Lothar Matthäus decidió la final del Mundial de Italia 90 con una mirada. Corría el minuto 83 y el diez de la selección alemana había filtrado un pase en el área para su compañero Rudi Völler. Una vez el delantero recibió la pelota, el defensa argentino Roberto Sensini trató de pararlo con una barrida. El alemán cayó y el árbitro, Edgardo Codesal, pitó penal. ¿Era penal? Una duda histórica. Ahí se congeló la imagen para Matthäus.
En una fracción de segundo, con uno de esos gestos que nunca se ven en las transmisiones de televisión, el capitán giró su cabeza en dirección contraria del arco rival. Él era el encargado de ejecutar los penales, la primera opción, pero sabía que no podía hacerlo. Estiró su brazo, como si le sirviera de radar para encontrar su objetivo, hasta que cruzó su mirada con la de Andreas Brehme. Sin decir una palabra, el lateral, que tenía el número tres en su espalda, entendió la orden: era el encargado de patear el tiro que le daría el tercer título mundial a Alemania.
¿Por qué no lo cobró el capitán, que además era el artista y el mejor hombre de Alemania? ¿Por qué decidió darle esa responsabilidad a Brehme? La verdadera razón: unos guayos rotos que por muchos años reposaron en el Museo del Bayern München. “El secreto de esa selección del mundial de 1990 fue que todos renunciamos a ser estrellas. Si hubiese actuado por ego, seguro que pateaba el penal, pero no me sentía del todo confiado. Así que busqué a Andreas, porque sabía que él lo cobraría igual de bien que yo”. La seguridad en la mirada del diez le dio la confianza a Brehme para enfrentar ese tiro. La imagen para Matthäus se descongeló cuando el balón entró bien ceñido al palo. ¡Alemania tricampeón mundial! Un partido que Matthäus, de vez en cuando, le gusta volver a ver.

El futbolista alemán Lothar Matthäus.
Pablo Salgado / Revista BOCAS
Un título mundial, 2 finales, 5 participaciones consecutivas, 25 partidos, 6 goles, 1.958 minutos, son las cifras de Matthäus en las Copas del Mundo. Es el jugador con más participaciones en los mundiales; el capitán al que Maradona definió en su biografía, Yo soy el Diego, como el mejor rival que tuvo en toda su carrera; el volante que Franz Beckenbauer resumió en una frase “el jugador perfecto”; el colega a quien Adolfo “el Tren” Valencia recordó así: “Siempre hizo lo que quiso, tanto en los entrenamientos como fuera de las canchas. El más grande crack que vi”.
Fuera de las canchas, los récords de Matthäus han sido otros. Tiene el mismo número de matrimonios que de participaciones en mundiales. Sus apariciones en los periódicos dejaron de ser en la sección de deportes para pasar a la de chismes. Su vida personal casi acaba con su leyenda como futbolista. Ni su paso como entrenador del Partizan, de Belgrado, o de las selecciones de Hungría y de Bulgaria, borró esa etapa de la vida de Matthäus.
La figura del Bayern München y del Inter de Milán ahora pasa su tiempo en los sets de los programas donde es comentarista, entre ir a los estadios y ver todos los partidos que pueda por televisión sin importar del país que sean. Además, es embajador de la Bundesliga y de Tag Heuer y viaja por el mundo promocionando el fútbol alemán.
Esta es la historia del hombre que ayudó a propagar la idea que Gary Lineker resumió simpática y magistralmente: “El fútbol es un deporte que inventaron los ingleses, juegan once contra once, y siempre gana Alemania”.
¿Cuál es el primer recuerdo que tiene de un mundial?
Mi padre, mi hermano y yo viendo el mundial de 1966 en el televisor que mi padre compró, específicamente, para ver ese campeonato. Yo tenía cinco años, pero nunca he olvidado esos partidos, aunque los viera en blanco y negro, y lo maravillado que quedé con el estadio de Wembley.
