Esta entrevista fue publicada en octubre de 2012 para la edición número 13 de Revista BOCAS. Las fotografías son de Romi Díaz y fueron tomadas en julio de 2016 para la crónica gráfica "Devoción Mariana", en la edición 54 de la revista.
La destetada no fue tan grave.
Cuando tenía 10 años, sus papás decidieron enviarla a vivir a Estados Unidos. La despedida en el aeropuerto de Rionegro (Antioquia) fue el “comercial del adiós” colombiano: palabras al corazón, bendiciones al rostro y mares de lágrimas al piso.
La diminuta Mariana les había dicho varias veces a sus viejos que tenía que aprender inglés, como fuera, porque “…las gringas se hablan entre ellas para ganarme y yo necesito saber qué es lo que dicen”. Y a eso se iba.
Catorce horas después de haber salido de su casa en Medellín, y de haber llegado a Naples, un pueblo de abuelos en la Florida, la pareja Pajón-Londoño llamó para saber cómo estaba la niña.
– ¡Mariana, son tus papás! –gritó su nueva acudiente.
– Que me llamen más tarde, que estoy acabando una película –aulló la cría sin quitar los ojos de la “tele”.
Su mamá, Claudia Londoño –una exvoleibolista y exequitadora, hoy a cargo de un jardín infantil–, se echó a llorar; mientras su padre, Carlos Mario Pajón –un excorredor de automovilismo y exbicicrocista, hoy al tanto de su hija–, simplemente decretó: “Todo está bien, esta ‘berraquita’ ya vuela sola”.

Mariana Pajón. Foto: Romi Díaz (2016).
Por entonces, la pequeña que apenas cruzaba su primera década, ya era bicampeona del mundo –a los 8 años en Córdoba 2000 (Argentina), y a los 9 en Louisville 2001 (Kentucky, Estados Unidos)– y claramente, según lo habían señalado varios especialistas, un excepcional proyecto deportivo de talla mundial.
Como era de esperarse, aprendió inglés en ocho meses y jamás, hasta el día de hoy, dejó ver la más mínima señal de depresión. Y corrió todas las pruebas estatales y federales de Estados Unidos. Y cada vez más y más se enamoró de la bicicleta, de su deporte y de esa refinada sensación que con el tiempo se convirtió en su mejor costumbre: ganar.
Entonces, esa mezcla de determinación, libertad, alegría, disciplina, fuerza y autoconfianza, que hoy habitan en esos 1.57 metros de estatura, comenzaron a forjar el perfil de quien, a las claras, es una campeona nata.
Sin embargo, como en toda historia épica, la gloria también ha derrotado al sufrimiento. No sólo ha sido la conquista de 14 títulos de campeonatos mundiales en diferentes categorías o haber representado a Colombia en 34 países; ni colgarse las medallas de oro en los más recientes Juegos Panamericanos (México 2011) o en los Juegos Olímpicos (Londres 2012); ni recibir a los 13 años el título “El Colombiano Ejemplar”, o la Cruz de Boyacá o un auto Kia Picanto por parte del Estado (que ya regaló); ni ser la imagen de cinco firmas (Redbull, G4S, Okay, P&G y GW); ni estar en la mira publicitaria de otra docena de empresas más, a razón de 200.000 dólares al año, como mínimo.
No. También ha habido un montón de sacrificio –si es que así se le puede decir a la brillante carrera de quien duerme, literalmente, con una sonrisa en la boca–. También ha habido kilómetros de extraña obcecación. Y también ha habido mucho, pero mucho dolor físico resumido en 18 fracturas en diferentes partes del cuerpo (manos, brazos, tobillos, rodillas, costillas y hombros), tres conmociones cerebrales, una parálisis facial, un hematoma que se complicó y que casi le cuesta un riñón, dos injertos de huesos, nueve tornillos y dos platinas en su muñeca izquierda y costuras y costuras y más costuras, incluidas las de tres ligamentos.
