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Bogotá

La historia del ‘gurú’ de las plantas medicinales del centro de Bogotá

Jairo Coronado es yerbatero de la plaza de Las Nieves o plaza de La Macarena.

Jairo Coronado es yerbatero de la plaza de Las Nieves o plaza de La Macarena.

Foto:David Rondón Arévalo

Jairo Coronado ha dedicado la mitad de su vida al estudio de las yerbas como remedios caseros.

–¿Qué se haría el señor Coronado que no lo veo? –reclama una glamurosa dama treintañera de abrigo largo y gafas de verano, oteando entre el follaje.
Al instante, entre frondosas y ásperas pencas, enredaderas de matricaria, altamisa, ipecacuana y destrancadera, de una maraña de herbáceas, aparece, como de una jungla en miniatura enclavada en el corazón de Bogotá, el rostro bonachón de Jairo Coronado: bogotano, 70 años, gurú de las plantas medicinales de la plaza de La Macarena, popularmente conocida como plaza de Las Nieves.
–Hola, señorita Paula, tiempo sin verla…
–Ay, viejo, es que con esta pandemia, una sale, pero a lo más urgente. Vine escapada por lo de siempre… –responde con malicia la mujer.
Coronado, de guiño amable, se dispone a recoger con sus dedos gruesos y rayados de hortelano unas ramitas de ruda, otras de manzanilla y unas más de sanguinaria, que acomoda sobre media hoja de papel periódico. Lía el joto con una hebra de cabuya y se lo entrega.
–Cuánto es…
–Deme ahí 3.000 pesos pa’ que vuelva –riposta el dependiente.
La clienta cancela, guarda el paquete en su morral y se despide con un: “Gracias, Jairito; cuídese que por acá nos vemos”.
Es que Coronado, hace muchas lunas, aprendió que la infusión de ruda, manzanilla y sanguinaria, tomada tres veces al día, alivia los cólicos menstruales; cómo los hervidos de anamú, menta, apio de monte y caléndula deshinchan el colon y redimen los sangrados de las úlceras; y el té de eneldo, anís y canela después de cada comida impide los soplos estomacales y las impertinentes flatulencias; y el Martín Galvis (sí, así como suena) sirve para la próstata, para adelgazar y como diurético del sistema renal; y la malva, para el estreñimiento, y las cataplasmas de guaba y hojas de borrachero, para las almorranas…
Legado de María Teresa
Y pare de contar porque son interminables las recetas que el veterano botánico empírico nacido en el barrio Jorge Eliécer Gaitán ha acumulado en los treinta y cinco años que lleva atrincherado en esta visitada gruta de la clorofila, de todos los verdes imposibles, de bejucos y semillas inimaginables; de esas voluptuosas e intimidantes rosetas de hojas carnosas que son las sábilas, y que en hileras penden como pulpos hibernantes de lo alto de la enramada.
A esa capilleta de las hierbas llegó Coronado por doña María Teresa Alfonso Rodríguez, Mamá Teresa, como cariñosamente la llamaban, años después de que la plaza de mercado estuviera desperdigada en los alrededores de la iglesia de Las Nieves, en medio de un consorcio de almacenes de ropa cruda de trabajo, colchones de campaña, faltriqueras y enjalmas; de ventorrillos de verduleras, y de la única carnicería, la de don Gilberto Rodríguez. Tiempo después, el Distrito trasladó a los vendedores al pasaje de La Macarena.
“Doña María Teresa, que era de Guatavita, contaba que llegó aquí jovencita –dice Jairo– a vender bisutería, y que con las ganancias se ayudó a pagar un curso de botánica y plantas para la salud en la Universidad Juan N. Corpas. Donde estoy ahora dizque funcionaba una floristería. Cuando la señora de las flores se fue, uno de los vecinos le sugirió a doña Tere que se hiciera con este local, y como ella estaba entusiasmada con su conocimiento de las hierbas, lo arrendó por 120 pesos mensuales. Pero le estoy hablando de hace como 70 años”.
Mamá Teresa conoció a Coronado en Corabastos, cuando él, desde la madrugada, despachaba tintos y aromáticas a los yerbateros, y ella iba a proveerse de plantas. Un día, a Jairo le dio un fuerte retortijón de estómago que no alivió con repetidas tazas de salvia, albahaca y mejorana. Y como el dolor se volvió inaguantable, lo llevaron de urgencia al hospital. El parte médico fue que al hombre se le había reventado la vesícula.
Días después, ya recuperado y listo para reanudar labores, doña Teresa le propuso a Jairo que se fuera a trabajar con ella, que necesitaba a alguien que la ayudara, y que como él de alguna manera ya estaba familiarizado con el tejemaneje de las hierbas, era el candidato. Y así fue.
“En este trajín de años absorbí mucho saber de doña Tere, hasta su fallecimiento, y quedé al frente del local porque su única hija, María Gladys Rodríguez Alfonso, administradora de empresas, ha residido gran parte de su vida en los Estados Unidos. A punta de hierbas he sacado adelante mi hogar, la educación de mis dos hijos y la confianza de una clientela de toda la vida”.
Por este nicho, con olor a monte, han pasado funcionarios de la Empresa de Teléfonos de Bogotá (ETB), que ya pensionados siguen visitándolo. A la par de abogados, oficinistas, colegiales y universitarios en plan de consulta para sus tareas, turistas que se regodean tomando fotos, señoras empecinadas en mantener una figura esbelta y un cutis rejuvenecido, gracias a las providencias del cristal de sábila con el que preparan pociones, lociones y mascarillas.
Hasta Hebert Castro
