Se sabía que a esto íbamos a llegar. Se sabía que tarde o temprano las cuarentenas serían insostenibles. Se sabía que en crisis como estas la economía llega a tener el mismo peso que la salud. Y se sabía que la paciencia de la gente tenía un límite. O como diría mi abuela Marcela: ‘bueno es culantro, pero no tanto’.
La seguidilla de anuncios de la alcaldesa Claudia López esta semana fue tal que por momentos pensé que estaba poseída por Duque o por el señor Mac Master. ‘Vamos a abrir restaurantes, parques, ciclovía, comercio grande, comercio pequeño, misceláneas, peluquerías, aeropuerto, más gente en TransMilenio, más libertad...’, dijo. Ni la subida a Monserrate se quedó por fuera.
De la mandataria que se hizo célebre por aquello de “sobre mi cuerpo muerto vuelven a abrir...” o “mi hermano, la plata siempre se puede recuperar, pero la salud la tenemos que cuidar”, pasamos a la que esta semana anunció “una ciudad que operará 4 x 4: cuatro días el comercio al por mayor, la manufactura, y cuatro días, de jueves a domingo, operarán otros sectores”. Y al día siguiente le dio un día más al comercio al por menor y permitió que se habilitaran plazoletas de comida, con protocolos.
Exagero, por supuesto, pero la realidad es que la alcaldesa se ha apoyado en los indicadores que le revelan mejoras en ocupación de salas UCI (a la baja) y en el buen comportamiento de la gente para tomar estas medidas, que, sin embargo, nunca dejarán contentos a todos. El comercio, que tiene cinco días a la semana para trabajar, no quedó contento. Tampoco los bares, ni las iglesias, ni muchos padres de familia con el tema de los colegios. Y lo peor de todo es que encontraron en la protesta la mejor forma de presionar. En fin.
Debe ser eso lo que llaman la ‘nueva realidad’, y no sé si debamos alegrarnos o no. Mis hermanos, que perdieron sus empleos, confían en que ahora puedan recuperarlos. El administrador de un pequeño restaurante en la sabana me llamó angustiado porque el dueño había decidido liquidarlos a todos, pues ni siquiera los domicilios aguantaron. Ahora espera que vuelvan los turistas. Una mujer, que atiende un local de pandebonos en la 115 con Suba, quedó sola al frente del negocio: sus tres compañeras fueron despedidas por cuenta de que la pandemia bajó las ventas. Y así se pueden seguir contando decenas de historias que conmueven y que lo llevan a uno a decir que siquiera volvió la reapertura.
(Además: Guía para la nueva fase de cuidado en Bogotá).
La otra cara de la moneda son las víctimas del virus, los que perdieron familiares cercanos o lejanos; los que vivieron días de angustia porque el padre o la madre o el abuelo resultó positivo y debió aislarse, el golpe emocional que esto produce solo lo saben quienes lo viven o ya pasaron por ahí. Ni qué decir del cargo de conciencia que embarga a quien llevó el virus a casa sin darse cuenta. No estoy seguro de que ellos estén recibiendo con el mismo entusiasmo esto de la ‘nueva realidad’.
Pero como dice nuestro asesor médico, Carlos Francisco Fernández, mientras no exista vacuna certificada seguiremos siendo presa fácil del coronavirus, de sus caprichos, de su insensatez, de su ritmo; vamos reaccionando según sus designios y no podemos predecir cuándo ni cómo desaparecerá. Que será dentro de varios meses es, a lo sumo, lo más certero que se puede asegurar. Por tanto, tendremos que convivir con él, como Claudia y Petro o Uribe y Santos: de lejitos.
Yo procuraré seguir encerrado, pues estoy convencido de que la ‘nueva realidad’ puede convertirse en arma de doble filo para desobedientes e insensatos. Las reaperturas anunciadas tienen por objeto ayudar a la economía, pero con responsabilidad. Sin embargo, hay empresarios que desean volver a ver chorros de gente en calles, locales y centros comerciales, “hay que abrir todo, todos los días y a toda hora”, vociferan; pero cuando venga el rebrote –Dios no lo quiera– y debamos volver a confinamientos sectorizados y estrictos, entonces hablamos. ¿No dizque tenemos que aprenderles a países que ya lo han experimentado?
Yo procuraré seguir encerrado, pues estoy convencido de que la ‘nueva realidad’ puede convertirse en arma de doble filo para desobedientes e insensatos
Atrás quedarán los disensos con el Gobierno Nacional, las cuarentenas, los pico y cédula y muy seguramente los comparendos. Al final de cuentas, quién puede controlar tanta cosa. Lo que prevalecerá, en cambio, serán los números de contagiados y muertos, y si no queremos hacer parte de ellos ni que uno de los nuestros lo sea, tendremos que hacer una reflexión simple cada vez que vayamos a salir de casa: ¿vale la pena exponerme hoy? Y si lo hago, ¿cómo voy a protegerme? ¿Existe forma de no correr riesgo?
Desde el jueves, cuando comenzó la reactivación en Bogotá, ya empecé a notar varios cambios. Algunos para mal: más carros, muchísimas motos, trancones, jóvenes en el parque en un partido de micro sin protección, accidentes... Pero también cosas buenas: hordas de ciclistas, gente con tapabocas, respetando distancias hasta en la papelería; vigilantes haciendo cumplir lo del pico y cédula, pequeños comercios reabriendo con prudencia y muy seguramente una ciclovía hoy con centenares de personas. Ojalá protegidas.
El fin de la etapa preventiva no es el fin de la pandemia, ojo, es el comienzo de una fase quizás más decisiva: la del ‘usted verá’, frase popularizada por las mamás que antecedía a otra igual de contundente: ‘se lo dije’. Pero es también el momento del esfuerzo de la administración por la pedagogía, por remarcar mensajes, por convertir en un sirirí el tema, infortunadamente es así como la gente termina por asimilar las normas que surgen de aquello que aborrecen.
¿Es mi impresión o... los postes y mobiliario público de Bogotá han vuelto a ser vandalizados sin misericordia por los pegoteros?
ERNESTO CORTÉS
Editor Jefe EL TIEMPO