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Mary Reed, superviviente de un tiroteo masivo

Los tiroteos masivos –o mass shootings– se convirtieron en una tragedia rutinaria en Estados Unidos. En medio del debate político sobre la regulación de las armas o cómo detener a las personas perturbadas que cometen estas matanzas, quedan las víctimas, los padres de jóvenes muertos o los veteranos que obtuvieron sus heridas, no en una batalla en el exterior, sino en un cine o un concierto en su propia tierra.

Los tiroteos masivos –o mass shootings– se convirtieron en una tragedia rutinaria en Estados Unidos. En medio del debate político sobre la regulación de las armas o cómo detener a las personas perturbadas que cometen estas matanzas, quedan las víctimas, los padres de jóvenes muertos o los veteranos que obtuvieron sus heridas, no en una batalla en el exterior, sino en un cine o un concierto en su propia tierra.

Foto:Cortesía Mary Reed

Entrevista con Mary Reed, activista y víctima de los mass shootings en EE. UU. 

Diana Estrella
Mary Reed tendrá que vivir con una bala alojada en su espalda y con el recuerdo de los fragmentos del cráneo de un hombre enredados en el pelo de su hija. Pero hay otros que no tienen tanta suerte.
Felicia Sanders vio morir a nueve personas frente a sus ojos, incluido su propio hijo, cuando Dylann Roof sacó una pistola Glock 41 calibre .45 en medio de una sesión de estudio en una iglesia metodista de Charleston, justo en el momento en el que los feligreses afroamericanos cerraron sus ojos para orar. “Tengo que hacer esto”, le dijo Roof al hijo moribundo de Felicia, “porque ustedes están violando a nuestras mujeres y apoderándose de nuestro mundo”. Solo sobrevivieron ella, su nieta y Polly Sheppard. Las dos primeras, porque se hicieron pasar por muertas. Sheppard, porque el tirador la dejó viva para que “le contara a los demás”.
Tres años antes de eso, la profesora Kaitlin Roig-Debellis, de la escuela primaria Sandy Hook, escondió a sus quince alumnos en un diminuto baño tras oír disparos en el pasillo. Afuera, Adam Lanza se abría paso por la escuela con dos pistolas y un fusil, disparando contra todo lo que respirara, adulto o niño. Kaitlin mantenía a los pequeños calmados y en silencio; les decía que los amaba mucho, en caso de que se convirtieran en las últimas palabras que iban a oír.
Y en el 2016, en la noche del tiroteo en el club nocturno Pulse, en Orlando, Mina Justice recibió un mensaje en su teléfono. Era su hijo: “Te amo, mamá”. Le contó a su madre que alguien estaba disparando en el club, le pidió que llamara a la policía, le dijo que estaba encerrado en el baño. “Ahí viene”, escribió su hijo. “Voy a morir”. Cuando le contó a su madre que el hombre estaba en el baño en el que se escondía, ella le preguntó:
—¿Está contigo el hombre en el baño?
— Sí — eso fue lo último que escribió.
Eddie Justice fue la sexta víctima en ser identificada, uno de cuarenta y nueve cadáveres que cubrían los pisos de la discoteca.