“En la época en que funcionaban las dependencias de Radio Caracol, sobre la avenida 19, venían las empleadas de la cafetería a llevar los insumos para las aromáticas”, recuerda Coronado. “Por aquí tuvimos el placer de atender al comediante chileno Hebert Castro, que venía acompañado de don Jorge Antonio Vega, maestro de ceremonias de su show en el radioteatro. También a don Emeterio, el de Los Tolimenses, que asomaba por las bolsitas de clavo y anís para acompañar el tinto y el aguardiente”.
A partir de la pandemia a causa del coronavirus, con todos los intervalos de sus cuarentenas y períodos de aislamiento, la gruta de Coronado ha multiplicado su clientela ante la demanda de hierbas propicias para prevenir afecciones respiratorias, entre ellas eucalipto, sauco, equinácea, jengibre, menta y tomillo, que Coronado pondera como antiséptico, expectorante y mucolítico (secreción bronquial), igual que la raíz de astrágalo; y la joya de la corona en que se ha convertido la moringa (moringa oleifera), conocida como ‘árbol de la vida’ por sus propiedades: antioxidante, rica en proteínas, vitamina C, refuerzo del sistema inmune, entre más de veinte virtudes que se le atribuyen.
Amargo y dulce
Aunque la ciencia médica no ha avalado a la moringa como la cura para el covid-19, a su alrededor han proliferado testimonios sobre las providencias de la hoja para aplacar los feroces desmanes del virus, como los de los internos de las cárceles de Villavicencio, Barranquilla y La Modelo, de Bogotá; esta última, precisamente cuando se produjo el catastrófico motín de marzo del año anterior en el que murieron veintitrés reclusos, y ochenta y tres quedaron heridos.
De la moringa, Coronado tiene su propia versión: “Es que por ser antibiótico natural y antimicrobiano, y por sus vitaminas y proteínas, mantiene arriba las defensas, y merma el ataque del virus. No permite que se desarrolle como en organismos débiles”.
“Yo la recomiendo hervida con eucalipto y jengibre, ojalá en tubérculo. Se cocina con un trocito de panela o miel. Se deja unos cinco minutos para que se concentre el herbaje. Se macera con los dedos una hoja de eucalipto hasta que suelte el aceite y se deposita en el asiento del pocillo. Se sirve y se toma, soplo y sorbo. Tanto el líquido como el vapor son efectivos para destapar y oxigenar vías respiratorias. Pero hay que tomársela con fe, porque como dijo nuestro señor Jesucristo, la fe mueve montañas”.
Y si de la fe hecha un puño se afincan con estos manojos los mortales de la tierra para las atrofias y los entumecimientos del cuerpo, de igual manera se aferran a las que prometen erradicar los abatimientos, las aflicciones del alma, y abogan por la buena suerte en el amor, el trabajo y la prosperidad.
Como es tradición en los comienzos de año, Coronado, maestro yerbatero, no da abasto para despachar las “7 hierbas amargas” para limpiar casas, negocios, “espantar energías oscuras y dañinas, vecinos incómodos y porfiados, y convocar la fortuna y la armonía. La lista incluye el hervido a todo vapor de ruda, altamisa, destrancadera, ajenjo, manrubio, matricaria y salvia grande, con tres limones partidos en cruz. Aconseja el experto hacer el riego de adentro hacia afuera, mientras se rezan siete padrenuestros, siete avemarías y siete glorias”.
Las “7 hierbas dulces” son para la limpieza del cuerpo: hierbabuena, albahaca, mejorana, menta, sígueme, romero y diosme. “Se puede perfumar con astillitas de canela y tachuelas de clavo, y se hace el baño durante tres sábados consecutivos, preferible al final del día, antes de que la persona se retire a su dormitorio”.
– ¿Cuáles son las consultas más frecuentes, aparte de las de los problemas respiratorios en esta temporada? –le pregunto al botánico de marras:
“El cáncer, sobre todo el de colon, uno de los más frecuentes, que ni la ciencia médica ha dado con el chiste. Tengo varios clientes, algunos hace tiempo desahuciados, que no fallan su visita para proveerse del anamú, la caléndula, la menta y la cáscara sagrada. De resto, problemas digestivos, asma, hipertensión, taquicardias, debilidad, obesidad, estrés, diabetes, artritis. Es que al cuerpo no le faltan las dolencias, y cuando corren los años, ni se diga. Aquí vienen los pacientes hastiados de pastillas y placebos químicos. Y si regresan, es por algo”.
–¿Y cuál es el más cotizado de sus productos?
“El ítamo real, que es un tallo de tierra caliente que actúa como vasodilatador, y como tal es efectivo para la potencia sexual. El tallito se macera y se deja durante nueve días en una botella con brandy o whisky. Se toma una copa en ayunas y otra antes de acostarse”.
–Pero ¿el remedio sí es real, señor Coronado?
“Pues si no fuera real, no vendrían a pedírmelo; además que es escaso y caro”, apuntala el señor yerbatero.
Ítamo real… nos queda sonando en los tímpanos, como toda esa fraseología herbácea de seductora fonética, de nombres exóticos y lluvia tórrida de acentos y esdrújulas: muérdago, caléndula, zarzaparrilla, mastuerzo, eneldo, hinojo, valeriana, campanilla, hierbamora, culantrillo, cola de caballo, diente de león, cebollín, astrágalo, arrayán, repollito de agua.
La lista es larga, como poderosa la fe que mueve montañas.
*RICARDO RONDÓN CHAMORRO
Especial para EL TIEMPO

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