre, 1979.
Archivo particular
El sueño duró hasta los años 80, cuando ocurrió el suceso que acabó con su carrera deportiva a los 22 años, cuenta con voz entrecortada que una vez había proyectado viajar a Estados Unidos para competir.
Round 2: el sueño terminaCorría el año 1980 y Paipilla se encontraba en el campeonato nacional en Apartadó, Antioquia, combatiendo con un muchacho del Valle del Cauca. Durante el primer round se fracturó el segundo metacarpiano de la mano izquierda -el hueso que queda entre los nudillos y la muñeca-.
El joven bogotano siguió peleando con la mano pegada al cuerpo y casi sin movimiento por el dolor, solo paró hasta el tercer round, cuando tuvieron que parar el combate, que Paipilla asegura que iba ganando, porque su contrincante le había causado una herida encima de la ceja.
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Ricardo y la selección de Bogotá llegan al aeropuerto José María Córdoba en Medellín para participar en el campeonato nacional en Apartadó. 1980
Archivo particular
Paipilla recuerda que en el hospital de Apartadó no pudieron hacerle mucho por la gravedad de la fractura. Después de días de dolor, volvió a Bogotá y se sometió a la primera cirugía, en la que le “metieron un alambre ahí y supuestamente estaba bien”, explica con voz amarga el exboxeador.
El bogotano estaba entrenando otra vez a los ocho meses, pero ocurrió la primera refractura mientras ayudaba a Leoncio Ortiz, excampeón mundial mexicano, a hacer escuela de combate. Tuvieron que hacerle una segunda cirugía para arreglar el hueso, esta vez, además de otras intervenciones, tomaron un trozo de su costilla y se la pusieron en la mano. A partir de ahí, afirma Ricardo, cada vez que intentaba pelear tenían que enyesar porque el hueso se volvía a resquebrajar.
Cuenta que después de la segunda cirugía le propusieron ir a pelear como profesional en Estados Unidos, asegurando que el vendaje lo protegería. A pesar de su emoción, Paipilla consultó con su médico, peor, este le dijo que una tercera cirugía podría dejar su mano inservible. “La decisión correcta era colgar los guantes, como se dice en el argot boxístico”, afirma Ricardo, con los ojos brillantes y la voz temblorosa.
Yo me hice la promesa
de que todo deportista que pasara por mis manos no iba a sufrir las lesiones que sufrí, porque es traumático, y hasta el sol de hoy la he cumplido
Después de un tiempo de lágrimas, negación e insistencia de Rito Rosas, empezó la etapa del profesor Ricardo, el entrenador de boxeo que a través del deporte ha sido capaz de ayudar a jóvenes de estratos poco favorecidos y quienes ahora le ven como un papá.
“Para mí, es como un padre, me ha aconsejado. Antes de esto yo era más agresivo, él me enseñó todos esos valores, ya no soy tan malcriado”, cuenta Ronaldo Hernández, un joven de 16 años que inició entrenando con Ricardo y hoy ostenta la medalla de bronce en el Campeonato Intercolegiados Nacionales.
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Por las manos del profesor Ricardo han pasado varios campeones como Valeria Arboleda, varias veces vencedora nacional de boxeo, o Cristian Valero, que fue campeón juvenil nacional; también, Sebastián Martínez, actual campeón nacional del Campeonato de Intercolegiados, o Yency Perdomo, que hoy es parte de la Liga de Bogotá y a quien el profesor empezó a entrenar a escondidas porque su madre no quería que hiciera boxeo, porque la podrían desfigurar y “era un deporte de marimachos”.
Hay un estudiante a quien el profesor recuerda con cariño y de quien no dice el nombre, solo menciona que era una promesa de boxeo al que asesinaron en el barrio El Amparo. Le dispararon porque lo confundieron con alguien más.

Como entrenador, Ricardo participó en la preparación física de los actores de la novela ‘Gallito Ramírez’. En la foto, habla con Carlos Vives, el protagonista del dramatizado.
Archivo particular
Los 36 años que Ricardo lleva como entrenador fueron reconocidos por el Concejo de Bogotá con la orden al mérito José Acevedo Gómez en el grado de Gran Cruz, por su trabajo en pro de la niñez y juventud de la Localidad de Kennedy. Y porque Ricardo no es solo un profesor que enseña un deporte rudo, es un hombre de corazón tierno, lágrimas empáticas y palabras de aliento para todos sus deportistas, a quienes reconoce como sus hijos adoptivos, a quienes aconseja para que solucionen sus problemas familiares y les ha mostrado en el boxeo una salida a sus frustraciones.
¿Hasta cuándo seguirá como profesor? A sus 63 años, Ricardo Paipilla dice que va a seguir los pasos del profesor Rito, quien murió siendo entrenador. “Estaré en esto hasta el día que Dios me pase la factura y me diga hasta aquí le llegó su cuarto de hora”.
María Paz Arbeláez Patiño
Escuela de Periodismo multimedia El Tiempo
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