Pero a esa edad, ¿no prefería salir al parque o jugar con sus juguetes?
La verdad es que tenía prohibido salir de la casa en las tardes [risas]. Así que no había otra opción. Y si lo piensas fue algo magnífico, ¿qué castigo podía ser ver un campeonato mundial? En mi casa todos éramos fanáticos del fútbol y cada vez que ganaba Alemania era una especie de fiesta. Solo que ese año fueron los ingleses los que festejaron a lo grande.
Gracias al gol fantasma de Hurst.
Sí. Cuando lo vimos no lo podíamos creer, pensamos que el árbitro lo iba a anular. Igual, si lo pienso, estuvo bien que los ingleses fueran felices por una sola vez, no siempre puede ganar Alemania. Lo curioso es que no es ese partido el que más recuerdo.
¿Entonces cuál o cuáles?
Uno que Alemania le ganó 5-0 a Suiza, sobre todo por los dos goles de Beckenbauer. También recuerdo el primer gol de Lothar Emmerich contra España y la semifinal contra la Unión Soviética, que fue un partido muy difícil. Desde entonces los futbolistas se convirtieron en mis ídolos.
Le grité: '¿Entonces qué número puedo usar?'. Trapattoni, muy tranquilo, me miró y me dijo: 'Para ti tengo guardado el 10'.
Sin embargo, usted ha dicho que su mayor ídolo es Günter Netzer, ¿por qué?
La razón es simple: soy hincha del Borussia Mönchengladbach desde pequeño. Es y ha sido mi equipo favorito hasta el día de hoy. Cuando empiezo a mirar más y más fútbol, Netzer era el jugador clave del equipo; yo quería jugar igual que él.
¿Qué era lo que más le llamaba la atención?
Que tenía personalidad, era un mediocampista con un estilo único y sus pases eran perfectos. Pero si me toca escoger un momento en el cual se convirtió en mi gran ídolo fue cuando marcó el 2-1 en la final de la Copa Alemana contra el Köln, en 1973. Más allá de lo agónico que fue ese gol, en el minuto 94, lo que me marcó fue la historia que hay detrás.
¿Por qué?
Marcó, creo que sin quererlo, mi carrera y mi personalidad como futbolista. Me enseñó que uno tiene que trabajar bien hasta con las personas que ha tenido problemas. Y eso era lo que le pasaba a Netzer. Días antes del partido tuvo una pelea con Hennes Weisweiler, que era el técnico del Borussia Mönchengladbach, porque le había dicho que se quisiera ir al Real Madrid. La reacción de Weisweiler fue dejarlo en la banca y lo marginó del equipo. Netzer trabajó más duro desde entonces y estuvo ahí para su equipo cuando lo necesitó.
Después de ver tanto fútbol, de jugarlo en su pueblo, ¿cuándo decidió que quería ser jugador de fútbol profesional?
En mi época el sueño de todos los niños era ser futbolistas como el de las niñas era ser princesas o modelos; otra cosa era ya convertirse en uno. La diferencia es que yo tenía mucho talento. En mi pueblo [Erlangen, Alemania] era el menor en todos los equipos e igual era el mejor jugador y hacía más goles que todos. En ese momento yo sentía que era especial, que había algo distinto. ¿Era esto suficiente para ser jugador profesional? Nadie lo sabe, eso solo lo iba a mostrar el tiempo y tenía que ser paciente.
¿Y ese momento cuándo llegó?
A los 17 años. El día en que jugué con el equipo de mi pueblo el 1. FC. Herzogenaurach. A los pocos minutos sentí que hacía la diferencia en el campo, que era mejor que los otros. A los pocos meses me convocaron a la selección sub-18 y me llamaron a pruebas en el Borussia Mönchengladbach. Ahí debuté y fue un sueño como hincha.
¿Cómo fueron esas pruebas para entrar?