Tan elocuente ha sido su trajinar en las pistas que su primer accidente importante –lejos de las aporreadas de rigor con las que viene amarrado su deporte–, fue a los cinco años. Se había acabado su competencia y, como siempre, “La Hormiga Atómica” quiso seguir pedaleando. Entonces se quedó en la pista dando vueltas y un señor, en su bicicleta de turismo y sin casco, se metió en la pista en contravía. La atropelló, le pasó por encima y le fracturó la clavícula. Mariana se paró, intentó seguir, como siempre lo ha hecho, pero se desplomó.

Mariana Pajón. Foto: Romi Díaz (2016).
¿Cómo hace una niña para no dejar la bicicleta a los cinco años cuando tiene un accidente tan traumático?
Porque siempre la he amado. Porque la bicicleta es una extensión mía a la que, entre otras cosas, le hablo. Porque es mi alegría y es el lugar donde mejor me siento. Y porque además, siempre quise ganarle a mi hermano Miguel, que fue bicicrocista.
A sus 20 años, usted ya es una colección de fracturas. Vamos despacio. La primera fue a los cinco años, ¿esa lesión cuánto tiempo la dejó por fuera de las pistas?
La recuperación de la fractura de clavícula en un niño de cinco años es muy rápida. Así que sólo estuve dos meses inactiva. Dos meses que mis papás no sabían qué hacer conmigo. Yo rogaba para que me dejaran montar.
Luego, a los 7 años, se fracturó la mano derecha…
Si. En un salto triple, que son tres morros seguidos, se me quedó la llanta de atrás en el morro de la mitad lo cual hizo que me botara para adelante. La mano se me metió en la llanta y así me fracturé el radio y todos los dedos de la mano derecha. Eso fue un viernes y como el sábado tenía una carrera, no dije nada. Me quedé callada con el dolor y claro, toda la carrera me quejé y la perdí. Entonces un médico me revisó, me regañó: “¡Qué cosa con usted, corriendo fracturada!”.
Fractura del tobillo derecho, a los ocho años…
Jugando balonmano en el colegio, ni siquiera bicicrós. Me paré en el balón y “crac”, para la clínica otra vez.
Después vienen mil porrazos más, hasta que en 2008 tuvo la fractura de la mano izquierda que, esa sí, casi la hace retirar.
Ocho fracturas en la mano izquierda: radio, cúbito y algunos huesos pequeñitos en la muñeca. El tema es que, por descuido, dejaron una rampa de protección para los niños. En la primera vuelta nos la encontramos y caímos dos; él me rebotó y yo puse la mano mal. Fue horrible. Me fracturé en mil pedazos la mano y me reventé todos los ligamentos y todos los tendones. Ahí tengo nueve tornillos y dos platinas. Lo peor de todo es que, seis meses después, cuando iba a correr el mundial en Dinamarca, volví y me caí y me fracturé el cubito y el radio de esa misma mano, además de que se me torció uno de los tornillos, el que mide seis centímetros.
Pero compitió y ganó fracturada.
La historia es más increíble aún. No me quisieron contar que estaba fracturada y así corrí el Mundial. Pero el primer día de competencias me volví a caer, se me soltó la mano y me fracturé encima de la otra fractura. Entonces ya eran tres fracturas, el tornillo torcido y una platina que se ‘encocó’. Y así, chueca y todo, quedé campeona mundial.
Ahí es cuando le hacen los injertos del hueso, ¿cierto?
Si, porque el hueso ya no era capaz de regenerarse solo. Carlos Guerra, de la clínica Fractura del Poblado, me operó. No me cabe una operación más.
Después viene un hematoma en un riñón, ¿cómo fue eso?
Es lo más grave que he tenido. Fue en la Copa del Mundo, en agosto del año pasado, en preparación para Londres, en la pista de los Olímpicos. En la final, una francesa se torció en el aire, me pegó y me caí. Una australiana que venía detrás me cayó encima, me fracturó dos costillas y tuve un hematoma en un riñón. Estuve en cama, sin moverme absolutamente nada, porque el hematoma era muy grande. Había mucha sangre acumulada y no se podía subir la presión porque podía perder el riñón. Estuve en alto riesgo. Todo eso fue un mes antes de los Juegos Panamericanos. Milagrosamente me recuperé, le metí toda la energía positiva, volví a entrenar y así gané en México.
Después, un complicado hematoma en la pierna.
