Esta entrevista fue publicada en agosto de 2013 en la edición número 22 de la revista BOCAS bajo el título de "La leyenda del 'Pato' Cabrera.
Hace poco menos de cuatro décadas, en Villa Allende –a pocos minutos de Córdoba capital– ocurría algo único en toda la Argentina: unos niños cavaban hoyos en la tierra e improvisaban una cancha de golf dentro de un campo de fútbol. No tenían equipos, así que juntaban palos y frutos de pino. Usaban lo que tenían a mano.
Se pasaban horas tirando y errando y volviendo a tirar hasta que se hacía de noche. El viento frío de las sierras se colaba por los agujeros de sus ropas, pero a ellos les daba igual; solo interrumpían la sagrada rutina de jugar al golf rudimentario cuando algún trabajito les permitía llevar un “mango” a la casa.
Todavía no sabían que, entre ellos, había uno que llegaría a ser el mejor golfista latinoamericano de la historia.
De niño, Ángel Cabrera se encabronaba como nadie cuando erraba un tiro. Por aquella época ya le decían “Pato”. Era alto, flaco, y le entraba a la bola como una mula, pero los golpes de vez en cuando le salían torcidos… Entonces estallaba la rabieta. Sus amigos cuentan que a veces había que tenerlo para que no se fuera de la cancha. “Este, con ese carácter, seguro llega lejos”, decían.
Como deportista se formó en el mismo semillero de campeones que vio nacer a otro grande del golf argentino, Eduardo “el Gato” Romero, a quien considera uno de sus más grandes amigos. Pero el camino a la gloria no sería nada fácil.
“El Pato” nació en 1969 y tenía cuatro años cuando sus padres se divorciaron. Miguel, su papá, se ganaba la vida haciendo tareas de construcción y reparaciones. Luisa, su madre, trabajaba como mucama en algunas casas de la zona. Cuando se separaron, Ángel quedó a cargo de su abuela, Pura Concepción, también mucama y tan pobre como ellos.
El futuro campeón creció en una casita de ladrillo sin revocar y techo de chapa, muy cerca de uno de los tantos arroyos que atraviesan la región, pero cerca también del Córdoba Golf Club, donde comenzó a trabajar como caddie a los nueve años.
Así fue como, entre pequeños trabajos, Ángel le dio con el drive a la bola por primera vez, y esa jugada del destino fue como embocar un “hoyo en uno”, porque el golf le cambió la vida.
Su escuela fue el conjunto de abogados, doctores e ingenieros que jugaban en el club, porque la necesidad de ganar dinero lo obligó a abandonar el colegio antes de finalizar sexto grado. Ellos le ayudaron a dar sus primeros pasos en el mundo del deporte, pues lo que Ángel ganaba cargando palos apenas le alcanzaba para comer.
Sus compañeros de golf de aquella época recuerdan que “el Pato” y los demás caddies de Villa Allende hacían de todo para poder viajar a los torneos: se colaban en los trenes o intentaban abaratar costos haciendo arreglos con los maquinistas, organizaban rifas y sorteos, compartían entre todos los palos que los socios del Córdoba Golf les prestaban para jugar, comían solo sándwiches y galletas para ahorrar dinero y vendían las pelotas perdidas que encontraban recorriendo la cancha del club.

Ángel "el Pato" Cabrera. Foto: Maya Socha
Actualmente vive en una mansión que hizo construir en la cima de un cerro, no muy lejos de la casa en la que creció. Y gracias a sus logros deportivos, ha cosechado una fortuna que supera los 20 millones de dólares. No obstante, todavía frecuenta el famoso bar El Cóndor, santuario de caddies y jardineros, donde se toma vino de caja y el fernet, el trago más popular de Córdoba, se sirve en botellas de plástico cortadas por la mitad.
Tiene bien claro que es uno de los mejores golfistas del mundo. En el año 2007 confirmó que estaba para grandes cosas al adjudicarse el US Open y dos años después se transformó en el único golfista latinoamericano que ha ganado el Masters de Augusta, logro que estuvo a punto de repetir en abril de 2013, cuando cayó derrotado frente al australiano Adam Scout, tras un ajustado desempate.