Eran unas pruebas que supuestamente duraban cuatro días. Solo que a mí el entrenador me llamó después del primer día de pruebas y me dijo: “Por favor pase por mi oficina que tenemos que firmar su contrato ya”. Así que me tuve que quedar y fui directo al primer equipo.
¿Se acuerda de esa primera práctica como profesional?
Claro. Recuerdo que entré al vestuario y tuve que parar un segundo cuando vi a todos mis héroes ahí sentados. Me asusté, pero al dar el siguiente paso pensé: “Bueno, ahora son tus compañeros, así que entra a ganarte tu puesto”. A la media hora, ya en el campo de juego, se me fue el miedo, olvidé que los admiraba, que estaba el héroe de mi infancia y estaba peleando para buscarme un cupo en el equipo. Quería demostrar que no solo estaba allí para ayudarlos, sino para jugar al mismo nivel que ellos.

El futbolista alemán Lothar Matthäus.
Pablo Salgado / Revista BOCAS
El entrenador del Borussia Mönchengladbach era Jupp Heynckes, hoy entrenador del Bayern Münich. ¿Qué recuerda de él?
Muy distinto a como es hoy, es mucho más tranquilo. Ya no se le pone la cara tan roja como antes [risas]. Siempre que perdíamos yo sentía que él creía que lo hacíamos como algo en contra suya. Entonces en retaliación nos prohibía todo: nada de música en el bus, nada de jugar a las cartas en el bus y no nos hablaba por tres días. Menos mal que con el paso de los años y con la experiencia que tiene es mucho más relajado. Creo que eso fue muy bueno para sus jugadores, pero mucho mejor para él, ahí se disparó su éxito como entrenador.
La buena temporada en su primer año en la Bundesliga hizo que llegara la convocatoria para formar parte de la selección alemana que iba a jugar la Eurocopa de 1980. Ahí obtuvo el primer título con Alemania.
Fue un honor ese llamado. Recuerdo que debuté en el partido contra Holanda. Entré en el minuto 73 por Bernhard Dietz, que era el capitán. Ese día ganamos 3-2. Aunque en ese entonces mi papel en el equipo era más de relleno. Igual que en España 82.
¿Qué recuerda de ese primer mundial, ya como jugador?
Estuvo bien, bueno, no tan bien. La mayor parte del tiempo la pasé en la banca y nunca sentí que era importante para el equipo. Solo jugué dos partidos. En esos años, para los jugadores jóvenes era más difícil jugar o ganarse la confianza del técnico. Yo me sentía como un intruso. Esto cambió en la Euro de 1984 en Francia, ahí ya fui un jugador que era vital para el equipo.
Ese año se da su traspaso al Bayern Münich. ¿Qué lo hizo irse del equipo de sus amores?
No fue una decisión fácil. Siempre se ha dicho que lo hice por el dinero y eso es falso, el Borussia Mönchengladbach igualó la oferta que me había hecho el Bayern Münich. Lo que me hizo irme fue la ambición de ganar títulos, la ambición que tenía por buscar la gloria. Y en Alemania si quieres hacer eso tienes que jugar en el Bayern. En el Mönchengladbach se puede ganar un campeonato, si uno tiene suerte, en Münich no hay otra opción que ganarlo todo.
¿Cuáles fueron los cambios de un equipo a otro que más lo impactaron?
El estadio, la calidad del equipo, la personalidad de los jugadores, el entrenador, que en ese momento era Udo Lattek. Hasta lo más pequeños detalles como que en el Bayern te daban un carro, mientras que en el Mönchengladbach tenías que comprarte el tuyo. Todo era mucho más elegante, por decirlo de algún modo.
En esos mismos años fue cuando Franz Beckenbauer se empezó a convertir en una figura muy importante en su carrera.
Sí, a principios de 1980 empieza nuestra amistad, que es tan fuerte que lo considero como mi segundo padre.
¿Recuerda cómo lo conoció?
