Los delincuentes siguieron desde el banco a Alexis Viera y a su esposa, Andrea Espel. Viera iba en su carro; los verdugos, en una motocicleta. Cuando Viera, ya en la entrada de su apartamento, se bajó del auto para tomar algunas compras que estaban en la bodega, los ladrones lo interceptaron; uno de ellos le apuntó con un arma y le pidió el dinero que, en ese momento, estaba en el bolso de Andrea. Viera le entregó al hombre la billetera y el celular. Se asustó tanto que comenzó a bajarse la bermuda para que el ladrón certificara que no tenía nada más encima: “Casi quedé en calzoncillos”.
Entonces el asaltante se dirigió hacia Andrea, la golpeó con el arma para arrebatarle el bolso y, pese a quedarse con el botín, se devolvió para dispararle a Viera en la cabeza. En ese instante, Viera alcanzó a desviar el revólver con un manotazo, tal como lo hubiera hecho para cambiarle la trayectoria a un balón, pero la bala, en todo caso, impactó en su cuerpo. El ladrón disparó de nuevo. Esta vez la bala fue directo a la médula y Viera sintió que sus piernas se encogían, como si fueran un acordeón que se comprimía contra su pecho.
Era el 25 de agosto de 2015. Alexis Viera, el Pulpo, uno de los mejores arqueros extranjeros que había llegado a Colombia en la última década, estaba a punto de morir.
Había sido contratado por el América de Cali por primera vez en 2009. Su sobrenombre les hacía pensar a los aficionados que tendrían un arco seguro. En la cancha, Viera se encargó de ensanchar el mito del pulpo. Una tarde de 2010, ante Millonarios, no solo atajó dos penales, sino que convirtió uno más para ganar el partido por 3-2 y zafar al equipo, al menos en ese momento, del fondo de la tabla. Años después volvió a jugar con América e intentó que ascendiera a primera categoría, pero no lo consiguió.
Lo del Pulpo, sin embargo, venía desde antes. Así le había puesto Marcel Céspedes, un amigo suyo del River Plate de Montevideo. En un partido contra el Nacional uruguayo –que en ese momento comandaba el que más adelante sería considerado el mejor centrodelantero del mundo, Luis Suárez–, Viera contuvo las siete opciones de gol del Pistolero. Gracias a ese encuentro dio el salto al Nacional, el equipo del que es hincha y con el que se dio a conocer internacionalmente. En 2006, en la serie que el equipo uruguayo jugó contra Boca Juniors por los octavos de final de la Copa Suramericana, era el arquero suplente; sin embargo, debido a un contagio masivo de paperas que afectó a casi diez jugadores del Nacional después del partido de ida, tuvo que defender el arco en el partido decisivo y no solo controló el ataque de artilleros como Guillermo Barros Schelotto, sino que en la definición por penales detuvo el remate de Fernando Gago y clasificó al Nacional.
Alexis Viera Barreto nació el 18 de octubre de 1978 en Montevideo. Era un niño obeso y asmático, así que un médico le dijo que le haría bien correr. En Uruguay el fútbol es algo así como la religión nacional, por lo que era apenas obvio que Viera optara por correr detrás de un balón. Sin embargo, además de la enfermedad, había otro problema: era “tremendamente” malo para jugar. En el barrio Conciliación, donde creció, nadie lo quería en su equipo. No funcionaba como nueve, ni como diez, ni como volante de marca. Fue retrocediendo en el campo hasta que lo ubicaron de defensa central. Lo ayudaba ser robusto: bien ubicado, no permitía que los delanteros se colaran en el área. Hasta que un buen día, en el Club Deportivo Cohami, su primer equipo, faltó el portero y Viera se dijo: “¿por qué no?”.

Alexis "el Pulpo" Viera.
Camilo Grald / Revista BOCAS
“Ese día fui mejor que el titular y me dejaron tapando. Más adelante se me daría la oportunidad de ser realmente un portero y llegaría la hora de jugar en grande. Pero nunca olvidaré que llegué a ser arquero por accidente y que mi carrera fue el resultado de luchas, de sacrificios, de tomar decisiones firmes, de jugarme el todo por el todo, de superar lesiones y miedos. Hay éxitos improbables y hay líderes improbables”, escribió en Volver a empezar, la autobiografía que acaba de lanzar.
