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Bocas

'Confío en que haya una muestra de grandeza de nuestros expresidentes'

La diplomática y periodista habló con BOCAS para la edición 110

La diplomática y periodista habló con BOCAS para la edición 110

Foto:Ricardo Pinzón

Maria Emma Mejía habló con BOCAS sobre su carrera tras publicar el libro que recoge sus memorias.

Gustavo Gómez Córdoba
Embajadora ante Naciones Unidas y España, secretaria general de Unasur, canciller, ministra de Educación, miembro de la Comisión de Relaciones Exteriores (cuando los expresidentes asistían), alta consejera presidencial para Medellín, directora de Focine, negociadora de paz, política, periodista, cineasta, conferencista, columnista. Muchas comas para una mujer que es punto y aparte. Todas esas comas, y la vida pública que se acomoda entre una y otra, están en la solapa de su libro El camino que abrimos. Lo que no figura en la solapa, viene enseguida.
Se ha casado tres veces y con el segundo marido, al que le cocina el mejor bistec a caballo del universo, repitió. Cuando está concentrada trabajando no se recomienda hablarle o decirle que tiene una llamada por teléfono. A nada le tiene miedo, como le enseñó un papá disciplinado, aunque amoroso. Como decían en los años cincuenta, a los problemas les mete segunda y pa’lante.
María Emma conduce un programa de televisión, A fondo, pero de joven aceptó conducir y meter acelerador a fondo para ganarse la vida en ese extranjero donde décadas después se conduciría como diplomática. Se sabe todas las canciones del mundo y las canta en voz bajita, para que nadie se dé cuenta. Beatles, Serrat, Jaime R. Echavarría, tangos. Todo es todo.
Alberto Casas Santamaría, con quien ha compartido micrófonos y cobijas, la puso a tomar whisky, pero ahora él le está jalando al tequila. Casas casi no la enamora y algo se demoró Julio Sánchez Cristo en pillarlo de pretendiente.
Enferma por la radio. Pragmática, pero amiga de las flores. Escasas groserías. La última palabra de su libro es “vida”. Y quiere vivir mucho sin darse cuenta del día en que se esté muriendo.
El escritor Héctor Abad Faciolince, amigo de juventud, dice que ella es como se ve en la portada de sus precoces memorias: “Seria, obstinada, el mentón ligeramente levantado con un gesto que muestra más convicción y seguridad que arrogancia; la belleza suficientemente desaliñada de una niña cuyo padre esperaba un niño, y entre sus brazos una carga pesada, más grande que ella, que representa la tarea por hacer, ante la cual no teme ni se amilana”. Eso dice él de ella. Y esto dice ella de ella:
La diplomática y periodista lanzó recientemente el libro El camino que abrimos, una suerte de memorias precoces.

La diplomática y periodista lanzó recientemente el libro El camino que abrimos, una suerte de memorias precoces.

Foto:

¿No debería ser esta una entrevista con María Emma Mejía, célebre bailarina colombiana?
Probablemente, pero no me dejaron. No me dieron permiso, me tomaron del pelo, si es que se me permite hablar de mis padres con cierta falta de respeto. Siempre pensé que ellos querían que fuera bailarina de ballet y que me admiraban por ello. Pero no. María Elena Vélez, esposa de Fabio Echeverri Correa, que había sido bailarina profesional, vio mi talento y gracias a ella entré a estudiar en la academia de Kiril Pikieris y su esposa, Leonor Baquero. Él me ayudó a hacer una prueba en la Escuela de Ballet de Kiev y ahí fue cuando mis papás me mandaron para donde sabemos. Me dijeron que no había la menor posibilidad de que una nieta de Gonzalo Mejía, ese prócer empresarial paisa, fuera bailarina. No se pudo.
Lo de ser bailarina no lo permitieron, ¿pero soñaron sus papás con que tuviera un rol en la vida pública o la veían destinada a ser ama de casa?
Ama de casa. Para mis papás era duro que fuera una persona pública. De hecho, para ellos era lo mismo ser bailarina que ser política. Eran otros tiempos. Mi abuelo fue un peleador furibundo contra el centralismo bogotano, que fustigaba en cartas en las que se quejaba de que no se podía hacer cine de calidad en Antioquia o de que no le dejaban traer deslizadores para desarrollar el río Magdalena. Que una mujer de la familia pensara en ballet o en política, sencillamente era inaceptable.
Terminó cogiéndole el paso a la vida pública, y siendo cercana a muchos gobiernos. ¿Le gustan todos los presidentes que ha conocido?
Sí, los respeto. No creo que uno llegue a ser presidente por nada o a sacar siete millones de votos así como así. No es cosa de corrupción o compra de votos; la gente vota por convicción. En lo personal, trabajé con Belisario Betancur, un hombre de mi tierra, y lo quise muchísimo. Con Pastrana, en el proceso de paz, y con Samper, en medio de muchas dificultades. También con Gaviria. Y, claro, con Luis Carlos Galán, que me hizo entrar a la vida pública a través de las Juventudes Galanistas y me convenció de dejar el cine.
Truman y López Michelsen hablaban de los presidentes como “muebles viejos”. Hoy vemos a esos muebles rayándose entre ellos. Cuando no es Uribe con Santos es Pastrana con Samper. Usted, que les encuentra algo de valor a todos, ¿por qué cree que son más efectivos peleando que dialogando?
Lo que vemos hoy es terrible. A mí me tocó hacer parte de la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores durante quince años y era muy distinta. Uno veía a Turbay, López Michelsen y Pastrana Borrero peleando, pero en el campo de las ideas y de la defensa de los intereses nacionales, de la soberanía. Me impresionó una columna de Daniel Samper Ospina describiendo a los expresidentes… ¡y pensar en que no se puedan reunir! Ni lo entiendo, ni lo acepto. Confío en que en los meses que nos quedan, antes del cambio de gobierno, haya una muestra de grandeza de nuestros expresidentes.
¿Qué tan buen o mal “mueble viejo” va a ser Iván Duque?
La tiene difícil. Es un hombre muy joven, con ambición académica e intelectual, pero hay unas distancias enormes en la región y es difícil moverse en un continente tan dividido. Hoy no hay integración ni multilateralismo; fueron tragados por las ideologías.
¿Cuál fue su momento más duro como canciller?
