El modelo político está cambiando en el mundo por cuenta del éxito indiscutible del nuevo presidente de Francia, quien, en un término muy corto, logró alcanzar una meta que para sus antecesores necesitó plazos mucho más largos y tortuosos.
Arrancó su carrera política en 2012, se volvió ministro en 2014 y en 2016 ya estaba montando rancho aparte “con miras a ganarse la presidencia”. Cualquiera habría dicho que era un iluso. Pues no: resultó ser un millenium, pero distinto a sus pares de generación: él viste de oscuro, usa corbata y tiene una bella e inteligente esposa bastante mayor que él. Ella era su profesora y él cambió del estatus de alumno al de amante. Macron ha dicho que lo que es él se lo debe a ella. Ella ha dicho que lo admira. Y, por supuesto, también lo ama.
El caso es que Macron ganó y Vargas Llosa, el pensador, aseguró que le evitó a Francia una de las peores catástrofes de la historia. Para el escritor peruano, la victoria de la señora Le Pen, además de imponer un régimen fascista, hubiera significado la muerte de la Unión Europea: el más ambicioso y admirable proyecto político de nuestra época.
Macron es el representante genuino del cansancio ideológico de la derecha y de la izquierda. Diseñó un modelo por la negativa: ni derecha, ni izquierda, ni centro. No es populista ni autoritario. Tampoco es impaciente porque sabe escuchar a quienes no están de acuerdo con él. Los modelos anteriores a él fueron Kennedy y, en épocas más recientes, Obama; ambos, de alguna manera, terminaron perdiendo al final.
Colombia, a diferencia de Francia, no enfrenta en este momento histórico un debate ideológico entre derecha, izquierda y centro, tanto que en este punto es perfectamente viable la constitución de coaliciones que junten en un candidato apoyos de todas las tendencias ideológicas. En Colombia las coaliciones se darán para evitar algo y no para imponer algo; por esa razón muchos se declaran sorprendidos al observar juntos a quienes tienen una visión de país visiblemente contradictoria.
Además, hay muchas otras diferencias:
En Francia el terrorismo une, en Colombia no.
En Francia el poder judicial es respetado, en Colombia no.
En Francia, el poder legislativo funciona, en Colombia está desacreditado desde que los paramilitares reconocieron tener un treinta por ciento de la fuerza parlamentaria del Congreso. No se comprobó el cálculo, pero se pudo establecer que se había conformado “el punible ayuntamiento” en varios departamentos y a partir de entonces la democracia colombiana quedó marcada como ilegitima. Ese ha sido el fenómeno más grave de la historia del país después del 9 de abril de 1948 y la Ley de Justicia y Paz no logró corregir el yerro.
En Francia el ejecutivo es fuerte y respetado, en Colombia no.
En Francia el presidente Macron está proponiendo cambios. Colombia, en cambio, necesita la reconstrucción de sus instituciones hambrientas de la confianza.
Es por eso por lo que el modelo Macron no resulta suficiente para arreglar al país que antes era del Sagrado Corazón, pero que ya no lo es.
Macron no es suficiente. El mapa de Colombia está vencido como si un terremoto hubiera fraccionado nuestro territorio desde La Guajira hasta el Amazonas. La confianza en los poderes del Estado es la tarea de la política colombiana. Diablo Rojo a la pudripolítica.
Las organizaciones políticas actuales solo tienen activistas y no afiliados: las encuestas advierten que los partidos representan un porcentaje muy bajito de colombianos y tal como está previsto el debate para las elecciones de 2018, no parece posible que se vaya a modificar la polarización actual.
Por lo tanto, el nuevo presidente de Colombia no será tan Macron.
El mandatario que llegue debe saber que la solidaridad con el jefe de Estado termina después de la posesión. A partir de ese día, él es quien debe ser solidario con sus electores y eso es muy difícil: gobernar con las encuestas y para las encuestas... Fatal.
ALBERTO CASAS SANTAMARÍA
REVISTA BOCAS
EDICIÓN 65 - JULIO 2017
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