A un ángulo. Desde 30 metros. Allá voló la pelota, que salió del zapato derecho de Leicy Santos, la dueña de la camiseta 10 de Independiente Santa Fe, la que venía de defender ese mismo número, pero vestida de amarillo, en los Olímpicos de Río de Janeiro. El balón fue tomando vuelo y lo único que lo detuvo fue la red.
Era su primer gol como profesional. Emocionada, Leicy se tomó el pecho, besó el escudo, se fue corriendo hasta una cámara en el borde de la cancha, porque el partido lo estaba transmitiendo Win Sports, y empezó a gritar su dedicatoria: “Mamá, papá, ¡los amo!”.
A 850 kilómetros de distancia de El Campín, donde se dio ese tanto, los padres de Leicy, Elizaith y Diana, se enteraron del gol, mas no de la dedicatoria, por un mensaje de texto que les mandó un amigo que estaba en el estadio. Minutos antes de eso, se había ido la luz en el corregimiento de San Sebastián, en Lorica (Córdoba), donde Leicy nació el 16 de mayo de 1996.
Como en la canción de “El santo cachón”, esa mañana del 26 de febrero “no fue uno, ni fueron dos: fueron tres” los goles que Leicy le marcó a Daniela Solera, la portera del Atlético Huila, en el 6-0 con el que Santa Fe ganó el partido.
“Uy, más que marcar la tripleta y eso, ese día fue mi primer gol profesional. Ese fue un momento que a ti no se te puede olvidar nunca, un momento único donde sentía la satisfacción de que todo lo que había hecho en mi carrera deportiva había valido la pena”, dijo esta pequeña cordobesa de 1,53 metros de estatura, ágil, rápida y habilidosa con la pelota.
Ese sueño de Leicy es también el de sus padres, sobre todo el de Elizaith, que tuvo intenciones de ser futbolista profesional. Sin embargo, el día que le llegó la citación para jugar en la selección sub-20 de Córdoba, se escapó con Diana a Cartagena. Eso fue en 1993. De esa relación nacieron Rudy, que fue el primero en llegar a la cancha, y luego Leicy, con cuatro años de diferencia.
Siguiendo los pasos de su hermano, Leicy comenzó a jugar en las canchas de San Sebastián, aunque, según le dijo su mamá a EL TIEMPO en abril de 2013, durante el embarazo “el último mes era patada tras patada”. A los 11 años ganó su primer título: fue goleadora de un torneo de fútbol femenino en el que competía con otras niñas, pero también con mujeres grandes. El premio fue jugoso, literalmente: un pollo asado con gaseosa, más 20.000 pesos en efectivo.
No siempre la comida abundó, al menos por fuera de Lorica. Allí Elizaith vendía pescado, así que nunca faltó algo en el plato, pero el futuro de Leicy en el fútbol estaba en Bogotá. Al comienzo la pasaron mal. El padre de la familia estuvo a punto de tirar la toalla una noche que llegó a la casa y encontró a los niños comiendo únicamente arroz y café. Solo el amor de Leicy por el fútbol los hizo aguantar.

La futbolista Leicy Santos en entrevista con BOCAS.
Pablo Salgado / Revista BOCAS
Leicy es, potencialmente, la número 10 de la Selección Colombia hacia un futuro que ellas mismas comenzaron a forjarse. Pidieron una liga de fútbol profesional: se las dieron. Los equipos que le apostaron se armaron a su manera. Algunos empezaron de cero. Otros hicieron convenios y aprovecharon el trabajo de largos años: Envigado con Formas Íntimas, Orsomarso con Generaciones Palmiranas, Cúcuta Deportivo con Gol Star y Santa Fe con Future Soccer. El empeño de Leicy y de sus compañeras de Selección ha ayudado a que la Liga empiece a crecer.
Sin embargo, el fútbol femenino de Colombia todavía está en pañales. Apenas en la década de 1970 se jugaron los primeros partidos en Bogotá, y habría que esperar hasta 1991 para el primer campeonato nacional (de mayores, ni modo de hablar de categorías juveniles) organizado por la Difútbol: Valle fue el primer campeón.
Para encontrar la primera actuación internacional de una Selección Colombia no hay que retroceder mucho: en 1998, un equipo dirigido por Juan Carlos Gutiérrez participó en el Suramericano en Mar del Plata (Argentina). Para hacerse una idea del nivel, Colombia perdió 12-1 con Brasil, que ya era potencia. Lo mismo que pasaba con las selecciones masculinas en los años cuarenta y cincuenta.