El día en que tomé posesión. Estaba en pleno empalme con Rodrigo Pardo y Samper, y entra Juan Mesa, secretario general, a informarle al presidente que el embajador Myles Frechette confirmaba que en media hora el Departamento de Estado de los Estados Unidos anunciaría el retiro de su visa. Hoy en día, puede que a mucha gente no le importe quedarse sin visa, pero en ese entonces tenía un peso significativo, sobre todo para un presidente. Fue una crisis que terminó dándole un viraje a la política exterior. Recuerdo que, al día siguiente, Julio Sánchez me preguntó que si de haberlo sabido habría aceptado la Cancillería. Respondí que sí, porque uno no abandona el barco.
¿Hizo bien Estados Unidos en quitarle la visa a Samper?
No. Creo que fue un gesto de arrogancia infinita. Retirarle la visa a un presidente por un asunto institucional o de gobierno me parece totalmente innecesario.
Hablemos del presidente que no fue. ¿Ese Luis Carlos Galán mítico que les pintan hoy a los muchachos es el mismo que usted conoció?
Totalmente. Había entrado al gobierno del presidente Betancur para dirigir Focine, que atravesaba una situación difícil. Iba rodeada de toda la gente con la que hacía películas. Sacrificamos nuestros proyectos y nos dedicamos a impulsar la legislación que garantizaba que las cintas nacionales se exhibieran y que hubiera estímulos para la industria. Y aparece Galán en el Congreso, en la Comisión Tercera, y nos ayuda a sacar adelante el impuesto al cine. Fue ese ser que nos convenció, que a la juventud le dijo: ‘ahora les toca meterse a ustedes a hacer política, porque el país está en medio de un gran conflicto’. Es el mismo Galán: el que quiere mi generación, el que quiere la gente de hoy, el que todos queremos. Fue un tipo sólido e inquebrantable, a sabiendas de lo que le iba a costar. Quisiera ver más a Galán en cine, en series, en Netflix, allí donde uno solo ve a Pablo Escobar.
¿Juan Manuel y Carlos Fernando Galán encarnan los ideales de su padre?
Sí, me gustan, y Rodrigo Lara también, pero hay que ampliar el Nuevo Liberalismo, que no puede convertirse en una cosa de herencias míticas. Confío en que ese Nuevo Liberalismo, ese nuevo centro, que uno puede ver hoy ‘retaqueado’, se convierta en una oportunidad. Que no sean las derechas ni las izquierdas, como hace cuatro años. Es clave el peso de ese centro y que ahí esté el Nuevo Liberalismo, pero ampliado. Viendo la Coalición de la Esperanza, esperaría que no sea un reguero de egos, sino de personas que lleguen a un acuerdo común, algo que casi nunca nos pasa en este país, y donde el Nuevo Liberalismo vuelva a brillar, con jóvenes que dejen la calle y empiecen a buscar una política activa.
En Estados Unidos suelen preguntar qué estaba haciendo la gente el día en que asesinaron a Kennedy. ¿Usted qué estaba haciendo cuando mataron a Galán?
Tratando de tener un hijo. Estaba en Maryland, Estados Unidos, con mi esposo Lucas Caballero. Habíamos hecho muchos in vitros, muchos intentos de tener un bebé… esto nunca lo había contado. Estábamos en una clínica y en la noche llamé a un gran amigo, Germán Arrieta, que hizo la música de muchas de mis películas, y que estaba de cumpleaños, 18 de agosto. Me contestó una mujer que trabajaba con él y, muy agitada, me dijo: “¡Acaban de atentar contra Galán, no sabemos si está vivo o muerto…! ¡Germán no está acá, no sé…!”. Colgué y le dije a Lucas que teníamos que irnos para Colombia y él me contestó: “Creo que perdimos nuestro bebé aquí”. A la mañana siguiente regresamos y muy pocos días después me llama César Gaviria y me dice: “María Emma, usted es la nueva secretaria general del Partido Liberal”. Arranco en esa campaña hasta que ganamos en marzo la consulta interna, enfrentados a las vacas sagradas del Liberalismo, y luego la Presidencia. Después, él me nombra para el oficio más duro de mi vida: dirigir la Consejería para Medellín. Fue un gran homenaje a Galán, en ese momento, ser consejera para Medellín.

