Temprano en la mañana empezaron a caer los cohetes. Minutos más tarde decenas de hombres del llamado Estado Islámico, a quienes en el argot local se les conoce simplemente como Daesh, empezaron a salir de todos los lados. Unos se escondieron detrás de una barricada y otros se dirigieron en dos camionetas hacia la dirección donde se encontraba la unidad de Arges. La primera cargaba una Dushka, o metralleta de alto calibre, que no cesaba de apuntarles. La segunda transportaba a 20 hombres con armas mucho mejores que las suyas. El único integrante del YPG que podía alcanzarlos a esa distancia era Arges con su rifle de francotirador. Los demás peleaban con kalashnikovs y a la única Dushka que tenían le quedaban 100 proyectiles, que había que racionar.
La decisión de Arges era simple: o hacía algo o los mataban a todos. Tiró y tiró hasta que detuvo el avance, pero otra Dushka se posesionó a su derecha. Durante horas los proyectiles pasaban a través de la barricada de tierra, hasta que en la tarde uno pegó en la parte derecha de su visor. La explosión le quemó la cara y el visor se rompió en su ojo, pero la adrenalina era tanta que no sintió dolor. Tampoco sangraba. Siguió disparando hasta que los hombres de Daesh terminaron por huir. Los refuerzos kurdos que habían llegado habían sido decisivos. Para entonces el dolor era fuerte y había dejado de ver por su ojo derecho, pero se tuvo que aguantar y esperar hasta que amaneciera para que lo enviaran al hospital, donde no lograron sanarlo. Por el contrario, el ojo se ponía cada día peor. Las condiciones en esta región del noroeste de Siria, azotada tras casi seis años de guerra, son más que precarias: poca agua, poca electricidad y pocas medicinas. De nada valía la voluntad que Arges Artiaga –el nombre de guerra que le pusieron los kurdos– le ponía a la recuperación. No quería abandonar Siria en aquel momento, marzo de 2016, cuando los kurdos empezaban a avanzar con mayor velocidad en su lucha para eliminar al Estado Islámico del norte de Siria.
No era la primera vez que este gallego de 44 años –y de muy pocas palabras– experimentaba las dificultades de una guerra. Está entrenado para aguantar. Después de acabar malamente el colegio, se enlistó en una de las unidades de élite españolas y años más tarde dejó su país para enlistarse en la emblemática Legión Francesa, un cuerpo de élite integrado por extranjeros que dan apoyo al ejército francés y que se caracteriza por la crudeza de sus entrenamientos bajo el lema de que la guerra también es brutal. Pero ni las dificultades ni ser inmigrante lo asustaron entonces. Había nacido en Suiza, donde sus padres habían emigrado en busca de trabajo a finales de la década de 1960. Su vida, entonces, transcurrió entre un pueblo alpino y Galicia, donde lo enviaron a vivir con sus abuelos.

Arges.
Cortesía del autor.
Con los franceses participó en la guerra de Bosnia en 1993 y en otros conflictos que no quiere nombrar. Es un tipo amable, cuidadoso en el trato, pero muy reservado, como confirman quienes lo conocen. Habla poco de su vida personal, especialmente de su familia, a la que quiere proteger. De su trabajo solo menciona que por muchos años trabajó en las lonjas pesqueras de Galicia. Solo se emociona cuando se acuerda de sus dos viajes a Siria, el primero en 2015 y el segundo en 2016.
“Antes de Siria nunca antes había sido francotirador. Había sido tirador, que en el mundo militar no es exactamente lo mismo”, explicaba Arges, con el ojo milagrosamente recuperado y sin parar de encender un cigarrillo tras de otro, durante esta conversación que se llevó a cabo en su pueblo gallego, exactamente un año después de la primera cita que habíamos concertado.
A finales de 2015 lo había contactado a través de la página de internet de los Leones de Rojava –nombre que agrupaba a estos combatientes– cuando buscaba personajes para un documental que producía sobre extranjeros que peleaban junto a los kurdos. Para entonces a Arges le faltaban solo algunos días regresar a su unidad. Volvería después de recuperarse de una disentería que lo había sacado de combate cuatro meses atrás, así que habíamos quedado de encontrarnos algunas semanas después dentro de Siria.
