Cristian, un niño de 12 años, monta bicicleta en la Casa de la Cultura de Anapoima y sonríe. Nunca había tenido una y, ahora, es beneficiario de una de las 3.200 bicis de Bicicar, una iniciativa de la Corporación Autónoma Regional (CAR) en 24 municipios de Cundinamarca.
“Las bicicletas se las entregamos a la alcaldía, que las cederá por un año a los niños que cumplan el programa de formación. Este es el proyecto público de bicicleta en región más grande del país”, explica Andrés Navarrete, coordinador y gestor de Bicicar, mientras ve pedalear a Cristian y a otros 30 niños del colegio Julio César Sánchez de Anapoima.
Los niños bajan de sus bicis y van a trabajar con Camilo Medina y Natalia Rivera, sus instructores. En una de las estaciones revisan un mapa de la zona. “Quiero ir a la quebrada Socotá en mi bici a recoger botellas y no dejar que se contamine”, dice Lizeth Arias de 11 años. Esta es su octava sesión con la CAR y está aprendiendo a reconocer su territorio: los caminos, los ríos y algunos referentes urbanos. Y da un vistazo a su bici, una de las primeras de este programa.
El 27 de abril del 2017, en Anapoima, la CAR comenzó oficialmente el proyecto Bicicar. La Corporación puso 220 bicicletas donadas por empresas privadas y asignó allí dos de los 11 formadores que integran el programa. También diseñó un programa pedagógico en el que niños entre los 9 y los 17 años aprenderían sobre sostenibilidad ambiental, mecánica básica de bicicletas, normas de conducción y reconocimiento territorial.
“Si conocen sus municipios y veredas, generan identidad. Y si hay identidad, hay intención de proteger su tierra”, explica Néstor Franco, director de la CAR, y agrega: “El sueño de muchos al terminar el colegio es comprar una moto. ¡Un peligro ambiental para el departamento! Por eso queremos llegarles desde pequeños con la bici”.
“De mi casa al colegio me demoro 45 minutos caminando. En bici sería mucho menos”, apunta entusiasmado Nicolás Gómez, de 11 años. Él y otros 69 de niños de Anapoima, después de 12 clases, recibirán una bicicleta de la CAR bajo compromiso y en préstamo.
El coordinador de Bicicar se acerca a una de las bicis, saca su celular, abre un lector de código QR y escanea el sello del marco. De repente, aparece un bicirregistro: allí está el número de identificación de la bici, su ubicación, su niño responsable y sus datos personales. “Creamos nuestro propio registro. En un mes esperamos integrarlo a ApliCAR, la app de la CAR, y a la página web. Así podremos llevar un control del estado de las bicicletas y crear una comunidad virtual”, cuenta Andrés, quien también fue uno de los gestores de ‘Al Colegio en Bici’, una estrategia distrital de movilidad escolar.
Los niños dan una última vuelta al patio y, luego, guardan sus bicis en una bodega. Y, antes de partir, las miran por encima del hombro. En un par de semanas les entregarán un casco certificado, bandas reflectoras y una bomba para despinchar. Y, entonces, rodarán por el municipio y las veredas.
“Por cada bicicleta que ponga la CAR el municipio pone otra, esa es una de las condiciones para hacer parte del programa”, explica Franco. En el caso de Anapoima, a las 220 bicicletas de la Corporación se le suman 120 que ya ha adquirido la alcaldía municipal. A mediados de este año, esperan tener 5.000 bicicletas en todo el departamento.
Son las 3 de la tarde y el termómetro marca 30 grados. Camilo Medina, uno de los instructores, monta en su bici y arranca hacia la vereda San Antonio, a cinco kilómetros. Allí está su otro grupo de niños de Bicicar. Lanza un suspiro, estira y sonríe. Su semana comienza pedaleando 90 kilómetros de Bogotá a Anapoima. Luego de sus clases en Anapoima y San Antonio, se dirige a Tocaima, a 24 kilómetros para descansar.
Al día siguiente va a ver su grupo de Jerusalén, el municipio donde se hicieron las pruebas piloto de Bicicar en diciembre del 2016. De Jerusalén regresa a Tocaima y, en otra jornada, trabaja con sus pequeños ciclistas de Apulo. “Tenemos solicitudes de diez municipios para integrarse. Pero el recurso humano no es suficiente: tenemos apenas 11 instructores y 4 mecánicos”, dice Andrés rápidamente y vuelve a su celular. No han dejado de llamarlo de Bogotá y los municipios a su cargo.
En la otra cuadra, los niños ven a sus profes pasar entre las motos. Y, por un momento, sus ojos parecen fijarse más en esas bicis de marco pelado y ruedas gastadas que en la Yamaha que los sobrepasa a toda velocidad.
ANA PUENTES
Escuela de Periodismo Multimedia de El Tiempo@soypuentes