Las insinuaciones de que la belleza era el impulso de mis logros me ponían histérica

Pero años antes usted había dicho que Medellín se le había quedado chiquita…
Sí, me quise ir de Medellín en los años de la universidad. Sentía que no cabía entre las montañas, que ese no era mi escenario… montañas que después amé profundamente. Estudiaba en la Bolivariana, Comunicación Social y Periodismo, donde Darío Arizmendi era el profesor más “cuchilla” y una compañera de clases, Ana María Navarro, sería más tarde su esposa. Pero quería hacer cine y me corría por las venas, porque mi abuelo había escrito y producido Bajo el cielo antioqueño, en 1925. Mi papá mantenía las latas con las cintas de nitrato debajo del sofá de la biblioteca y solía decir que las dejaba ahí “¡hasta que en átomos volando!”. Terminó donándoselas al maestro Hernando Salcedo Silva y, años después, la Fundación Patrimonio Fílmico Colombiano restauró la película en México y hoy se conserva en acetato. Por eso aterricé en Londres, de donde casi no vuelvo.
Allá conoció a Juan Manuel Santos… ¡aunque él no estaba muy interesado en usted!
Era representante de la Federación Nacional de Cafeteros ante la Organización Internacional del Café, pero, además, hijo de Clemencia, íntima amiga de mi tía María Victoria Mejía. Después de un paso fugaz por el modelaje, desfilando una línea de bluyines de la marca Caribú, me fui a Londres a estudiar cine. Clemencia y mi tía eran dos mujeres berracas, emblemáticas, echadas pa’ lante, jugadoras de golf; así que Clemencia llamó a Juan Manuel y le dijo que me cuidara en Londres, que yo era una niña, que me encargaba mucho. Obviamente ni él me llamó, ni lo llamé, hasta que, un día en el banco, yo sacando mis cinco pesos y él sus cien, me lo encontré. Me acompañaba Maribel Salazar, una amiga preciosa que también estudiaba en Londres, y él dijo, claro, esta debe ser la paisita que me recomendaron. Nos saludó y, gracias a Santos, que decía que éramos unas paisitas de alpargatas, casi conozco a mi primer esposo.
¿Casi?
Es que Santos era muy amigo de Lucas, y le dijo que iba a presentarle a una niña muy querida, que estrenaba su primer largometraje y que trabajaba en el consulado. Lucas respondió que no había la menor posibilidad de conocer a alguien de un consulado. A la semana nos conocimos y seis meses después nos casamos.
En ese mundo de aquellos días ser bonita era clave. ¿En qué momento se dio cuenta de que ser bonita no era suficiente?
Siempre lo supe. De hecho, la primera vez en que fui consciente de que tenía algún atractivo fue en el bus del Gimnasio Los Pinares, del Opus Dei. Me gustaba sentarme en donde va la llanta y se hace un gordito en la carrocería. Ahí ponía la pierna y un buen día mi compañera de banca me dijo: “Uyyy, usted tiene unos ojos de vaca preciosos, grandes y salidos, ¡y unas piernotas!”. Fue la primera vez que percibí una cierta estética, porque la estética de la danza era para mí más del oído, y del trabajo y la disciplina. Quien no pasa de la fachada no avanza, y este tipo de cosas jamás se la plantean los hombres. En la vida pública he conocido muchos hombres guapos, y a ninguno le preguntan si la fachada ha tenido que ver con el éxito.
¿Le molestaban esas referencias a su atractivo?
Las insinuaciones de que la belleza era el impulso de mis logros me ponían histérica. Estábamos lejos del movimiento #MeToo; éramos mujeres aventadas, con ganas, dedicadas, que siempre me recordaban a las mujeres valiosas que habían sido pilar del Nacimiento de Naciones Unidas, en donde, años después, el Santos de la fila en el banco me posesionaría como embajadora. Mujeres discretas que revisaron en su momento cada línea de la Declaración de los Derechos Humanos para eliminar cualquier asomo de sexismo en el lenguaje, y cuya historia quedó en el libro que publicamos hace unos años, HERstory: Celebrando a las mujeres líderes en la ONU.
¿Y aquello de “Mariahembra”?
¡Eso fue autoría intelectual del gran Jaime Garzón!
El #MeToo puede ser reciente, pero todo lo que terminó generándolo viene de muy atrás. ¿Alguna vez se propasaron con usted?
Nunca me pasó y doy gracias, porque no sé qué habría hecho.
Dejemos el acoso y volvamos al amor. Retomando palabras de la compañera de banca en la ruta del colegio, ¿cuál fue el primer hombre que tuvo bien cerca esos ojos saltones de vaca?