Las Unidades de Protección Popular –YPG, por sus siglas en kurdo– habían sido creadas en 2011 en el contexto de la guerra de Siria. Surgieron de una base guerrillera kurda que decidió proteger a su población y, en pocos años, se convirtieron en uno de los principales grupos militares kurdos con presencia en el norte de ese país.
Arges hace parte de esa manada de extranjeros –hombres y mujeres, muchos exmilitares y otros aventureros– que decidieron emprender camino hacia ese mundo desconocido motivados por la idea de detener el avance del llamado Estado Islámico. O simplemente por la ambición de guerrear. El YPG ha aprovechado el interés de cientos de voluntarios extranjeros para atraer la atención de la prensa internacional que históricamente ha hablado poco de lo que pasa en esa parte de Siria. A cambio, les han dado cobijo, comida, cigarrillos, una kalashnikov y 100 dólares mensuales para que puedan comprar lo básico, incluidas las bebidas energéticas que son la base de la alimentación de estos hombres.
En febrero de 2015, cuando Arges llegó a Siria por primera vez, el YPG no solo era la fuerza más efectiva en la lucha contra el Estado Islámico en Siria, sino que también había terminado por convertirse en el principal aliado de Estados Unidos y de Europa, que les dan apoyo desde el aire. Pero el gallego no tardó mucho en darse cuenta de que no todo era fácil.
La cercanía del YPG con la guerrilla kurda turca del PKK hace que Turquía, también aliado de Occidente en la guerra siria, los considere sus enemigos. Como consecuencia, los americanos y europeos nunca se han animado a darles las armas que necesitan. A esto se suma el bloqueo desde los cuatro puntos cardinales al que está sometido la región, que hace que las condiciones de vida sean extremadamente difíciles. De allí la enfermedad intestinal crónica del primer viaje.
El único mensaje que recibí de Arges una vez había logrado cruzar hacia Siria aquel noviembre de 2015, había sido tan claro como vago: “Búscame con Sharvan América. Todo el mundo sabe dónde encontrarlo”. Así lo hicimos, pero el resultado fue desastroso. Después de recorrer decenas de kilómetros hacia el interior del oriente de Siria, donde se libraba entonces una batalla intensa contra Daesh, nos encontramos con la noticia de que los hombres de la unidad 223, a la que Arges pertenecía, tenían prohibido hablar con la prensa. No había excepciones. La unidad al mando del enigmático Capitán América –un exmarine que hablaba perfecto español y kurdo– se había convertido en la fuerza especial de extranjeros del YPG y en los pocos días que llevaba de creada ya le habían hecho gran daño a su enemigo.
Pero por todo esto se pagaba un precio muy alto. Si por la cabeza de cada extranjero que peleaba con los kurdos Daesh ofrecía 150.000 dólares, por los hombres de esta unidad ofrecían hasta un millón. O al menos es el rumor que circula en la red.
¿Cuál es la clave para ser un buen francotirador?
No sé explicar. Pero supongo que la paciencia, y aguantar prácticamente de todo. Tú ves las películas y todo parece muy bonito porque el tío se pone ahí y a los cinco minutos ya le aparece el objetivo y se acabó. Pues no. La mayor parte del tiempo es supertedioso, pues el tiempo se pasa observando. Disparar es el cinco por ciento del trabajo. Ellos no son tontos, no andan por ahí como si estuvieran paseando por la calle. Así que la mayoría del tiempo no ves nada. Lo que haces es cubrir y saber mirar. Generalmente se hace un dibujo de lo que se está viendo. Hay que fijarse en detalles como una puerta color verde cerrada. Si al otro día la vez abierta, pues dices: “Coño, esta puerta estaba cerrada ayer, ahí debe haber alguien”.
