Fiebre, dolor de huesos, frío intenso, insomnio, depresión. Si para una persona del común es duro vivir en confinamiento a causa de la pandemia de covid-19, para un adicto a las drogas la mejor palabra para describirlo es ‘tortura’.
Lorena es una joven de 27 años que desde los 12 probó la droga, pensaba que se podía comer el mundo. “Mi consumo comenzó siendo una niña. He probado de todo. Pero con la heroína comencé cuando iba a fiestas de electrónica. En ese momento, uno no piensa que la diversión se puede convertir en una pesadilla”.
Hace seis años, el quiebre se incrementó en su hogar cuando su mamá se percató de su consumo en casa. “Empecé a dejar tiradas las tapas de las jeringas, gotas de sangre, y pues ella se dio cuenta. Era una forma de pedir ayuda. Ya estaba enferma”.
A los 19 años tuvo una sobredosis. “Me llevaron por urgencias. Recuerdo que me alcanzaron a reanimar, le decían a mi madre que no me podían dar nada hasta saber con qué me drogaba. Le decían que podía ser heroína, que si ella había visto jeringas”.
Luego de ese episodio la internaron, la llevaron a la Inmaculada, donde atentó contra su vida cuando su abuela fue a visitarla. “La amo, y no quería que ella supiera lo que yo hacía. Yo estaba en una camilla cuando la vi entrar”. Luego la trasladaron a La Paz.
Empecé a dejar tiradas las tapas de las jeringas, gotas de sangre, y pues ella se dio cuenta. Era una forma de pedir ayuda. Ya estaba enferma

Fuente: Ministerio de Salud,
Archivo particular
Empecé a dejar tiradas las tapas de las jeringas, gotas de sangre, y pues ella se dio cuenta. Era una forma de pedir ayuda. Ya estaba enferma
Poco tiempo después salió de la crisis, pero no tardó en recaer. “Esta es una enfermedad muy complicada. Ya cumplo diez años siendo adicta a la heroína”. Lorena ahora vive con su abuela en el sur de Bogotá porque con su madre hubo un quiebre ante su negativa de internarse en un tratamiento. “Es que a mí no me gusta esa forma de tratamiento”.
Su situación unida a la crisis local por la pandemia la tiene sin trabajo, solía ser auxiliar veterinaria, pero de un tiempo para acá todas las puertas se le han cerrado. “Y ahora a todo lo que ya es mi vida se le suma la pandemia. No se imaginan lo que hemos sufrido los enfermos”.
Según cuenta, en Bogotá solo conoce a tres personas que le distribuyen heroína. “A uno se le cayó un cargamento, otro nos está dando morfina, y eso no hace nada, solo disminuye un poco el síndrome de abstinencia, pero enferma más, y el otro, ante la crisis, se ha vuelto más complicado y si uno no le compra de seguido, no vende”.
Los sitios de distribución están en El Tunal, el centro de Bogotá o Chapinero, así que a la fuerza los enfermos tienen que salir a la calle para conseguir la droga. Entonces algunos se han visto en la necesidad de falsificar carnés de empresas donde trabajan médicos y auxiliares de la salud para poder salir a las calles. “Somos vulnerables, no tenemos defensas, pero no resistimos el dolor de la abstinencia, el físico y el psicológico”.
Somos vulnerables, no tenemos defensas, pero no resistimos el dolor de la abstinencia, el físico y el psicológico
A eso se le suma que los jíbaros están abusando con los precios. Una dosis que antes costaba 20.000 o 30.000 pesos ahora puede valer 70.000. “Entonces con lo que compraba lo de dos días solo me alcanza para uno. Me ha tocado llevarles droga a los adictos que no pueden salir y así me gano algo de plata, pero arriesgo mi vida, soy más propensa al covid-19. Pero otros venden sus cuerpos”.
¿Qué los hace hacer todo esto? El dolor. Es tan profundo en los huesos que no los deja ponerse en pie. “Uno puede pasar tres semanas sin dormir, sudas, te da frío, sientes que estás desnudo, da ganas de vomitar. Te duele una caricia y hasta sonreír. Yo he tenido dos preinfartos por la abstinencia. No le deseo esto ni a mi peor enemigo”.
Y, para terminar, la crueldad de la calle, la autoridad que les pega o los encierra, la UPJ, el terror urbano y hasta los hospitales, en donde ellos se ponen y ponen en riesgo a los demás .

Julián Quintero, director de la corporación ATS dedicada la innovación social en la atención al consumo de drogas.
Archivo particular
Para Julián Quintero, director de la corporación ATS dedicada la innovación social en la atención al consumo de drogas, lo que está pasando con los adictos en la pandemia ya es un fenómeno global.
Ya hay una alerta por el síndrome de abstinencia en las calles sobre todo en aquellos con consumos problemáticos. “En Bogotá buscan comprar a como dé lugar bazuco, heroína y alcohol. Eso los hace salir a las calles como sea y no guardar la cuarentena, aumenta el peligro debido a que aumenta la movilidad porque los grupos se busca entre sí”.
En Bogotá buscan comprar a como dé lugar bazuco, heroína y alcohol. Eso los hace salir a las calles como sea y no guardar la cuarentena, aumenta el peligro porque aumenta la movilidad
Según el experto además, algunos adictos suelen tener otras enfermedades como VIH; Tuberculosis, infecciones, entre otros. “Así la covid-19 es más peligrosa para ellos y a su vez ellos para los demás si llevan algunos de sus otras enfermedades a un hospital con enfermos con coronavirus”.
El otro riesgo, según Quintero, es que lo que se está vendiendo es muy costoso y de mala calidad. “El riesgo es que cuando todo esto pase, el precio baja y la calidad regresa. Eso generará aumento en las sobredosis”.
Finalmente para el experto la solución radica en: enfoques de atención diferentes a los albergues pues los adictos no quieren estar allá, atender a los adictos en su territorio y zonas de consumo supervisado. “Incluso tratamientos con cannabis medicinal u hoja de coca, ampliamente probados”.
CAROL MALAVER
SUBEDITORA BOGOTÁ
Escríbanos a carmal@eltiempo.com
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