Durante sus veinte años de carrera, fue arquero del Racing, Nacional, River Plate y Peñarol, en Uruguay; del América de Cali; del Ñublense, de Chile, y del Dépor F. C., de Aguablanca, el tercer equipo de Cali, que juega en la segunda división. Allí jugaba cuando un jovencito le disparó para robarle diez millones de pesos que iba a invertir, con su esposa, en un gimnasio.
Alexis llega a la entrevista. Camina hasta la sala con pasos lentos, apoyado en unas muletas. Suda. Está vestido con una camiseta y una bermuda negra, como si estuviera a punto de salir para un entrenamiento, pero se dirige hacia una cómoda poltrona, desde donde suele observar los partidos de fútbol que transmiten por televisión. Su mano derecha es grande y pesada, como un ladrillo. Así deben ser las manos de todos los arqueros.
En la Clínica Valle del Lili, donde le salvaron la vida después del asalto –porque su corazón se detuvo tres veces–, los médicos le advirtieron que apenas tenía un 1 % de probabilidades de volver a caminar. Sin embargo, apoyado en las muletas, Viera llega hasta la poltrona y se acomoda para narrar el tercer tiempo de su historia.
¿Después de haber estado varios meses sin caminar, qué se siente dar de nuevo el primer paso?
Fue una alegría bárbara, poder pararme y dar un pasito. Me empecé a parar en la clínica, durante la recuperación: me obligaban a pararme, pero no podía dar pasos. Esto es como si fueras un bebé de nuevo, es el mismo proceso para aprender a caminar: tenés que aprender todo de nuevo. Aprender incluso a gatear, para ir agarrando fuerza. Yo no tenía fuerza en el tronco, no podía mantenerme sentado, eso era lo que más me perjudicaba. Cuando me sentaron por primera vez, me caí. Y ese fue el único día en que dudé, el único día en que pensé que todo lo que me decían y lo que el cuerpo sentía era verdad, que no volvería a caminar. ¡Me sentaron y no aguanté ni siquiera un segundo! Y dije: “Si no puedo estar sentado, menos voy a estar de pie”. Pero al otro día me levanté con más ganas que nunca, comencé a hacer terapia, a hacer fuerza y me empezaron a sentar. Cada día aguantaba un poquito más, un poquito más, hasta que a los tres meses de la operación alcancé a dar ese primer pasito que es como jugar tu primer partido profesional, como cuando uno logra algo que desea con ansias.
Yo sabía que lo iba a lograr, sabía que iba a volver a caminar. Lo tomé como una lesión deportiva y las lesiones deportivas se recuperan.
Cuando se conoció la noticia del asalto, todo el mundo futbolero se movilizó. Incluso Luis Suárez llamó desde Barcelona. ¿Qué tanto ayudó ese apoyo?
Mucho de eso no lo viví porque estaba en la clínica, pero me lo contaban. Lo que sí escuché fueron los gritos de los hinchas de América afuera del hospital. Iban prácticamente todas las noches a cantar, a darme fuerza, y eso me ponía la piel de gallina. Cuando venía la familia y me contaba lo que estaba pasando a nivel mundial me emocionaba mucho. Aunque también en ese momento estaba muy sensible y lloraba por todo. Y bueno, imagínate que a los pocos días de estar despierto recibo esa llamada de Luis Suárez, que fue compañero mío en Nacional de Uruguay. Fue una gran sorpresa para mí. Todas esas cosas me ayudaron, era como cuando uno entraba a un estadio y veía a toda la gente alentando; de la misma manera me sentía en la clínica.
¿Cómo se asume ese momento en que un médico dice que uno quizás no vuelve a caminar?