Pero Cabrera no olvida sus orígenes. Hace unos años puso en marcha una fundación que colabora con quienes sufren las mismas necesidades que él padeció de pequeño. En el pueblo lo quieren, y aseguran que sigue siendo el mismo “Pato” de siempre: el tipo tímido y bonachón al que la fama tomó por sorpresa.
Usted ha estado siempre ligado al golf, pero imagino que de niño habrá probado alguna vez con la pelota de fútbol, ¿no?
Claro, me gustaba mucho el fútbol. Todavía me gusta, soy hincha de Boca.
¿Jugaba en algún club de la zona?
Sí, un poco en el club Quilmes, pero más que nada jugaba en el barrio con mis amigos.
¿Y en qué posición?
De arquero. Pero tampoco podía jugar tanto porque los fines de semana yo siempre estaba trabajando en el golf.
Sus colegas dicen que ya de niño lo veían como un Maradona del golf, ¿notaba en esa época que tenía talento?
Al principio no. El golf me gustaba, pero lo necesitaba más para hacer de caddie. Yo sobrevivía “llevando palos”. Para mí era un trabajo, y lo tomaba muy en serio.
Tuvo una infancia difícil, ¿no?
Fue una infancia dura. Trabajé desde muy chico para comer, y no sabés lo que eran esas semanas de lluvia en las que no se podía salir a hacer nada… Se hacía duro llevar el puchero a la casa.
Al golf llegó por trabajo. Pero, ¿quién le enseñó a jugar?
José González, que en el club le dicen “la Anguila”. Él nos observaba a todos los chicos, nos ayudaba con el swing y nos hacía algunos retoques. Además nos llevaba a Buenos Aires a jugar el campeonato de caddies, que para nosotros era lo máximo. Recuerdo que esperábamos con ganas a que llegara diciembre para ir al torneo. Era una experiencia muy linda, y buena, porque había muchos chicos que jugaban bien.
Imagino que no les resultaba fácil costearse los viajes, ¿qué cosas hacía con sus compañeros para ahorrar dinero?
Más que nada sorteos o rifas. Teníamos que ayudarnos entre todos porque se nos hacía muy cuesta arriba. Hasta dormíamos varios pibes en una misma habitación en los hoteles donde parábamos.
Y el apodo “Pato”, ¿viene de entonces?
Sí, me lo pusieron por mi viejo, que también fue caddie en alguna época. A él le decían “Pato”, así que a mí comenzaron a llamarme de la misma manera.
Poner sobrenombres es una costumbre muy cordobesa, ¿a quién se le ocurrían los mejores?
¡Uyyy!, a los caddies. Mirá, te vas a reír, hay mucha gente en el club que no sé ni cómo se llama, y los conozco de toda la vida, pero solo por los apodos. Está “la Vizcacha”, está “la Gallina”, pero me decís sus nombres y no sé quiénes son…
Se le destaca como un hombre de carácter. ¿Le ha ayudado en el juego su forma de ser?
Creo que es algo que ayuda cuando te enojás a favor, no cuando tirás todo… De chico me iba fácil de concentración, y perdía muchos golpes.
Bueno, pero todavía, de vez en cuando, se le ve amagar un palazo a la tierra…
¡Je…! Sí, la verdad es que no he cambiado mucho. En la cancha por ahí me enojo, es parte de lo mío y difícilmente lo pueda cambiar.
¿Tiene alguna táctica especial para concentrarse cuando le toca realizar un tiro difícil?
Bueno, ahí no hay que pensar mucho. Para eso está la práctica, que te da la seguridad y la confianza para hacer los golpes complicados. Yo no pienso, dejo que la experiencia me guíe.

Ángel "el Pato" Cabrera
Supongamos que usted está a punto de darle a la bola y a un espectador le suena el celular, ¿cómo reaccionaría?
Nooo… , eso me saca. Me pasó una vez en un torneo en Italia. Estoy por tirar y a un tipo justo le suena el teléfono. Ahí nomás me le fui encima, se lo quité y le saqué la batería. El tipo tuvo que esperar las cuatro horas que duró mi juego. Se la devolví cuando terminé.
