“Aprendí a llorar solo, a gritar en silencio, a sobrellevar la culpa”. *David vive inmerso en una pesadilla desde el año 2010, cuando el sacerdote William Eduardo Alfonso Gómez irrumpió en su intimidad aprovechando que tan solo era un niño de 13 años.
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La infamia ocurrió en la parroquia San Martín de Tours, ubicada en el barrio con el mismo nombre (San Cristóbal Sur), cerca del sector conocido como Guacamayas. “Recuerdo que cuando todo comenzó yo estaba cursando el grado séptimo y mi mamá era catequista de esa parroquia”.
El joven contó que un año antes de que comenzaran los abusos su mamá se había quedado sin trabajo, y que fue en ese momento cuando Gómez le ofreció en qué ocuparse, se presentó como el salvador de ese momento de angustia. Le dijo que podría encargarse de los oficios y el aseo general de la casa cural.
Esta residencia quedaba justo al lado de la parroquia en la que el religioso oficiaba misa. “Cuando salía de mi colegio me iba a la casa cural a ayudarle a mi mamá”. Ella lo era todo en la vida de este niño, y cada vez que sus estudios se los permitían se iba a trabajar a su lado. Pasaban por una difícil situación económica.
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Lo extraño fue que Gómez comenzó a imponerle oficios en los lugares más apartados de aquella casa. “Por ejemplo, me ponía a limpiar objetos en la biblioteca, libros o porcelanas de su habitación personal”.
Ya en el año 2010 la actitud del párroco cambió aún más. Comenzaron los comentarios morbosos, pero además actitudes que para el joven no eran correctas. “Se cambiaba delante de mí, se quedaba en bóxer y me mostraba los tatuajes que tenía”.
Se cambiaba delante de mí, se quedaba en bóxer y me mostraba los tatuajes que tenía

El sacerdote usaba perfiles falsos para publicar sus aberraciones.
Archivo particular
Este religioso se ufanaba de los mismos. Tenía inscripciones en su piel de otros idiomas y la imagen de una mariposa azul en su espalda. Al quitarse su atuendo era como si se tratara de un ser totalmente diferente, a veces como salido de una película de terror. “Al pasar el tiempo me preguntaba cosas sobre mi ropa interior o cuánto calzaba y me decía que le daría miedo verme desnudo”. Pero con los escasos años que tenía David no podía distinguir las intenciones de aquel hombre.
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Todo esto asustaba al joven, sobre todo porque esa actitud permaneció en el religioso durante unos cinco meses. “Luego vino el primer abuso. Ocurrió en la habitación de la casa cural. Me engañó diciéndome que subiera. Luego de eso, y a pesar de que me dijo que fuera a la misa, yo me fui de una vez para mi casa. No quería estar ahí”. David estaba confundido, tenía miedo, no sabía qué hacer.
Pero el ultraje no paró ahí. Gómez solía tener actividades de oración en diferentes casas en el norte de Bogotá. De hecho, tenía un grupo de personas seleccionadas a quienes les permitía acompañarlo. “Yo solía asistirlo con mi mamá, pero luego él le decía a ella que me dejara ir solo”.
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Así fue que otro día, llegando a la casa cural, a eso de las tres de la mañana, le dijo al joven que se quedara con él y que vieran televisión en su habitación. “Yo quería irme para otro cuarto, pero él me insistía. Luego yo me empecé a quedar dormido y cuando menos me di cuenta estaba encima mío”. A Gómez no le importó el dolor de la víctima, siempre lo manipulaba diciéndole que él quería que eso pasara en aquel lúgubre cuarto.
La habitación del sacerdote quedaba en el segundo piso de la casa cural. La cama era de madera, envejecida y oscura, había dos mesas de noche, un armario de pared a pared, una mesa y un televisor. La imagen de aquel lugar quedó incrustada en la mente de este joven porque ese día fue cuando todo pasó del tocamiento al acceso carnal violento. “Pasé casi toda la noche en el baño, tenía dolor, sangraba”, recordó David.
Yo soportaba el dolor de las heridas. Fui obligado a destruir evidencia, a bañarme cada vez que él decidía usarme de forma grotesca, fuerte y abusiva

William Eduardo Alfonso Gómez fue enviado a la cárcel La Modelo de Bogotá.
Archivo particular
Aquella velada, asustado, se quedó dormido sobre el piso frío y solo hasta las seis de la mañana salió despavorido para su casa. “Cuando llegué me puse el uniforme y me fui a estudiar. Era solo un niño amedrentado”.
Durante tres años, David fue obligado por Gómez a ceder a sus aberraciones. Siempre con la misma excusa, siempre de la misma forma, siempre diciéndole que arrugara las cobijas de su cama para que la madre del joven no se percatara de los abusos, siempre manipulando. “Yo intenté contarle todo a mi mamá, pero el sacerdote me decía que gracias a él ella tenía trabajo y que él era la única persona que nos ayudaba. También me compraba ropa y nos invitaba a comer”.