En 1982, cuando él todavía era jugador, en un partido Hamburgo contra el Borussia. Fue la primera vez que lo vi. Aunque seguramente en ese entonces ni se sabía mi nombre. Solo desde 1984, cuando asumió la dirección de la selección alemana, empieza nuestra amistad.
Al punto de que, en la década de 1990, lo nombró capitán de la selección.
Sí, yo tenía un contacto muy directo con Franz. Pasábamos horas hablando de táctica, de los jugadores, de la estrategia. Ahí fue cuando aprendí todo lo que necesitaba para ser un gran jugador.
¿Le dio algún consejo en especial?
Muchos, pero es que esa era su tarea como entrenador [risas]. Él me ayudó a trabajar en mi personalidad, siempre me decía: “Tú tienes que hacerte notar en el campo, tienes que hacer una diferencia con el resto y confío en ti para que dirijas al equipo allá en la cancha, por eso eres mi capitán”. Su trabajo era, sobre todo, mental, él me hizo tener la confianza para alcanzar todos mis objetivos. Él me dio las bases y luego Giovanni Trapattoni me ayudó a dar el siguiente paso para convertirme en ídolo.
Franz Beckenbauer se dio cuenta, de que para ganar, más allá del talento, lo que importaba era funcionar como equipo y tener un buen ambiente.
Y llegamos a su primera final en un mundial, México 86. ¿Cómo era esa selección? ¿Qué tal era el ambiente entre los jugadores?
No teníamos un buen equipo. No había buena armonía entre nosotros. Nada andaba bien. Por ejemplo, Harald Schumacher, que era el portero y el capitán, no se podía ni ver con Ulrich Stein, el portero suplente. Los jugadores del Köln no les hablaban a los del Bayern. En los almuerzos siempre había un silencio terrible, solo nos mirábamos. Por eso el subcampeonato fue una gran sorpresa para mí y creo que para el resto de mis compañeros. Y si a esto le sumamos que había un tal Diego Maradona jugando, pues no había mucho por hacer.
A quien le tocó marcar en la final...
Ese fue uno de los pocos errores de Beckenbauer como técnico. Me sacó de mi posición natural y jugamos a algo que no sabíamos hacer bien. Además, le podías poner a los once jugadores encima a Maradona y daba igual, no había forma de quitarle el balón. Solo cuando nos vimos perdiendo 2-0 cambiamos un poco la estrategia y logramos remontar. Pero estaba Diego, que no iba a dejar ir la Copa del Mundo, y puso el pase para el 3-2. Viendo la calidad y el nivel que tuvo en ese mundial lo único sensato que podías hacer era ir a felicitarlo.
¿Durante el partido usted le dijo algo?
No, esas cosas con Maradona no funcionan. Uno le podía decir que le iba a pegar todo el partido y a él le daba igual, esa clase de jugadores no se asustan por un par de palabras. Y me lo demostró de nuevo cuando lo enfrenté en la liga italiana.
Una liga que era la más competitiva en ese entonces. Estaba la Juventus de Platini; el Nápoles de Maradona; el Milán de los holandeses; la Roma de Rudi Völler y Thomas Berthold, y el Inter de los alemanes, entre ellos usted.
Era la liga a la que todos queríamos ir, en la que tenías que demostrar que eras el mejor. Por eso busqué irme a Italia. Y me fue muy bien, tanto que el Inter alcanzó el scudetto de nuevo después de ocho años.
Allí conoce a Trapattoni, el otro entrenador que lo marcó definitivamente en su carrera. De hecho, fue él quien lo hizo jugar con el 10 en su dorsal, pero ¿es verdad que usted no quería que le dieran ese número?
Lo primero que me preguntó Trapattoni fue qué número quería usar. Yo le dije: “En el Bayern Münich yo usaba el ocho y quiero seguir usándolo aquí”. Me respondió que no, que ese número ya lo tenía Nicola Berti. Entonces dije: “Dame el seis, que con ese fue el que empecé en el Mönchengladbach”. Y de nuevo me respondió: “No, ese ya lo tiene Andrea Mandorlini”. Hasta que me desesperé y grité: “Entonces cuál puedo usar”. Trapattoni, muy tranquilo, me miró y me dijo: “Para ti tengo guardado el diez”.
