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Bocas

La historia de un hombre a prueba de fuego

Óscar Giraldo.

Óscar Giraldo.

Foto:Carolina Martínez Ortiz / Revista BOCAS.

Después de sufrir quemaduras en el 70 % de su cuerpo, Óscar Giraldo logró terminar el Ironman 2017.

Jose Jaramillo
El 22 de agosto de 2005, Óscar Giraldo, un caleño que hizo parte de la selección Colombia de béisbol, llegó a su casa en Miami después de trotar durante una hora. En la cocina, sacó una sartén y un filete de pollo de la nevera. Encendió la estufa y echó aceite sobre la sartén. “Más aceite de lo normal”, precisa. Puso el pollo a cocinar, subió al segundo piso y se duchó. Luego se recostó en su cama, ojeó una revista y se quedó dormido. Abajo, en su cocina, el aceite ardía y en cuestión de minutos se desató un incendio.
El fuego empezó a trepar por las cortinas y las paredes de panel-yeso, material del que están hechas las casas en Miami. El humo llegó al techo y Óscar se despertó medio asfixiado. Bajó a la cocina en donde todo ardía. No le dio tiempo de pensar nada diferente a intentar apagar las llamas. Echó mano del primer frasco con agua que encontró y lo lanzó contra la estufa. ¡Boom! Todo explotó. Una enorme bola de fuego lo abrasó. “¡Era un limpiavidrios, nada de agua: puro alcohol!”, aclara Óscar, mientras abre sus ojos desorbitados, como si estuviera presenciando el incendio de nuevo.
En medio del arrebato y la confusión, Óscar decidió tirarse por una ventana y atravesó el vidrio. Pero regresó al interior de la casa e insistió en tratar de apagar el desastre. Encontró su celular. Llamó a Andrés, su roommate y le pidió ayuda. Andrés estaba en Orlando y podía llegar a casa en un poco más de dos horas. Óscar aceptó y lo esperó. A las dos horas exactas, su compañero lo encontró desfigurado y lo llevó al hospital Baptist, pero no pudieron atenderlo porque el cuadro general era muy grave. De inmediato lo trasladaron en helicóptero al Jackson Memorial. Ahí los médicos le dieron 5 % de probabilidad de vida. Pero no murió.
Óscar Giraldo.

Óscar Giraldo.

Foto:Carolina Martínez Ortiz / Revista BOCAS.

Por cuenta del dolor, Óscar estuvo ocho meses en estado de coma inducido: cinco en Estados Unidos y tres en Cali. Desde entonces, su vida ha sido una montaña rusa de supervivencia. A lo largo de 11 años, el caleño, que había ido a Miami en busca de una beca universitaria como beisbolista, se ha sometido a 82 cirugías, ha sufrido dos severas quiebras económicas y ha caído en varias depresiones que lo han llevado a dos intentos de suicidio.
Pero el deporte, su tabla de salvación, lo sacó adelante. No solo se convirtió en un empresario de gimnasios, sino que acaba de cumplir uno de sus sueños: participar en la triatlón Ironman Cartagena 2017.
Esta es una historia a prueba de fuego.
¿Cómo se entrenó para el Ironman Cartagena 2017?
La primera vez que me propusieron participar, hace un año, di un “no” rotundo como respuesta. Empecé a entrenar con disciplina, inicialmente para bajar de peso. Y hace tres meses empecé a nadar. La verdad llevo toda la vida entrenando.
Usted siempre ha sido un deportista consagrado, ¿cierto?
Desde los diez años y hasta que me accidenté yo practicaba béisbol. Estaba entregado al deporte y durante mi niñez vivimos en Alameda que queda muy cerca del complejo deportivo. Eso me facilitaba la vida. Yo mantenía allá. Fue una etapa dedicada 100 % al deporte. Aunque estuviera estudiando, siempre cuadraba mis horarios para tener al menos un entreno al día. Fui un atleta de alto rendimiento. La adicción al béisbol me llevó a hacer una carrera de casi veinte años. Participé en competencias panamericanas y fui selección Colombia tanto en béisbol como en sóftbol. Yo era el capitán de la selección Valle hasta que me accidenté. Éramos una tribu de amigos en la que todo giraba alrededor del deporte. Mientras estuve en coma inducido, en ocasiones, cuando me despertaba y conversaba –te estoy hablando de pocos segundos–, y cuando mi esposa, por ejemplo, me preguntaba que cómo estaba, yo le respondía que bien, que estaba soñando con el Ironman. Muy loco. Luego me tenían que apagar, porque, claro, el dolor era insoportable.
¿Por qué decidió irse para Estados Unidos, cuál era el plan?
Estaba trabajando en Suramericana [Seguros] y me interesaba perfeccionar el inglés y conseguir una beca como deportista en la universidad.
¿Qué pasó el 22 de agosto de 2005?
Yo corrí una hora antes del accidente en Miami. Un sol de agosto, fuertísimo. Fue una de las bendiciones, porque elevé mi cuerpo a una carga térmica muy alta. Cuando llegué a la casa empecé a preparar un filete de pollo, en aceite. Subí al segundo piso a ducharme mientras se hacía, y luego me puse a leer una revista en la cama, y me quedé dormido: ese aceite abajo se regó, se prendió, cogió las paredes, que son como de cartón. Después las cortinas, la cocina entera. Sentí el humo y la tos me despertó.
¿Cuánto tiempo se quedó dormido?
Entre cinco y siete minutos. Entre mi entrada al baño y la leída de revista pasó una media hora, que fue lo que estuvo el aceite al fuego. Más los minutos que yo dormí… Digamos que cuarenta minutos. Cuando hicieron la investigación de los tiempos, vieron que pasé por un peaje a la 12:30 y mi llamada para pedir ayuda fue como a las tres de la tarde. Todo eso pasó como en dos horas y media, porque del peaje a mi casa había cinco minutos. Yo troté una hora según mi Polar. Cuando bajé solo pensé en que tenía que controlar el fuego y le tiré un frasco que estaba en el mesón. Y eso explotó, era limpiavidrios. O sea, le tiré alcohol. Ahí el fuego se me vino encima y se subió por todo el cuerpo. Yo caí de espalda. Me acuerdo que me tiré por una ventana de vidrio que se rompió y no me cortó, y volví a entrar a la casa porque yo apagué el incendio. ¿Cómo? Ni idea. Hasta ahí me acuerdo.