En la pista de Belén [Medellín], di una vuelta completa en el aire y caí sobre el muslo derecho. El hematoma se hizo tan grande que el músculo no funcionó más, como si estuviera muerto. Ni podía caminar. Me tocó viajar así al Mundial de Dinamarca. Incluso los médicos me bajaron del vuelo: “¡Usted no va al Mundial, señorita!”. Pero no hubo poder humano. Hice hasta terapia dentro del avión. A la semana siguiente, ya empecé a montar, la otra pierna le ayudó a la derecha y así, a punta de mente, gané mi primer título en la categoría élite. ¡Je!
En mayo de 2012, antes de Londres, se rompió la clavícula. Pero, como cosa rara, llegó...
Ruptura del ligamento que hay entre la clavícula y el omoplato. Ahí estuve parada un tiempo. Incluso me hablaron de operación, pero yo no dejé. Todavía están viendo a ver si me operan o no.

Mariana Pajón. Foto: Romi Díaz (2016).
Y, para completar, 20 días antes de los Olímpicos se reventó el ligamento de la mano izquierda, que fue el gran susto nacional, ¿no?
Eso fue en Francia y fue por livianita. Salté el primer morro, de 13 metros de largo, y el viento que allá es fuertísimo me movió tan mal que no me dio tiempo ni de soltar el manubrio. El golpe me rompió el ligamento de un dedo que todavía funciona lento.
¿De cuántos accidentes graves estamos hablando?
Faltan muchos más. Las dos rótulas las tengo fisuradas, he tenido bisecciones de varios ligamentos, he quedado inconsciente tres veces con contusiones cerebrales y tuve una parálisis facial por una caída en China: se me empezó a inflamar un nervio detrás de la oreja y, cuando llegué a Colombia, duré un mes con la mitad de la cara paralizada. Se me escurría la comida. Pero no hablemos más de eso, que los niños van a creer que esto es una locura...
¿Y cómo hace una mamá para ver a su hija aporrearse tanto?
Porque ella es la heroína de la casa. Ella es muy fuerte y afronta los problemas muy bien. Ella le saca lo bueno a todo.
¿Es su mejor amiga?
Las mejores.
¿Fue ella quién tomó la decisión de dar todo para forjar a una campeona?
Con mi papá y mi hermano mayor, fue quien me abrió el camino.
Más que sacrificio y dolor, todo parece indicar que sus padres se han gozado su formación, ¿cierto?
Total. Todas las familias de nuestro equipo viajábamos por el país en bus y la pasábamos delicioso. Era un plan de conocer el país, además. Acompañábamos a mi hermano mayor a los nacionales y nos pasó de todo: hasta la guerrilla nos paró una vez en San Luis (Antioquia) cuando íbamos para Melgar y, tristemente, se llevó un poco de gente. Atravesaron nuestro bus, una flota Bolivariana, en la mitad de la vía para hacer una "Pesca milagrosa". Incluso sé de un señor que todavía está secuestrado.
¿Es cierto que su hermano Miguel, bicicrosista y después kartista, decidió no ir a un Mundial para que usted fuera con esa plata?
Sí, eso fue para un Mundial en Francia 2002; los dos estábamos chiquitos: 13 y 10 años. Él, muy generoso, vio que yo tenía más posibilidades. Entonces me dijo: “tú te lo mereces”.
Siempre le quiso ganar a su hermano y a los otros niños también ¿Nunca tuvo como objetivo ganarle a otras niñas?
No. El tema era ganarles a mi hermano y a sus amigos. De hecho una vez hice trampa para sentir el triunfo: como mi bicicleta era "chiquitica" y no avanzaba, decidí cortar camino y les gané... Y celebré y todo... ¡Qué pena!
Alguna vez se le ha pasado por la mente no ganar.
Nunca. Ganar es una sed. Siempre he querido ser la primera, siempre.
¿Lo suyo es talento, autoconfianza, actitud positiva, suerte o todas las anteriores?
De todo un poco. Pero creo que el positivismo es la clave. En mi casa todo es positivo, el que diga algo negativo, se le hace la raya; porque todos tenemos claro que hablar bien es pensar bien y pensar bien es estar bien.
