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Bogotá

Carta a un indisciplinado / Voy y vuelvo

El centro de Bogotá durante la pandemia.

El centro de Bogotá durante la pandemia.

Foto:Néstor Gómez / EL TIEMPO

Gente como usted glorifica la irresponsabilidad y banaliza las consecuencias de lo que vivimos.

Probablemente a usted todo este cuento de la pandemia, del virus, del contagio o como quiera que lo haya entendido le parezca pasajero y poco letal. Pueda que los miles de muertos no sean sus muertos y que las decenas de miles de contagiados sean simplemente personas a las que la mala suerte les jugó una mala pasada.
Y con esa actitud se pavonea por el parque, toma el transporte público, monta bicicleta o se va de fiesta con amigos sin ningún tipo de protección, solo porque se cree capaz de violar la ley, de reírse por la pilatuna, de burlarse de los demás porque usted es un ser superior.
Gente como usted es la que glorifica la irresponsabilidad y banaliza las consecuencias de lo que estamos viviendo. Y muy seguramente aún no lo ha tocado la muerte de un ser cercano o no ha tenido que padecer el sufrimiento de quienes ya han experimentado el infierno de estar infectado sin saber cómo ni por qué. Sin sospechar que fue, muy seguramente, alguien con su misma actitud quien un buen día decidió que salir sin tapabocas no representaba un peligro mientras fuera a hacer ‘una vuelta aquí cerquita’.
Qué bueno sería que escuchara los relatos de esas personas a las que el covid-19 las sorprendió sin aviso. Al hijo que sin querer visitó a su madre y la puso en estado crítico, al amigo que no guardó distancias y se llevó por delante al ‘parche’ de todas las tardes; al padre que salió a la calle y después de unos días descubrió que había infectado a toda su prole. Qué bueno sería que se pusiera en el papel del enfermero o la médica que se exponen a diario para que incluso irresponsables como usted puedan seguir teniendo la vida que tenían antes de que este enemigo nos sorprendiera a todos.

Gente como usted es la que glorifica la irresponsabilidad y banaliza las consecuencias de lo que estamos viviendo

Solo por un instante métase en la piel de los padres que perdieron a su bebé de un mes y siete días de nacido, afectado por el coronavirus. Solo por una vez deje la indiferencia a un lado y póngase en el lugar del médico al que no quieren en el barrio porque lo perciben como si fuera el malo de la película. Y solo por un instante intente percibir el dolor que invade a la familia que ni siquiera pudo hacerle el duelo a ese ser querido que se fue antes de lo previsto. Inténtelo.
Es probable que usted esgrima a su favor que cumplió los protocolos y los encierros hasta donde pudo, que se comportó a la altura de las circunstancias hasta que vio al vecino, al amigo o al desconocido deambular sin que nadie le reclamara. Es probable, también, que se cansara, que un día decidiera que todo se iba al carajo y que usted haría con su vida lo que le pareciera. Y lo entiendo. El confinamiento, las limitaciones, los protocolos, el pico y cédula, la falta de empleo o la necesidad pueda que lo hayan desesperado. Estaría en todo su derecho.
Pero a lo que no tiene derecho, ni aquí ni en ninguna parte del mundo, es a llevarse la vida de los demás por delante. Un irresponsable que desafía de esta manera medidas como el distanciamiento con otros o el tapabocas o el lavado de manos o la cuarentena se convierte en un enemigo y en una amenaza para el resto de la sociedad. ¿Es así como quiere ser percibido?
Para su información, este virus se lleva por igual a jóvenes y adultos. No respeta condición social. No sabe de situaciones económicas fuertes o débiles. No distingue entre hombres y mujeres. Simplemente actúa.
Bogotá entra en una nueva etapa de cuarentena, de confinamiento obligatorio. Medida drástica que obedece a que el enemigo viene con más fuerza. Como no lo habíamos sentido hasta ahora. Y viene a atacar a los más débiles, pero sobre todo a los más irresponsables. A los que se reúnen en grupo porque “es que a mí no me ha dado”. O porque “eso se quita en dos semanas”. O porque “es que hay que rumbear antes de que todo se acabe”.
A fin de cuentas, no debería importarme su actitud arrogante y despreocupada, pero sí abogo por el resto de quienes no merecemos que personas como usted decidan poner en riesgo el destino de nuestras vidas.
Posiblemente la nueva cuarentena suene a echar para atrás, a repetir un encierro que asfixia. Pero volvamos a los números de las víctimas, miremos al ser que tenemos al lado y preguntémonos si no vale la pena un esfuerzo más con tal de seguir a su lado.
¿Es mi impresión o... el centro de Bogotá se volvió tierra de nadie?
ERNESTO CORTÉS FIERRO
Editor Jefe EL TIEMPO
En Twitter: @ernestocortes28
erncor@eltiempo.com
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