Los médicos me dieron 5% de probabilidad de vida. El 70% de mi cuerpo estaba incinerado con quemaduras de tercer grado. ¡Eso es gravísimo!

Mientras todo esto pasó, ¿usted estaba ardiendo en llamas?
No sé. No me acuerdo. Pero seguro. Lo sé porque todo el accidente fue investigado por la policía para que el seguro respondiera, porque esa casa quedó en pérdida total.
¿Y los vecinos?
Lo que pasó fue que el viernes 19 de agosto, tres días antes, un amigo había desconectado la alarma contra incendios para poder fumar dentro de su cuarto. Él lo hacía siempre, pero esta vez se le olvidó volverla a prender. Todo fue una cadena de errores.
¿Trató de pedirle ayuda a alguien?
Sí. Volví a subir al segundo piso, me duché y busqué el celular para llamar a Andrés, mi roommate. Pero él estaba regresando de Orlando, y llegó alrededor de las cinco de la tarde. Al ver la casa como te estoy contando, toda vuelta mierda, me llamaba por mi nombre buscándome. Me paré y le pedí que se tranquilizara. Andrés cuenta que yo era un monstruo. Estaba completamente hinchado. Y que me veía como los del video Thriller de Michael Jackson, la carne colgaba de mi cuerpo y la casa olía a mierda.
¿A qué olía?
A carne quemada.
¿Qué diagnóstico le dieron los especialistas en Estados Unidos?
Los médicos me dieron 5 % de probabilidad de vida. El 70 % de mi cuerpo estaba incinerado con quemaduras de tercer grado. ¡Eso es gravísimo!
¿Se acuerda de sentir dolor?
Muchísimo. Era un dolor profundo, hasta los huesos. Por eso me sedaban.
¿Por qué dice usted que lo salvó haber trotado antes del accidente?
Con la trotada lo que hice fue elevar muchísimo mi carga térmica por correr en ese infierno de Miami en verano, y sin camisa. Mi cuerpo estaba caliente y eso favorecía la conservación de los órganos. Es que estuve muchas horas quemándome. Luego me explican que con la exposición al fuego directo como me pasó, si no hubiera entrenado, no habría resistido vivo más de treinta minutos.
¿Considera que fue un milagro no haber muerto quemado?
Tras la investigación aparecieron varios absurdos, como el celular del que llamé a Andrés. Nunca supieron explicar como hice la llamada porque ese celular lo encontraron completamente quemado.
Óscar Giraldo.

Óscar Giraldo.

Foto:Carolina Martínez Ortiz / Revista BOCAS.