¿Tiene entrenadores mentales?
Si, los hermanos Jonathan y Sidlaly Bustamante. Tienen la Escuela de Campeones, en Medellín.
¿En qué trabajan?
En ser consciente de los pensamientos, en no tomarse nada personalmente, en dar el cien por ciento, siempre; en la concentración en la competencia, en saber cómo actuar bajo presión, en cómo vencer los nervios y ponerlos a tu favor. En fin…
¿Cada cuánto entrena la mente?
Todos los días.
¿Qué libro ha sido fundamental para su formación?
Los cuatro acuerdos, de Miguel Ruiz.
¿Y su entrenador de BMX, Jorge Wilson Jaramillo, también le trabaja la cabeza?
Todo el tiempo me habla de programación neurolingüística. Todo es “sí puedes y lo vas a lograr”. Siempre me dice: “no trates de hacerlo. Simplemente, hazlo”.

Mariana Pajón. Foto: Romi Díaz (2016).
¿Alguna vez usted se ha deprimido?
Depresión no, pero tristeza, sí. Con las lesiones, creo...
Usted ha dicho que la alegría es su doping...
Doping mental, doping natural, dopamina. La "campeolina" es mi píldora mágica.
Pasemos de lo mental a lo físico. ¿Son igual de fuertes sus piernas?
Las he trabajado un montón. Tanto que hoy hago 125 kilos en sentadilla.
¿Cómo se mide su alta capacidad pulmonar?
Puedo estar casi tres minutos debajo del agua. 2,57 minutos, para ser exactos.
¿Técnicamente, en qué consiste su talento deportivo?
Que soy más ágil que las grandes y me muevo con mucha más precisión. Salgo de las curvas y de los morros más rápido y cometo pocos errores, siempre cuidando la línea de carrera, porque detrás vienen las otras.
¿Quién le puso "La Hormiga Atómica"?
Fue Sarah Walker, la neozelandesa que logró la medalla de plata en Londres. Eso fue en el Mundial de Holanda 2003. Ella ya corría en “élite” y yo era una chiquita de 11 años. Cuando me vio corriendo, me puso así y así me quedé en el mundo del BMX.
¿Es verdad que usted molesta mucho a su entrenador?
Si, pobre. Una vez le escondí el computador casi una semana. Claro que al médico de la Selección le "secuestramos" su iPad nuevo un día entero y le pedimos rescate: tenía que traer un video en el que bailara como “Shakiro”. Pobres.
Así como es de pícara, igual es de analítica. ¿Eso también hace parte del talento nato del campeón?
Soy demasiado analítica. Analizo cada cosa que pasa y lo que le pasa a los demás. Analizo todo. Analizo la pista, centímetro a centímetro, antes de cada carrera, al punto de sabérmela de memoria. Entonces la paso a mi cabeza y la repaso todo el tiempo, tal cual, como si estuviera corriendo, con el tiempo y todo, moviendo los brazos, haciendo la fuerza que necesita cada parte del cuerpo. Y es impresionante como en mi mente el tiempo me da perfecto. Ahora en los Olímpicos lo hice todos los días, desde la concentración en Francia, y siempre visualicé todo tal cual como pasó en la carrera final.
Técnicamente, así empezó a ganarse el oro en Londres. Pero, ¿que más pasó para que se diera la medalla?
Luego, en la contabilidad individual, que es la toma de los tiempos, dos días antes de la competencia, di una buena vuelta, no la mejor, pero sin errores. Entonces quedé de tercera en los tiempos.
¿A propósito?
Si. Primero porque no eliminaban a nadie. Y segundo, porque quería hacerlo bien, tranquila, sin cometer ningún error y sin mostrarlo todo. Al otro día fui a ver los hombres y me empezaron los nervios porque me mandaban de Colombia mensajes en Twiter y Facebook diciendo: “eres medalla fija…”. Entonces me tocó entrar a controlar eso. Por fortuna, al otro día, más calmada, más concentrada, en las tres eliminatorias gané.
¿Cómo fue la final?
Me vine a enterar que me tocó el carril cuatro cuando subí al partidor. Yo no lo quería, pero me dije: “si vas a ganar, ganas en el uno, en el cuatro o en el ocho”.