Fue en la década pasada cuando empezó el crecimiento del fútbol femenino. Fue también entonces cuando comenzaron los buenos puntos de referencia: el título suramericano Sub-17 en 2008, con Pedro Rodríguez (el mentor de Leicy) como técnico, y cuyo plantel aún hoy hace parte de la base del equipo actual; luego los estrenos en los mundiales: la semifinal en el Sub-20 de 2010 con Yoreli Rincón como figura descollante, las primeras clasificaciones al mundial de mayores y a los Olímpicos, en 2011 y 2012, y un resultado que es como el 4-4 de Chile-62 para las mujeres: el triunfo 2-0 frente a Francia en el Mundial de Canadá, en 2015.
Pero todavía hay mucho por aprender. En los Olímpicos, Colombia se devolvió sin triunfos, con dos derrotas y un empate en el último partido con Estados Unidos, una de las potencias. En la clasificación mundial de la Fifa, que se actualiza cada tres meses y no mensual, como la masculina, Colombia está hoy en la casilla 22. Bien, pero con muchas cosas por delante.
El primer amor nunca se olvida. La primera tripleta de la Liga quedó registrada en la biografía de Leicy. Y la costumbre de llevarse el balón también comenzó a seguirse en la Liga. Esa pelota, blanca con rosado, está en el apartamento al que Leicy se trasteó hace menos de un mes, con la firma y la dedicatoria del presidente de Santa Fe, César Pastrana. Leicy vive sola: ya les demostró a sus papás que puede volar en solitario.
Yo me puse a llorar y le dije: 'con el fútbol yo los voy a sacar adelante'. Ella se cagó de la risa... Algo así como '¡Siga soñando!'
¿Por qué quiso ser futbolista?
Desde muy chiquita me gustaba mucho el fútbol y ahí empieza el amor por jugar. No me importaban las críticas: mucha gente me criticaba, pero siempre tuve el apoyo por parte de mis papás. Mi papá jugó y él, de alguna manera, entendía que era el fútbol lo que me gustaba y que me apasionaba jugar. Decidí venir a buscar un sueño, luchar por un sueño, y afortunadamente las cosas se me fueron dando. Ese juego era como el hobby para mí, y ya después llegó a ser más importante y lo tomé en serio, como una profesión.
¿Cuando empezó a jugar miraba a alguien, quería ser como alguien?
Siempre he admirado a Lionel Messi, desde que vi cómo jugaba.
¿En Lorica, dónde jugaba?
Jugaba en el pueblo. Yo vivía en un corregimiento que se llama San Sebastián. No había un día que no jugara porque mi casa quedaba al frente de la placita del barrio y todos mis amigos eran de mi misma edad, así que todos los días por las tardes era fijo que estaba ahí jugando; a pie descalzo, pero ahí estaba. Allá en Lorica, al comienzo, yo no tuve equipo: estuve en una escuela de niños, jugué con niños en los intercolegiados y era la única niña que jugaba en ese momento. También jugaba microfútbol.
Siendo la única niña, ¿qué le decían los niños?
Los niños a esa edad son mucho más tolerantes. No les importaba. Eso sí, les daba rabia que una niña de pronto les hiciera una jugada o un gol. Eso les molestaba, pero a mí era lo que más me gustaba.
Usted tenía un acuerdo con su mamá: ella la dejaba jugar, pero usted tenía que ayudar con el oficio.
Ella se iba a donde unos tíos y me dejaba en la casa. Un día ella me dijo: “O lava los platos o trapea la casa”. A mí ese día realmente se me pasó, me puse a jugar y me olvidé de todo. Cuando estoy allá en la cancha, yo la veo pasar. Ahí dije “¡Juemadre, no lavé los platos!”. Ella entró y apenas vio eso, me pegó un grito: “No sale a jugar hasta que no me los lave”. Yo le insistía, que estaba jugando. Y ella, nada. Me decía: “Se la pasa jugando fútbol, eso no le deja nada bueno, de acá de Lorica no va a salir”.