Estuvo ocho meses en coma…
En Estados Unidos estuve cinco meses en coma. Y después, tres meses más en Cali. Adriana y mi mamá tomaron la decisión de traerme a Cali. Los costos de allá eran demasiado altos. Solo el parqueadero del hospital costaba veinte dólares al día.
¿Cómo fue el viaje de regreso a Cali?
Me trajeron en un vuelo comercial en un coma inducido. Me desconectaron un día antes del viaje y me suministraron las dosis de morfina llevadas al límite. Los médicos evaluaron que si me daban más dosis de morfina era muy probable que terminara tostado. O sea, loco. O que muriera de sobredosis como le pasó a Michael Jackson, sobredosis de Propofol que es la morfina más fuerte que existe.
¿Cómo fue el procedimiento en Cali?
En Cali comencé el viacrucis. La póliza en Estados Unidos se había acabado. Empezaron los injertos, con piel que me sacaron del pecho, y de una parte de las piernas...
¿Es cierto que, mientras tanto, intentó suicidarse?
Es difícil hablar de eso. Es un tema fuerte. Las dos veces que intenté suicidarme fue tirándome del tercer piso del edificio donde vivía en Cali. Cuando mi hermano cuenta su versión de una de las veces que lo intenté, asegura que yo me lancé, pero que en un acto de arrepentimiento me agarré de la baranda como pude. Claramente lo estaba dudando. Pero en ambas ocasiones caí al vacío, con lo cual aumentaron significativamente las lesiones de mi espalda y entré de nuevo en los procesos de depresión que parecían infinitos. Lo más tenaz, mucho más que el daño físico, era escuchar a mi mamá decir que ella lo había intentado todo y yo en respuesta quería terminar con mi vida. Mi hermano insistió en que me debían exigir más y que ese círculo vicioso, de quedarme hasta las 3:00 a. m., viendo películas para luego levantarme a la 1:00 p. m. a empezar el proceso del baño, había que terminarlo.
¿Considera que el deporte le salvó la vida?
La templanza que me formó el deporte me ayudó a querer seguir viviendo. Aunque fue una lucha dura conmigo enfrentarme a todos mis demonios. Estaba pasando por las peores en la vida, y afortunadamente contaba con la ayuda de familiares y amigos; pero yo estaba manejando una energía tan densa que pasó un tiempo antes de darme cuenta de que el que tenía que cambiar era yo.
¿Cómo fue su recuperación?
Fue una cosa muy loca. Pasaba que un día los médicos estaban contentos con mi avance y decían “Óscar es un hombre de hierro” y de pronto recaía mal, y me encontraba completamente desahuciado. No quería vivir más. Tuve médicos de las manos, médicos de los pies, psiquiatras. Era una locura. Era un paso hacia delante y quinientos pasos hacia atrás.
¿Por qué no quería ver a María Camila, su hija?
Porque yo era su ídolo. Y en ese momento estaba completamente destruido, física y emocionalmente.
¿Cómo es la historia de su emprendimiento con el gimnasio?
Durante la crisis de recuperación, a través de un amigo, llegué a un gimnasio en el barrio El Refugio [Cali] mientras mi esposa empezó un proceso legal contra Suramericana. Todo era incertidumbre. No me había muerto, pero no sabía qué calidad de vida iba a tener. No se estimaba un tiempo aproximado de cicatrización.
¿Proceso legal?
Sí. A mi esposa le tocaba recibir gente de la compañía que le pedía el favor de no poner derechos de petición ni tutelas. Y ella les respondía que yo me estaba muriendo. Literalmente me estaba pudriendo. Así estuve durante veinte días en mi casa. Nadie quería entrar a mi cuarto. Olía horrible. No había recursos económicos para cambiar los apósitos. No había recursos económicos para buscar quién me atendiera en casa. Estábamos enredados en la burocracia de quién me iba a atender, la EPS, la ARL, la póliza. Hasta que finalmente resolvieron.
¿En la clínica de Los Remedios?
Si, porque el médico de Cali que nos habían recomendado en Estados Unidos solo atendía ahí y exigió total libertad de medicamentos, no POS. Todo fue autorizado por Sura.
¿Cómo se alimentaba?
Por sonda.

No quería vivir más. Tuve médicos de las manos, médicos de los pies, psiquiatras. Era una locura. Era un paso hacia delante y quinientos pasos hacia atrás.

