Al borde del fervor religioso –y un escalón por encima de los escritores, los músicos y los actores–, los deportistas son, en definitiva, los últimos héroes épicos que le quedan a la humanidad. No hay más a quienes reverenciar.
Prueba fehaciente de semejante idolatría, que se repite de diferentes formas a lo largo y ancho del planeta, es la luchadora caleña Jackeline Rentería, medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Pekín 2008 y medalla de bronce en Londres 2012, que, de la manera más genuina y folclórica posible, cuando tenía 24 años y apenas comenzaba a estudiar su carrera de derecho, fue objeto de un homenaje por parte de su pueblo.
Orgullosos del ejemplo de superación de su niña consentida, varios líderes de Siloé –el empinado, enorme, pobre, popular, territorial, vibrante, agitado, estigmatizado e incluso temido barrio de Cali–, decidieron reunir cinco millones de pesos para levantar una escultura en la glorieta de la entrada a la localidad, todo para el honor y la gloria de la deportista criada en esas laderas. Paganismo puro.
La curiosa estatua, que fue realizada por el escultor Francisco Ariza, que está hecha de hierro y hormigón, que tiene un peso de 285 kilos, que muestra a la luchadora en trusa y en posición de combate, que los transeúntes acarician al punto del fetiche y a la que cada año le echan una repasada de pintura, fue pagada por un centenar de humildes personas y por un puñado de prósperos comerciantes, todos vecinos del suburbio. Lo que se llama una orgullosa acción comunitaria.
Y lo hicieron porque, para todos en Siloé, estaba y está claro que con esta efigie se hacía un homenaje a quien supo transformar su entorno –repleto de adversidades, incluido un escandaloso nivel de violencia–, para convertirse en una de las más destacadas deportistas olímpicas de Colombia en todos los tiempos. La fuerte luchadora, que recién llegó a sus 30 años, es la única mujer colombiana que ha logrado medallas en dos Juegos Olímpicos. El otro colombiano es un hombre, Helmut Bellingrodt, con dos medallas de plata en tiro deportivo en Múnich 1972 y Los Ángeles 1984.
Pero Jackeline quiere más: “por mi gente”, vuelve y dice. Quiere su tercera medalla en Río 2016. Quiere la gloria, más allá de que, una vez más, tal como le pasó en Beijing y Londres estuvo a punto de no ir a Brasil, muy a pesar de que ya había logrado su cupo en el Mundial de Las Vegas, en septiembre de 2015.
El pasado 15 de junio, en el Open de Lucha de Lodz (Polonia), luego de hacer un movimiento de rutina –que no fue otra cosa que entrar con su cabeza en el abdomen de su contrincante–, Jackeline se fracturó el maxilar inferior. A dos meses de la cita mayor, el sueño olímpico y su mandíbula se quebraban.
Cinco días después, el 20 de junio, fue operada en Bogotá. Los médicos hablaron de seis semanas de incapacidad y dictaminaron que solo hasta el 23 de julio podría enfrentar a un oponente. El Comité Olímpico Colombiano (COC), por su parte, avisó que, luego de mirar los resultados, tomaría la decisión de si viajaría o no a Río. Jackeline, mientras tanto, ripostó en las redes sociales: “Tiempo suficiente para estar en las mejores condiciones”. Finalmente, el COC dio el sí y ahora “la fuerza de Siloé” se alista para competir el 17 de agosto en el escenario de Río Centro, en Barra de Tijuca.
Desde que sufrió la fractura, una vez más con fe religiosa, la gente de Siloé –que es su pueblo y su patria chica–, le ha escrito todo tipo de mensajes de ánimo. “Es impresionante lo que me han dicho por las redes sociales a lo largo de todos estos días. Por eso estoy tan comprometida, por eso quiero ir a hacer historia”, recita.
