La encontramos en el Centro de Desarrollo Comunitario de Bosa (CDC). De los alumnos, era la que más participaba en una clase de mecánica automotriz que dictaba un profesor del Sena. Tomaba apuntes, planeaba inquietudes y en su rostro se esbozaba una sonrisa. Es que ella dice que entre un carro y una muñeca escogería el primero, sin dudarlo.
Ella, madre de cuatro hijos, podía estar ahí gracias a que, como parte de las Manzanas del Cuidado, hay dispuestas unas máquinas de lavado y secado, de última tecnología, al servicio de las mujeres de la zona. Sí, que ellas no tengan que lavar libras de ropa a mano, desgastando no solo su cuerpo sino frustrando sus sueños sobre una piedra, les permite usar ese tiempo en otras actividades. Esta es la historia de Andrea Perdomo.
Ella tiene 36 años, es madre de cuatro mujeres, Sofía de 16, Sarita de 14, Valeria de 12, Cristal de 12 años y de un niño de siete años. Todos estudian en el colegio Inem de Kennedy. “Antes de ser mamá yo terminé mi bachillerato en el colegio Brasilia y en vez de escuchar a mi familia, que me recomendaba estudiar así fuera en el Sena, me enamoré y me casé muy joven con un hombre criado por su abuela y que venía de un pueblo”.
Dice que la inexperiencia de ambos los llevó a tomar decisiones apresuradas que los envolvieron poco a poco en la disfuncionalidad. “Mi expectativa de vida era diferente, mi pareja tenía una concepción muy machista de lo que era una familia. Él ejerció un poder sobre mí y quería que yo siempre estuviera en la casa y yo no tenía carácter. Poco a poco el cuento de hadas se fue al piso”.
Su pareja consiguió un empleo donde empíricamente se preparó para lo que hoy en día sabe hacer, que es la flexografía, pero fue adoptando malos comportamientos como el consumo desenfrenado de licor. “Cambió. Comenzaron los malos tratos físicos y psicológicos y su salario no suplía los gastos del hogar. Yo me volvía cada vez más dependiente ante la negativa de él para que yo trabajara”.
Andrea se sentía vulnerable porque además estaba presionada psicológicamente por su pareja, quien cada vez que la agredía terminaba pidiéndole perdón para luego volver a caer en los mismos errores. “Es que por más dolor, yo siempre creí en el valor de la familia porque vengo de una que me amó”.
En su diario vivir le retumbaban frases como: “usted no es capaz”, “usted no va a trabajar”, “yo soy el hombre y usted, la mujer” que la fueron convirtiendo en un ser sin alma que cambiaba cuando estaba en frente de su esposo. “Mis hijas me decían que yo cambiaba totalmente cuando él estaba”.
En una época de rebeldía pidió ayuda a su familia y se fue a vivir a Kennedy, pero no pasó mucho tiempo para que su pareja la buscara, arrepentido, y le ofreciera un espacio independiente con la condición de que él tendría unas llaves. “Quedé embarazada de nuevo. Sin dinero y sin oportunidades laborales caía fácilmente. Vivía con mis hijos en un cuarto y esto fue terrible, así que no era fácil negarme a la supuesta ayuda de mi esposo”.
Pronto los maltratos volvieron al hogar por el alcoholismo del padre de familia. “Pero para ese momento, viviendo otra vez en Bosa, conocí el CDC. Eso fue en el 2013. Ya estaba construido, pero no se habían integrado todos los proyectos. La primera ayuda que recibí fue el refuerzo escolar para mis hijas mayores”.
Así comenzó a conocer psicólogos y trabajadores sociales que permanecían en el lugar. “Yo les comenté mi situación y con el tiempo incluso mi pareja fue. Ese fue el comienzo de la sanación de mi hogar. Él empezó a notar que su papel como padre y pareja se dañaba cuando consumía alcohol y que estaba perdiendo lo que más quería. Poco a poco fue reduciendo su consumo e impactando a la familia”. A pesar del cambio, Andrea sabía que si los maltratos volvían en el CDC tenía una Comisaría de Familia a dónde acudir.
Ella nunca quiso llegar a esas instancias, pero un día, cuando su hija mayor le hizo entender que ella y sus hermanas se sentían en una cárcel estando en su propio hogar, supo que algo tenía que cambiar. “Cada vez que hablo de esto lloro porque yo y muchas mujeres solo quieren sacar a sus hijos adelante, pero al depender de alguien impacta muy mal en sus hijos. Por querer darles todo, aguantaba cosas que les hacían más daño. Yo ya ni me bañaba de la depresión”.