¿Usted seguía inconsciente?
Sí, todo el tiempo. Y como ya no tenía la máquina conectada, me sedaban a punta de opiáceos, pepas. Me había hecho adicto. Mi mamá y Adriana dicen que yo lloraba del dolor hasta conseguir la siguiente pepa. Una amiga enfermera de la clínica de Los Remedios cuenta que durante mi hospitalización ella me inyectaba agua haciéndome creer que era morfina. Puro placebo. Esta enfermera le dijo a mi mamá que yo estaba mejorando mucho, que ahora el tema era empezar a quitarme el medicamento.
¿Estuvo medicado por el psiquiatra?
Sí, claro. Fui declarado bipolar. Mi psiquiatra, César González, puede contarlo. El laboratorio perdió la vuelta conmigo. Hace dos años dije: “No me vuelvo a tomar una sola pepa, mi medicina se llama Deporte”.
¿En qué momento le dan de alta?
Yo salgo de la clínica en marzo de 2006. Con muchas cicatrices y cirugías pendientes. Es que mis axilas estaban pegadas. Era imposible levantar los brazos. También tenía los dedos pegados. Pero estaba cansado. Después de 82 cirugías no quise una más. Cada una de las cirugías me obligaba a una recuperación mínima de 5 días en la UCI. Estaba mamado.
¿Qué pasó durante esos ocho meses de coma inducido? ¿Tuvo algún tipo de conciencia?
Pues hay una cantidad de situaciones y todavía me pasan cosas muy raras con la memoria. No recuerdo quién me contó determinada situación. Aunque si me mencionan un tema, puedo perfectamente dar detalles de la conversación, como si hubiera pasado hace unos minutos. Todos los recuerdos que yo tengo son de deporte. Como si lo hubiera visto, aunque estaba inconsciente, mis amigos que sabían cuánto amaba el béisbol decoraron mi habitación con camisetas, bates, gorras, cascos, guantes, y dos pantallas con ESPN, 24 horas: recuerdo, por ejemplo, ser espectador del Ironman de ese año... Me visitó el presidente Bush y hablamos en un inglés fluido. Me visitaron jugadores de grandes ligas que yo ni idea de conocerlos, pero llegaban ahí a la habitación donde yo estaba y me conversaban. Y a mí me gustaba eso. Lo disfrutaba. Me pasó una cosa muy loca, aún no la entiendo: sin salir de la UCI, viajé a Cali. Estoy seguro. Vi a mi papá y a mi mamá. Sentí un amor inmenso por ellos, pero solo llegué hasta el aeropuerto y no logré bajarme del avión, tenía que seguir hospitalizado.
¿Es cierto que su proceso con la fisioterapia fue el que lo llevó a convertirse en empresario?
Me tocaba hacer terapia física. Me lo habían recomendado los médicos. Pero nosotros vivíamos de la caridad. Un amigo del parche de Cali me dijo que me habían conseguido un gimnasio donde podía hacer la fisioterapia gratis. Y obviamente yo tenía que estar en un espacio limpio, si se infectaban mis heridas era muy grave: todavía estaba completamente cubierto por gasas. Solo tenía dos huecos para los ojos, uno para la nariz y otro para la boca. Al gimnasio del barrio El Refugio lo conocían como el “Óxido gym”. Me acuerdo que el primer día de fisioterapia, el Vikingo –así le decían a uno de los entrenadores– me pasó dos bolsas plásticas y me dijo que las usara como guantes para que no se me fueran a infectar las heridas de las manos. [Risas]. Yo le preguntaba al administrador del gimnasio que por qué no arreglaban esto, y por qué no corregían esto otro…, el gimnasio era regalado, y aun así yo empecé a joder mucho. [Risas]. Un día el administrador me propuso ayudarlo a administrar el lugar. Le cogí la caña y le dije de una que listo, que le ayudaba. Él me ofreció la mitad de las utilidades. El primer mes, un millón de pesos de utilidades. O sea, 500.000 pesos para cada uno y el segundo mes fueron cinco millones de pesos de utilidades.
¿Y cómo se hizo al gimnasio?
El Óxido Gym contaba con 138 suscriptores, pero solo 38 pagaban mensualidad. Toda la plata que entraba al gimnasio se la robaban. No lo cuidaban. El administrador abría el sitio, pero la plata se la cogían los empleados, porque a ellos no les pagaban. Al segundo mes, con cinco millones de pesos de utilidades, el administrador me propuso nuevamente repartirnos mitad y mitad. Ahí fue cuando me enteré de que ese gimnasio no era de él. Y me contó que los dueños lo estaban vendiendo por sesenta millones de pesos. Yo le dije que estaba quebrado. Me reuní con los dueños y les propuse pagar un millón mensual, después de ofrecer disculpas por si les ofendía mi propuesta. Lo más tenaz fue que ellos me dijeron que sí. Después me di cuenta de que los antiguos dueños llevaban dos años invirtiéndole al lugar dos millones de pesos mensuales. Y yo en dos meses había producido seis millones de utilidades.
Óscar Giraldo.

