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Bocas

La vuelta de Cabas

Andrés Cabas es hijo del prestigioso compositor Eduardo Cabas.

Andrés Cabas es hijo del prestigioso compositor Eduardo Cabas.

Foto:Sebastián Jaramillo

Entrevista con el pianista y cantautor Andrés Cabas. 

Diana Estrella
Desde el cuarto piso –que se cuenta de arriba hacia abajo– de un edificio empotrado sobre las montañas nororientales de Bogotá, Andrés Cabas descubre que su amplio apartamento ha cambiado sustancialmente gracias a unas cortinas que acaban de instalar sobre los gigantescos ventanales que dan sobre su sala auxiliar. Un espacio dedicado a la música: su piano, una repisa con discos compactos, un tornamesa, un equipo de amplificación y una colección de discos de vinilo al otro lado.
Su cara de niño bonito, que hace veinte años arrebataba a sus seguidoras, hoy es la del adulto cuarentón que carga algo de nostalgia. El cabello enrizado, la barba adusta, la camiseta, el bluyín, el collar y las pulseras de chaquiras de madera son a su manera reflejo de que se sigue siendo joven, no hay duda, pero hoy su expresión conlleva tristeza, tal vez producto de los tiempos difíciles que ha vivido en los últimos años.
Quizá porque en su familia había más atención a Juan, su hermano menor, como consecuencia de una discapacidad auditiva que le ocasionó una meningitis a los dos años de edad, Andrés Cabas vivió una infancia en la que la música se convirtió en su compañía particular. Y sería justamente la música la que a sus 25 hizo de él una de las figuras revelación del espectáculo colombiano en los inicios de este siglo.
A pesar de ser hijo del prestigioso compositor Eduardo Cabas, la relación de Andrés con su arte estuvo bastante desligada del talento de su padre, pese a que este fuera el responsable de ponerlo al piano. Barranquillero, pero criado en Bogotá, conjugó su habilidad en este instrumento con un gusto singular por los tambores y en especial por lo que estos significaban dentro de la música del Caribe colombiano. Pero en el fondo su pasión era el rock y tenía al grupo irlandés U2 como su insigne bandera.
Disfrutó del tenis en una época que él considera muy feliz. Lo practicaba con su primo, el hoy también músico Alfonso Espriella. Luego lo cambió por el tenis de mesa, del que se considera tan buen jugador que “solo podría perder con algún campeón de la China”. Coleccionista de casetes que ya no tiene, es hoy enamorado de los discos de vinilo y alimenta una discoteca con títulos clásicos de los más diversos artistas, pasando por Charly García, Jeff Buckley, U2, Portishead y algunos nombres del jazz.
Hoy en él se perciben dos caracteres que por momento se dejan escapar de su personalidad, mucho de “mamagallista”, pero igual el de una leve altivez, que con los minutos y la confianza desaparece. Sigue siendo el tipo expresivo de siempre y utiliza con fuerte dejo costeño frases y groserías. Cuando ríe lo hace en tono jocoso, casi como burlándose de sus historias, pero igual entra en profundos silencios, se entrecorta su voz y sus ojos se tornan acuosos cuando recuerda momentos que le significan mucha tristeza.
Se hizo famoso a los 25 años gracias a canciones como "Mi bombón", "Ana María" y "Tu boca".

Se hizo famoso a los 25 años gracias a canciones como "Mi bombón", "Ana María" y "Tu boca".