Mi papá se acababa de quebrar con su empresa de venta de vehículos y Ángela Echavarría, amiga de mis papás, me invitó a modelar los bluyines de Caribú. Recuerdo que puse las piernas sobre la mesa, feliz, y dije que con esa plata me iría para Londres. En ese combo de muchachos de alrededor de 17 años conocí a mi primer amor, Bernardo Olarte. Era muy independiente, hijo de los cónsules de Colombia en Nueva York, sofisticado, distinto, nada machista, genial. Irme significó sacrificar mi primer gran amor. No quería casarme; quería ser yo y crecer.
De Londres volvió con Lucas Caballero, su esposo, y, a pesar de tantos años de servicio público, no se olvidó del sueño de ser mamá.
No fue fácil; no había tiempo. Pero ha sido lo más especial del mundo. Mi hijo Pedro vive y trabaja en Europa. Es comprensivo, dedicado, estudioso. Recuerdo la primera vez que nos llamaron del colegio, el Anglo, cuando estaba chiquito, y nos citaron. “Algo pasó, tuvo que ser algo malo”, le dije a Lucas. Nos dijeron que Pedro era Golden Book, que en el Anglo era sinónimo de excelencia académica. Cuando Lucas murió, hace ya casi tres años, Pedro era lo que él más había querido en la vida. Una vida que Pedro alegró, porque Lucas era muy solo, sin hermanitos, con la presencia, eso sí, de su primo, el periodista Antonio Caballero, que acaba de morir, y de su hermano Luis, el pintor, que había fallecido en 1995.
¿Pedro le decía “cucho” a Alberto Casas Santamaría?
Sí. Pedro decía que era un amigo mío muy “cucho”.
Pues ese “cucho” hizo hasta lo imposible por vencer su indiferencia y terminó enamorándola y casándose con usted. ¿Cómo lo logró?
No la tuvo fácil, porque éramos muy distintos. Era conservador, más mayor, muy serio. Él quedó viudo y, años después, con sus dos hijas maravillosas, más Pedro, fue armándose una cosa rara. Mis amigos me decían que no y que no, pero, poco a poco, pasamos del no creo al sí creo. Alberto me hizo un mejor ser humano. Era muy estricta con mi hijo, por ejemplo, y él me decía: “Con los únicos que uno no pelea es con los hijos; siempre los hijos tienen la razón y uno se las tiene que dar”. Esa lealtad y ese amor que él tiene con sus hijas y sus nietos terminó enseñándome a mí también una nueva manera de querer.
¿Semejante cachacazo sí baila? Porque usted en su primer matrimonio era rumbera…
Baila como los dioses. Perfecto. Creo que baila tan bien como Lucas, el primer cachaco de mi vida. ¡Baile no me ha faltado!
Casas tiene mucho amor por usted. Pero también tiene muchos libros, que viven regados por toda la casa. ¿Se aguanta el desorden?
Lo que me da es una envidia enorme de la calidad de lector que es. Soy estudiosa, pero él me complementa, porque es un intelectual y un humanista. No se imagina la delicia que es oírlo conversando con los amigos. Cierto, sí, que con tanto libro ya casi no cabemos en la casa, pero había vivido algo parecido con mi suegro, Lucas Caballero ‘Klim’. Casas nunca deja de aprender y esa es una cualidad magnífica.
Otra cosa maravillosa de Casas es que la puso a tomar whisky.
Uy, sí. No sabría decirle si es algo maravilloso, pero he aprendido a disfrutarlo mucho. Lo mío era el vinito y Lucas tomaba brandy o coñac, pero no estaba en la onda del whisky.
¿Cómo les ha ido de pandemia?
Muy bien. Nos quedamos juntos toda la pandemia y fuimos descubriendo una dimensión de la relación que no habíamos tenido.
¿Casas y usted son acaramelados?
Para nada. Yo, un poquito más, pero él, no. Tiene esa cierta parquedad bogotana.
Él podrá ser mayor, pero usted no baja la guardia. ¿Es cierto que le mete mucho gimnasio a la vida?
Total. Mi gran pasión es el gimnasio, la caminada, el spinning. Cuando en pandemia no salíamos del apartamento, que es pequeño y sin jardín, nos turnábamos las bicicletas del gimnasio del edificio con una vecina y eso era una verdadera batalla campal del spinning, midiendo revoluciones y calorías. Pero Casas no se queda atrás con su tenis.
¿Qué la pone a berrear?
El cine. Me duele mucho, me conmueve más que la literatura, así que decidí ver menos cine. Trato de ver apenas tres películas a la semana, o algo de Netflix y mis clásicos, tipo Matar a un ruiseñor, que acabo de volver a ver. La última llorada fue literaria, pero con cine a bordo: leyendo Volver la vista atrás, el libro que Juan Gabriel Vásquez escribió sobre Sergio Cabrera y tantos momentos duros de su vida. Lloro mucho con el cine; más bien poco con la vida real.
La diplomática y periodista hace un recuento de sus memorias en esta entrevista en BOCAS

