Las manos ennegrecidas halan el rollo de hilo, ponen una mecha sobre un corte de papel cartulina, agregan pólvora, envuelven y luego amarran el contenido. Queda listo un bultico prensado, llamado bomba, que es una de las partes que forman el tradicional volador, uno de los más conocidos artefactos polvoreros.
Aunque en Bogotá el comercio y la manipulación no profesional de este y otros elementos de pólvora siguen prohibidos (Decreto 360 del 2018), en otras zonas de Colombia y del área metropolitana existen fábricas legales que elaboran y distribuyen estos materiales donde sí se autoriza su uso. Una de estas se ubica en Soacha, Cundinamarca, y se llama El Vaquero: tiene más de 70 años de existencia.
Allí es donde las manos oscurecidas de María Oliva Moreno, de 56 años, y casi 200 operarios más –en temporada alta– elaboran los elementos explosivos.
Con delantal, tapabocas y en una sala con tapete especial que elimina cualquier tipo de energía estática –así previenen explosiones–, la operaria cuenta cómo llegó a este mundo de color y detonaciones. “Nací entre la pólvora. Vengo de Guateque, Boyacá, y mi abuelo Cayetano Díaz era polvorero artesanal. Desde los 7 años empecé a ayudarle”, recuerda.
“Aquí todo es agilidad en las manos”, apunta, mientras enrolla y amarra. Pegadas del hilo van quedando una a una las bombas, que después se individualizan al cortarlas con bisturí. Caen sobre un recipiente que se traslada a una segunda sala, donde otras mujeres arman el conjunto definitivo, que incluye más pólvora y un delgado palo de guadua (para estabilizar el elemento una vez sale disparado hacia el cielo).

'Bomba’ que hace parte del común volador.
Carlos Ortega - EL TIEMPO
Durante 40 años me he ganado la vida con la pólvora, así levanté a mi familia. Pero esto ha cambiado, hay más seguridad y ahora los niños están prohibidos en la fábrica”, continúa esta artesana, que con los años tecnificó su oficio. “Aunque quedo negra al final del día, luego una se pone jabón, se monta la fachada (ropa) y quedo lista para ir a la calle”, indica entre risas.
Sobre María Oliva, colgado del techo, se observa un dispositivo de esos típicos del ingenio popular: una bolsa de basura negra, llena de agua, está lista para romperse en caso de que se levante un llamarada por accidente. Así se contienen las llamas en un primer instante.
En contraste, fuera de la sala, y serpenteantes por distintos sitios de la factoría, se observan los tubos que transportan agua y forman el sistema contraincendios: estos cuentan con capacidad y potencia para disparar el líquido hasta a 200 metros de distancia, explica Orlando Quijano, diseñador de espectáculos pirotécnicos.
“Somos legales y tenemos muchas normas técnicas de funcionamiento; nos rige la Ley 670 del 2001”, advierte Quijano, quien finalizó el 2018 orquestando el espectáculo de juegos pirotécnicos de Año Nuevo de la ciudad de Barranquilla.

Dispositivo para activar pólvora a distancia.
Carlos Ortega - EL TIEMPO
En esta fábrica se elaboran, principalmente, las conocidas luces o chispitas de bengala, volcanes, voladores y pitos (artefactos que se ubican en las categorías 1 y 2 de la pólvora). Ninguno contiene fósforo rojo y, advierte el experto, “ninguno está elaborado para que lo manipulen niños o adolescentes”.
Como dato, agrega que el 70 por ciento de la pólvora –sobre todo los fuegos artificiales especializados, cuyas figuras se inspiran casi siempre en formas de la naturaleza, como flores– es importada de China, potencia productora. El 30 por ciento de lo que se comercializa lo fabrican en Colombia.
Son varias las curiosidades del almacén, a la entrada del lugar. Por ejemplo, un dispositivo que, usando cables y un control –como el de un equipo de sonido–, permite activar volcanes y otros elementos desde la distancia, para mayor seguridad. Además, unas chispitas de bengala de 70 centímetros de largo, que ahora se utilizan para iluminar los paseos nupciales y otras ceremonias.
“La tendencia ahora es hacia la pólvora y pirotecnia que no detona, que no estalla, que no hace bulla, sino que es puro color y figuras. La pirotecnia es una tradición y lo más importante es que se mantenga con responsabilidad y pensando siempre en la seguridad de las personas”, finaliza Quijano, al tiempo que María Oliva acaba de amarrar las últimas ‘mechas’ en su cubículo de “toda la vida”.
FELIPE MOTOA FRANCO
EL TIEMPO
Twitter: @felipemotoa