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Gómez jugaba con la mente del joven, le decía que un cuerpo solo soportaba cosas que quería, que la violación era un concepto que no existía y que él tenía que meterse en la cabeza que estaba disfrutando lo que pasaba. “Yo quedaba como loco, soportaba el dolor de las heridas. Fui obligado a destruir cualquier evidencia, a botar los papeles con los que me limpiaba en el inodoro, a bañarme cada vez que él decidía usarme de forma grotesca, fuerte y abusiva”.
David dice que esos momentos, simplemente, se quedaba sin respiración, dejaba de vivir, se convertía en un simple objeto sin valor alguno.
Tiempo después el párroco fue trasladado a la iglesia San Benito Abad del barrio San Carlos. “Pero él se las arreglaba para ir a mi casa. Una vez yo estaba incapacitado porque me habían sacado las cordales y él me visitó, habló con mi mamá y tarde en la noche, otra vez, comenzó el abuso y en mi propio hogar”.
Otras veces el abusador lo seguía hasta el colegio, era como si no quisiera perderle el rastro. Siempre se las ingeniaba para saber lo que hacía el joven estudiante.
Para el año 2014, madre e hijo seguían trabajando para Gómez y el ultraje no paraba. David seguía siendo victimizado día tras día. A los 19 años su vida estaba destruida.
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Cuenta que había comenzado a fumar marihuana como un mecanismo para tratar de olvidar todo lo que había pasado. Su familia ya no lo veía como el niño juicioso sino como el adolescente rebelde con problemas. “Para esa época les conté a unas primas y ellas me dijeron que denunciara. A mi mamá no, porque aún trabajaba para el sacerdote y hasta estaba en un tratamiento con él. Él es psicólogo”.
Los años de abuso destruyeron la relación de David con su madre . “Él rompió todos los lazos de comunicación entre nosotros y a la vez decía que él era el único que podía ayudarnos”. David quiso escapar muchas veces del abuso, incluso una vez intentó salir corriendo, pero el sacerdote lo golpeó en la espalda, le dio muchos puños, otras veces lo hacía grabar lo que sucedía.
En una ocasión, el párroco le regaló un celular al joven, pero su estrategia era pedírselo prestado para contactar niños o para husmear en sus conversaciones. “Claro que gracias a eso pude entrar a su Facebook y comenzar a recopilar pruebas. No sabía cuándo iba a ser lo suficientemente valiente para denunciarlo, pero pensaba que algún día sería capaz de vencer mis miedos”.
Así se percató de que usaba cuentas de Facebook e Instagram con perfiles falsos. “Usaba otros nombres para subir contenido explícito. Todo eso lo guardé, pero sentía miedo de denunciarlo y que él alterara mi versión. Muchas veces le dije no más pero otra vez volvían los puños en mi espalda”.
El relato de David y muchas pruebas aportadas por los abogados Miguel Darío Hormaza y Claribel Cubillos, de Coopsoliserv, así como de los investigadores de la Fiscalía General de la Nación lograron que a Gómez se le imputaran los delitos de acto sexual abusivo, acceso carnal abusivo con menor de 14 años y acto sexual violento agravado. Todos con circunstancias de mayor punibilidad debido a la posición del sacerdote.
Yo intenté contarle todo
a mi mamá, pero el sacerdote me decía que gracias a él, ella tenía trabajo y que él era la única persona que nos ayudaba
La denuncia fue interpuesta el 17 de febrero de 2020 por David y la captura de Gómez se logró el 14 de febrero de 2021 en el barrio San Benito. La legalización de captura fue el 15 de febrero y ese mismo día el sacerdote aceptó los cargos.
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El 16 de febrero el juzgado 12 de garantías impuso medida de aseguramiento y se ordenó que el padre fuera llevado al centro de reclusión penitenciario la Modelo de Bogotá. Solo está pendiente la sentencia condenatoria por parte del juez de conocimiento.
‘Hablar’ fue una palabra negada durante años para este joven. “Hoy puedo decir que ha sido la decisión más liberadora de mi vida. William Eduardo Alfonso Gómez arruinó mi infancia, mis propósitos, mis ilusiones. Acabó con mi inocencia. Ahora sé que lo que pasó no fue mi culpa; él, como sacerdote, tenía poder sobre mí”. Se cree que así como David pudo haber más víctimas, más vidas destruidas por los abusos de este religioso. Están en su búsqueda. “Les digo que, por favor, denuncien, por eso cuento mi historia, quiero salvar a otras vidas del abuso”.
CAROL MALAVER
SUBEDITORA SECCIÓN BOGOTÁ
Escríbanos a carmal@eltiempo.com
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