Si no sucede nada extraño con su quijada o cualquier otro incidente de los tantos que siempre supera, Jackeline va a ir por una tercera presea. Si lo logra, todo sería alegría, consagración y gloria. Y conseguiría el récord del deportista colombiano con más medallas olímpicas en la historia. Y tal cual lo sueñan en su barrio se convertiría en el triunfo de un pueblo.
Usted es objeto de idolatría entre la gente de Siloé, Cali y buena parte de los colombianos que aman el deporte. Pocos seres humanos tienen una estatua a los 24 años. ¿Cómo le ha ido con semejante honor?
Pues muy bien porque, por lo general, los monumentos los hace el Gobierno. La estatua que me hicieron a mí fue hecha totalmente por la comunidad.
¿Quién o quienes lideraron eso?
Pacho y David, dos señores que están al pendiente del barrio y de los valores positivos para poder resaltarlos. La idea de ellos fue hacer una estatua, no para inmortalizar lo que ha hecho Jackeline, sino para que cuando los jóvenes pasen por ahí, porque es un lugar por el que tienen que pasar todos los jóvenes que van a salir de Siloé, encuentren una forma de ver que hay opciones, que alguien puede lograr lo que quiere con un medio y que ese medio que Jackeline tuvo fue el deporte. Soy alguien que realmente vivió en la comuna, que pasó necesidades con ellos, que fue creciendo con ellos y que tuvo una opción y la tomó.
¿Le consultaron para hacerla?
Todo el tiempo. Me preguntaron si me parecía bien la posición, cómo debería ser la trusa, cómo deberían ser las botas, el color, esto y lo otro. Siempre estuvieron preguntándome cómo quería que fuera y todo fue superbonito. Es una estatua muy especial que están cuidando todo el tiempo para que haya flores y que esté limpio el pasto. Incluso, a veces, cuando hace mucho sol, me ponen gafas o, a veces, cuando llueve, me ponen una sombrilla.
¿Es una obra inspiradora?
Los niños llegan al coliseo y me dicen: “¿Usted es Jackeline, la que está en la estatua?”. Y les digo “sí”. Entonces me dicen: “¡Ay, tan chévere!”, y se van a entrenar otra vez. Pero yo sé que esos pelados dicen: “Si ella lo logró, yo también puedo”.

Jackeline Rentería. Foto: Sebastián Jaramillo
Nació y se crió en Siloé. ¿Hasta qué edad vivió allá?
Hasta los 22. Eso fue en enero de 2009. No fue fácil, por eso trato de estar siempre ahí, con la gente.
Siloé es un barrio bravo y eso es irrefutable. ¿Cómo sorteó en la niñez las calles de su barrio?
Mi papá nos decía a mí y a mis hermanos: “Aquí tienen lo que necesitan: juegos, televisión y música. Hagan lo que quieran, pero no salgan a la calle”. Y uno de niño quería salir a jugar a la calle, pero él no nos dejaba. Yo creo que ahí es donde ayuda mucho el deporte, porque con el deporte yo iba a jugar, iba a la colchoneta y tenía gente diferente para jugar. Y esa fue una bendición. Y ahí también es donde yo vuelvo y resalto el tema de la familia. Siloé es un barrio que tiene muchas cosas positivas, hay personas que tratan de llevar la violencia, pero tiene muchas cosas positivas y eso es lo que hay que resaltar. Pero ojo, sin una buena base del núcleo familiar, no se va a lograr nada. Mi papá es una persona que no estudió y mi mamá, tampoco; pero eso no les impidió darnos una buena educación, saber qué es bueno y qué es malo. Y con base en eso, nos formaron.
Usted viene de una familia con cinco hermanos. El mito urbano dice que usted pasó hambre. ¿Así fue?
No, decir eso sería injusto frente a toda la dedicación que tuvieron mi papá y mi mamá. Mi mamá llegó a trabajar de ama de casa para evitar que nos faltara algo a nosotros. Mi papá toda la vida trabajó en construcción. Y no es que tuviéramos el supemanjar, pero siempre nos acostábamos con una alimentación adecuada y siempre podíamos iniciar una actividad educativa con buena alimentación. Llegar a decirlo sería faltar a todo eso que sacrificaron mis padres.