Antes de la noticia, uno sospecha lo que puede pasar, porque yo el cuerpo no lo movía. Pero, mirá, pese a los diagnósticos, nunca se me pasó eso por la cabeza, yo sabía que lo iba a lograr, sabía que iba a volver a caminar. Lo tomé como una lesión deportiva y las lesiones deportivas se recuperan. Empecé a trabajar con la convicción de que las piernas se iban a mover. Al principio no movía ni un solo dedo de los pies, pero intentaba todos los días darle información a mis piernas y trataba de moverlas. Por más que no pudiera, lo intentaba. Pasaban los días y no había resultados, pasaban las semanas y no había resultados, pero no desistí. Hasta que más o menos a los veinte días moví el dedo gordo del pie y ahí sentí esa alegría de cuando estás buscando algo desde hace mucho y lo consigues. A partir de ahí la recuperación fue rápida: la pierna derecha la recuperé rápidamente y la izquierda es la que me está perjudicando. La sigo recuperando aunque el proceso es más lento.
¿En quienes se apoyó en ese momento, además de la familia por supuesto?
Me ayudó mucho el doctor [Harold] Lozada. Es el médico del Atlético, que en ese momento era el Dépor de Aguablanca, donde yo jugaba. Él también tuvo un episodio parecido al mío, pero no le afectó la médula. Me daba un montón de información y me motivaba mucho. ¡Capaz que me estuviera mintiendo, pero lograba motivarme! Me aferré a todo lo que él me decía justamente porque había pasado por algo similar y él hoy está bien, caminando. Así que dije: “El doctor Lozada es mi espejo”. Y dicho y hecho. Por eso le daba información todos los días a mis piernas. Por más que me cansara psicológica y físicamente… ¡Es muy difícil tratar de mover una parte de tu cuerpo que no responde, uno hace fuerza hasta con el pelo! Pero confié en las palabras del doctor y eso me sirvió para lograr lo que logré.
Es curioso que usted haya estado rodeado por personas que pasaron por episodios similares. De hecho, fue un fiscal, vecino suyo, el que le salvó la vida: vio el forcejeo con los ladrones y disparó al aire para que se fueran… Y según entiendo, a él también le habían disparado.
El fiscal fue un ángel que Dios nos envió. Imagínate: una persona a la que le pasó lo mismo hace un par de años. A él los médicos le dijeron que no iba a volver a caminar nunca y terminó salvándome la vida. Fue él quien me llevó a la clínica en su carro. Llegué desangrado, muriéndome. Si hubieran llamado a la ambulancia, si hubieran esperado un poco más, me habría muerto en el lugar. El fiscal fue un ángel que Dios me mandó como diciendo: “Mira, hay personas a las que les pasó lo mismo y salieron adelante”.
En su autobiografía usted menciona ese agradecimiento a Dios por seguir vivo. ¿Pero nunca se hizo esa pregunta: por qué me sucedió esto a mí?
Yo, incluso, cuando estaba en el fútbol, ponía en duda la existencia de Dios cuando me pasaba una lesión. ¿Por qué? En el mejor momento mío siempre me pasaba algo. ¿Por qué a mí? Siempre era así. Imagínate que en mi carrera tuve cuatro operaciones de rodilla y varios esguinces. Luché contra muchas cosas y uno decía “¡Ah, ¿por qué siempre esto?”. Y había en cambio esos jugadores que no se cuidan, que son indisciplinados y que, sin embargo, nunca se lesionan. Fue en ese momento cuando creí que Dios no existía. Pero yo siempre digo que en ese momento tenía a Dios en la boca y hoy lo tengo en el corazón. Soy un agradecido porque Dios me ha dado una nueva oportunidad para vivir. Un día me demostró que sí existe y respondió mis preguntas. Mi carrera, todas esas lesiones, tenían un propósito: preparame para superar lo que me pasó.
Usted dice que el momento en que recibió a Dios es cuando queda en el piso, herido de bala…
Sí. Cuando estaba tirado en el piso fue cuando me entregué a Dios. Cerré los ojos y dije: “Señor, que se haga tu voluntad. Perdóname mis pecados, pero te quiero pedir una cosa: quiero ver crecer a mis hijos”. Ahí me quedé tranquilo. Tenía miedo de morirme, pero después pasó todo lo que tenía que pasar: fui a la clínica, me operaron y, bueno, salió todo bien. Al tercer día ya me desperté y salí de peligro porque uno de los disparos había atravesado el pulmón y me estaba desangrando por dentro. Fue un milagro que sobreviviera.
Hablemos de fútbol, Alexis. ¿Cómo empezó esa pasión?