Todos son casos de esta última década. “Hay tantos tiroteos en EE. UU. que es difícil llevar la cuenta”, dice Mary Reed cuando habla al respecto. The Washington Post sí lleva esa cuenta y, según sus cifras, ha habido 152 masacres de este tipo y 1.091 muertos en total, desde que Charles Whitman disparó desde la torre de la Universidad de Texas en 1966, hasta que un estudiante perturbado abrió fuego en una clase de arte, en una secundaria en Santa Fe, Texas. Al menos los más recientes casos, empezando por el tiroteo en una escuela de Parkland, Florida, en el mes de febrero, han llevado a una de las mayores protestas en la historia norteamericana, March for our lives, comparable con aquella vez en la que más de 200.000 personas marcharon hasta Washington, acompañados de Martin Luther King Jr., en 1963. En ese entonces la gente salió a marchar por derechos civiles para los afroamericanos; en esta ocasión, los jóvenes salieron a marchar por una mejor legislación sobre la venta de armas de fuego, por su derecho a ir a la escuela sin temer por su vida.
Más difícil de cuantificar que el número de masacres es a la gente a quien esto afecta: los héroes que recibieron un disparo para salvar a sus amigos y ahora viven con una parte de su cuerpo ausente; los que fueron heridos, medicados y cayeron en la drogadicción; los padres que perdieron a un hijo, los jóvenes que se encontraron llorando en los funerales de amigos cuyo tiempo llegó demasiado pronto; las personas que cargan las cicatrices en sus cabezas, que requieren años de terapia para poder salir de nuevo. Los supervivientes.
Mary Reed es una de ellos. Fue herida en un tiroteo en Tucson, Arizona, en el 2011. Ese 8 de enero, Jared Lee Loughner dejó un mensaje de despedida en la máquina contestadora de un amigo, subió un mensaje a MySpace –con frases como “no se enojen conmigo” y “espero salir con vida”, algo preocupantes en una página que ya tenía fotos de armas– y fue a comprar munición para su Glock 9 mm a Wal-Mart. Cuando un oficial de policía lo paró en el camino por saltarse una luz roja, lo dejó ir con solo una advertencia porque no tenía antecedentes. Un par de horas más tarde, Loughner disparó a quemarropa contra la representante Gabrielle Giffords y contra la gente que hacía fila para estrechar su mano, hablar con ella, tomarse una foto con un miembro del Congreso.
Seis personas murieron ese día, entre ellos una niña. Pero este mass shooting no está ni cerca de entrar entre los diez más letales en la historia del país.
Mary Reed sobrevivió. Ahora es la directora de TEDx en Tucson y es activa cuando se trata de abogar por el control de armas. “A veces me dicen: ‘estabas en el lugar equivocado, a la hora equivocada’. Eso no es cierto. Estaba en un supermercado, a las diez de la mañana, un sábado. ¿Dónde debí haber estado? No es como si estuviera en un club de strippers. Espero que la gente se dé cuenta de la normalidad del día del tiroteo; quiero que la gente escuche la historia de vidas ordinarias y cómo fueron totalmente trastornadas por estos actos de violencia”.
Barbarie que se repite en cines, colegios, clubes, iglesias… Hay cientos de historias como la de ella. A menos que se haga algo, en unas semanas seguramente habrá un puñado más.