Pero de Lorica sí salió…
Yo me puse a llorar. Le dije: “Con el fútbol yo los voy a sacar adelante a ustedes”. Y ella se cagó de la risa… Algo así como “¡Siga soñando!”. Pero después se le pasó la rabia. Claro, cuando lavé los platos.
Entonces, cuando decidió meterse de lleno al fútbol, se fue para Bogotá. ¿Muy bravo el cambio?
Fue muy duro. Yo me vine por seis meses, sola. Vivía donde un compadre de mi papá. Cuando volví a Lorica les dije a mis papás que se vinieran conmigo a acompañarme. Era difícil la cosa, pero nunca me dijeron que no. Estuvieron cinco años acá conmigo, pero el comienzo no fue nada fácil. En el pueblo no lo teníamos todo, pero vivíamos cómodos: mi papá vendía pescado y mi mamá era ama de casa. Pero no sabían hacer nada más. En Bogotá, mi papá se puso a trabajar como obrero de construcción: bajó 10 kilos en un mes. Y mi mamá comenzó a trabajar en casas, como empleada del servicio. Mi hermano era menor de edad y no podía trabajar.
¿Es cierto que la dueña de la casa a la que llegaron no los quería recibir porque no llevaron trasteo?
Cuando llegamos la primera noche a la casa donde íbamos a vivir en La Gaitana, en Suba, íbamos con dos maletas y una caja. El trasteo de nosotros cabía en un taxi. La señora que nos había arrendado, cuando vio eso, preguntó por el trasteo. Como no traíamos nada más, la señora nos preguntó qué era lo que veníamos a hacer acá, que así no nos podía arrendar. Mi papá la convenció: que nosotros teníamos nuestras cosas en Lorica, teníamos casa allá, pero que vinieron a apoyarme a mí porque yo jugaba fútbol. Esa noche no teníamos ni dónde dormir. Nos tocó a los cuatro juntos, solo con una cobija.
Fue muy complicado. ¿No pensaron en devolverse?
Mi papá sí tenía intención de irse para Lorica. Para el primer mes trajimos yuca, plátano, queso..., pero esas cosas se fueron acabando. Era difícil, mi papá se mataba mucho trabajando: recibía la quincena y al día siguiente ya no tenía nada. Pero me veía a mí, veía que cumplía mi sueño. Yo estaba feliz porque yo sabía a lo que venía.
En Bogotá comenzó a jugar en Besser, uno de los clubes tradicionales del fútbol femenino...
Toda mi formación se la debo a ellos. Pedro Rodríguez es mi mentor, es como mi otro papá. Él me ayudó a forjar una mentalidad ganadora. Estuve seis años en Besser, hasta hace poco salí de allá.

La futbolista colombiana Leicy Santos.
Pablo Salgado / Revista BOCAS
¿Es cierto que Pedro Rodríguez fue quien le dio su primera cama en Bogotá?
Yo dormía con mi hermano en una colchoneta. Un día, como a las 12 de la noche, empezaron a tocar la puerta. Cuando abrimos, era él: llegó con la cama del hijo, que la acababa de cambiar. “Una deportista tiene que descansar bien. Esto es para que puedas descansar mejor”, me dijo. Ese día nos quedamos hablando como hasta las dos de la mañana. Eso fue fundamental para que mis papás se quedaran. Ahí creyeron en el fútbol y en mi sueño.
En Lorica llegó a jugar descalza. ¿Recuerda sus primeros guayos?
Mis primeros guayos fueron de un primo, me los regaló. Con el tiempo me quedaban apretadísimos y yo no podía jugar con ellos. Ya después el compadre de mi papá, César Correa, me regaló unos guayos, unos Lotto. Los compramos grandes para que me duraran más tiempo. Yo calzo 6,5 y los compraron como 7,5. Esos guayos se rompieron. Un día estábamos entrenando con Besser y el profe Pedro y la mamá de una compañera me sacaron del entrenamiento. “Vamos a hacer una vuelta”, me dijeron. Me llevaron al Adidas de la 122 y ahí me compraron un par. Ya después mis compañeras me los regalaban, me dieron otros de cumpleaños. En eso no volví a tener problema.
¿Y hoy cuántos tiene?
Hoy, Adidas me da guayos cada mes. Pero yo les doy a compañeras que no tienen. Siempre lo tuve claro: no me iba a quedar con un montón de guayos en mi casa sabiendo que alguien más los puede utilizar, porque son demasiado caros.