No recuerdo cuándo fui a un estadio por primera vez. Era muy chiquito, pero en la familia éramos hinchas de Nacional. A los cinco años ya estaba detrás de una pelota. Jugaba en el barrio, con los amigos. Amaba el fútbol. Y cuando a uno lo llevaban a un estadio y ve a los jugadores, es como si fueran de otro planeta. Recuerdo que una vez fui a un clásico, chiquito, y había 70.000 personas y yo miraba a toda esa gente y me preguntaba: “¿Cómo harán esos jugadores para jugar sin tener miedo?”. Imagínate que con el tiempo, yo estaba allá adentro y me pude responder esa pregunta que me hice cuando era un niño. Lo que uno siente no tiene explicación: los clásicos son medio estadio de un equipo, de una hinchada, y medio del otro. Y es lindo incluso cuando te chifla la hinchada rival porque eso te indica que saben que tienes condiciones y que por eso tratan de buscar el punto para desconcentrarte.
¿Cómo surgió esa admiración por dos arqueros colombianos: Óscar Córdoba y Navarro Montoya?
Cuando ya era arquero y estaba en Racing los espejos míos eran “el Mono” Navarro Montoya y, después, Óscar Córdoba. Salió uno y entró el otro. Esto empezó porque en Uruguay mirábamos mucho el fútbol argentino y ellos atajaron en Boca Juniors. Yo imitaba sus movimientos, sobre todo los del “Mono” Navarro, como cuando hacía “la de Dios” y se arrodillaba en los mano a mano. Me hice muy fuerte en los mano a mano gracias a lo que hacía el Mono más lo que yo tenía, lo que yo ponía. Lo que aprendí del Mono me hizo tan fuerte que en Uruguay me decían “el rey de los mano a mano”.
¿Cómo fue, además, ser entrenado por Ladislao Mazurkiewicz, uno de los mejores arqueros de Uruguay?
Tener al “chiquito” Mazurkiewicz de entrenador de arqueros fue un privilegio. Aprendí muchísimo con él, no solo con los trabajos, sino a través de las cosas que decía. El Chiquito en Uruguay es como el Miguel Calero o el René Higuita de Colombia, el Buffon en Italia, el Casillas en España… En su momento fue el mejor arquero del mundo.
Al principio decía que no era el que me había disparado. Llegó serio, como enojado, con la misma cara con la que me disparo: la cara de un poseído.
¿A qué jugador nunca le pudo ganar? Algún delantero que siempre le marcaba…
Todos me han hecho goles. El único que no me pudo hacer goles fue Luis Suárez. El mejor delantero del mundo no me hizo goles y tuvo siete oportunidades. Pero sí, salgo en los videos de muchos nueves.
Cuando jugaba en Uruguay usted se volvió conocido en un partido de Nacional contra Boca Juniors para los octavos de final de la Copa Sudamericana en 2006. ¿Cómo recuerda ese episodio?
Si en Colombia me marcó el hecho de pararme y volver a dar un paso, en el fútbol me marcó ese partido contra el Boca poderoso de Palermo, Gago... En la definición por penales, atajé dos. Y los eliminamos de la Sudamericana. Aunque en Colombia también hice historia: en mi primera etapa con América le ganamos a Millonarios 3 por 2 en el Pascual Guerrero. Ese día atajé dos penales e hice uno. Fui el primer arquero en lograr eso. Ese fue un partido muy importante porque veníamos con muchas dificultades: ocho meses sin cobrar, muy abajo en la tabla… Y, bueno, a pesar de todo trataba de jugar los partidos a muerte y de ir a los entrenamientos sin pensar en las preocupaciones, en las cuentas que tenés que pagar, en la familia... Fue durísimo, pero todo eso te fortalece.
¿Ese fue el momento más difícil de su carrera? ¿Los ocho meses que permaneció sin cobrar en América?
Aunque viví otra historia igual, en Uruguay, cuando recién empezaba. Estuve seis meses sin cobrar en los días por los que iba a nacer mi hijo Gonzalo. Imagínate, tener un hijo, sin plata, con cuentas por pagar. Después venir a un país que no es el tuyo y vivir lo mismo. Uno nunca se imagina atrasarse ocho meses con los compromisos, uno puede pensar que, en el fútbol, máximo se te atrasan dos meses. ¿Sabes lo que es arrancar un semestre desde enero hasta junio y no cobrar un peso? La salida mía de América, la primera salida, fue por eso, por lo económico.