¿Se esperaba eso?
Nunca. Mi reacción fue decirle: “Pero si yo no soy Maradona ni Platini”. Y Trapattoni respondió: “Por eso mismo, porque juegas diferente a ellos es que necesito que tengas ese número. En mi equipo el diez tiene que jugar como tú”. Ante esa responsabilidad no tuvo otra opción que aceptar el reto.
Además del diez, Trapattoni también fue el técnico que lo obligó a aprender a jugar con la pierna izquierda.
Su orden fue clara: “Tienes dos piernas y tienes que usar las dos, no solo para correr”. Así que tuve que entrenar los disparos, el dribbling hasta que los dominara igual de bien con las dos piernas.
¿Le costó dominar la izquierda?
Nada, aprendí muy rápido y descubrí que tenía mucho talento en esa pierna también. Tanto que luego me ayudaría a hacer el primer gol ante Yugoslavia en el Mundial de Italia 90, uno de mis favoritos.
Toda esa experiencia en Italia lo preparó para el momento más importante de su carrera, el mundial de 1990. ¿Qué tenía esa selección para que funcionara con la precisión de un reloj? ¿Cuál era el secreto?
El secreto fue que aprendimos la lección del 86. Nos dimos cuenta, o bueno Franz Beckenbauer se dio cuenta, de que para ganar, más allá del talento, lo que importaba era funcionar como equipo y tener un buen ambiente. Lo mejor que hizo fue que nos dejó tener tiempo para nosotros mismos. En la concentración no todo era fútbol, reuniones o charlas técnicas. Muchas tardes su instrucción era: “Salgan, den un paseo, limpien su cerebro, quítense toda la presión de encima, olvídense del fútbol”. Y claro, esto lo podía hacer porque nosotros jugábamos de memoria.
La mitad de la selección llevaba jugando desde que eran sub-21, ¿no?
Exacto. Por ejemplo, en la final cinco de los titulares habíamos jugado por más de diez años juntos. Hicimos todo el proceso hasta llegar a la selección de mayores juntos. No importaba que fuéramos de diferentes clubes, porque más que compañeros éramos amigos. Nadie tenía trato de estrella, ni yo, el único objetivo era levantar la copa.

El futbolista alemán Lothar Matthäus.
Pablo Salgado / Revista BOCAS
¿Qué recuerda del partido contra Colombia en ese mundial?
Bueno, lo primero es que para nosotros no era un partido importante, ya estábamos clasificados y no nos preocupaba mucho Colombia. Tanto que salimos un 5 % menos concentrados que en los juegos anteriores y la prueba de esto fue el gol de Rincón, porque marcarle a cualquier equipo alemán en el minuto noventa es muy difícil. Pero fue gracias a Colombia que nos dimos cuenta de que si queríamos ser campeones no podíamos soltar el acelerador ni un segundo, teníamos que estar al ciento por ciento hasta el pitazo final.
Ahí llegaría la revancha contra Argentina y su segunda final. Cómo es la historia de sus guayos y el penal, que finalmente les dio el título.
Se ha dicho mucho sobre por qué no cobré el penal. Algunos hasta se han atrevido a decir que no lo hice por miedo. Y la verdad es mucho más sencilla: mis guayos se rompieron.
¿Y es verdad que esos guayos los llevaba usando más de cuatro años?
Eso es falso. Llevaba jugando con esos guayos ocho años.
¿Qué les pasó entonces?
En el minuto 35 sentí que algo pasaba con mis guayos. Igual, estaba tan concentrado que ni me paré a revisarlos. Solo hasta el medio tiempo me di cuenta de que toda la suela se había desprendido, ¡y preciso no tenía otro par! Me tocó utilizar unos que eran una talla y media más grande y de otro modelo. Por eso no cobré el penal.