¿Cuál es la diferencia entre usted y un francotirador de Daesh, que entiendo que son muy ágiles y les hacen mucho daño?
Un sniper [la traducción al inglés de “francotirador”, que es ampliamente extendida en el argot militar] de Daesh dispara cuando ve movimiento. No importa que sea un niño, una mujer. Ellos no tienen ningún respeto por los derechos humanos. Y pues claro, esa falta de moral hace que sean muy diferentes.
¿Qué pensaba cuando estaba ahí tirado en medio del desierto algunas veces con mucho calor y otras con frío?
Cuando estás en este rol no tienes mucho tiempo para pensar. Normalmente estás concentrado en lo que estás haciendo. Algunas veces pasaba tanto tiempo acostado que la munición que llevaba en el pecho acababa por lastimarme. Pero claro, no puedes moverte rápido, así que te aguantas por horas.
¿Se llegó a enfermar por pasar tantas horas quieto?
Una vez me dio una tos horrible, así que el comandante me pidió que dejara de fumar por tres días. Así hice, pero en los entrenamientos mi puntería estaba fatal: tiraba para todos los lados, algo que yo no suelo hacer. Hasta que un compañero dijo que me dejaran volver a fumar y que todo se arreglaría. Y así fue.
¿Cómo llegó a la unidad 223?
A los pocos días de regresar vino el americano [el Capitán América] y me dijo que si quería hacer parte de un grupo de 15 personas que estaba montando. Era solo para extranjeros, pero no valía todo el mundo [la mayoría de quienes hicieron parte de ella eran exmilitares de élite]. A mí me entró curiosidad. Me parecía una persona seria. Antes de montar esta unidad, él se había ganado el respeto de los kurdos. Tenía una M16 con visor y había causado mucho daño al enemigo. Además, estaba interesado por el lenguaje y por la cultura. Yo estaba un poco cansado de la primera vez, cuando había estado dando tumbos entre diferentes unidades, entonces le dije que podía contar conmigo. Así empezamos la unidad 223.

Arges.
Cortesía de Arges.
Usted nunca había sido francotirador. ¿Cómo termina por convertirse en el jefe de francotiradores de la unidad?
Al llegar le advertí al comandante que en el primer viaje había sido francotirador y me dijo que iba a intentar conseguirme un rifle. Hay que entender que al comienzo era muy difícil tener buenos equipos porque éramos una unidad de extranjeros. Si los kurdos no tienen rifles para ellos, ¿por qué dárselos a unos extranjeros que vienen a guerrear? Así que los inicios fueron muy difíciles: teníamos kalashnikovs, una ametralladora para todos y poco más. A esto se sumaba un poco de equipo que algunos habían llevado, como visores nocturnos. Con el tiempo fuimos capturando armas del Daesh y yo logré tener mi rifle, que no era muy bueno. Pero al comienzo todo era tan básico que solo teníamos un coche para 15 personas y, además, quedó destruído en la primera operación.
¿Qué pasó?
Vamos a decir que el conductor que teníamos encontró agua en el desierto, el coche cayó en un agujero y se hundió con todo el equipo, incluidos los visores nocturnos que quedaron inutilizados. Nos quedamos sin coche y prácticamente sin armas ni municiones. Lo más difícil es que para entonces ya no teníamos al comandante, que había resultado herido, y John había muerto.
Me imagino que se refiere al canadiense John Gallagher, el primer integrante de la 223 que murió. Su muerte tuvo mucho eco a nivel internacional. ¿Qué pasó aquel día?
El Daesh que mató a John venía vestido con nuestro uniforme del YPG. John le decía que se detuviera, pero el hombre le gritaba “heval”, “heval”, que significa compañero. Y claro, John no quería disparar a un compañero. Así que el Daesh le llegó a dos metros, levantó el arma y le disparó. Al verlo, John alcanzó a responderle. Era un saudí y traía un cinturón con explosivos y una granada sin la hebilla. Lo que quería era meterse en medio de nosotros y reventarse. El cinturón no estalló, pero cuando el comandante [Sharvan América] quiso coger a John, estalló la granada y lo hirió de muerte.
