Hay una vieja máxima que suelen repetir connotados economistas y gobernantes de las capitales más prósperas del mundo: la única forma de tener mejores ciudades es pagando impuestos. A lo que agregaría, ‘y siendo cumplidos con la ciudad’.
Hace poco se radicó ante el Concejo el proyecto de presupuesto de Bogotá, por 18,7 billones de pesos. El grueso de los ingresos proviene de tres tributos claves: industria y comercio, que aporta 3,6 billones cada año; el de renta, que suma otros 2,7 billones, y el de vehículos y gasolina, que son más o menos 450.000 millones de pesos.
Gracias a todos estos ciudadanos, empresarios y comerciantes, nuestra capital puede responder y sobreaguar en gran medida. De no ser por ese esfuerzo, seguramente las autoridades tendrían que apelar a nuevos tributos o endeudar más a la ciudad.
Juan Ricardo Ortega, ex secretario de Hacienda, tenía su propia máxima: “Bogotá vive de cien ricos, el día que decidan irse de la ciudad, nos quebramos”. Exagerado o no, la verdad es que muchos sí se han ido, pues encuentran mejor calidad de vida en la Sabana, se alejan del caos y el bullicio, o qué sé yo para dónde deciden partir.
El hecho es que, revisando algunas cifras, encontré que, no obstante todo el esfuerzo fiscal que se hace, los evasores y los morosos les están abriendo a las finanzas de Bogotá un boquete que bien puede superar los 3 billones de pesos.
Un estudio del 2014 estimó que el índice de evasión de los principales impuestos distritales era del 12 por ciento en el caso del predial, del 15,5 en el de vehículos y del 15,5 por ciento en el de industria y comercio. Así las cosas, estaríamos hablando de una evasión cercana al billón de pesos solo por este concepto. Los que más evaden son los informales (pueden llegar a 100.000 contribuyentes tanto del régimen simplificado como del común) y la economía oscura, como el contrabando o la corrupción.
De otro lado, esta semana, durante una feria organizada por la Administración con el fin de que los morosos en el pago de sus obligaciones se pusieran al día, se conocieron otras cifras igualmente preocupantes. La deuda de este grupo de ciudadanos puede ascender a 3 billones de pesos. Del total de deudores –unos 900.000–, 420.000 tienen obligaciones pendientes por impuesto de vehículos, 346.000 por predial y 125.000 por industria y comercio.
De esa plata que se le debe a la ciudad, es posible recuperar, de acuerdo con las autoridades, 1,9 billones, siempre y cuando exista voluntad de la gente. El resto, es decir, un billón de pesos, ya se perdió, bien porque prescribió el cobro, hubo fallas en la notificación o resulta más oneroso ir detrás de los que le deben al fisco.
Ese solo billón de pesos que nunca se cobró hubiera alcanzado para construir cuatro hospitales con 220 camas; se habría financiado la mitad de la troncal de TransMilenio por la Séptima o habría alcanzado para construir 550 colegios de 1.200 estudiantes cada uno.
Lo de los morosos digamos que es comprensible, particularmente quienes por razones de desempleo, calamidades domésticas y tantos otros motivos no cuentan con recursos suficientes para pagar su predial, por ejemplo. A la hora de decidir entre comer, cancelar la cuota de la casa o el semestre del hijo, cualquier impuesto puede esperar. De ahí la importancia de la feria. Y a juzgar por la cantidad de gente que asistió, hay voluntad de estar a paz y salvo.
(Además: Cerco a evasores de IVA podría recaudar 14 billones de pesos)
Sin embargo, me temo que más de un avivato ya descubrió la fragilidad del gobierno para cobrar las deudas atrasadas y prefiere ‘darse la pela’ de entrar en mora a sabiendas de que esta puede fenecer al cabo de los años. Hay aquí un evidente atraso en materia de tecnología y veeduría para que la ciudad no siga siendo víctima de quienes pudiendo pagar no lo hacen.
Lo propio aplica para los evasores. Contra ellos debería caer el peso de la ley y la mano dura de la Secretaría de Hacienda. El contrabando en calles y decenas de locales es evidente. Y como lo he expresado en otras ocasiones, el cúmulo de actividades y eventos que se anuncian en paredes y postes son suficientes para que se emprenda una persecución contra quienes se lucran de la ciudad pero no le retornan un peso. Y hay concejales que dizque quieren “formalizar” la actividad de los ‘pegoteros’, ¿habrase visto?
Los tributos son incómodos y generan rechazo, sobre todo cuando la gente no los ve bien invertidos o presiente que se van en burocracia o corrupción. Qué daño increíble nos hizo el carrusel de contratos, cuánta desconfianza generó y cuánta apatía para con la ciudad.
El reto del gobierno es, pues, volver a generar credulidad con los buena paga, que por fortuna son la mayoría. La misma que quiere ver excelentes obras, seguridad, vías y parques que dignifiquen su vivienda y generen orgullo. Entonces pagaríamos encantados y, quién quita, dejarían de amenazarnos con nuevos tributos.
ERNESTO CORTÉS FIERRO
Editor Jefe EL TIEMPO
erncor@eltiempo.com
En Twitter; @ernestocortes28
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