Hay tristeza en Apulo, Cundinamarca. A sus 115 años de edad, Pastor Ramírez, uno de los hombres más longevos del departamento murió el sábado 15 de mayo. Pasó sus últimos días en el hospital Marco Felipe Afanador de Tocaima por una insuficiencia cardíaca, enfermedad que venía padeciendo y que se agravó en el último mes. En marzo, El Tiempo lo había visitado, encuentro en el que recibió su cédula digital y contó que había sido vacunado contra el covid-19. Esta es su historia.
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Pastor Ramírez es un campesino de buenos modales, carismático, conversador y hasta de humor negro. Tal vez es el colombiano más longevo y salió del anonimato el pasado 26 de febrero, con la vacunación del covid-19. Su cédula de ciudadanía fue expedida en 1961 en Cachipay y aparece activa en el archivo nacional de identificación de la Registraduría. En ella se lee que nació el 31 de diciembre de 1905, hace exactamente 115 años y 65 días, en Villapinzón, en el extremo norte de Cundinamarca. Tiene 1,60 metros.
Hasta ayer no contaba con registro civil de nacimiento porque, para la época, muchos padres no acostumbraban llevar a sus hijos ante un notario, y ese ha sido el inconveniente para que los Guinness Récords lo reconozcan como el colombiano más longevo, como quiere un grupo de ciudadanos de Anapoima. Por ahora, el título que ya aseguró es el del primer ciudadano de más edad que logra la cédula digital, que le fue expedida ayer, junto con el registro civil.
Él es el mayor de las seis personas que se encuentran en el Hogar de Paso La Esperanza, de la pequeña y apacible población de Apulo, a unas dos horas y media de Bogotá, donde cuatro ya recibieron la primera dosis contra el covid, y dos no la tienen porque aún no son octogenarios. En ese municipio, según los registros de la alcaldía, hay 358 adultos mayores de 80 años.
Pastor, como todos lo llaman, le lleva 21 años al segundo con más edad, Pedro Galindo, con 94; 32 a su mejor amigo, José Rodríguez, y 47 a José Gonzalo Díaz, quien sufre de ansiedad y considera al más veterano del hogar como un padre. Entre los dos José están al tanto de todo lo que él necesita, le pasan el bastón, la silla y en la noche, la mica, y al otro día la sacan, y lo ayudan a cargar si es necesario.
Con lo que le han contado los empleados del centro geriátrico sobre los riesgos si llegan a contagiarse con el virus procedente de Wuhan, China, este hombre centenario le sigue dando batallas a la vida y ve en el biológico una oportunidad para prolongar aún más su existencia. Aunque el día de la vacuna estuvo un poco nervioso, y al personal de La Esperanza le preocupaba la reacción que pudiera presentar, Pastor superó la prueba. A los pocos minutos buscó el comedor, se sentó y soltó un grito de alegría que los dejó perplejos.
Asegura que el pinchazo “es una cosa simple, llegan y le hacen un rasguño”. Y agrega: “Pueda que esa vacuna tengan la buena idea de mejorarlo, para que no le lleguen esas malezas, porque eso del covid como que es malo, eso se le pega a la persona que esté más enferma”. Y luego, con algo de sorna e incredulidad señala: “Ya ha muerto gente de eso, no sé si será que la vacuna no les hace, o si al vacunarlo más ligero uno se muere”. Comentario que genera una carcajada entre los otros abuelitos, que sentados al frente en sillones no le pierden una palabra.
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Aunque por sus venas no corre el mismo tipo de sangre de sus compañeros en el hogar (es B+), apenas tienen en común que se encuentran solos en la vida, se integró fácilmente y todos conforman una familia. Juntos se sientan a la mesa a comer, comparten un banano, o unas colombinas o galletas de dulce o ponqués en las onces; pasan las mañanas y las tardes en las poltronas de la casa donde funciona el centro, se ríen de los chistes, celebran los cumpleaños, realizan actividades físicas, y cantan y bailan con doña Ceci (Pasos), la señora de servicios generales que los mima y les coge los cachetes a manera de juego.
Claro, ya por su avanzada edad, este hombre de campo apenas puede pronunciar a media lengua algunas frases y dar unos pasos, pero se integra a los momentos de diversión, “aunque nada mueve los piececitos” –como dice Ceci– y sus arrugadas y aún callosas manos.
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Pastor Ramírez, quien puede ser el colombiano más longevo, exhibe su última cédula.
Cesar Melgarejo
Pueda que esa vacuna tengan
la buena idea de mejorarlo, para que no le lleguen esas malezas, porque eso del covid como que es malo, eso se le pega a la persona que esté más enferma
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Pastor llegó al Hogar de Paso La Esperanza el 18 de febrero de 2016, luego de la muerte de las herederas de una finca en la vereda San Antonio, a unos 20 minutos por carretera de Apulo, donde le habían permitido vivir en un rancho de tejas y guadua, ubicado al lado de una casa desvencijada. Allí lo acompañaban 16 gallinas, que le daban huevos “para comer a lo verriondo”, y para venderlos; un perro llamado Capitán y unos gatos.