¿Tuvo más experiencias en las que le tocó ver morir amigos?
Varias. Recuerdo una en el primer viaje. Era un chico joven, kurdo, que me aceptó a mí y a otros extranjeros en su grupo. Para aquel entonces era muy raro que dejaran que un extranjero se arriesgara tanto, se notaba que de alguna forma querían protegernos. Bueno, pues con este chico estábamos limpiando un pueblo de minas cuando Daesh empezó a dispararnos. Un chico americano quiso ir cerca de la casa desde donde nos atacaban para tirar una granada por la ventana, pero claro, había muchas minas. Todos le gritaban: “¡Vente! ¡Vente para acá!”. Pero se quedó parado allí, aislado. Entonces este chico kurdo intentó ir a por él en medio del fuego cruzado, pisó una mina y reventó. Acabábamos de estar juntos y lo vi explotar. Fue la experiencia más dura de ese primer viaje. Lo que más me traumatizó es que no podíamos recoger el cuerpo porque Daesh estaba en la casa. Tuvimos que retirarnos y llamar al apoyo aéreo, todos estábamos frustrados por no poder ir a matar a esos cabrones y recoger su cuerpo.
¿Por qué el secretismo alrededor de su unidad?
Esa unidad fue creada por orden del gran comandante del YPG. La fundaron para que los kurdos vieran las ventajas de entrenar más fuerte el aspecto físico y pelear de una manera más profesional. Éramos casi todos exmilitares. Siempre íbamos adelante de los demás. Con los aparatos que nos fueron dando íbamos abriendo camino y buscamos puntos débiles. Daesh sabía perfectamente quiénes éramos y el daño que les hacíamos.
¿Qué operación recuerda?
Una noche nos infiltramos en territorio enemigo. Nosotros éramos ocho e íbamos a la cabeza, otros cien venían detrás. Pasamos toda la noche andando dentro de sus líneas. De repente, en medio de la montaña, nos encontramos con siete hombres del Daesh que estaban durmiendo. Nos habíamos infiltrado tanto en las líneas enemigas que los tomamos por sorpresa. Cuando los otros hombres del Daesh se dieron cuenta de nuestra presencia no tuvieron otra opción que huir.
¿Se puede decir que ustedes son una especie de mercenarios?
No. A nosotros solo nos pagan 100 dólares al mes para nuestros gastos personales. En nuestra unidad todos poníamos la mitad de ese dinero para comprar mejor comida, como pollo congelado y otras proteínas. Cada persona que viaja paga su billete y si pasas seis meses, el YPG te paga el de regreso.
Usted vive en esta ciudad [pide que no se mencione el lugar] que es un pequeño paraíso: tranquilo, rodeado de montañas verdes y al lado del mar. ¿Por qué decidió irse a pelear una guerra que no es la suya en ese desierto caótico donde falta casi todo y, además, lo hizo gratis?
Más que nada me motivó la empatía por el sufrimiento de otros. No me motivaba ir a matar terroristas, como muchos piensan por ahí. Había visto por la televisión lo de los yazidis [una minoría étnica perseguida por el Estado Islámico, que además de asesinar a miles de sus hombres capturó a sus mujeres para venderlas como esclavas sexuales] y lo de la ciudad kurda de Kobane, que estuvo a punto de caer en las manos de Daesh. Aquí en España sabemos muy bien lo que es una dictadura y alguien tuvo que luchar por la libertad que tenemos ahora. ¿Por qué no hacer lo mismo por otras personas que no la tienen? Además, de Bosnia me había quedado la espinita de que no habíamos podido hacer lo suficiente para ayudar.
Entiendo que cuando fue por segunda vez a Siria quedó herido en la primera batalla, ¿qué le pasó?
