‘En reparto’, reportaba el registro de la página web de la Fiscalía General de la Nacional cuando Sebastián*, de 38 años, decidió ver en qué iba su caso, diez meses después de que una bala impactó en su cuerpo.
Desde ese día, la justicia del país no le ha dado ni la más mínima pista sobre sus atacantes. Esa tarde también le sorprendió cómo a través de un operativo nacional se había logrado atrapar a los atacantes de Yeison Méndez, el último caso de fleteo que conmocionó al país.
Antes del episodio, su vida pasaba por un buen momento. Este abogado, con especializaciones terminadas en una prestigiosa universidad, completaba una amplia experiencia en varias entidades del Estado. “Estaba bien, compartía mucho tiempo con mi hijo, que es mi vida, y estaba disfrutando de la relación con mi novia”.
El 20 de enero de este año salió con Laura, su pareja. Trabajaban en un proyecto nuevo. “Ella tiene una empresa de construcción y remodelación. Nos había salido un contrato con un cliente que yo conseguí. Teníamos que cambiar un cheque de 50 millones de pesos”. Fueron al centro comercial Santa Fe, por aquello de la seguridad; hicieron algunas consignaciones en bancos, pero pronto se encontrarían con el primer escollo. Ya eran casi las 11 de mañana.
Laura hizo la fila en una de las entidades bancarias, pero el cajero le dijo que no tenía efectivo para cambiar el monto de ese cheque. “Eso me pareció muy extraño; entonces, mi novio hizo la reclamación y pidió hablar con la gerente”. No hubo nada que hacer; a pesar de su desconfianza, los remitieron a otra sucursal en el barrio Toberín. “Como en esta ciudad pasa de todo, yo miré para todos los lados cuando llegamos. Ya eran como las 11:30 y parqueé mi carro en el andén. Los únicos que me parecieron extraños fueron dos hombres, entre 25 y 35 años, vestidos con un overol como de pintar casas. Me llamó la atención que tuvieran celulares de la más alta gama y que eran nuevos; alcancé a verles el papel encima, pero hasta ahí llegó mi sospecha”.
Mientras eso pasaba, Laura entró al banco a cambiar el cheque. “Allá me dijeron que entrara a un cuarto para contar los billetes. Cuando el trámite terminó me subí rápido al carro y nos fuimos para el almacén Éxito de la calle 170, en donde hicimos otros pagos y consignaciones”, contó Laura.
En las vueltas se demoraron dos horas o más, hicieron compras y hasta comieron. Nunca sintieron ningún movimiento raro.
Para las 2:30 de la tarde salieron del establecimiento y tomaron la autopista Norte y así hacer el retorno antes del Sanandresito. “Yo iba a dejar a mi novia en su apartamento. La idea era bajar por la calle 153, pero ese día se formó trancón antes de un semáforo”, dijo Sebastián. (Además: Cada seis horas se denuncia un caso de fleteo en Colombia)
El ataqueHablaban, planeaban, cuando, en fracción de segundos se dieron cuenta de que, por el retrovisor, se veían dos hombres en una moto, con cascos puestos y con armas en sus manos. “El tipo me miró a los ojos, se sonrió, y ahí dije: se nos vinieron. Lo único que atiné a hacer fue subir los vidrios”, recordó.
Los fleteros los abordaron por las ventanas delanteras del piloto y el copiloto. “Uno de ellos metió la mano por mi ventana y comenzó a disparar. No pedían plata, solo atacaban”, relató Laura.
El abogado solo veía cómo los tiros rebotaban sobre su puerta mientras gritaba: “¡Entrégales el bolso!, ¡entrégales el bolso!” Un impactó dañó el tablero; otro, la rejilla del aire acondicionado, y el último tiro fue a dar al cuerpo del joven, mientras los asesinos se llevaban un botín con 24 millones de pesos. “Lo vi desgonzarse frente a mí, no se le veía sangre, la hemorragia fue por dentro. Luego comenzó a convulsionar”, contó Laura.
Las ayudasEn medio de la tragedia ocurrieron cosas inexplicables. “De la nada salió una señora que me quería tranquilizar. Dijo que era médico. Otro señor apareció con un botiquín. Esa mujer parqueó su carro plateado en frente, rayó su vehículo y se llevó a Sebastián. La policía no me quería dejar ir”.
Esta voluntaria, según cuenta la pareja, le dijo a Laura: “Tienes que estar preparada. Está bajo en sus signos vitales”.
Como si esa ayuda ocasional fuera poco, justo en ese momento pasaba una amiga de la pareja; fue ella quien llevó a Laura a la clínica donde habían entregado a Sebastián al cuerpo médico. “La mujer que ayudó a mi novio desapareció. La buscamos, pero nunca supimos nada de ella. Para nosotros siempre será un ángel”.