Pero, a pesar de los enojos, ¿logra “irse del mundo” cuando juega?
Sí, yo entro a la cancha y me transformo en un golfista. No existe nada… Soy yo, la pelota y la cancha.
¿Tiene cábalas?
No, eso no, para nada.
¿Recuerda quién le regaló sus primeros palos?
Mi primer juego de palos lo tuve a los 16 años. Me lo regaló Juan Cruz Molina, un gran amigo. Recuerdo que llegó un día al club y me dijo: “Tómalos, yo no voy a jugar por un tiempo”. Hasta ese momento usaba lo que tenía a mano, por suerte en el club siempre había alguien que nos prestaba las cosas.
De todas las personas que le dieron una mano en aquella época, ¿a quién le está particularmente agradecido?
Como te dije antes, a Juan Cruz Molina. Yo era su caddie. Le empecé a “llevar los palos” cuando tenía nueve años y lo hice más o menos hasta que cumplí los 19. Incluso se ofreció a pagarme los estudios, pero yo le decía: “Juan, ya sé leer y escribir, ¿para qué voy a seguir estudiando?, ¿para ‘llevar palos’?”.
¿Hizo algún otro trabajo para Molina?
Sí. Recuerdo que una vez me preguntó si quería trabajar en el jardín de su casa. Yo dije que sí y entonces comencé a ir un rato por las mañanas. Eso duró hasta que un día su mujer me encontró durmiendo la siesta. Hacía mucho calor y me tiré en la galería. Ahí se acabó el trabajo, ¡je!
Creció en una zona en la que hay varios arroyos, imagino que el paisaje habrá tenido un papel importante en su niñez…
Como a todo pibe, me encantaba bañarme y jugar en el río con mis amigos. Pero la verdad es que estuve muy metido en el golf desde chico. Me levantaba todos los días entre las siete u ocho de la mañana y estaba en el club hasta tarde…
¿Practicaba mucho?
Al principio no tanto porque hacía de caddie. Claro que cuando tenía un rato libre agarraba un palo y me ponía a jugar. Dentro de todo, los caddies teníamos la suerte de que en el club podíamos jugar un poco todos los días. Pero más que nada practicábamos los lunes, que era el día en que la cancha estaba libre. Ahí arrancábamos a la mañana y le dábamos hasta que se hacía de noche.
¿Y cuando no podían hacerlo en la cancha…?
Hacíamos hoyitos en la tierra y jugábamos ahí… A veces poníamos unas monedas y se las quedaba el ganador.
Eduardo “el Gato” Romero suele contar que incluso armaban canchas en los campos de fútbol, ¿es así?
¡Sí…!, en cualquier lado. Donde podíamos jugar, jugábamos todo el tiempo. Todavía hoy se puede ver eso en Villa Allende, a los pibes les das un palo y una pelota y juegan donde sea.
¿Y cuál fue el momento en el que el golf dejó de ser simplemente un trabajo?
Más o menos cuando jugué mi primer Abierto del Centro, a los 17 años.
O sea, casi para la misma fecha en que se volvió profesional, ¿no?
Claro. Y tuve la suerte de que en mi primer año me fue bien. Me hice profesional en junio de 1990 y en octubre ya había ganado mi primer torneo. Eso me ayudó muchísimo…
Ganó su primer título en Colombia, el Abierto Internacional de Hato Grande. ¿Ha vuelto a jugar en esa cancha?
No, nunca. Jugué ese torneo, gané, y no volví más… En Colombia jugué varias veces en mis comienzos y tengo muchos amigos, sobre todo compañeros que compartían conmigo la gira sudamericana. Por eso volver va a ser una alegría, sobre todo en un año en el que me siento muy bien y estoy muy cómodo con mi swing.
Nació en una zona en la que el golf es un deporte muy popular, ¿tuvo suerte?
Seguro. Crecí a 10 cuadras del club, en Mendiolaza. Ahí en el barrio todo el mundo sabe lo que es el golf, y estoy muy agradecido de haber caído en una cancha. No tenía posibilidades, no podía estudiar, tenía que trabajar. A muchos el golf nos sacó de la calle...