¿Cuál es el primer recuerdo de su niñez?
Que era muy fanática de las Barbie.
¿Qué quería ser de niña cuando fuera grande?
Nada: ni deportista, ni enfermera, ni doctora, ni abogada ni nada. Fue a los 14 años, cuando estaba haciendo mi primer grado de secundaria, que me metí a hacer judo como parte de la educación física. Ese fue mi primer contacto con el deporte. El colegio nos llevó todo: la colchoneta, los entrenadores, los uniformes…
¿Es cierto que todo se lo debe al colegio Multipropósitos?
Fue lo máximo, porque llegué a ese colegio que, como su nombre lo dice, trata de brindarles más opciones a los jóvenes para poder buscar sus sueños. Parte de eso era el teatro, la salsa, la música, el judo...
Entiendo que alcanzó a hacer música, ¿cierto?
Había un grupo de hip-hop y me llamó mucho la atención el baile. Ahí estuve en un grupo que se llamaba Zona Marginal. Aún siguen…
¿Cuánto tiempo estuvo en el judo?
Un año en el colegio y seis meses en la Liga del Valle. Hasta que conocí la lucha y me cambié.
La historia dice que usted, literalmente, se equivocó de camino en su coliseo y por eso encontró su disciplina. ¿Cómo fue?
Así, tal cual. En el Coliseo del Pueblo, para llegar a judo, siempre entrábamos y salíamos por un lado. Un día decidí salir por el otro lado y con mi hermana mayor, que también estaba practicando judo, llegamos a la zona de lucha. Nos quedamos mirando, pero más por unas botas de lucha muy bonitas que tenía un pelado.
¿Qué les vio a las botas?
Unas botas moradas, como fucsias, que me encantaron. Entonces, de paso, preguntamos por los horarios de entrenamiento. Un día fuimos, pero no volvimos, hasta que comenzamos a ir con mi hermano todos los días.
¿E inmediatamente descubrió que tenía talento para la lucha?
No puedo decir que fue inmediato porque ya tenía una base de judo. Mejor dicho, en judo me enseñaron a caer, me enseñaron gestos técnicos muy similares a los de lucha. Cuando yo llegué a la lucha, creo que sí se me facilitó mucho.
¿Cuál fue su primera competencia importante?
Un campeonato municipal. Digo que fue importante porque competí con muchas niñas de mi edad, pero con mucha experiencia, y quedé de primera en esa categoría. Incluso me dieron un trofeo como la mejor luchadora del evento, que es el que más cuido en mi casa.
¿En qué año fue eso?
En 2001. Tenía 15 años.
¿Quién fue su primer gran maestro?
El primero fue Octavio Vélez, uno de los mejores entrenadores de lucha que ha podido tener Cali en su historia. Más adelante, desde finales de 2001 hasta 2005, estuve con José Manuel Restrepo, un entrenador muy técnico, muy práctico. Y luego, de 2005 hasta el año pasado, con Víctor Capacho, la persona que me enseñó a creer. Él fue el que me dijo: “Vamos a ser campeones olímpicos”. Él fue el que me instaló el chip de que tenía que ir a los Juegos Olímpicos. Él fue el que transformó esa idea en mi sueño.
Entremos a los picos altos de su carrera. ¿Cuál fue su primer oro en un ciclo olímpico?
Suramericanos de Buenos Aires de 2006. Yo tenía 20 años. Fue un sueño, porque fue medio sorpresa.
A sus 21 años logró la medalla de oro en los Panamericanos de Río 2007. ¿También fue una sorpresa?
