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Bogotá

Paciencia / Voy y vuelvo

Colombia ya superó los 9.000 fallecidos por covid-19.

Colombia ya superó los 9.000 fallecidos por covid-19.

Foto:Néstor Gómez. EL TIEMPO

Vamos a tener que sacar a relucir un valor al que poco tiempo y pocas líneas le hemos dedicado.

Ernesto Cortes
La pandemia que soportamos hace cuatro meses nos ha puesto a prueba. A prueba contra la misma enfermedad, contra el duelo que produce la pérdida de seres queridos; a prueba contra nuestra cotidianidad, nuestro comportamiento frente a la familia y los amigos.
La pandemia ha puesto a prueba nuestro nivel de tolerancia, nuestro apego por las cosas y nuestra capacidad de convivir; ha puesto a prueba nuestros propios sueños y nos ha llevado a cuestionarnos el futuro que teníamos proyectado en el corto y mediano plazo. La pandemia ha puesto nuestras vidas en un sitial que ni el más mortal de los mortales hubiera imaginado.
Y no ha sido fácil. Seguro que no, especialmente porque la incertidumbre ha gravitado en todo lo que pensamos o hacemos. Sin embargo, vamos a tener que sacar a relucir un valor al que poco tiempo y pocas líneas le hemos dedicado y que puede servirnos de coraza para enfrentar la cuesta más difícil que se avecina y las consecuencias que ello acarrea. Ese valor se llama paciencia.
A ella acudimos de forma inconsciente cuando una obra se nos antoja eterna, cuando estamos en medio del trancón o cuando queremos que un gobierno se acabe. Nos autoconsolamos con un “hay que tener paciencia” que nos sale de la boca de forma automática.
Pero en tiempos de virus, la paciencia adquiere otro significado. La cuarentena total, la cuarentena sectorizada, el ‘pico y cédula’, el manejo de horarios y las restricciones por edad o enfermedad han hecho de la paciencia una virtud para que podamos resistir en casa, en la fila del banco, a la entrada del supermercado, en el limitado cupo del transporte público y hasta para tomarse la prueba del covid-19.
Nos hemos tenido que llenar de paciencia para esperar la cita médica –cualquiera que sea–, y no nos escandalizamos si nos dicen que el domicilio tarda una hora o más. Paciencia. Apelamos a ella ahora que hemos tenido que aplazar ese viaje ya programado o la celebración del grado o la rumba o la eucaristía que tanto extrañamos.
En casa, la paciencia debemos verla como la capacidad de tolerar a la hora de convivir, de entender a los hijos y sus largas horas de celular con amigas y amigos; paciencia con reclamos como “recoge la ropa” o “no tomes tanto café”.
Hemos sido pacientes con el Gobierno y sus cuarentenas, sus restricciones, sus medidas, sus respiradores, sus anuncios de salvación económica que sabemos no alcanzarán para todos...
No existen leyes ni decretos que nos obliguen a “tener paciencia”, es cierto, porque se supone que la cultivamos nosotros, sin egoísmos, sin entregarnos a la desgracia definitiva, sin ceder a la depresión o a la nostalgia por lo que ya no fue.
Sé que es difícil defender esta tesis, sé que muchos comerciantes, informales, estudiantes, jóvenes desempleados y hasta rumberos indisciplinados debieron haber tirado la toalla hace rato. Mala cosa, porque uno de los valores de la paciencia es la capacidad de resistir y la madurez de esperar. No se trata de quedarnos postrados, anhelando que la pandemia haga lo suyo y que al fin termine. Al contrario: hay que asumir –si es que no lo hemos hecho ya– que pasamos a un estado de vida en el que nuestras emociones y actitudes se ponen a prueba, y no desafiar el destino que nos depara un virus mortal. Tenemos que aprovechar el tiempo en cosas que hace unos meses no hacíamos. No hay que subyugarse a la tristeza o el desconsuelo, se trata de adaptarse y sobrevivir. No somos unos bichos raros a los que les está pasando todo esto, es a la humanidad entera.
Los grandes acontecimientos de la historia no surgieron de la noche a la mañana. Tomaron décadas en consolidarse. Grandes hombres y mujeres alcanzaron la gloria gracias, entre otras virtudes, a la paciencia. Resistieron temporales y vejámenes, pero jamás perdieron la fe. Este virus no será eterno, por tanto, el esfuerzo que hagamos en ser prudentes y cuidadosos será determinante para el propio devenir de nuestras vidas.

No hay que subyugarse a la tristeza o el desconsuelo, se trata de adaptarse y sobrevivir. No somos unos bichos raros a los que les está pasando todo esto, es a la humanidad entera

Las personas que emprenden nuevos negocios, las que se acomodan a otras tareas, las que prueban y fallan una y otra vez, las que dan consuelo a otros y las que no olvidan de qué están hechas simbolizan más que ninguna ese don de la paciencia porque soportan y siempre ven luz al final del túnel.
Todas estas reflexiones tienen el propósito de prepararnos para dejar de pensar en estadísticas, picos y aplanamiento de curvas; en si estamos entre las ciudades más contaminadas del mundo o si ya igualamos a otras en número de decesos, y dedicar más energía a adaptarnos y a asumir que este año se nos fue así, que debemos empezar a proyectar nuestras vidas en los cinco meses que restan y comprender que, como en el pasaje bíblico, “la paciencia siempre será mejor que el orgullo”.
¿Es mi impresión o... en semejante crisis es inadmisible no saber en qué anda el secretario de Cultura?
ERNESTO CORTÉS FIERRO
Editor Jefe EL TIEMPO
En Twitter: @ernestocortes28
erncor@eltiempo.com
Ernesto Cortes
icono el tiempo

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