A causa del trabajo, usted no pudo terminar sus estudios, de modo que el golf fue su escuela, ¿no?
Y… sí. El golf me enseñó todo. Me enseñó a vestirme, me enseñó a hablar. No creo que pueda devolverle al golf todo lo que me ha dado.
¿Coincide con quienes dicen que el principal fuerte de su juego es el drive?
Sí. De chico aprendí a darle a la pelota con todo, pegando largo y fuerte. Siempre hice diferencia en el juego con eso. Claro que al principio pegaba torcido y me iba mucho de límites, dejaba muchas pelotas en el patio de los vecinos. Todavía hoy es así, porque en una vuelta de golf se pegan muchos malos golpes. Pero con los años, jugando torneos y practicando con entrenadores profesionales, me he vuelto un jugador mucho más completo. Ahora también he mejorado mi putt en el green.
Entre tantas cosas, el golf le ha dado la posibilidad de jugar con muchos personajes, como Diego Maradona por ejemplo…
Sí. Con Diego jugamos un partido a beneficio contra el “Gato” Romero y Enzo Francescoli.
¿Y qué tal es el Diego jugando al golf?
Se defiende. Es un tipo muy hábil…, le das una redonda y te hace lo que quiere.
También conoció a Michael Jordan en el año 2008, ¿cómo fue eso?
¡Uyyy!, increíble. Estábamos comiendo en Miami, en un restaurante argentino, y en eso veo un tipo enorme que se me arrima y me dice: “¡Cabrera!, ¡vos ganaste el US Open!”. Así que ahí nomás nos saludamos y nos sacamos unas fotos. Yo no lo podía creer, es impresionante el tipo. Mirá, con decirte que cuando se encuentran a jugar Jordan y Tiger Woods, Tiger está “chocho”, porque nadie lo jode, nadie le pide una foto, todos se van con Jordan. Y, claro, Tiger le dice: “Vení a jugar más seguido, che”.
Bueno, usted también es una persona famosa, ¿cómo lo lleva?
Al principio fue un poco raro. Recuerdo que unos meses después del US Open volví a jugar en Estados Unidos y no me fue bien, entonces me preguntaban: “¿Por qué jugaste mal?, ¿por qué hiciste un bogey aquí o allá?”, ¡y qué sé yo! Eso antes no me pasaba. La verdad es que me costó asimilarlo. Solo cuando gané el Masters de Augusta estaba más maduro en ese sentido.

Ángel "el Pato" Cabrera. Foto: Maya Socha.
Un detalle del US Open que no siempre se recuerda es que usted clasificó con lo justo para ese torneo, ¿qué ocurrió?
Bueno, estaba 58 en el mundo, creo, y no quería jugar la preclasificación. Se lo dije a mi mánager: “Manuel, la 'pre' no la juego”. Tenía otra opción para clasificar, que era jugar en Inglaterra el PGA y quedar entre los cinco primeros. Y quedé cuarto…
Ya en Estados Unidos, usted se puso puntero, luego bajó unas posiciones y finalmente ganó. ¿Cuesta dormir cuando se está liderando en un torneo importante?
Obviamente que se siente algo especial, pero en el torneo que sea. Para mí son todos importantes. Es más, yo llegué al US Open y no estaba pegando bien, no estaba fino. Y en esas canchas no podés pegar mal porque son muy exigentes, te castigan de lo lindo.
¿Y en qué momento se dio cuenta de que lo podía ganar?
A medida que fueron pasando los días fui jugando mejor el putter y el drive y me fui sintiendo mejor. Recuerdo que fue en una práctica cuando le encontré la vuelta a la cancha. Entonces dije: “Esta es la mía, no se me puede escapar, es la oportunidad de mi vida”. Y así fue…
Su entrenador actual [en 2013], Charlie Epps, ha dicho que a usted le costó ser consciente de su potencial…
Sé que depende únicamente de mí. Cuando estoy bien, estoy para cosas importantes.
¿Los triunfos del US Open y Augusta fueron los mejores momentos de su vida?
Sí, seguro. En esa época estaba pegando muy bien, sobre todo en el Masters.
¿Y de los festejos, qué recuerda?