Para todos fue una sorpresa porque hasta 2006 yo estuve en una categoría que era la de 59 kilogramos. Ya para el año 2007 tuve que cambiar porque mi categoría no era olímpica. Tenía que bajar a 55 kilogramos o subir a 63 kilogramos, pero no me daba el peso ni el trabajo realizado para competir en los 63 kilogramos. Con Capacho decidimos: “Listo, hagamos 55”. Así gané el Nacional. Y en los Panamericanos, por encima de las favoritas de Estados Unidos, Canadá y Cuba, salí campeona. Es que había trabajado muy fuerte.

Jackeline Rentería. Foto: Sebastián Jaramillo.
En resumen, ¿cuál fue el novelón que tuvo que vivir para ir a los Olímpicos de Beijing 2008?
Todo empezó en el Mundial de Azerbaiyán. Clasificaban las ocho primeras niñas y yo quedé en el séptimo lugar. Todos contentos y felices, pero no teníamos conocimiento de que la prueba de doping se la hacían a todos los deportistas clasificados. Yo terminé mi competencia y, como no me llamaron nunca a la prueba, no me presenté. Al día siguiente salí a caminar y por la tarde, cuando volví, me dijeron todos preocupados que tenía plazo hasta las siete de la noche. Salí corriendo para la prueba de doping y, faltando diez minutos, el árbitro me dijo que no, que ya no podía. Cuando vi salir de la prueba a la niña de Canadá, que era la que había logrado el noveno lugar, entendí que me habían sacado. Entonces me puse a llorar.
¿Cómo se resolvió la situación?
Mi federación y mi entrenador empezaron a hablar y a hablar, y a pedir que no me quitaran de la clasificación y que me dejaran hacer una contramuestra, que finalmente me hicieron. Pero en el avión, cuando hicimos escala en París, yo revisé el listado de los deportistas que compitieron en el Mundial y yo ya no aparecía en la lista, me habían borrado del campeonato del mundo. En todo caso fueron dos semanas muy fuertes de depresión, pero después llegó una carta al Comité Olímpico, de la Federación Internacional de Lucha, en la que pedían disculpas a la atleta y al COC por haber cometido el error en la toma de prueba de la muestra de doping y que, por ende, me devolvían el séptimo lugar y la clasificación a Beijing.
Pero además se lesionó, ¿cierto?
En noviembre de 2007, a ocho meses de los Juegos, tuve una rotura parcial del ligamento cruzado interior y eso sí que no me iba a dejar ir. Si me operaban el cruzado en noviembre, no alcanzaba a competir en Beijing al ciento por ciento. Entonces mi médico, el doctor Jairo Figueroa, decidió no operarme el cruzado, sino dejarlo roto, hacerme una limpieza y arreglarme los meniscos. Todo con el miedo de que, en un movimiento, el ligamento se rompiera totalmente.
Y no solo no se rompió sino que ganó una medalla de bronce… ¿Ocultó el dolor?
Mi umbral de dolor es muy alto. Dos meses antes de los Olímpicos salimos a hacer una gira por Europa y me fue superbien: los tres torneos de preparación los gané. Entonces, cuando llegamos a Beijing, se obtuvo la medalla. El médico siempre cuenta esa anécdota.
¿Es cierto que casi se retira cuando perdió la posibilidad de luchar por la medalla de oro?
Sí, se me derrumbó todo. Fue como “no lo hice, no lo logré”. Cuando perdí contra la niña de China me caí de cien a cero en un momentico. Teníamos como cuatro horas de receso para poder disputar el bronce y me acuerdo que me fui a la Villa Olímpica a llorar. Capacho intentó levantarme por todos los medios, pero no. Entonces él llamó a un grupo llamado “atle-tas en acción” y ellos fueron a mi habitación y hablaron conmigo. Uno de ellos me dijo todo lo que se venía para mí y todo lo que tenía que hacer. Y me llegó mucho. Con eso tuve fuerzas para levantarme y ver que, realmente, el bronce era algo muy importante. Así que me levanté y salí a la disputa por el bronce con mucha más decisión y mucho más tranquila. Gané el combate rápido: en un minuto treinta segundos. Así gané mi primera medalla olímpica.