Óscar Giraldo.

Foto:Carolina Martínez Ortiz / Revista BOCAS.

Una luz verde en su vida…
Con la oportunidad del gimnasio vi el símbolo pesos y un chance para ocupar mi mente. Pensé que con esto había la posibilidad de salir de la quiebra. Volver a tener con qué comprar los medicamentos. Nosotros habíamos perdido el carro, habíamos perdido todo. Volver a tener que hacer. Esto fue en julio de 2006. En todo este proceso yo le dije a un amigo de Bancolombia que me prestara un dinero, me dijo: “Vos estás quebrado”. Yo le dije: “Sí, lo estoy y vos lo sabés porque me conocés, pero mis papeles sirven”. Yo me ganaba 17 millones de pesos mensuales en Suramericana. Le pedí prestado 200 millones de pesos y él me dijo: “Marica, me convenciste, te presto cincuenta millones de pesos”. Con la plata que él me prestó hicimos la primera reforma importante del gimnasio. En noviembre de ese mismo año, Suramericana me dio una indemnización de mil millones de pesos. Entonces recuperamos la casa, recuperamos el carro. Para ese momento ya llevábamos casi setenta millones de utilidades. Yo cogí la plata y les dije a los dueños del gimnasio: “¿Se acuerdan que era a cinco años? Aquí está la plata”. Y les pagué. Entre el año 2006 y el 2008 llegamos a tener 700 clientes y a acumular 300 millones de pesos en utilidades.
¿Y creció?
Compramos la casa de al lado del gimnasio e iniciamos una remodelación para ampliarlo. El 16 de julio de 2008, el día que nació Jerónimo, nuestro segundo hijo, empezamos a demoler para ampliar, pero nos volvimos a quebrar. Nos habían asegurado que la casa que compramos funcionaría con adecuaciones, pero nos tocó tumbarlo todo. El proceso de remodelación estuvo parado durante un año. Fue horrible.
¿Con esta segunda quiebra recae en depresión?
No. Tenía la mente ocupada y eso lo hacía todo distinto. Es como jugar un partido que perdiste. Pues te toca mejorar para ganar el siguiente. No podés seguir perdiendo. Además, ya teníamos otro hijo, nos tocaba seguir adelante. Ante la situación, pusimos un aviso que decía: “Hazte socio estrella, paga 345.000 pesos, entrena gratis y tu tiempo empieza a correr cuando remodelemos”. Entre 2008 y 2012 caímos en el radar de la Cámara de Comercio de Cali, y eso nos dio muchísima visibilidad, nos ganamos el premio de emprendimiento de pyme, Valle Impacta.
¿Quedó con alguna limitación física después de su accidente?
Sí, mi pie derecho no rota 360 grados. Me cuesta mucho hacer plantiflexión. A veces me pasa que mientras camino el pie derecho no responde y se queda atrás, entonces me caigo. Y sin importar el lugar donde esté hago el típico chiste: “de cuánto era el billete” y vuelvo y me paro. Pero ahora tomé esa decisión: antes lloraba y me quedaba ahí un rato tirado en el suelo lamentándome y sintiéndome mal. Ahora no.
¿Por qué aceptó este año correr el Ironman Cartagena 2017?
Porque quería trascender un tema de autoestima. Demostrarme que podía. Antes verme al espejo era muy difícil. Hace apenas tres años empecé a usar camisas manga corta. Todo el tiempo procuraba tapar mis cicatrices. Ahora que entrené para el Ironman me sentí tranquilo de entrar a la piscina sin camisa, pero pasaron muchos años para esto.
¿Cree en Dios?
Sí, muchísimo.
¿Y cree que Él fue quien le puso esta prueba?
No. Dios nunca te manda nada malo. No es un Dios castigador. Los accidentes pasan.
MARGARITA PEÑA
FOTOGRAFÍA CAROLINA MARTÍNEZ ORTIZ
REVISTA BOCAS
EDICIÓN 70 - DICIEMBRE 2017
A prueba de fuego
Por Margarita Peña
Fotografía Margarita González Ortiz

A prueba de fuego Por Margarita Peña Fotografía Margarita González Ortiz

Foto:Revista BOCAS

Jose Jaramillo
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