¿Y analizó a las competidoras?
Claro. Estaban súper nerviosas. La inglesa, Shanaze Reade, que era la favorita, que incluso David Beckham fue a verla para apoyarla, vi que empezó a pegarle al bastidor con el pie y entonces me dije: “una menos”. Después la otra, estaba toda agresiva, y eso es muestra de puro nerviosismo, y me dije: “otra menos”. Había otra sudando y otra con la cara desencajada y me dije: “estas están muertas”. Ahí es donde la cabeza te hace ganar o perder.
¿Y sus nervios?
No, fue súper charro porque a mi me dijeron “faltan 20 minutos para la final”, y cuando me di cuenta, ya nos estaban llamando. Yo ni siquiera pude calentar y salí corriendo porque si te llaman dos veces, y te llaman la tercera, ya no puedes correr. Y ya me habían llamado dos veces, entonces salí corriendo, escogí mi partidora y ahí fue cuando me di cuenta que me tocaba el carril cuarto. Entonces dije: “solamente tengo que dar una vuelta más… una más como las he hecho y ya”, y me relajé, porqué pensé bien.

Mariana Pajón. Foto: Romi Díaz (2016).
¿Disfrutó la carrera?
Demasiado. Dije: “estoy cumpliendo el sueño de estar en la final de los Olímpicos”. Ahí disfruté como nunca de mi adrenalina y de mi pulso a 300.
¿Cuando empezó a correr se preocupó solo en usted o en las demás?
Una vez me apoyo en el partidor, estoy en una competencia contra mí, contra nadie más. Ahí Mariana está sola.
38 segundos…
37.705…
Entonces hizo su mejor esfuerzo…
Hice más de lo que calculé haber hecho. Yo pedaleaba hasta en el aire. Igual, en mi mente, iba en cámara lenta. En la tercera recta me di cuenta de lo que estaba haciendo y me dije: “ya me gané esto”. Y no me la creía. Cuando salí del túnel, en el segundo peralte, dije: “esto no me lo quita nadie”. Entonces pasé la meta feliz.
La primera persona que se topó fue el presidente de la Federación de Ciclismo. ¿Qué fue lo que le dijo?
“Dígame si esto es verdad”.
Lloró…
Sí, lloré, es la primera vez que lloro por una carrera, ahí mismo…
¿Primera vez?
Sí, en otros mundiales yo ganaba, lo celebraba, pero nunca lloraba.}
¿Qué sentimiento tuvo?
La realización personal y la de mi entrenador. Y porque le cumplí a Colombia, que era lo más duro y lo que yo quería hacer, cumplirle a Colombia.
¡Qué presión…!
Si, pero la transformé en energía positiva. Competí con el corazón de todo un país; todo el país pedaleó conmigo. Y yo siempre he estado segura de que eso ayuda. Creo mucho en eso.
¿Luego, lloró otra vez?
Es que inmediatamente seguía la carrera de los hombres y ahí, en los pits, estaba la novia de Carlos Mario Oquendo que no era capaz de ver la carrera. Yo le narré la competencia, “va de tal, va de tal, se metió de tercero, bronce, bronce, bronce…”. ¡Lloré todo el tiempo! Inmediatamente después de eso me pusieron la ropa para la premiación. Entonces vi el buso colombiano y lloré otra vez. ¡Ehhh!
Y en el himno…
Me lo canté con todo, ya más tranquila, "refeliz", aun cuando estaba que me salía de la chaqueta.
Ahí los colombianos entendimos que su belleza es su alegría, ¿o no?
Soy una persona muy feliz, con una vida llena de oportunidades, a quien le han pasado cosas muy buenas y otras no tanto, pero que simplemente me han hecho fuerte.
¿Qué le impresionó de los Olímpicos?
Caminar por ahí en la villa olímpica y oír en los parlantes el himno de algún país. Ahí es cuando uno dice: "¡Guauuu!, lo que estará sintiendo el que ganó, yo quiero eso para mí".
¿La buscaron los fanáticos del BMX?