Después regresó a América cuando estaba en la B. Diego Umaña, como técnico, montó un gran equipo. ¿Por qué no se ascendió?
¡Yo qué sé qué pasó! Sabíamos que teníamos un gran equipo: salimos primeros en la reclasificación y a la hora de las finales, como había también mucha gente joven, tal vez eso nos costó. Además, creo que llegamos reventados a fin de año, con tantos partidos encima y jugando siempre los mismos. En los cuadrangulares dimos esa ventaja y ahí es cuando uno dice que lo importante es clasificar entre los ocho, no importa en qué lugar, después, te matas en el resto de los partidos. Esto es fútbol: se gana y se pierde, y muchas veces el favorito queda por fuera. Pero uno no esperaba no ascender. Vine a América con la mentalidad de subir al equipo y eso no se dio, también, por otros factores.
¿Qué otros factores?
Indisciplina. Cada uno tiraba por su lugar y cuando llegaban los cuadrangulares uno se daba cuenta de que los jugadores que quedaban afuera empezaban a tirar para atrás: hablaban mal y, quiéralo o no, esas energías también suman. El grupo debe estar por encima de una persona. Si a mí me toca quedarme por fuera y esperar para que el grupo ascienda, bienvenido sea. Pero lamentablemente en el fútbol no se piensa así. Algunos jugadores vienen ahora y se creen más importantes que Messi y Cristiano. Muchos son buenos jugadores, se creen superiores a los demás. El ego mata. Yo tuve ego y a veces hay que tocar fondo para reaccionar.

Alexis "el Pulpo" Viera.
¿Cómo sentía esa presión de ascender en un equipo con una hinchada que no se aguantaba un solo minuto estar en la B?
Siempre he jugado con la misma presión porque, para mí, todos los partidos son importantes. Por eso, cada vez que iba a entrenar lo hacía al mil por ciento. De repente había jugadores que no lo hacían de la misma manera. Por ejemplo, íbamos a jugar contra Dépor de Aguablanca y decían: “Nada, a este equipo le ganamos fácil” y esa semana no se cuidaban, salían de joda, chupaban… ¡Y venía el partido y no ganábamos! Ahí va un tema del profesionalismo de cada jugador. América no tuvo profesionales: América tuvo jugadores de fútbol, pero no profesionales.
Su segunda salida de América fue extraña para los hinchas. No creyeron en los directivos, que dijeron que iban a liberar su cupo para un jugador extranjero.
Yo tampoco me creí eso. Mira, ¿qué pasó? Como yo era una persona que decía las cosas de frente, a veces eso no gustaba. Además, hubo una situación. En ese momento América tenía una deuda conmigo y el arreglo mío era que yo perdonaba una deuda grande que tenía, pero me tenían que cuadrar una deuda chica. Al final, cuando ya daba eso por perdido, Armando Basto, el directivo, me propuso comprar esa deuda chica como al 80 %. ¡Imagínate que tenía que regalar un 20% del trabajo mío! Pero para no perderlo todo, dije que sí; por lo menos cobraba algo. ¿Y qué pasa? Al otro día de mi compromiso con Basto, viene Tulio Gómez, otro de los directivos, y me ofrece el 100 % de la deuda. Dije que sí porque era el dinero de mi trabajo y el dinero de tu trabajo es sagrado. Creo que eso fue parte de mi salida de América.
El domingo siguiente al asalto, de hecho, jugaban Dépor de Aguablanca contra América. Había mucho morbo por todo lo que había pasado con usted.
Sí. Para ese partido me estaba preparando para demostrar que estaba en condiciones, que era mentira lo que ellos decían de mis rodillas en mal estado... Quería sacar el arco en cero para demostrar que estaba en un gran nivel. Y, bueno, por algo no pude jugar ese encuentro. La vida no quiso que me enfrentara a América, al equipo que uno quiere, que uno ama. No amo dirigentes. Amo a la institución y amo a la hinchada.
Volvamos al hoy. ¿Cómo es un día de Alexis Viera?