La noticiaSebastián llegó a la clínica La Colina sin signos vitales; tuvieron que reanimarlo, llegó directo al quirófano, intervinieron sus intestinos, su arteria aorta, y hubo que transfundirle 15 bolsas de sangre. “Había que esperar 72 horas. La familia comenzó a llegar. La vida nos cambió por completo. La cuenta fue de 720 millones de pesos; gracias a Dios, él tenía seguro. ¿Qué hace una persona que no cuente con nada? ”, dijo Laura.
Algunos policías entrevistaron a la familia, pero más allá de eso nunca se supo de ninguna captura.
Solo 46 días después, Sebastián recobró la conciencia, pero el diagnóstico seguía siendo reservado. “Los médicos no me decían mucho, yo no podía hablar; tenía una traqueotomía, trataba de comunicarme escribiendo, pero tampoco podía. Los médicos le dijeron a mi familia que por la droga que me suministraron podía perder la memoria”.
Contra todo pronóstico, Sebastián pudo volver a hablar con su mamá en marzo, también a recordar. Algunas escenas llegaban a su mente, pero eran solo imágenes distorsionadas en su cabeza.
Por fin, el joven pudo ser trasladado a una habitación. Desde ese día, un sinnúmero de conocidos y familiares comenzaron a visitarlo. Les costaba creer que la vida de un joven exitoso cambiara de forma tan repentina. Pese a eso, el paso por la clínica fue traumático porque no volvió a sentir sus piernas; pensó que quedaría inválido.
Su nueva vidaSebastián trabaja todos los días para volver a ser el mismo de antes, salir y jugar fútbol con su hijo, bajar o subir rápido las escaleras, sacar el perro a pasear, ir al baño, ducharse, cosas de la cotidianidad que nadie aprecia hasta que las pierde. “No sé cómo voy a quedar, si tendré que caminar con bastón o caminador el resto de mi vida. Bueno, estoy vivo, esas son minucias”, dice tocando el lugar donde aún reposa el proyectil que lo dejó así.
Hay otra cosa que lo limita a llevar una vida normal. Todo este tiempo ha tenido que llevar consigo una colostomía, un procedimiento quirúrgico en el que se saca un extremo del intestino grueso a través de una abertura hecha en la pared abdominal. Las heces que se movilizan a través del intestino salen por el estoma hasta la bolsa adherida al abdomen. “Esto es muy duro porque con cualquier movimiento siento que me abro”.
Solo a partir de enero del 2017 sabrá si podrá volver a tener su estómago lo suficientemente sano para cerrarlo. La bala afectó muchos tejidos delgados, y estos tardarán en cicatrizar.
Por ahora está bajo un tratamiento de nutrición parenteral, a través del cual se le aportan al paciente por vía intravenosa los nutrientes básicos que necesita. “Me puedo desconectar de estas máquinas solo hasta por tres horas máximo, de lo contrario comienzo a sentirme mareado. Cada bolsa que consumo cuesta 400.000 pesos, las que me daban en la clínica costaban 1’400.000 pesos”.
El proceso de rehabilitación seguirá por muchos días y meses más. Sebastián tiene que vivir asistido por un enfermero las 24 horas del día. Terapias y exámenes hacen parte de su rutina. Trata de verse lo mejor posible; así lo demuestra su físico, pero todos saben que su situación es delicada. “Mi familia, mi mamá, mi hijo, mi novia y muchas personas más han sido mis ángeles de la guarda. ¿Qué hará la gente a la que le toca sola?”
La investigaciónMientras que la víctima sufre todos los días los esfuerzos de una recuperación lenta, la investigación para dar con los fleteros nunca se dio. “15 días después de lo que pasó los llamé, y ni siquiera habían conseguido las imágenes captadas por las cámaras. Cuando ahora ese es el procedimiento mínimo. Me puse furiosa, nunca más los volví a llamar”, contó Laura.
¿Qué lo mueve a mostrar su situación después de todo lo que le ha pasado? Yo solo quiero que cojan a los tipos, que esto que estoy viviendo no le pase a nadie más, dice. Agregó: “No todos los fleteos son mediáticos, la justicia opera solo cuando los noticieros o diarios presionan, es selectiva. Eso no es justo, ¿cuántas personas no habrán matado los mismos que me hicieron esto a mí?” Las víctimas son más que el que recibe el disparo, dice, son madres, esposas, hijos, abuelos.
Algunas noches piensa por qué, además de robar, los delincuentes tienen que hacer daño. “Por qué no le disparan a una llanta; uno va a quedar igual de paralizado y seguro entrega todo”. También critica la labor de los bancos, la falta de control sobre su personal. Desde el día del ataque, no se les sale de la cabeza que los trabajadores del banco tuvieron algo que ver con lo sucedido, porque los fleteros sabían cuánta plata habían retirado.
Cada vez que Sebastián mira en qué va su proceso, se frustra cuando ve en la pantalla la misma palabra de siempre: en reparto.
* Nombres cambiados por petición de las víctimas.
CAROL MALAVER
Subeditora BOGOTÁ
carmal@eltiempo.com