De Besser pasó a la Selección Bogotá y luego a la Sub-17 de Colombia. ¿Cómo y cuándo la vieron?
A Felipe Taborda lo habían nombrado técnico ese año. Yo me había ido para Lorica. Él hizo convocatorias y reclutó niñas de todo el país. A mí no me vio. Un día llegó a Bogotá y con el equipo que había traído jugó un amistoso contra Besser. Ahí me llamó, con otras dos compañeras.
Y le fue bien. Clasificaron al Mundial Sub-17.
En la primera fase marqué dos goles a Chile, ganamos 4-0. También le hice uno a Brasil. Aseguramos la clasificación ganándole 3-0 a Argentina. En ese torneo, Felipe Taborda me dice que siga trabajando, que va a contar conmigo en todos los procesos que tenga. Y así fue: me llevó a la sub-20, a la de mayores y a los Olímpicos.
¿Qué experiencia le dejó ese primer mundial?
Fue muy linda, pero ahora uno disfruta más las cosas porque tiene más experiencia. Uno de chiquito se llena de mucha complejidad, de mucha presión. Ahora sé que el fútbol hay que disfrutarlo: no preocuparse tanto si hice las cosas bien o no: lo que no hay es que equivocarse. El fútbol se trata de esto: equivocarse lo menos posible.
¿Cómo vive una niña de 16 años un torneo en un país con una cultura tan diferente?
Eso sirve mucho, era llenarnos de conocimiento, saber que hay otras cosas. Yo no tenía idea de dónde quedaba Azerbaiyán. Conocí la moneda, el idioma, empecé a buscar cómo era el clima, su cultura. Eso abre mucho el conocimiento. Uno aprende a respetar las demás personas, las demás culturas y religiones. Bakú es una ciudad muy desarrollada. Lo que más me gustó fue cómo valoran allá sus zonas verdes, el medioambiente.
Se siente mucha emoción al ver tu apellido, no solo con el 10, sino en la camiseta de tu selección, de tu país. Es lo más lindo e importante que uno como jugador puede tener.
¿Cómo es la sensación de entrar a la cancha en un mundial?
¡Uy, se te eriza la piel! Cuando empieza a sonar esa cancioncita de la Fifa y cuando estás a pasos de la cancha, es una sensación que solo la da el fútbol. Y cuando suena el himno de Colombia se te eriza todo, se llena uno de muchos pensamientos, en ese momento llega uno a pensar en las personas que más quiere y que han aportado tanto en tu vida. De verdad, se siente solo orgullo de estar ahí y de portar esa camisa.
Después asistió a su primer mundial de mayores, en Canadá, en 2015. Pero fue suplente.
En ese mundial hicimos historia, una historia muy bonita. Aprendí mucho, aprendí a tener paciencia, a valorar muchas cosas, a darme cuenta de que los demás países se preparan demasiado, que todo el mundo se está preparando siempre. Ahí aprendimos que en Colombia falta mucho para llegar a ser una potencia, que hay que seguir trabajando mucho más duro.
La primera vez que Colombia fue al mundial, en 2011, no hizo goles. Así que a usted le tocó ver el primero en vivo y en directo…
Íbamos perdiendo 1-0 con México y va Dani [Daniela Montoya] ¡y hace ese golazo faltando como 10 minutos! Creo que es el gol que más he gritado en mi vida. Tenía al lado a Carolina Arbeláez, salimos corriendo a abrazarla. ¡Pero todas! No lo podíamos creer. Una locura.
Pero la locura siguió. En el partido siguiente le ganaron a Francia.
Cuando se acabó el partido, todas estábamos como “Juepucha, no lo creemos”. Estábamos 1-0, apretando para que no nos empataran. Y luego entra Cata [Catalina Usme] y hace el segundo. Las francesas estaban superbravas. Espectacular ese momento.
Los dos primeros los vio de afuera. Pero ya contra Inglaterra le tocó entrar.
Sí, en ese y en la segunda fase contra Estados Unidos. Contra Inglaterra ya estábamos clasificadas. Le hago una asistencia a Chichu [Lady Andrade] para el gol. Ese fue un momento grandioso para mí y para mi carrera.
Era la más joven del equipo. ¿Cómo enfrentar eso?
Sí, era la más joven, pero mis compañeras me ayudaron a tener confianza.