Hoy disfruto la familia. Tengo mi empresa, el Club Deportivo Alexis Viera, mi escuela. Trabajar con los niños es una motivación enorme para que me levante todos los días. Además, estoy buscando hacer obras sociales, llevar mi club a las partes más difíciles de Cali para tratar de darles educación a esos niños que necesitan usar el fútbol como herramienta para formarse y salir de la calle, de la delincuencia, de los vicios… Quiero trabajar también con las personas que tienen alguna discapacidad física y que no tienen oportunidades para hacer las terapias: quisiera hacer un centro de rehabilitación y que la gente pueda llevar allí su proceso.
¿Ha hablado con los verdugos? ¿Con quienes le dispararon?
Ya lo hice. Quiero ayudar a esa persona porque si la persona que me disparó cambia de vida, sale de la delincuencia, pueden cambiar muchos delincuentes.
¿Cómo fue esa experiencia? ¿Cómo fue verse con él?
Puedo decirte que no sentí nada. Ni odio ni rabia, nada. Fue como ir a ver una persona como cualquier otra, a pesar de que era quien había estado frente a mí con un revólver. Él me dispara, me hace mucho daño, pero no sentí nada. Al contrario, me dio lástima de esa persona porque es un niño que tomó una mala decisión, un mal camino, y hoy está pagando por su error. La idea era ir a la cárcel para que él pudiera cambiar, pero de nada sirve el perdón mío si esa persona sigue haciendo lo mismo.
¿Cómo reaccionó él?
Al principio decía que no era él el que me había disparado. Llegó serio, como enojado, con los ojos fruncidos; con la misma cara con la que me disparó, la cara de un poseído. Pero empecé a hablar con él y se le fue esa “arrugués” de su rostro. Te echaba más palabras, pero era una persona con muchas dudas, con la cabeza gacha, mirando de reojo, como si lo estuvieran cuestionando; una persona perseguida. No fue capaz de afrontar lo que hizo en mi cara, cuando había cámaras [se estaba haciendo una nota periodística de ese encuentro], pero él ya se había confesado. Por eso le dije: “Sé hombre, lo que tú tienes que hacer es afrontar el problema para salir de él”. Al final, a mi señora le reconoció que me había disparado. Lo dijo cuando le manifestamos que no habíamos ido a recriminarlo, a juzgarlo, que habíamos ido a ayudarlo.
¿De qué manera piensa ayudarlo?
Me comprometí a hacer un seguimiento, a seguir yendo a la cárcel y a llevarle material de fútbol. Le dije que cuando salga de ahí, va a trabajar conmigo en la escuela. A él le gusta el fútbol, así que el tiempo que permanezca en la cárcel le puede servir para capacitarse.
¿Qué sigue en su recuperación?
Hago terapia todas las mañanas. Terapia física y alternativa. Me levanto todos los días tomando tres o cuatro pastillas y durante el día me toca tomarme unas cinco más, que son para aliviar los dolores y el ardor que siento en las piernas, porque mantengo con dolor las veinticuatro horas. Esto me ha cambiado la vida por completo, para bien y para mal. No es fácil levantarse y a veces caerse y que te duelan las piernas constantemente; no es fácil sentir esa picazón permanente en los pies y en los tobillos, como si te estuvieran picando hormigas todo el tiempo. Pero, bueno, uno tiene que asumirlo. Ya lo que pasó, pasó. El dolor me fortalece, así haya días en los que me tira al piso y lo único que quiera en ese momento sea acostarme a dormir para tranquilizar la mente. Sigo en la recuperación. Puedo tardar años, pero tengo que seguir soñando y estar convencido de que me voy a recuperar plenamente y que en el futuro esto va a quedar como una huella. Capaz que puede quedar alguna mancha, alguna cicatriz, pero así son los cazadores, ellos cuentan las historias de sus batallas a través de sus cicatrices; o los soldados, sus anécdotas son sus heridas.
SANTIAGO CRUZ
FOTOGRAFÍA CAMILO GRALD
REVISTA BOCAS
EDICIÓN 67 - SEPTIEMBRE 2017

El tercer tiempo de Alexis Viera
Por Santiago Cruz
Fotos: Camilo Grald
Revista BOCAS
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