Esas fueron las dos noches más largas de mi vida. Un brindis por aquí, otro por allá… No se terminaban más. Y el retorno al aeropuerto de Córdoba, la caravana de gente con banderas desde ahí hasta Villa Allende. La verdad es que no me lo esperaba.
El año siguiente a su triunfo en Augusta debió organizar la tradicional “Cena de los campeones”, ¿cómo le fue?
La pasamos bárbaro. Estar ahí, con esos “mostros” del golf, fue un orgullo. Les preparamos un menú bien criollo, bien argentino. Hicimos bifes de chorizo, empanadas, mollejas, flan con dulce de leche…
Supongo que no fue usted el cocinero, ¿no?
No, claro, pero cocinar me encanta.
¿Es cierto que en Escocia, antojado de manjares argentinos, se llevó un costillar entero de una carnicería para comer con los muchachos?
¡Sí…! Eso nos pasó con un amigo que se llama Ricardo González y otros argentinos. Éramos como ocho en una cabaña y nos entraron ganas de hacer un asado, así que nos mandamos en una carnicería. Pero claro, como ellos no saben hacer los cortes nuestros, tuvimos que meternos dentro de la cámara para indicarle al carnicero qué es lo que queríamos. Y le hicimos cortar matambre, costillas, de todo. El tipo no lo podía creer.
Y si no es asado, ¿qué suele comer en el exterior?
Bueno, tengo un buen estómago y como de todo. Eso sí, cuando estoy en otro país por las dudas no pregunto…, pido y como lo que venga, pero mejor si no me entero qué me ponen en el plato…
¿Qué es lo más raro que ha comido?
¡Víbora! Y lo increíble es que no fue fuera del país, sino en la Argentina, en Rosario. Estábamos en la casa de un amigo que tenía un hermano al que le encantaba pescar, y justo en esa vuelta había agarrado una de esas víboras grandes, una lampalagua, creo. Resulta que al otro día, a la hora de comer, nos sirvieron algo que parecía pescado, y nosotros comimos sin darnos cuenta… Entonces los tipos nos preguntaron: “¿Saben qué era lo que acaban de comer?”, por supuesto que dijimos “¡pescao!”. “No, es la víbora que trajeron ayer. ¡Miren, miren!”, decía uno, “acá está el cuero”, y nos mostraba el cuero del bicho, que habían dejado colgando por ahí. Fue una joda y caímos, pero bueno…, hay que reconocer que estaba rico…
Se dice que en Italia, durante un torneo, se tuvo que ir de un restaurante por ponerle Coca-Cola al fernet… ¿Es cierto?
¡Sí!, pero no es que me tuve que ir, nos echaron. Estábamos comiendo con “el Gato” Romero, y en un momento miro hacia la barra y le digo: “¡Mirá, Gato!, tienen fernet”. Resulta que el restaurante era medio chico y uno de los que atendían era el dueño, así que lo llamamos, le pedimos que nos trajera la botella y además unas “Cocas” y hielo, y cuando nos vio mezclando todo se enojó en serio el tipo: “¡Qué están por hacer! ¡Eso acá no se hace!”, nos dijo, y ahí nomás nos echó: “¡Se van y no vuelven más!”. Después le explicamos, medio que el enojo se le pasó, pero en el momento se puso loco... Es que en Italia, como el fernet está hecho a base de hierbas, lo toman puro, para hacer la digestión, nada que ver con Argentina.
Ha jugado en Sudamérica, Estados Unidos, Europa y Asia, ¿cuál país lo ha sorprendido?
Mirá, la verdad es que te vas a reír, pero no he conocido nada. Conozco todos los aeropuertos, todos los hoteles, todas las canchas de golf…, pero nunca tuve mucho tiempo de andar dando vueltas. Yo llego a un sitio y el lunes tengo práctica, martes y miércoles también, después arranca el torneo y casi no puedo hacer otra cosa. He estado en París, no sé, al menos 15 veces, y te juro que no conozco la torre Eiffel… Lo mismo en Londres, no sé cuántas veces he estado y no conozco el Big Ben… ¡En serio! Es más, aunque viajé varias veces a Nueva York, tampoco conocí las Torres Gemelas.
