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Bogotá

Nos estamos matando / Voy y vuelvo

En el 2016 hubo 50.767 casos de violencia entre parejas. Hacia mujeres un 85 por ciento y hacia hombres un 14 por ciento. En mujeres la población más afectada es la que se ubica entre los 30 y los 80 años.

En el 2016 hubo 50.767 casos de violencia entre parejas. Hacia mujeres un 85 por ciento y hacia hombres un 14 por ciento. En mujeres la población más afectada es la que se ubica entre los 30 y los 80 años.

Foto:Óscar Berrocal / EL TIEMPO

Hay paz en el campo, pero guerra en las ciudades, fruto de la degradación de la sociedad.

Es llover sobre mojado: el mayor número de víctimas fatales lo está poniendo la intolerancia en las calles. Pero, también, en las casas. Se ejerce igual contra un fulano desconocido que contra un pariente o un vecino. Matar por una empanada, por un reclamo, por un trago, por una disputa en el semáforo, por una discusión familiar, por celos, se ha convertido en la razón de ser de la mayor parte de las muertes fatales que se producen en el país cada año.
Lo acaba de revelar el informe ‘Forensis’, el más completo en estas materias. Las cifras no dejan margen de duda. Por cada diez asesinatos que se cometieron en el 2016 (11.532), seis fueron producto de todo lo anterior. No fue el conflicto que subyace aún en varias regiones, ni el ajuste de cuentas entre bandas ni la violencia común. No, fue la incapacidad que tenemos para afrontar un problema, optando por resolverlo a las trompadas, a cuchillo o a bala. Más de 80.000 personas llegaron a Medicina Legal con lesiones personales por esta causa. Y lo peor es que, si bien son los hombres los más afectados, las cifras se disparan para las mujeres: pasaron de 30.000 casos.
Otro dato revelador del informe de Medicina Legal es que el perfil de quienes han sido víctimas de acciones violentas son, en su mayoría, personas del común, es decir, no tienen relación con drogas, no son habitantes de calle, no pertenecen a una raza en particular. Esta semana, por ejemplo, una empresaria del aseo me contó la forma terrible como los llamados ‘escobitas’, que prestan ese servicio a la ciudad, son salvajemente agredidos por levantar polvo con sus escobas. Para no recordar el caso del joven asesinado en una estación de TransMilenio por evitar que otro se colara.
Tales indicadores van más allá de unos números. Reflejan el estado demencial de una sociedad que cobra caro la más inocente de las disputas, porque todo empieza por ahí, por una riña que deriva en daños físicos y que puede terminar en la muerte del otro. Y lo irónico es que suele presentarse en espacios donde se comparte y se convive con los demás; eso sí, con el alcohol como protagonista.
Resulta paradójico que mientras una guerra de medio siglo ya deja menos víctimas en el campo, son las peleas las que aportan los muertos que queremos dejar atrás. Hay paz en el campo, pero guerra en las ciudades, fruto de la degradación de una sociedad que quiere hacerse entender destruyendo al otro.
Todo esto está relacionado con el odio. Ya lo había expresado en este mismo espacio. Un odio que se engendra no solo en la situación personal de cada individuo sino que lo inspiran nuestros líderes con sus acciones y sus comentarios alevosos a través de redes sociales, en sus declaraciones altisonantes, que dejan de lado el uso de la razón y le dan paso al agravio personal. Más de una familia ha dejado de hablarse por estas circunstancias. Hace poco, un reconocido abogado invitaba a asesinar a un presidente porque no comulgaba con sus ideas. Y de odio va a estar repleta la campaña que se avecina.
No todo es malo; veo con optimismo –como dice la excelente campaña de Postobón– que más voces se suman para condenar la intolerancia, pues nadie está exento de que un hijo o un amigo sea la próxima presa de una conducta irracional que desdice de nuestra condición humana y más pareciera despertar de cuando en cuando a ese ‘mister Hyde’ que llevamos dentro.
ERNESTO CORTÉS FIERRO
Editor Jefe de EL TIEMPO
erncor@eltiempo.com
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