¿Quién era la que más le hablaba de la selección?
Uy, la “capi” [Natalia Gaitán]. Pero también varias con las que somos muy buenas amigas en la selección: Isabella Echeverry, Tatiana Ariza... Pero la que más me hablaba de cómo afrontar las cosas y todo eso era Isa.
Al mundial fue como suplente de Yoreli Rincón. Pero para los Olímpicos ella se lesiona y le toca ser titular...
En mis compañeras siempre encontré mi mejor apoyo, entonces fue muy fácil para mí, porque ya estaba adaptada al grupo, Yoreli es una jugadora fundamental, clave, pero mis compañeras me dieron la confianza porque sabían que yo también podía hacerlo bien. Ya estaba de alguna manera preparada para enfrentar esa responsabilidad.

La futbolista Leicy Santos.
Pablo Salgado / Revista BOCAS
En el mundial jugó con el 10. ¿Qué se siente ver la camiseta de Colombia, el número 10 y encima su nombre?
Muy lindo. Mucha emoción de ver tu apellido, no solo con el 10, sino en la camiseta de tu selección, de tu país. Es lo más lindo e importante que uno como jugador puede tener.
Cuando llegaron del mundial, Íngrid Vidal salió a decir que necesitaban la liga femenina. Cuando volvieron de los Olímpicos, también lo dijeron varias. Ahora que la tienen, ¿qué?
Es un sueño hecho realidad. Sentimos que hicimos un buen trabajo, una buena labor para abrir esa puerta tan grande que es tener la liga profesional acá en nuestro país. Nos va a dar mucha competencia jugarla, nos va a dar un mejor nivel, y sin duda va a mejorar la selección porque las jugadoras vamos a tener competencia. Lo fundamental es que nos reunamos con la selección y miremos todas las jugadoras que han estado y las nuevas que lleguen.
¿No es como una torre de Babel ese Santa Fe con jugadoras de tantas partes? Tienen arquera de Trinidad y Tobago, tienen estadounidenses, costarricenses, venezolanas…
Las jugadoras que llegaron, antes de ser deportistas, en su parte humana han sido increíbles. Vienen a aportar su proceso de selección. Nos llevamos muy bien en el equipo, ellas se acoplaron bien a nosotras y nosotras a ellas. En la mente llevamos que tenemos que ser campeonas.
¿Hoy se puede vivir en Colombia del fútbol femenino?
En este momento, no. La Liga es un paso importante, pero no. Hay jugadoras que pueden vivir bien, pero también hay que buscar otro tipo de ingresos. Es un proceso largo. Y claro, cuando vaya pasando el tiempo, pues nos exigen un poco más.
¿A qué aspira entonces?
En el fútbol, aspiro a irme a una de las mejores ligas del mundo. Ir a otro país y hacer mi propia historia. También, de alguna manera, mostrarle al mundo que en Colombia hay mucho talento, que en Colombia pueden venir a buscar niñas y llevarlas, que tienen todo el potencial para estar allí.
Varias de sus compañeras de selección ya han ido a Europa: Natalia Gaitán, Yoreli Rincón, Nicole Regnier.
Con ellas sí he hablado de eso. Ellas querían también que yo me fuera a estudiar, a jugar como profesional allá. Saben que el camino no resulta fácil. Tenemos que trabajar el triple. Ya vimos que es posible ir allá: Natalia está en un buen equipo, el Valencia. Vive tranquila en España. Son oportunidades que te da el fútbol y que tienes que aprovechar.
Usted quería ayudar a sus papás. ¿Cómo están ellos ahora?
Mis papás regresaron a Lorica. Tienen un negocio, un criadero de pollos y de cerdos. ¡Ellos, felices porque regresaron! Mi mamá está tranquila y sabe que yo estoy bien en Bogotá. Las condiciones son diferentes a las que tuve cuando me vine. A veces a mi papá le gustaría venirse a acompañarme. Es lo único que a veces no los tiene conformes: les gustaría estar acá viviendo este momento, este sueño conmigo.
ORLANDO ASCENCIO
FOTOS: PABLO SALGADO
REVISTA BOCAS
EDICIÓN 63 - MAYO 2017

"Leicy ya vuela sola"
Entrevista con Leicy Santos.
Por José Orlando Ascencio. Fotos: Pablo Salgado.
Revista BOCAS