Hace un par de semanas fue asesinado a bala, en el centro de la ciudad, un empleado del Banco de la República. Esta semana, en plena sede de la Gobernación de Cundinamarca, un sicario le disparó a un funcionario de la entidad a plena luz del día. Ingresó sin problema a la sede administrativa, lo que no se sabe aún es cómo consiguió pasar la pistola.
Son frecuentes los relatos de taxistas y ciudadanos del común que narran cómo son atracados y violentados con armas de fuego cuyo porte está prohibido. Incluso con salvoconducto, se hace uso de ellas, como ocurrió esta semana con un pasajero que se transportaba en taxi y, en momentos en que era asaltado, desenfundó su arma y disparó contra el agresor, quitándole la vida en un acto que ha sido interpretado como de defensa propia.
Bueno, y qué me dicen de las llamadas armas blancas: cuchillos, navajas, chuzos, picahielos, machetes, manoplas y cosas por el estilo. Son las más utilizadas para atracar a la gente, para intimidarla y quitarle sus pertenencias. O la vida.
Hace poco, en esta misma sección, una pequeña muestra de la proliferación de armas de fuego y cortopunzantes quedó al descubierto al constatar que solo entre enero y junio de este año, de 266 hurtos cometidos en la troncal de la autopista Sur, 46 se hicieron con este tipo de elementos; sobre el corredor de la Caracas hubo 69 asaltos con arma blanca y 8 con arma de fuego; de 723 atracos en la troncal de la Autonorte, 98 se ejecutaron con cortopunzantes y 17, con revólver o similares.
Las muertes violentas que se registran en la ciudad y el número de heridos que deja el uso de estos artefactos preocupan. Cualquiera puede portar un cuchillo con un pretexto chimbo. Y, a juzgar por lo ocurrido en la Gobernación, también se puede llevar una pistola y no pasa nada.
Si esto sucede con las armas de fuego prohibidas, no quiero imaginar lo que pasaría si estuvieran permitidas, como en el pasado.
Es verdad que con o sin restricción, los delincuentes hacen de las suyas, por lo que los controles deben ser mayores allí donde ya se tiene georreferenciado su accionar.
En el caso de navajas y cuchillos, el asunto es peor: las venden en el espacio público, el supermercado, la tienda del barrio... Su control es más difícil.
En lo particular, a mí me aterra la exhibición y venta de armas no letales en ciertos locales sin reato. Son sofisticadas, y el parecido con las reales asombra. Hasta donde sé, su exhibición está prohibida, pero ahí están, estimulando la imaginación. Y ni hablar del mercado de navajas. Las hay de todo tipo; las de bolsillo suelen ser las más utilizadas, y su precio es ridículamente bajo para los fines que persigue un delincuente.
Es tal la proliferación de armas blancas que podríamos hablar de una epidemia. Tanto así que los alcaldes de las principales ciudades han comenzado a promover un proyecto de ley para restringir de alguna manera su porte.
Se trata de una iniciativa que se debe apoyar, pues excepto que usted realmente desempeñe una labor que lo obligue a cargar un elemento considerado peligroso o contundente, nada justifica tener una en el bolsillo mientras camina por la calle o viaja en el transporte público.
No es la primera vez que se habla del tema, y medidas similares se intentaron aplicar en el pasado, con poco éxito. Falta ver si en esta ocasión, las autoridades logran hallar la fórmula y reducir significativamente tanto las blancas como las de fuego, pues lo único que ha quedado en evidencia esta semana es que con un arma ilegal se sigue asesinando a la gente y con una legal se siguen defendiendo los ciudadanos. Terrible.
¿Es mi impresión o... el exalcalde y excandidato Sergio Fajardo también se ha sumado al coro de los detractores de Bogotá con fines electoreros? ¿Estará viendo lo que pasa en su propia ciudad?
ERNESTO CORTÉS FIERRO
Editor Jefe EL TIEMPO
Twitter: @ernestocortes28
erncor@eltiempo.com
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