Que fue un poco dudoso, ¿no?
Hoy yo no lo pitaría, y menos en una final de la Copa del Mundo. Aunque, veinte minutos antes, hubo uno clarísimo que el juez no pitó. Así es el fútbol. Y bueno, esa vez nos tocó ganar a nosotros, que éramos el mejor equipo, sin duda.
Ahí, en la cima de su carrera, empieza su transformación en el campo de juego hasta convertirse en un líbero.
Fue un proceso lento y no tan inmediato. En Italia aprendí lo importante que era la marca y colaborar en la defensa. Me fui convirtiendo en un jugador todoterreno, cuando tocaba ir al ataque lo hacía sin problema y si tocaba defender podía organizar al equipo desde nuestra área. Sin embargo, el cambio no se dio en mis clubes, sino en la selección que fue a defender el campeonato a Estados Unidos.
¿Qué le pasó a Alemania en el 94 y en el 98?
Perdimos el espíritu de equipo. En el 94 había muchos egos y el entrenador, Berti Vogts, no supo manejar bien la situación. Y en Francia 98 eso no era un equipo, era una simple colección de jugadores. Todo el espíritu de 1990 se había perdido.
Su despedida de la selección alemana, en la Eurocopa de 2000, no fue precisamente la más feliz.
¡Ni me acuerde de eso! El 3-0 contra Portugal fue terrible, pero también aprendí a vivir con los malos resultados.
¿Qué le faltó por hacer en su carrera?
La Champions fue lo único que me faltó.
Imposible olvidar ese partido contra el Manchester United en la final de la Champions de 1999.
Otro de los pocos momentos tristes de mi carrera. Lo teníamos listo y de nuevo, como con Colombia, nos desconcentramos y remontaron en los minutos finales.
Esa fue su segunda etapa en el Bayern Münich, en la cual coincidió con el Tren Valencia por un año, ¿Qué recuerda de él?
Un gran jugador, hoy sería ideal para que recibiera los pases de James y anotara goles en el Bayern [risas]. Hicimos una gran amistad, además que nos volvimos a ver en el Metrostars, en EE. UU.
¿Cómo ve a James en la Bundesliga?
Bien, es un jugador con muchas capacidades. Todavía le falta adaptarse al fútbol alemán, pero eso es sencillo. La clave es que siga trabajando fuerte, que aprenda alemán y Jupp Heynckes es un técnico que sabe llevar a los jugadores.
¿Para qué le habría gustado tener más tiempo?
Como profesional hice todo lo que pude, tengo récords que van a ser muy difíciles de superar. Ahora, para lo único que me gustaría tener más tiempo es para mi familia.
¿Qué tanto fútbol ve ahora que es comentarista? ¿Sigue disfrutando ver los partidos por televisión como en ese primer mundial?
Ah, me encanta ver fútbol y de todas partes del mundo. Solo que estoy viendo menos partidos, antes podría ver diez juegos en un fin de semana sin problema. Disfruto analizarlos, comentarlos, repetirlos. Y sí, creo que la sensación sigue siendo la misma de cuando era niño: soy un apasionado por el fútbol, es mi vida.
¿Y cree que Alemania va a retener el título en el próximo mundial?
Claro, somos los favoritos y lo vamos a demostrar.
Usted es un ícono del fútbol alemán, pero ¿quién ha sido el mejor jugador de su país?
Yo he sido el mejor jugador alemán, sin duda. Y para ser ecuánime diré que el segundo mejor fue Franz Beckenbauer [risas].
FELIPE GONZÁLEZ GÓMEZ
FOTOGRAFÍA PABLO SALGADO
REVISTA BOCAS
EDICIÓN 70 - DICIEMBRE 2017

La leyenda de los mundiales
Entrevista con Lothar Matthäus
Por Felipe González Gómez
Fotografía Pablo Salgado
Revista BOCAS
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