Andrea Perdomo disfruta de sus clases de mecánica automotriz.
César Melgarejo
“Mamá, soy libre”, esa frase dicha por la hija de Andrea caló en su vida como nunca. Ella comenzó a asistir más el CDC y hasta se inscribió en un taller de peluquería, luego en un curso del Sena de administración financiera mientras sus niñas estaban en actividades deportivas.
Su vida había empezado a cambiar porque su mente ya estaba enfocada en otros temas y lo mejor en un ambiente agradable. “Luego, mi esposo también tomó un curso de informática que dictaron acá. Empecé a sentir mucha paz en mi hogar”.
Año tras años, Andrea fue rompiendo miedos, esos que no la dejaban ser. “Recuerdo que mi padre nos llevaba al río, pero no nos dejaba entrar por miedo a que nos pasara algo, pero aquí entré a un curso y gracias a que hay una buena piscina me enfrenté al agua, salí nadando. En esta Manzana del Cuidado piensan mucho en las mujeres, conocí muchas y reíamos felices”.

La ropa se les entrega a las mujeres lavada y doblada con la condición de que ellas aprovechen el tiempo tomando un curso.
Archivo particular
¿Quién iba a pensar que una torre de lavado y secado incidiera de tal forma en la vida de una mujer? Eso se ha demostrado gracias el CDC y a las Manzanas del Cuidado. El tiempo que miles de mujeres ocupan en lavar la ropa de sus familias lo podrían utilizar para su desarrollo personal.
Andrea lo ha comprobado. Allí, como una buena administradora, hay una mujer en frente de unas cinco lavadoras secadoras de última tecnología. Ella no solo entiende la situación de las usuarias, sino que las impulsa a tomar los cursos mientras ella lava y dobla la ropa que llevan. “Ellas están felices. Mientras yo les lavo ellas estudian, aprenden, hace deporte y siempre están en la búsqueda de otros cursos o de estudiar su bachillerato para no perder el beneficio”.
El resultado no es solo mujeres más empoderadas sino madres de familia que ya no están de mal genio, que llegan a su hogar a hablar con sus hijos, a preguntarles cómo les fue en su colegio. Es un gana gana por donde se le mire. “Uno se pone menos regañón. El CDC y las Manzanas del Cuidado apoyan a toda clase de cuidadores: abuelas, nietas, en fin, la vida mejora”.
Andrea dice que estos espacios y programas deben seguir existiendo en todas las localidades de Bogotá. “Cuando uno tiene tiempo empieza a escuchar esa voz interior que advierte cuando no están bien las cosas. Mi papá me dijo una vez que uno debe tener amor propio. Aquí comencé a buscar el mío, que estaba refundido. Invito a todas las mujeres a que visiten los CDC y las Manzanas del Cuidado”.
De los espacios de lavandería también se benefician los hombres. Sobre todo los fines de semana. “Sí, ellos vienen a hacer la tarea mientras sus esposas descansan o hacen otras cosas. Traen el jabón y el suavizante”, dijo la administradora de la lavandería.
Andrea sale tan feliz de este lugar que a veces se le olvida ir a reclamar la ropa y le toca devolverse a llevarse sus prendas limpias y dobladas.
Entidades aliadas para la vida
Marina Avendaño, subdirectora de Integración Social de Bosa.
César Melgarejo
En el CDC de Bosa y de otras localidades confluyen muchos de los programas del Distrito, sobre todo los de las secretarías de Integración Social y la Mujer. Marina Avendaño, subdirectora de Integración Social de Bosa, explicó que a través de las 16 subdirecciones se lleva toda la oferta distrital a las personas más necesitadas a través de un equipo calificado y el lineamiento de las políticas públicas existentes. En Bosa, por ejemplo, hay 600 funcionarios al frente de varios proyectos. En los CDC hay cursos de natación, de modistería, de peluquería, asisten profesores del Sena a dirigir cursos como, por ejemplo, el de mecánica automotriz, además va personal del IDRD a dictar clases de aeróbicos o de baile.
Allí mismo está la lavandería para que las mujeres puedan aprovechar toda esta oferta mientras su ropa se lava.
Pero también está la institucionalidad porque es posible validar el bachillerato, asesorarse en una Comisaría de Familia. “Es un espacio de inclusión para todas las personas que necesiten un respiro”, dijo Avendaño.
CAROL MALAVER
SUBEDITORA BOGOTÁ
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