Falló, le dio al concreto y sentí el concreto volar hacia mi piel. Giré entonces la cabeza para mirarlo directamente y él bajó la pistola, de mi cabeza a mi espalda, y me disparó una tercera vez...

¿Cómo era su vida antes del tiroteo?
Bueno, era un ama de casa casada y con dos hijos, Emma y Owen. Llevaba una vida bastante aburrida: dejar a los niños en su escuela, recogerlos, llevarlo a él a clases de fútbol, llevarla a ella a reuniones de las girl scouts. Muy muy normal. Siempre hemos sido una familia muy unida y siempre he tenido una buena relación con mi hija, Emma. En ese tiempo ella era una adolescente, entonces pensaba que sabía menos de lo que en realidad sabía. ¡Ja, ja! Ama la política y admiraba a la representante Gabrielle Giffords. Quería ir a trabajar en el Capitolio con ella.
¿Su hija, Emma, sacó esa pasión por la política de usted?
Debe estar en su ADN, porque yo desprecio la política, no me importa en lo más mínimo. Voté por la representante Giffords porque era una demócrata moderada, pero solo ponía atención a por quién tenía que votar cuando era hora de votar, ¿sabes? En Estados Unidos ha existido un programa desde hace décadas llamado the page program (una pasantía en el Congreso). Es un programa para chicos de secundaria en el que los chicos duermen en dormitorios cerca del Capitolio, van a la escuela en la Librería del Congreso y trabajan en turnos, haciendo recados en el Congreso, como llevar mensajes y documentos de un lado para otro. Emma se enteró de que Gabrielle Giffords tenía una vacante para el programa, así que aplicó, hizo una entrevista y consiguió el puesto. Estuvo allá durante el verano antes de su último año de colegio. Ella lo amó. Fue la mejor introducción a la política para ella. Escuchó debates en la Cámara, vivió todo de cerca, entendió cómo funcionaba todo. Fue impresionante.
Ya que Emma estaba tan metida en el cuento de la política, ¿alguna vez hablaron sobre el tema de control de armas?
No. En ese entonces yo era de la opinión que todo el mundo debería someterse a una revisión de antecedentes para comprar un arma. No sabía, en ese momento, que el 40 % de todas las ventas [de armas] se hacían sin revisión de antecedentes. ¡Y 40 % es mucho! Tampoco sabía que si eras una persona que mostraba fuertes síntomas de comportamiento psicótico, la policía no podía hacer nada al respecto hasta que esa persona cometiera un delito. Estaba muy desinformada. Pero nunca hablamos de esto con mi familia. O sea, nosotros tenemos y disparamos armas. Emma aprendió a disparar pistolas. Cuando íbamos a comprar un arma ella estaba ahí, viendo cómo se hacía el papeleo para la revisión de antecedentes.
¿Y usan las armas para cazar, para algún deporte...?
Para dispararles a blancos de papel. Son masacrados por montones en nuestra casa. Disparar un rifle es algo muy pacífico. No puedes decirle esto a la gente que odia las armas, pero es algo que requiere mucha concentración.
Supe que ese día de 2011, usted estaba en el evento de la representante Giffords porque quería que su hija se tomara una foto con ella.
Sí. No sé qué tan viejo eres o si tienes hijos, pero ellos nunca hacen lo que quieres que hagan cuando son adolescentes. Le dije: “Por favor tómate una foto con la congresista Giffords”. Trabajó tres meses con ella, comparten el mismo día de cumpleaños. ¿Pero lo hizo? ¡No! Pues nos llegó un mensaje de que ella estaría haciendo un evento con la comunidad justo al lado de la casa. Así que dije “bueno, supongo que pasaremos por ahí”.
¿Cómo fue el evento?
Fue en nuestro supermercado local. Cuando íbamos yendo pudimos ver la fila para hablar con la congresista Giffords. Nos inscribimos en una lista que tenía uno de sus pasantes y nos pusimos a esperar. Estábamos toda la familia: mi hijo que tenía 13 años, y mi esposo Tom. ¡Todos íbamos a tomarnos la foto! Mi hija ni siquiera se sentía avergonzada de ir a tomarse la foto, estaba emocionada. Pero mi hijo empezó a tirarle pequeñas piedras a su hermana, y estaban rebotando y cayéndole a una anciana con un bastón. Le grité, y también le grité a mi esposo para que se lo llevara un poco más lejos, porque le iba a pegar a la anciana. ¡Ja! Se movieron simplemente unos dos metros más atrás de mí; dos metros más lejos del tirador.
¿Recuerda qué estaba haciendo en el momento en el que empezó el tiroteo?
Estaba charlando un poco. ¡Y sé exactamente de qué estaba hablando! Emma estaba intentando terminar un último ensayo para aplicar a la universidad. Quería aplicar o a ciencias políticas o a economía. Hablábamos sobre eso.
Y entonces escucharon los disparos.
Escuchamos lo que pensamos que eran fuegos artificiales. Casi inmediatamente sentí este ardor en mi brazo izquierdo. Me había dado un rebote de bala. No pude ver mucho, pero inmediatamente tiré a mi hija contra la pared [del supermercado], y luego la cubrí con mi cuerpo. No tenía ni idea de qué estaba pasando, fue instintivo. La verdad, no estaba pensando en nada. Pasó muy rápido, veintidós segundos del primer al último disparo. La tiré contra la pared y entonces lo escuché a él [el tirador] corriendo a lo largo de la fila, disparándole a la gente. Los oía gritar. Se paró detrás de mí y trató de dispararle a la cabeza de mi hija a través de mi brazo derecho. Pero falló, le dio al concreto y sentí el concreto volar hacia mi piel. Giré entonces la cabeza para mirarlo directamente y él bajó la pistola, de mi cabeza a mi espalda, y me disparó una tercera vez. Entonces se quedó sin balas. Necesitaba recargar. Hay un sonido particular cuando tiras un cartucho de una pistola automática, ¿sabes? Es un sonido rápido. Inmediatamente la mujer que estaba detrás de mí arrebató de la mano del tirador el cartucho nuevo y dos hombres, de más de setenta años, saltaron sobre mí y lo tiraron al suelo. Una vez cayó, ya no había nada que él pudiera hacer.
Mary Reed ahora es directora de TEDx en Tucson, Arizona, y es una activista que aboga por el control de armas.