Si. Incluso atletas de la delegación India, que tienen un corredor de BMX muy bueno. Ellos fueron directamente a pedirme autógrafos y fotos. Ahí quedé loca.
¿Cómo se define?
Alegre y responsable.
¿Por qué usa el número 100?
Porque, primero, tiene el uno, que es lo que yo quiero ser. Y segundo, porque me recuerda que siempre hay que dar el cien por cien.

Mariana Pajón. Foto: Romi Díaz (2016).
Dicen que fue buena estudiante. ¿Cómo hizo con el colegio?
Yo llegaba de París o de cualquier parte del mundo a Bogotá y de ahí a Medellín, y no llegaba a mi casa, sino que de una me dejaban en el colegio.
¿Cuánto perdió de colegio?
En grado once solo fui un mes al colegio. El resto, mandaba los trabajos por internet.
¿Quién la regaña?
Mi entrenador y mi mamá. Mi papá es incapaz.
¿Qué regaño recuerda de su entrenador?
A los siete años, ahí en la pista de Belén, estaban poniendo las rampas y de golpe me lancé y salté los seis metros entre rampa y rampa de los mayores. Entonces el entrenador, superasustado, me agarró del brazo y me llevó a donde mi mamá diciendo: “tu quieres y puedes, pero a tu edad no debes, ¿queda claro?”.
¿Y su mamá?
Me llama la atención cuando soy muy perfeccionista y me exijo y les exijo a los demás, que es mi mayor defecto. Si, soy muy exigente y me desespero con cosas tan bobas como que alguien se suba despacio a un carro.
¿Qué quiere estudiar?
Quiero ser médica. No sé cuándo, pero es mi otro reto.
¿Hasta cuándo está programada la competencia a nivel élite?
Me falta la mitad. Otros diez o doce años.
Da la impresión de que se ha divertido un montón, ¿o no?
Nunca he visto el sacrificio que la gente dice, porque hago lo que me gusta y lo hago bien. Solamente paso bueno. Hago feliz a mi familia, a mi país y a mí misma. ¡Qué dicha!
¿Cómo está su corazón?, ¿está ennoviada?
Mi corazón, bien, gigante. Y no, no estoy ennoviada y así estoy bien. Ya llegará y me enamoraré un montón.
¿Qué tan inteligente es?
Demasiado. Porque afronto las situaciones de la mejor manera y eso es lo que me define como una persona muy inteligente.
¿Qué tan vanidosa es?
Mucho. Hago un deporte súper rudo, entreno solamente con hombres y vivo llena de tierra y sudor. Precisamente por eso siempre quiero estar bien bonita, para decirles a los papás de las otras niñas que las dejen correr. Que esto también es femenino.
¿Qué es lo más femenino que hace todos los días?
Siempre, sin falta, me perfumo por la mañana para salir a mis cosas y por la tarde, otra vez, para ir a entrenar. Me encantan los perfumes... yo creo que debo tener más de cien. Y las pulseritas, ni hablar; tengo otra colección importante. Creo que soy muy vanidosa.
¿Qué tan niña es?
Mucho. Si hasta tengo dispensador de chicles en mi cuarto.
¿Su mamá dice que duerme sonriendo?
Si. Hay veces no me creen que estoy dormida.

Mariana Pajón. Foto: Romi Díaz (2016).
¿Es verdad que ya regaló el carro que le dio el presidente Santos?
Si, a mi hermano menor. Se lo merece.
¿Cuál es la imagen o palabras que más le han impactado en todo lo que le ha pasado últimamente?
Los recibimientos en Bogotá y Medellín. Ambos gigantescos. Me impresionó mucho la cantidad de personas y que la gente me dijera “gracias”, una y otra vez, “gracias”. Yo no entendía muy bien y a todos les decía: “¿pero, de qué?”. Hasta que empecé a comprender lo que significó mi triunfo para el país, que es esa necesidad de sentirnos ganadores. Y yo represento a lo mejor del pueblo colombiano y eso es exactamente lo que he hecho siempre: ser muy orgullosa de ser colombiana. Y eso, que le pase a uno, es muy lindo, ¿no?
MAURICIO SILVA
REVISTA BOCAS
EDICIÓN 13 - OCTUBRE 2012