Las semillas son dadoras de vida. Para los muiscas significaban la conexión espiritual con su identidad. Para los campesinos son ofrendas para la tierra.
Así lo siente María Lilia Jiménez, una campesina cundinamarquesa de 73 años que ha dedicado su vida a cuidar y cultivar semillas ancestrales libres de químicos.
Nació en 1947, en la vereda San José del municipio de Gachancipá. En ese tiempo no había hospitales y la luz eléctrica solo había llegado a las ciudades. A María Lilia la recibió una partera en una casa de bareque, paja y tierra, al lado de un fogón de tres piedras y con la luz de una vela de cebo.
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Y en esa misma casa, construida en 1887, creó el único museo campesino de semillas ancestrales que tiene el país.
La idea vino de su hija Yadira Jiménez, una mujer de 45 años, veterinaria y guía turística que después de haber vivido en Bogotá decidió renunciar a su trabajo y dedicarse a salvaguardar sus raíces a través del turismo.
“Existen muchos museos en las ciudades, en los pueblos, pero no había uno que fuera campesino y que mostrara realmente lo que significa vivir en el campo”, cuenta Yadira.
Así fue como en el 2017 se fundó el Museo Campesino. María Lilia y Yadira sacaron del baúl todos los implementos que usaron sus ancestros y adecuaron la casa para que los turistas puedan recorrerla.
Las paredes de barro de las instalaciones están intactas, el piso sigue en tierra y el techo de paja. También se conserva el icónico fogón de tres piedras de las casas campesinas. Y esas no son las únicas reliquias.
“Conservé las pertenencias de mis padres, los baúles en donde se guardaban las cosas, la ropa de esos tiempos, las ‘cujas’ –camas antiguas–, las ollas de barro, los chorotes y una piedra de moler en la que yo aprendí el oficio”, narra María Lilia. También guardó los yugos que utilizaba su padre para colocarle a la yunta de los bueyes para arar la tierra.

En el Museo Campesino guarda una muestra de semillas y granos ancestrales de la comunidad muisca.
Cortesía John Buitrago
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Y así, con todas las reliquias de su familia conformó el museo. Pero el trabajo de esta mujer no se quedó ahí, como buena campesina, desde que era una niña aprendió a cultivar la tierra y la sabiduría de la siembra la guarda hasta hoy.
En la misma finca donde funciona el Museo Campesino creó un espacio en el que tiene una huerta de semillas nativas. Quinua, frijol, maíz, habas, papas y cubios hacen parte de su colección.
Son sembrados, cuidados y cosechados exclusivamente con productos orgánicos. María Lilia utiliza jabón rey, ají, hierbas aromáticas, cebolla y ajo para abonar la tierra y ahuyentar las plagas. “Así se hacía antes, todo era limpio, era orgánico; ahora toda la comida está llena de químicos y por eso es que la gente se enferma más, porque todo lo que come ya viene contaminado”, asegura la campesina.
Gracias a esta labor fue nombrada por el Estado como una de las guardianas de semillas de Colombia. Quien va al museo se lleva un premio doble, no solo disfruta de los aprendizajes de la vida autóctona campesina, sino que prueba la gastronomía ancestral del campo.
“Preparamos mute, cuchuco de trigo y de maíz, arequipe de cubios, y todo se hace con lo que produce la huerta, son productos limpios, cuando hay cosecha también vendemos maíz, frijol, papas, lo que haya”, asegura Yadira.
Alrededor del museo se suman varios saberes ancestrales. Yadira y su mamá incluyeron a las campesinas tejedoras de Gachancipá, ellas venden ruanas y otras prendas en lana y tejidos en macramé.
“Queremos brindarles a los visitantes la experiencia completa y, de paso, devolverle la vida al campo; poco a poco todos se han ido y los campesinos quedamos abandonados; la idea es trabajar en conjunto para que la gente en las ciudades y los turistas entiendan la importancia del patrimonio de nuestros ancestros”, agrega Yadira.
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Uno de los productos que cosecha es la quinua.
Cortesía John Buitrago
Como muchos establecimientos culturales y turísticos, el Museo Campesino fue uno de los golpeados por la pandemia. Dejaron de recibir visitas y los ingresos se detuvieron por cerca de siete meses.
La buena noticia es que gracias a los permisos otorgados por el Gobierno Nacinoal, María Lilia y Yadira van a volver a abrir las puertas de este lugar el próximo fin de semana.
“Ya tenemos todos los requisitos, instalamos la señalización, colocamos dispensadores de gel y hasta compramos termómetros digitales”, asegura Yadira.
“Me siento muy feliz de que me vuelvan a visitar, aquí los estaré esperando a todos con los brazos abiertos para contarles mi historia y la importancia de conocer y proteger nuestras raíces y nuestro campo”, agrega sonriente María Lilia.
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El proceso para visitarlas es sencillo. Las personas interesadas deben hacer una reserva previa enviando un correo electrónico a hola@elmuseocampesino.org y allí les responderán cuáles son los requisitos para la visita, dentro de los que se encuentran hacer un reporte de síntomas para verificar el estado de salud.
El valor de la visita es de 50.000 pesos por persona. Esto incluye un pasadía, un refrigerio, el almuerzo autóctono, el recorrido por el museo y la visita a la huerta de semillas nativas.
Para llegar al museo las personas deben conducir o tomar un bus hasta Gachancipá, un municipio de Cundinamarca ubicado a 45 kilómetros de Bogotá, saliendo por la autopista Norte. Una vez allí se debe dirigir a la vereda San José, que está ubicada a ocho kilómetros del pueblo. Allí lo estarán esperando María Lilia y Yadira.
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ANA MARÍA MONTOYA
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