La diplomática y periodista hace un recuento de sus memorias en esta entrevista en BOCAS

Foto:Ricardo Pinzón

Le propongo que hagamos un ejercicio de tres escalas en el célebre rollo de “¿qué habría pasado?”. Primero: ¿qué habría pasado si Galán hubiese sido presidente?
Tendríamos un mejor país, menos corrupto, más propicio, más internacional y cercano a Venezuela.
Segundo: ¿qué habría pasado si Uribe hubiese tenido un tercer período?
Imposible. Una tragedia.
Tercero: ¿qué habría pasado si usted en la consulta del Polo le hubiese ganado a Samuel Moreno? ¿Tal vez alcaldesa de Bogotá?
Le garantizo que nos hubiéramos ahorrado muchos dolores de cabeza y habríamos hecho una buena administración, cercana a la gente y a lo que hicimos en las comunas de Medellín.
Después de todo ese desastre del cartel de la contratación, de los robos, de la 26, de las ambulancias… ¿ha visitado a Moreno?
Nunca.
Usted no fue alcaldesa de Bogotá, pero tenemos una. ¿Qué tal lo hace Claudia López?
Me gusta que, después de tantos años, haya alcaldesa. Le doy mi voto de fe. Sé que no es fácil y que le ha tocado un período complejo. Solo espero que la seguridad mejore. Y eso solo se logra si uno se acerca a la gente.
A los hombres nos gusta decir que el mundo cambió, que ahora las mujeres tienen oportunidades, que salimos de las cavernas. Y lo hacemos porque no somos mujeres, porque no estamos en sus zapatos. A usted, que es mujer, le pregunto: ¿este sigue siendo un país machista?
Desafortunadamente, sí. Sobre todo en la política. O vaya y mire, por ejemplo, si hay una candidata presidencial con opciones reales. Si la encuentra, está enfrentada a cincuenta tipos.
¿Por qué a una mujer que siempre ha triunfado en la vida pública le ha ido tan mal en política?
¡Eso me pregunto yo! Es como una especie de deuda pendiente. He tenido éxitos y fracasos, sobre todo dificultades que, entre otras, relato en mi libro para que a otras mujeres jóvenes les sean de utilidad. Como decíamos popularmente en Antioquia, la política no se me dio. Nunca pude ganar. Y la amaba y me gustaba.
¿Ya no se pudo?
No, ya no se pudo. Nunca más volveré a la política electoral, pero quiero que nos vaya bien, porque lo que nos espera en los próximos nueve meses será definitivo para el país. Quiero ayudar a mucha gente, pero política en primera persona, ya no.
¿Aceptaría la llamada de uno de los candidatos que tienen mayor opción para que trabajara en campaña?
No.
¿El más grande es Botero?
Me gusta y lo admiro, pero adoré a Obregón y sus primeros años fueron fantásticos.
¿Puedo hacerle la pregunta más difícil que le han hecho en la vida?
¡Ay, Dios! Sí, señor.
¿Quién es mejor entre Serrat, Sabina y Ana Belén?
¡No me haga eso! Precisamente hace un rato estaba hablando con Sabina, pero los amo a los tres. Ese amor es compartido.
¡Y eso que no le pregunté por Shakira!
Esas son palabras mayores: es mi amiga, mi hermana y muchos me preguntan si soy su mamá. No hemos dejado un día de querernos.
En la actual campaña está sobre la mesa la fe, y le preguntan a Alejandro Gaviria si es agnóstico y a Gustavo Petro si es ateo. ¿Usted cree?
Estudié en colegio de monjas y mi mamá y hermana son del Opus Dei, aunque no tuve una gran fe. Pero los años que he vivido con Alberto Casas me llevaron a encontrar esa fe, e incluso –y voy a revelarlo aquí– a casarme por lo católico.
Un momento. Ustedes estaban casados por lo civil. ¿Cuándo fue que se casaron por la Iglesia?
Muy discretamente, hace pocos meses, y poca gente lo sabe. Ni en el libro lo cuento. Nunca me había casado por lo católico. Con Lucas, así como por primera vez con Alberto, había sido por lo civil. Pero pensamos que en estos momentos tan difíciles nos hacía falta esa gotita de fe.
Si se rodara la historia de su vida, ¿cómo se imagina en la última escena?
Como he estado en esta entrevista: sonriendo.
La edición 110 ya está en circulación desde el domingo 26 de septiembre de 2021. Puede conseguirla en supermercados principales y librerías.

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Foto:REVISTA BOCAS

Gracias por leernos.
Nos gustaría recomendar una de nuestras entrevistas BOCAS: La alcaldesa Claudia López habló con BOCAS del bebe que perdieron con Angélica Lozano)
POR: GUSTAVO GÓMEZ CÓRDOBA
FOTOS: RICARDO PINZÓN
REVISTA BOCAS
EDICIÓN 110. SEPTIEMBRE-OCTUBRE 2021
Gustavo Gómez Córdoba
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