Muy a pesar de la lucha, usted es una persona muy poco ruda, incluso suave. ¿Cómo se define?
Soy un ser humano demasiado sentimental, lloro con facilidad.
¿Qué la hace llorar?
Cuando quiero ayudar y no puedo hacer nada.
Deme un ejemplo.
Teníamos un compañero muy humilde y la mamá le decía: “Prefiero verlo metiendo vicio que haciendo deporte”. El chico trabajaba de vendedor ambulante y era muy técnico en la lucha. Pero un día no volvió. Y cuando lo volvimos a encontrar, el chico ya estaba en las drogas. Lo sacamos, estuvo en un centro de ayuda, volvió a entrenar y estaba contento, pero luego volvió a caer. Lloré mucho porque nunca pude entender cómo la mamá no lo apoyaba, más cuando uno sabe que el deporte es un camino. Me da mucha tristeza saber que en muchas familias no hay nada de apoyo.
Usted siempre ha dicho que los Juegos Suramericanos de Medellín 2010 fueron muy especiales por su familia…
Sí, porque fue la primera vez en una competencia internacional que mis papás y mis hermanos me acompañaron. Fue muy bonito que ellos celebraran conmigo esa medalla de oro.
Si la ida a Beijing 2008 fue complicada, la ida a Londres 2012 fue dos veces más. Incluso la prensa alcanzó a publicar que usted ya no iba. ¿Qué fue todo lo que pasó?
Me fracturé el tobillo y así fui al Mundial clasificatorio en Moscú. Quedé de cuarenta, o sea, de última. Ahí fue cuando la prensa dijo que yo no iría a Londres. La Federación le había filtrado a los medios que yo ya no iba, o sea, me enteré por la prensa. En resumen, la niña que cogió mi cupo no clasificó en un torneo en China y yo pude inscribirme en el preolímpico de Finlandia, donde quedé de primera. Al final entré por la ventana. ¡Las cosas de mi Dios! Colombia quería llevar cien atletas a Londres y al atleta número cien, independientemente de quién fuera, se le iba a hacer un recibimiento muy grande, con los medios de comunicación, porque esa era la meta del Comité. Dios todo lo tenía muy bien acomodado. Todo lo que me pasó me hizo entrenar diez veces más fuerte de lo que entrenaba para poder llegar a unos Juegos Olímpicos otra vez.
En términos deportivos, en los Olímpicos de Londres le pasó lo mismo que en Beijing: perdió la semifinal. ¿La lección estaba aprendida?
Sí. Pude levantarme de ese golpe y pude ir a buscar la medalla de bronce. Y fue una enorme dicha. Hoy valoro todo muchísimo más porque como no pude estar con mi entrenador Capacho, porque no le dieron la visa, me tocó cambiar de “profe”. Pero ya era más madura y yo soy de las personas que cuando estoy en competencia, me alejo de lo que no hace parte de eso que llamo el “circulito de la tranquilidad”: solo acepto lo que me proporcione tranquilidad, y, lo que no, lo saco. Puede sonar un poco excluyente, pero es mi momento y lo tengo que hacer de esa forma.
¿Qué cosas hace para alimentar su “circulito de la tranquilidad”?
Desconecto mi celular el día del pesaje. No me comunico con mi familia, sino hasta un día antes y ellos me entienden. No doy entrevistas ni un día antes del pesaje ni durante la competencia. Es concentración total. Y, por otro lado, soy una persona que siempre trata de tener sentimientos positivos: siempre trato de pensar en grande, siempre creo que mi meta es inmensa, y si tengo una meta grande, obvio que va a haber obstáculos grandes. Entonces pondero qué es más importante: ¿ese obstáculo que tengo ahí para llegar a mi meta, o mi meta que es más grande? Y sigo avanzando. Mi tema mental va muy ligado con la creencia en Dios y eso me da tranquilidad en lo que hago. Cuando hago algo tranquila, es porque va a ir mejor.
¿Siente que definitivamente gana competencias desde la tranquilidad?
