Confío en que ya alejado de estos confines te acoja la luz protectora que no acudió en tu auxilio esa mañana de domingo en que, todo hacía suponer, sería un día espléndido. Muy tarde vinimos a saber que tus pensamientos estaban concentrados en el inicio de una carrera como administrador que comenzarías solo pocas horas después de tu asesinato.
No logro imaginar cómo habrá sido ese momento: el filo del puñal ingresando al cuerpo, el desconcierto, la nube borrosa de pasajeros que empezaban a gritar mientras la vida se iba escapando y el velo con las imágenes de tus seres queridos se ahogaba en el ambiente. Lo siento, Leonardo. Con profunda tristeza he lamentado tu muerte aun sin conocerte. Varias veces he reflexionado aquí sobre la tragedia que significa colarse en un bus de servicio público. Y así como la tuya, he lamentado la muerte de los que han quedado en el asfalto por ahorrarse un pasaje. Ese es el costo que han puesto a sus vidas.
Pero en tu caso fue lo contrario: querías evitar que un personaje de estos, de los que roban sin descaro, de los que se exponen absurdamente y esquilman los recursos de todos, ingresara al sistema. Solo cumplías con tu labor, como deberíamos hacerlo todos, como estúpidamente debió pasar; que el buen comportamiento primara, es lo que nos diferencia de los animales, con todo respeto por los animales.
Con tu muerte, un hogar de gente sencilla y honesta se suma a la larga lista de los que se han enlutado por designios del absurdo, a ese inventario de muertes sin sentido que registramos a diario: la del motociclista, el ciclista, el peatón, el colado, el asaltado… Todas ellas prevenibles, todas ellas evitables si tan solo hiciéramos buen uso de la razón.
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Dicen que hay un gerente para el tema de los colados en TransMilenio. Dicen que hay agentes encubiertos. Dicen que hay multas y sanciones para quienes quieran dárselas de vivos. Dicen que hay cultura ciudadana para que no se caiga en esta práctica. Dicen que miles de millones de pesos se pierden por robarle de esta forma a un servicio que es de todos. Pero nada de eso ha evitado tu muerte. Esa es la única verdad. Dicen que hay justicia, pero esa misma justicia había dejado libre a tu asesino.
Todos los días hay agresiones contra hombres y mujeres que, como tú, solo quieren cumplir la ley, solo quieren que seamos ciudadanos rectos. ¿Quién podría estar en contra de ello? Pero sí, hay quienes no conciben otra manera de vivir en sociedad si no es a través de acciones temerarias, como colarse, robar, agredir, desafiar a la autoridad. Suena insensato decirlo, pero tu muerte al menos generó el repudio colectivo, una condena pública ante lo ocurrido, una voz de indignación contra los colados y contra quienes violan las más elementales normas de convivencia.
Yo sé que no estás reclamando responsables, como muchos de nosotros. Para qué. Si aún permanecieras acá, estarías pidiendo lo mismo que pedías a diario: por favor, seamos buena gente, personas de bien, respetemos al otro; estarías pidiendo que todos cumpliéramos con nuestro deber. Y si alguna petición quisieras hacer, seguramente sería la de que todos nos convirtiéramos en Leonardos, dispuestos a no aceptar que se pisoteen nuestros derechos.
Ojalá sigas siendo ese símbolo. Ojalá la absurda muerte que te llevó temprano no evite recordar el buen ejemplo que diste y que tu familia sienta orgullo por tus acciones, que, más que valerosas, fueron completamente humanas.
ERNESTO CORTÉS FIERRO
Editor Jefe EL TIEMPO
erncor@eltiempo.com
En Twitter: @ernestocortes28
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