Mary Reed ahora es directora de TEDx en Tucson, Arizona, y es una activista que aboga por el control de armas.

Foto:Cortesía Mary Reed

Dice que lo miró directamente. ¿Qué tipo de expresión tenía el tirador?
Ninguna. Y si alguna vez has sostenido un arma, preparándote para disparar, sabes que alguien sin expresión es algo bastante perturbador. Pensaba que él no estaba ahí. Era una sensación muy rara, ver a alguien que te está mirando y darse cuenta de que ni siquiera está ahí.
Apenas cesaron los disparos, ¿qué pasó por su mente?
Mi primer instinto fue hacer que mi hija llamara al 911. Mi segundo instinto fue ver dónde estaban mi hijo y mi esposo. Habían dado la vuelta al edificio, para protegerse. Cuando todos volvieron, fue solo entonces que les dije que me habían disparado. No era capaz de sentir nada en mi pierna izquierda, pero no estaba adolorida. Los carniceros del supermercado salieron y trajeron algunas toallas. Mi hija sostenía una toalla contra mi espalda, estaba perturbada al ver toda la sangre que me cubría. Al hombre junto al cual ella había estado parada le habían volado una tercera parte de su cabeza, y mi hijo estaba recogiendo los pedazos de hueso y sesos del cabello rubio de Emma. Aparte de unos rasguños, Emma estaba bien.
¿Qué decía la gente a su alrededor?
Nadie decía nada. Estábamos aturdidos. Solo… al hombre que estaba muriendo al lado de mi hija, su esposa le estaba diciendo “te amo”. Eso fue todo lo que se dijo.
¿Cuándo llegaron las autoridades?
Les tomó unos diez minutos asegurar la escena y enviar la ambulancia, porque mucha gente no se podía decidir si había uno o dos tiradores, así que la policía necesitaba asegurarse. En diez minutos ya la ambulancia estaba ayudando a Gabrielle Giffords y a la gente a su alrededor. Ahora, ya que mis heridas no eran mortales, fui la última en ser transportada fuera de la escena. Yo estaba más preocupada por mi familia, entonces no vi muy bien qué pasó con los otros heridos. Afortunadamente, en el hospital no necesité cirugía. Anestesiaron uno de mis brazos y sacaron una bala, pero no pudieron hacer nada por la que sigue en la espalda. La tercera fue solo una herida superficial, como un corte.
¿Y qué tan pronto se empezó a dar cuenta de lo que realmente había pasado? A recibir información sobre el tirador, Jared Lee Loughner, sobre el estado de la representante Giffords…
Nadie me dijo y no pregunté y no quise saber por unos tres días. Estaba muy alterada y me habían aplicado morfina por el dolor, así que no podía darle sentido a nada. A los tres días ya quería oír lo que había pasado, pero no sintonizamos las noticias por al menos dos meses. Yo misma quería darle forma a mi propia experiencia, y que mis hijos tuvieran la gracia de decidir lo que habían sentido sin que nadie les dijera nada.
¿Cómo la trató la gente a usted y a su hija después del tiroteo?
Mi hija sintió que de repente se había convertido en un ser de vidrio, que todos tenían que tratarla con cuidado. Pero en mi caso, la gente fue muy muy amable, muy preocupada por mi bienestar y querían cuidarme. En Tucson, pese a que somos una ciudad grande, todavía tenemos esa habilidad de preocuparnos por los demás. La gente traía comida y cenaban con nosotros, y eso fue por seis meses. Eran vecinos, personas de la Iglesia, familias de ambas escuelas de los chicos, el equipo de fútbol, el coro, boy scouts y girl scouts… ¡A más de la mitad ni los conocía! Uno de los colegios en el condado vecino es uno en el que los niños aprenden a escribir y hablar apache. Y ellos me enviaron un pequeño libro que hicieron, escrito en inglés y apache, sobre cómo las madres son tan valientes como los osos y protegen a sus crías. Fue muy dulce.
¿Quedó con algún tipo de secuela psicológica? ¿Tuvo miedo de salir a la calle o algo parecido?
Afortunadamente tuvimos muy buen asesoramiento y ayuda. Lo que tocó mi sensibilidad fue escuchar las noticias y ver lo que yo llamo “la matemática de los medios en los mass shootings”. Porque aquí, solo reportan los muertos. Nunca dicen “hubo 13 heridos, y a 30 personas que estaban ahí también les dispararon, pese a que ninguna bala les dio”. Así que está lo visible y lo invisible para las noticias.

