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Bogotá

Intolerancia, el peor de nuestros males / Voy y vuelvo

Foto:Archivo Particular

¿En qué cabeza cabe que alguien tenga la sangre fría para pasar el carro por encima a otra persona?

Ernesto Cortes
El nombre con que se identifica esta columna obedece no solo a un adagio muy cachaco, ‘voy y vuelvo’, que es lo que suele decir uno para recordarle a su interlocutor –que bien puede ser la mamá, el amigo o el propio jefe– que la conversación sigue más tarde, que volveremos sobre el tema, que ya regreso, con tal de salir del embrollo. Pero debe su origen también a que en el caso de la ciudad los temas también van y vuelven, son cíclicos, se repiten, pero jamás pierden vigencia.
Y uno de ellos es precisamente el que nos ocupa: la intolerancia. ¿Cómo no volver sobre él cuando se recuerda la escena pantagruelesca del megacampero rojo estridente posando sus enormes llantas sobre la humanidad de un humilde conductor del SITP, padre de tres hijo?
Uno siempre cree que lo ha visto todo, pero no. ¿En qué cabeza cabe que alguien, por muy emberracado que esté, tenga la sangre fría para pasarle el carro por encima a otra persona en pleno uso de sus facultades?
Aquí fue la pronta intervención de los curiosos que decidieron grabar con sus celulares lo que no pasaba de ser un incidente entre conductores; pero cuando la escena se va volviendo surrealista, las cosas cambian y la misma gente, a punta de gritos y reclamos, impide una tragedia mayor.
Instantes después de pararse al frente del campero que chocó al bus, Isaías Vargas fue embestido por Mauricio Gil Velásquez.

Instantes después de pararse al frente del campero que chocó al bus, Isaías Vargas fue embestido por Mauricio Gil Velásquez.

Foto:Imagen: cuenta de twitter @oterojuan

La intolerancia suele ser una medición de fuerzas en donde no priman los argumentos sino la agresiva voluntad de los contendientes. No sé en qué momento de la historia esa incapacidad de soportar una situación o de aceptar un hecho incómodo se anidó dentro de nosotros y pasó a ser parte de los sentimientos que nos acompañan, como la felicidad o la tristeza. Tal vez simplemente se nos encajonó en el alma y ahora no sabemos cómo quitárnosla de encima.
Todos, en mayor o menor medida, tendemos a ser intolerantes frente a situaciones del día a día. O porque tenemos imágenes preconcebidas que nos llevan a actuar contra aquello o aquellos que, aun sin habernos hecho nada, los sentimos como enemigos: el vigilante, el ciclista, el motociclista, el policía, la mesera o el ‘escobita’ de la calle. O un conductor del SITP.
Diariamente somos testigos de este tipo de reacciones y las condenamos. Pero ignoramos que de forma inconsciente podemos caer en ellas. El otro día, en el parque del barrio, un señor estuvo a punto de irse a los puños con otro que montaba bicicleta.
Según el ofendido, la velocidad del vecino en cicla no era conveniente en un lugar con niños y mascotas. El problema es que quien le hacía el reclamo no se había percatado de que, mientras exigía respeto a la brava, él mismo estaba transitando por el espacio destinado a las bicicletas. Cuando su oponente lo hizo caer en cuenta de ello, el otro no aceptó explicaciones y solo quería arreglar las cosas a puños. Otra característica del intolerante: no aceptar que se equivoca.
En EL TIEMPO publicamos recientemente una serie de historias escalofriantes sobre hechos que terminaron en tragedia por culpa de la intolerancia. Lo hicimos con el objetivo de invitar a la reflexión sobre las consecuencias que trae el no controlar tal actitud. Decenas de casos seguimos recibiendo de personas que narran experiencias desagradables por cuenta de actuar de forma precipitada y, en la mayoría de los casos, violenta.
Si bien es cierto que las riñas callejeras han bajado, especialmente en las zonas de rumba, estas siguen siendo una de las principales consecuencias de la intolerancia. La mala convivencia entre vecinos también suele estar mediada por la falta de tolerancia.
En Bogotá tenemos muchos problemas: el trancón, el desempleo, la inseguridad. Pero, sin duda, la falta de contención a ese deseo de venganza y de imponernos sobre el otro a como dé lugar es el peor de todos. Y se llama intolerancia. No se trata de que tengamos que soportar estoicamente lo que no nos gusta. El asunto es la forma como reaccionamos. Y claramente pasarle el carro por encima a una persona es un acto criminal.
Ahora que estamos de bicentenario, no sobra recordar la frase de Santander: “La moderación, la tolerancia y la justicia rigen el corazón y desarman el descontento”.
¿Es mi impresión o... decirle a Daniel Samper ‘violador de niños’ es una reacción, no solo intolerante, sino criminal?
ERNESTO CORTÉS FIERRO 
Editor Jefe EL TIEMPO
@ernestocortes28
erncor@eltiempo.com
Ernesto Cortes
icono el tiempo

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