Poco a poco la primavera llega a la ciudad de Nueva York. Cerca de mi casa, Central Park presume de los colores de la primavera con una tonalidad de colores pastel que –estoy segura– emocionaría a los pintores impresionistas franceses. El cambio de las estaciones siempre sirve para recordar que nada es para siempre, que el gen del cambio se encuentra en nuestro ADN. Creo que por esa razón me gusta el mundo de la moda. En mi industria siempre hay algo nuevo, las tendencias nacen y mueren con una velocidad que se ha visto acelerada con la popularización de las redes sociales: como dice mi querida Heidi Klum en Project Runway: “En el mundo de la moda, un día eres popular y al siguiente estás desfasado”.
Una de las cosas que más me gusta de mi trabajo es tener que estar atenta a nuevos diseñadores. Por eso, hoy quiero compartir con ustedes un viaje reciente que hice a Colombia para visitar Bogotá Fashion Week. Allí, gracias a American Express, tuve la oportunidad de presenciar en primera persona el talento que tiene Colombia en el mundo de la moda.
Señores y señoras. No hay ninguna duda: Colombia sí que está de moda. Durante los últimos años he visto cómo la moda made in Colombia se estaba abriendo paso en el mercado internacional. A los nombres consagrados como Esteban Cortázar, Silvia Tcherassi, Haider Ackerman o Nancy González, en los últimos años se les han sumado otros, como Johanna Ortiz, Paula Mendoza o Elissa Losada y Marcela Vélez de M2Malletier. Ellas no solo han conseguido seducir a los influenciadores de Instagram, sino también a retailers tan importantes como Moda Operandi, Net-A-Porter o Bergdorfs.
La moda no es algo banal, es un gran negocio que genera millones de dólares en beneficios y que solamente en Estados Unidos emplea a más de 33 millones de personas, sin contar con la gente que trabaja en campos relacionados, como mercadeo, revistas o relaciones públicas. Por eso, durante mi visita a la semana de la moda en Bogotá, uno de los puntos que quise dejar muy claro fue el de la importancia de este sector para el crecimiento económico de un país.
Creo sinceramente que Colombia dispone de todos los elementos para brillar en la esfera internacional: la moda y las tendencias tienen éxito cuando son capaces de explicar una historia que se pueda diferenciar. En este sentido, los diseñadores colombianos no solamente disponen de un punto de vista distinto –los volantes y los estampados de Johanna Ortiz por ejemplo–, sino de una artesanía y un know-how, como dirían los americanos, y de una materia prima de primer nivel. Este último punto queda en evidencia, por ejemplo, en los bolsos de Nancy González: allí hay un tratamiento excepcional en el manejo de la piel de cocodrilo que, sin duda, compite con los bolsos de casas tan renombradas como Dior, Prada o Chanel.
Además, Colombia tiene otro elemento diferencial: un talento que nada tiene que envidiarle al de otros países. Lo vi en los diseños de Faride Ramos, ganadora del Premio American Express a la Innovación con una colección titulada Juegos Prohibidos que se inspiró en los juegos de la infancia. Lo observé también en las creaciones de los 26 jóvenes que participaron en esta pasarela, entre quienes estaban Juan Pablo Socarrás y Mulierr. Lo que más me emocionó de estas propuestas fue ver que los diseñadores colombianos no han renunciado a sus raíces, que muchos decidieron contar historias con sus colecciones y que supieron transformar lo local en algo global. El mundo de la moda se mueve en un juego dialéctico: pasado-presente, artesanía-modernidad, local-global y estos jóvenes talentos supieron entender a la perfección este aspecto, que es imprescindible para conocer esta industria.
Durante muchos años, desde Nueva York, vi que Colombia tenía un gran potencial que nunca llegaba a explotar del todo. Creo que la violencia y los problemas internos del país se convirtieron en un freno, no solamente en el mundo de la moda, sino también –y por poner otro ejemplo evidente– en el del turismo. Aunque el país se caracteriza por el color de sus paisajes y la alegría de sus gentes, yo veía una Colombia un poco gris. Hoy me emociona aún más poder escribir esta columna y decir que todo eso ha cambiado: el futuro puede ser aún más brillante si realmente luchamos para que así lo sea. Tenemos que invertir en nuestros jóvenes, apoyar las artes y no dejar de invertir en educación e investigación. Todos los elementos están a nuestro favor para llegar a brillar en la esfera internacional. Depende de nuestros gobernantes, y de nosotros mismos, escribir la historia de un país que tiene mucho que contar.
Sí, señores. Colombia está de moda y creo que estará de moda por muchos años. ¡Que así sea!
NINA GARCÍA
EL VEREDICTO DE NINA
REVISTA BOCAS
EDICIÓN 63 - MAYO 2017
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