En ese lugar fue encontrado en 2014, abandonado y viviendo solo, dormía en el piso y había improvisado una estufa de leña sobre una caneca de 55 galones, de esas en las que embalan el diésel. Con el tiempo, esa humareda empezó a afectar sus pulmones, hasta que un día le costó respirar y sintió ahogo. En ese estado fue llevado al hospital de Viotá, donde estuvo un mes hospitalizado, con diagnóstico de epoc (enfermedad pulmonar obstructiva crónica) y tensión alta.
Y aunque le dieron salida, sus condiciones en el rancho no mejoraron. Por eso, sus benefactores, con la ayuda del departamento, lo reubicaron. Salió a regañadientes. Llevaba la ropa empacada en una caja de cartón, el radio y una grabadora que le habían regalado y en la que escuchaba música guascarrilera. Y Capitán, el perro que le seguía los pasos todo el tiempo, se lo encargó a un vecino, porque en su nuevo hogar no podía tenerlo.
Así dejó cerca de 45 años en la vereda San Antonio, donde es recordado como buen trabajador y adonde, cuentan, llegó como músico. Tocaba el tiple y cantaba, mientras su amigo Arturo interpretaba la guitarra, en las serenatas y fiestas de la comunidad.
Ahora, en el hogar permanece bañado –algo que poco hacía cuando vivió en el monte–, perfumado y bien vestido. Ya es costumbre verlo elegante, con pantalón, mocasines de tela, camisa manga larga, sombrero –guarda varios que le han obsequiado–, poncho y un bastón artesanal pintado de azul oscuro y rojo –su color preferido y que le recuerda a su partido, el Liberal, que defiende con orgullo–, como si tuviera la pinta que utilizaba cuando salía al pueblo los fines de semana o asistía a algún jolgorio.
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Pastor Ramírez comparte con otros cinco adultos mayores que viven en el Hogar de Paso La Esperanza del municipio de Apulo.
Cesar Melgarejo
Pero los años no han pasado en vano. Así como sus dedos ya no son tan flexibles como para sacarles acordes al tiple, y tampoco recuerda con precisión las letras de las canciones, de su memoria desapareció hace mucho el recuerdo de sus padres. Solo dice que su madre se llamaba Amelia y que sus tías Matea y Salomé lo llevaron siendo aún niño a la finca La Arabia, en Quipile, junto con Anastasio y Barbarita, sus dos hermanos, a quienes no ve desde joven y que seguramente ya pasaron a otra vida.
A lo largo de su existencia, Pastor se ha paseado por Cundinamarca, Caldas, Risaralda y Tolima. En esos años en los que las fuerzas lo acompañaban fue recolector de café. Cuenta que comenzaba muy temprano y, como pocos, entregaba al final tres bultos del grano, unas 15 arrobas. Y cuando pasaban las cosechas, era jornalero. Rozaba potreros, deshierbaba caña, ordeñaba, cosechaba maíz y también cuidaba fincas.
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“Estaba joven y trabajaba, pero todo lo que conseguía me lo jartaba con amigos. Como estaba alentado, aullaba como perro en una montaña (risas). Era toma guarapo, toma cerveza. Entonces, me vine para esta región”, recuerda.
Este hombre centenario también habla de que tuvo novias, en el Eje Cafetero y en el cañón del Combeima, en Ibagué, pero con ninguna dejó hijos. Sí recuerda que en Risaralda, siendo recolector, convivió con una mujer, pero que como ella peleaba mucho, incluso con los patrones, prefirió seguir su camino solo, como siempre ha sido.
Pastor Ramírez no es conocido en el sur de Cundinamarca como un hombre buscapleitos ni al que le guste arengar ni confrontar por su ideología. Tal vez a eso se debe, en buena medida, que aún siga vivo. Él salió bien librado de la guerra entre cachiporros y chulavitas (como les decían a los seguidores de los partidos Liberal y Conservador a mediados del siglo pasado). En esa época sangrienta de la historia colombiana, Pastor prefería estar en la montaña dedicado al trabajo.
Estaba joven y trabajaba, pero todo lo que conseguía me lo jartaba con amigos. Como estaba alentado, aullaba como perro en una montaña
Pero también, asegura, porque siempre ha sido un hombre “alentado, bien andado, bien comido”, y que aunque le gustaba jugar tejo –fue campeón en la vereda Berlín– y echarse unas polas, no era borrachín. Nunca se tomó más de dos o tres, porque –dice mientras mira un pavo en el patio del hogar de paso– no le gustaba verse atajando piscos; y de nuevo suelta otra carcajada en la que exhibe los pocos dientes que aún le quedan.
Y es que hasta el covid ha sido benévolo con este campesino y con los demás adultos que conviven con él. El virus ya se paseó por el centro geriátrico y mandó al hospital a dos colaboradoras, una de ellas, mucho más joven, estuvo 21 días en UCI y casi dos meses hospitalizada recuperándose, pero no pudo regresar.
La otra es doña Ceci, quien a sus 61 años superó fácilmente la enfermedad. Pero otros siete en el pueblo no han vivido para contar la historia, entre ellos seis adultos mayores. “Cuando llega la muerte, la hora para uno irse a la otra orilla, así sea con vacuna o sin vacuna, es lo que Dios diga”, dice entre risas el hombre más longevo del pueblo y, posiblemente, de Colombia.
GUILLERMO REINOSO RODRÍGUEZ
Editor de Bogotá@guirei24
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