Por otra parte, usted alguna vez confesó que viajar no es lo que más le gusta…
Nooo… Es que me cuesta salir de Córdoba. Siempre digo que me perdí muchas cosas por viajar, sobre todo muchos momentos de la infancia de mis hijos. Imagínate que a veces me tocaba pasar dos meses en Europa jugando... Eso no fue fácil, pero siempre supe que era parte del deporte.
A propósito, debe de ser uno de los únicos deportistas del mundo que ha enfrentado a sus propios hijos en un torneo, ¿cómo lo lleva?
Con mucho orgullo. A veces coincidimos los tres en un mismo campeonato, y me encanta que jueguen, aunque tienen que hacer su camino.
Sus hijos crecieron con oportunidades que usted no tuvo, ¿duda a veces sobre si lo correcto es consentirlos o dejar que sean ellos quienes se ganen las cosas a fuerza de mérito?
Es muy difícil… Eso sí que me ha costado mucho. Con ellos soy muy flojo y decirles que no, me cuesta bastante. No te olvides que, si bien mi infancia no fue mala, fue difícil, yo pasé muchas necesidades. No sabés lo que tenía que remar para comprarme un par de zapatillas…, pues lo que ganaba trabajando lo destinaba primero a la comida. Mis hijos saben todo eso.
Se le considera el mejor golfista latinoamericano de todos los tiempos, ¿cómo lo toma?
Bueno, la verdad es que he hecho bastante mérito para estar ahí.
¿Y a qué piensa dedicarse cuando deje el golf?
En realidad no pienso mucho en eso porque todavía me queda mucha carrera. Igual, no me veo alejado del golf. Eso sí, cuando me pare en el tee del hoyo uno y sienta que no puedo ganar, que estoy jugando por obligación, o que ya no tengo “hambre de gloria”, ese día me retiro.
En Villa Allende aseguran que a usted no lo han cambiado los logros…
No, para nada. Me sigo juntando con mis amigos todos los lunes a comer en el bar El Cóndor, que está muy cerca del club. Somos siempre los mismos, la mayoría caddies que nos conocemos desde chicos. Para mí es fundamental, porque creo que estar rodeado de amigos ayuda a sentirse bien…
¿Y quién ha sido su mejor amigo en el golf?
“El Gato” Romero. Con él viajé bastante y sobre todo aprendí mucho. Si yo ni siquiera sabía pedir una “Coca” cuando empecé. “Coca, decí, boludo. Coca-Cola se dice igual en todo el mundo”, me decía “el Gato”. Así que lo seguía a todas partes todo el tiempo. La verdad es que le debo mucho…
¿Y en la vida?
Por suerte tengo varios, pero entre los más cercanos están los padrinos de mis hijos, que también han sido caddies y se han criado conmigo. Uno de ellos es el jardinero de mi casa desde hace años.
Ha ganado mucho dinero y el deporte lo ha hecho amigo de gente adinerada, ¿se siente un hombre de dos mundos?
La verdad es que sí, me suelo sentir un poco de esa manera. A veces me toca estar con los amigos de la infancia, con los caddies. Como te decía, nos seguimos juntando en el bar. Cuando estamos todos juntos se cierran las puertas y no entra nadie. Yo les llevo el puchero o el asado y nos quedamos todo el día metidos ahí adentro, jugando a las cartas, tomando algo, cantando y contando chistes. Por supuesto que a veces me toca estar con otra gente en otras situaciones… Sobre todo en eventos y esas cosas, o cuando salgo a cenar. Pero fui aprendiendo a manejarlo. No tengo problemas con eso, es parte de todo lo que me ha pasado con el golf.
¿Y el verdadero “Pato” es el golfista exitoso o el pibe de barrio que todavía se reúne con sus amigos en el bar de siempre?
El que se junta los lunes con sus amigos, sin dudas, ahí soy uno más. Ángel Cabrera es el golfista. “El Pato” es el de los lunes.
GABRIEL MONTALI
FOTOS: MAYA SOCHA
REVISTA BOCAS
EDICIÓN 22 - AGOSTO 2013
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