Me estalló un mortero muy cerca. Estábamos atacando un pueblo lleno de Daesh. Yo estaba ubicado en una esquina cuando dispararon un mortero que me cayó a cinco metros. ¿Sabes cuando tienes un accidente en el coche y todo lo ves en cámara lenta? ¿Que ves cómo te la vas a pegar y luego te la pegas? Pues fue lo mismo. Vi la metralla, un pedazo grande, que venía hacía mí y en el último momento, tal vez por el aire o por lo que fuera, se fue al suelo. Pero aun así rebotó en un montículo y me pegó en el pecho. La presión me tumbó hacia atrás y me disloqué el hombro. No sé explicar cómo pasó, pero es como si algo hubiera intercedido y me hubiera salvado en ese momento.

Arges muestra una foto de su unidad, que guarda en su celular.
Cortesía de la autora.
¿Qué es lo más peligroso en la lucha contra Daesh?
Mucha gente se ha muerto por los explosivos trampas o las minas improvisadas que dejan en todas partes. La mayoría de esas personas que hacen parte de Daesh no dieron palo al agua en su vida, pero para hacer daño son impresionantes. Aunque tampoco es tan difícil porque no tienen que preocuparse por la sociedad civil. No se preocupan si viene un niño y lo agarra [el explosivo]. Vi muchos niños afectados por las minas y me afectó mucho. Les importa una mierda la población civil, hablando franco.
¿Cuáles son las reglas que hay que seguir cuando se entra en una ciudad que ha estado en las manos de Daesh?
Lo primero que hay que mirar son los pies. Pero claro, no puedo mirar los pies y controlar todo a la vez. Entonces es un poco a lo que venga. Ellos antes solían poner explosivos detrás de la puerta, y cuando la pateabas, la mina reventaba. Pero como el YPG fue aprendiendo, ellos también. Ahora te dejan la puerta abierta y la mina detrás. En el momento que tocas la puerta, la mina revienta.
¿En qué otros lugares esconden las minas?
Últimamente hacen minas que son exactamente igual a una roca. Son más efectivas porque no están enterradas. También las dejan dentro de las paredes, para que no se vean. Ha pasado con unidades que han entrado a edificios, ven que no hay nada y se relajan. Y ellos, desde la distancia, aprietan el gatillo y el edificio colapsa. Muchos han muerto así. También te dejan cosas como un teléfono bueno, al que siempre hay alguien que le quiera echar mano. Ahí es cuando revienta. Con las armas también pasa. Las dejan y tienen un cable, no te fijas y te revienta cuando aprietas.
¿Cuál fue su primer encuentro con los combatientes de Daesh?
Los primeros que vi eran como caucásicos. Habían muerto por el ataque de un avión y estaban tirados al lado de una carretera. No tenían documentación, pero por el equipamiento que tenían sabíamos que no eran locales. Llevaban guantes, gorras e iban muy bien equipados. Son diferentes a los típicos hombres locales que apoyan al Daesh y que la mayoría son cabreros. Gente que se dedicaba a las ovejas y un día le dan el arma y se ponen a pelear. Una vez cogimos a uno de esos que había matado a una niña de seis años.
¿Cómo lo sabían?
Nos lo dijeron los vecinos. La población es la que te informa porque les tienen asco. En general no quieren a Daesh. Al principio pensaban que el llamado Califato iba a ser un sueño, hasta que vieron su verdadera cara.
¿Qué hacen con los prisioneros?
No los interrogamos, los entregamos a los Assaysh, que son la inteligencia kurda. La mayoría hablan árabe y nosotros no. Además, no teníamos permiso para interrogarlos o maltratarlos, cosa que no siempre es fácil después de las cosas que sabemos que hacen. Pero tenemos que respetar los derechos humanos y se hace la mayoría de las veces, digamos que el 90 %, por lo menos en lo que respecta a nosotros, que no somos asesinos. Yo no fui a Siria para convertirme en un asesino como ellos, habría perdido. Hay que ganar con la razón.
A través de su visor usted ve más cosas que otros. ¿Llegó a ver jóvenes o niños combatientes de Daesh?