Porque aquí solo reportan los muertos. Nunca dicen 'hubo 13 heridos, y a 30 personas que estaban ahí también les dispararon, pese a que ninguna bala les dio'.

Sí, leí en un artículo de Rolling Stone que mucha gente se negaba a escuchar lo que usted tenía que decir porque decían que usted “simplemente fue herida”.
Así es. Hay políticos electos que me han dicho “oh, solamente te hirieron”. No creo que eso descarta mi experiencia.
¿Por qué cree que este tema del control de armas divide tanto a la gente?
Creo que la gente en ambos lados no quieren escucharse los unos a los otros, entonces recurren a los extremos, en lugar de decir “OK, pensemos en esto. Algo malo está pasando, ¿así que cómo podemos saber qué es lo correcto?”. Y creo que es porque los Estados Unidos tienen un vacío de información, datos con los que podamos trabajar. Desde los noventa, el CDC (Centro de Control de Enfermedades), que es la gente que recoge estadísticas relacionadas con salud, no han podido recoger datos sobre heridas y muertes relacionadas con armas de fuego. La legislación les impide hacerlo, así como les impide recibir financiamiento para este tipo de investigación. Así que, para que todos podamos tener argumentos al momento de discutir una política correcta, primero tenemos que tener datos. Y aunque eso suene aburrido, cuando no los tienes es cuando la gente se va hacia los extremos al momento de discutir el tema.
¿Cree que el escuchar testimonios como el suyo puede cambiar el cómo se siente o lo que opina la gente acerca del control de armas de fuego?
Cuando empecé este viaje de abogar por el control de armas, pude darme cuenta de lo cerradas que estaban las mentes de las personas. ¡Estaban seguros de que tenían la razón! Trabajé muy duro para hablarles al corazón. Por ejemplo, el senador Jeff Flake, de mi estado, tenía una mente muy cerrada cuando se trataba de legislación contra las armas. Le conté mi historia y le dije “¿sabe? Nadie sabe que este club existe. El club de los supervivientes. Nadie nunca se quiere unir a este club, y cuando lo haces es un día horrible”. Así que cuando él estuvo en un tiroteo, en un diamante de baseball (estaban practicando para un juego para la caridad entre los senadores), le mandé un email diciéndole “me rompe el corazón que haya tenido que unirse a este horrible club de supervivientes a la violencia causada por armas. Por favor abra su corazón y mire esta situación”. Nunca respondió, pero puedo ver que cambió su opinión por lo que dice en la prensa. No deseo que ninguna persona se una a este club. Pero espero que abran su corazón y escuchen la historia de un sobreviviente, y se lo tomen a pecho para cambiar esta narrativa americana de violencia en todas partes. Solo quiero que la gente escuche la historia de vidas ordinarias, y cómo fueron totalmente trastornadas por estos actos.
¿Qué piensa cada vez que ve en las noticias que ha ocurrido un nuevo tiroteo?
Me rompe el corazón. Como dije, si es un tiroteo en una escuela, siento que debería escribirle una carta de disculpas a nuestros niños, diciendo: “Lo siento tanto. Debimos haber hecho algo a estas alturas”. Pero me hace feliz que estén protestando por la inacción de la gente. Están en lo correcto: los adultos los han defraudado, y deberían estar pendientes de lo que la gente hace para responder a estas situaciones. ¡Y deberían ser activos! Porque son sus vidas las que estamos poniendo en peligro, es su país el que no estamos sirviendo bien.
POR RODRIGO RODRÍGUEZ 
REVISTA BOCAS
EDICIÓN 75 - JUNIO 2018
Relato de una superviviente

Relato de una superviviente

Foto:Revista BOCAS

Diana Estrella
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