Obvio. Una vez una compañera me dijo: “Me toca contra Estados Unidos, pero esa niña está muy grande”. Entonces a mí me da rabia que alguien pueda pensar así frente a alguien que está entrenando igual, que tiene el mismo peso, que tiene las mismas condiciones y que está igual de asustada. Es que creo profundamente en el pensamiento positivo. Hace poco una niña de Perú de mi categoría me dijo: “¿Cómo haces para luchar tan tranquila?”, y no es que uno esté tranquilo, yo siento mis cosquillitas en el estómago y el día que no las sienta es porque ya no amo mi deporte, pero esas cosquillitas que muchos llaman nervios, que te pueden acabar, yo las llamo “falta de activación” y, cuando las siento, me pongo a calentar más fuerte. Eso es todo.
¿Lee literatura de autoayuda?
Sí. Leo muchos libros de actitud positiva, muchos audios de actitud positiva y tengo trabajo sicológico desde hace muchos años.
¿Cuándo cambió de nuevo de categoría, esta vez de los 55 kilogramos a los 63?
Terminado Londres, empecé a pensar en Brasil y con el “profe” decidimos que iba a ser la categoría de 63, porque ya no queríamos bajar más de peso por el tema de las lesiones. Y pues me apoyaron. No tuvimos el apoyo que esperábamos para iniciar el ciclo porque quería probarme con niñas de ese nivel para poder saber si estaba en la categoría que era, pero aquí en Colombia no había con quién entrenar. Entonces me tocó poner de mi bolsillo.
¿Y cuándo decidieron cambiar de categoría, una vez más, ahora de 63 a 58 kilos? Es que estamos hablando de un tercer peso.
Después de los Juegos Panamericanos de Toronto 2015. Lo volvimos a discutir mucho con el entrenador y con ese peso, 58, fuimos al Mundial en Las Vegas y logramos la clasificación.
Y para completar la épica olímpica, como si todo esto hiciera parte de un relato de la mitología griega, el obstáculo para ir a Río 2016 fue nada menos que una fractura de mandíbula a dos meses de los Juegos…
Allá voy a llegar en las mejores condiciones. Los tiempos de Dios son perfectos.
¿Se ve con una tercera medalla olímpica?
Si la voluntad de Dios es que pueda regresar a Colombia, después del 17 de agosto, como campeona olímpica, pues será superespecial, superbonito. Creo que no tendré palabras para agradecerle a Dios todo lo que ha hecho en mi vida.

Jackeline Rentería. Foto: Sebastián Jaramillo
¿Finalmente usted terminó su carrera de derecho que empezó en 2011?
Yo inicié en la Universidad Javeriana la carrera de derecho, becada ciento por ciento, y un profesor me dijo que tenía que ponderar si era el deporte o era la universidad. Yo simplemente me quedé callada porque dije: “Cómo voy a ponderar si para mí las dos cosas son muy importantes”. Luego, cuando se acerca Londres y se acerca Río, yo entendí que el profesor tenía razón: tenía que ponderar si terminaba ya la universidad o si me dedicaba a los Juegos Olímpicos. Y llegué hasta séptimo semestre, pero voy a volver en 2017.
¿Y es cierto que también va a estudiar economía?
Ya estoy en primer semestre.
¿Se imagina la estatua que le van a hacer en Siloé cuando traiga otra medalla olímpica y los títulos de abogada y economista? ¡Por favor!
Noooo… Lo único importante es llevar a mi barrio un mensaje muy claro: mientras más niños en el deporte, más niños podemos rescatar de la violencia.
¿Piensa llegar a los Olímpicos de Tokio 2020?
Sí. Los retiros femeninos en mi disciplina están entre los 34 y 35 años. Sería el retiro ideal.
MAURICIO SILVA GUZMÁN
FOTOS: SEBASTIÁN JARAMILLO
REVISTA BOCAS
EDICIÓN 54 - JULIO 2016