Sí que los hay. Durante el primer viaje vi chavalitos muy jóvenes, de 16 años la media y normalmente locales. Te rompen el corazón porque sabes que no han tenido otra oportunidad en la vida. Un niño se puede moldear fácilmente, que es lo que hacen ellos. También los vi muertos, que fue lo más duro para mí. Eran tan jóvenes... Al final del día son un Daesh, pero eso no quiere decir que no te sientas mal.
¿Cómo se comunicaba con sus compañeros si usted no sabía ni inglés ni kurdo al llegar?
Como podía. No me quedaba otra opción. Los americanos son muy malos para enseñar inglés, no te corrigen. Y más duro era porque al mismo tiempo intentaba aprender el kurdo. Fue demente. Los primeros dos meses que estuve allí prácticamente no hablé. Al final me comunicaba malamente, pero ellos veían que tenía interés por aprender y me respetaban.
En Irak he visto los cuadernos que Daesh utiliza en las escuelas y parece más una educación militar que religiosa. ¿Ha visto lo mismo?
Sí, sí, Daesh al final no tiene que ver tanto con religión. En realidad es lo que quiere hacer ver, pero al final los que están en Daesh no tienen idea de qué es el islam. La mayoría de estos que han llegado de Europa no tienen ni idea de lo que es el islam. Te lo dicen todos los civiles que han estado atrapados. Ni rezan ni nada, lo único que hacen es joder.
Imagino que cuando se tiene entrenamiento de élite es más fácil adaptarse.
Puedes ser el mejor soldado del mundo, pero si no te ganas el respeto de los kurdos te van a poner en otro nivel. Si quieres combatir tienes que ganarte el respeto, o de lo contrario solo vas a hacer guardia. Para esto hay que respetar las costumbres, entender que no es tu país y que las cosas se hacen de manera diferente. Tienes que adaptarte, de lo contrario lo vas a pasar mal. Es como cualquier otro ejército.

Arges.
Cortesía de Arges.
¿Ha tenido problemas con las autoridades españolas? Muchos otros de sus compañeros sí los han tenido de regreso a sus países.
Después del primer viaje hablaron conmigo y yo contesté. No tengo nada que esconder. “No tenemos problema contigo”, me dijeron. Luego, cuando regresé, hicieron lo mismo. Yo siempre les he contado lo que sé de Daesh.
Pero entiendo que lo acusaron de matar 28 personas. Al final la Audiencia Nacional española desestimó los cargos. ¿De dónde salió esa cifra?
No lo sé. Supongo que han hablado con alguno que ha estado allí, no sé. Supongo que son rumores. Yo no he hablado de nada, no es algo para mencionar en absoluto, ni para sentirse orgulloso.
Pero ¿usted lleva la cuenta de los que ha matado?
Yo no he matado ninguno. En España tendría problema si dijera eso. Es algo que queda entre Dios y yo. Además, no creo que sea algo para sentir orgullo. ¿Cuántas personas mató el de París o el de Niza? [se refiere a los atentados que llevó a cabo Daesh en Francia]. ¿Cómo se contabilizan esas muertes? Entonces te preguntas: ¿He quitado una vida o he salvado unas cuantas? Desgraciadamente la guerra es así, hay que proteger a la gente que está contigo.
¿Qué hizo con la granada que siempre guardaba para explotarse en caso de que fuera a ser capturado?
La dejé como una donación para el grupo. Allí no sobra nada, se pelea con lo básico.
Pero entonces, ¿cómo los kurdos han logrado ser la fuerza más efectiva en el terreno con estas condiciones tan básicas?
La verdad, yo no creía en los milagros, pero de otra manera no se entiende cómo lo consiguen. Ahora los apoyan desde el aire y tienen más armas que al comienzo, pero tampoco son la maravilla. Así que no tengo idea de cómo lo logran. Es pura voluntad. A cualquier ejército moderno con armas modernas y con la moral que tiene esta gente, no lo tuerce ni Dios.
CATALINA GÓMEZ ÁNGEL
REVISTA BOCAS
EDICIÓN 59 - DICIEMBRE 2016