Foto:Sebastián Jaramillo

Su carrera profesional tuvo un despegue explosivo a partir de 2002 cuando EMI Music Colombia le abrió las puertas e impulsó su primer álbum, titulado simplemente Cabas, que gozó de mucha popularidad gracias a canciones como “Mi bombón”, “Ana María” y “Tu Boca”. Su propuesta, dentro de esa amalgama de rock y folclor que desde mediados de los años noventa habían planteado Carlos Vives y los músicos de su grupo La Provincia, pero con matices muy propios, pronto lo llevó a escenarios por Norteamérica y Europa.
Los Premios Grammy Latino dieron cuenta de su nombre y en ese mismo año resultó nominado en la categoría de Mejor artista nuevo. Su segundo disco, Contacto, publicado tan solo un año después, ratificó su condición de amante de la fusión musical y el suceso lo volvió a llamar en temas como “La caderona” y “Bolita de trapo”. Tal era su proyección que el legendario guitarrista Carlos Santana lo escogió como uno de los artistas que lo acompañarían en el homenaje que como persona del año le dio esa misma organización de los Grammy.
Sus siguientes producciones discográficas, entre 2005 y 2011, le permitieron trabajar con artistas de la talla de Enrique Bunbury, Black Eyed Peas, Sargento García, Vicentico, Orishas, Andrés Calamaro y Mala Rodríguez, entre otros. Volvió a ser nominado a los Grammy Latinos en tres ocasiones, como Mejor Álbum Tropical Contemporáneo con Puro Cabas, Mejor canción tropical por “La cadena de oro”, en 2006 y como grabación del año por “Bonita”, en 2008.
En 2006, Cabas lideró un proyecto de carácter social en el que musicalizó unas fábulas escritas por el economista y científico belga Gunter Pauli. Luego, en 2009, se fue a Nueva York y musicalizó la versión para teatro que el director colombiano Jorge Alí Triana hiciera de la obra Pantaleón y las visitadoras, del escritor peruano Mario Vargas Llosa.
Entre 2004 y 2009, y de manera permanente, su nombre figuró en los medios de farándula debido a su relación afectiva con la actriz Johana Bahamón, con quien llegó a casarse y a tener un hijo, Simón. “Bonita”, uno de sus éxitos más grandes y la canción más significativa de su álbum Amores Difíciles, de 2008, fue una composición del cantante a su compañera. La pareja se separó y el pequeño se convirtió con los años en un importante polo a tierra para Cabas.
Luego de publicar su último álbum a la fecha, Si Te Dijera, en 2011, Andrés Cabas se aisló lentamente como parte de un incómodo aburrimiento que empezó a tener del medio musical, de la forma en que el mundo giró hacia las redes sociales como una forma casi obligatoria para existir, y como él mismo confiesa, de sí mismo. Por eso su actividad musical se redujo a la publicación independiente de algunas canciones como “Enamorándonos”, en 2015, y la balada “Tanto que te amo tanto”, en 2018, que dedica de manera bastante emotiva a su hijo Simón.
Al avanzar esta entrevista se marcha a un cuarto a la derecha del comedor y llama a una joven amiga que está practicando el piano y quien será teclista de su banda. La convida, le dice que debe escuchar todo esto, las historias que está contando, según él, debe aprender de esta experiencia.
En un contexto musical totalmente actual y en un marco de supervivencia en el que quiere exponer el amor como factor fundamental en la vida, mientras las teclas de su piano han vuelto a recibir el roce afortunado de sus dedos, Andrés Cabas quiere retomar el camino, publicar un nuevo álbum, en un proceso que ha iniciado con un tema que refleja cómo se siente hoy y que se titula “Valiente”.
¿Cuál es el recuerdo más fuerte de su infancia?
No poder hablar con mi hermano y poder hablar con el piano.
Su aprendizaje del piano fue muy temprano. ¿Fue por influencia de su padre o por un gusto particular?
Teníamos muchos amigos músicos y mi padre me puso con un profesor. Pero él no sabía que yo me iba a enganchar con la música. En realidad cuando encontré el piano no tenía casi nadie con quien hablar.
Sin embargo, debió haber alguna influencia de su padre, un hombre muy popular como compositor, ¿o no?
Hoy día aprecio a mi padre por su talento y sus cosas, pero cuando yo era joven no oía su música, como cualquier joven no lo haría. No era fanático de los boleros ni de ese tipo de música y él prefería eso. A él no le gustaba que yo estuviera detrás de él haciendo cosas. Yo tenía mi propia visión y el maestro Cabas me decía: “Sí, váyase, salga del cuarto, usted haga lo que tiene en el corazón”.
¿Cómo se incorporan los tambores en su gusto musical?
Porque toda mi familia es costeña, barranquillera. Muchos de Valledupar, muchos de Soledad. Iba de vacaciones a casa de mis tíos y mi tía Marta me decía: “Tú no vas a ser el cachaquito, aquí te vamos a enseñar a bailar, aquí te vamos a joder”. Me ponían a bailar y me gustaba mucho esa música. Era descubrir algo totalmente nuevo y yo decía: “¡guau!”. Ya a los ocho años escuchaba otras cosas como U2 y Depeche Mode, pero decía: “Esto se podría combinar con otro tipo de música”. Cuando tuvimos la suerte de tener a Carlos Vives con “La gota fría” y gente como Richard Blair o el Bloque de Búsqueda, que empecé a escuchar muy pequeño, me di cuenta, que eso era posible.
En 2011, tras nueve años de éxito, aburrido de sí mismo, se apartó casi por completo del mundo musical.

En 2011, tras nueve años de éxito, aburrido de sí mismo, se apartó casi por completo del mundo musical.

Foto:Sebastián Jaramillo

Hay un punto de partida muy especial para usted y es el grupo de jazz fusión María Sabina.
Ese fue un ensamble que incluía a Toño Arnedo, Juan Sebastián Monsalve y Urián Sarmiento. Me adoptaron porque sabía de jazz y empezaron a llevarme a sus grupos de jazz fusión con folclor. Tenía veinte años y ahí empecé a tocar el guache, tanto que en los conciertos ellos me presentaban como “el guache”. Era una época en que quería aprender de todo y no había cosa que no me pareciera importante. Fueron dos años trabajando ahí aunque yo no estaba fijo con ellos. Empecé entonces mi propio grupo de rock e hice parte del primer ensamble de la Universidad Javeriana que tocó en Jazz al Parque. Odiábamos cómo se llamaba (Shalom), un nombre espiritual del hebreo, que significa paz, armonía, y nosotros le decíamos al que se lo puso, ¿qué putas es eso, si nosotros somos de Bogotá? La verdad yo estaba en todo lado, explorando en todos los frentes de la escena musical, y no por ser famoso, sino porque quería hacer música.
¿Cómo se dio el proceso para hacer lo que usted quería en su primer álbum con una compañía disquera multinacional como EMI Music y para que el producto no chocara con lo que se hacía en esa época?
Ya estaba haciendo el disco con mi visión y se acercaron a mí. Ese acercamiento tuvo que ver con Camilo Pombo y Liz Bohórquez, quienes me ayudaron mucho en ese momento. Y Álvaro Rizo (director general de EMI), que fue muy importante.
¿En ese momento hubo alguna influencia de cosas como Carlos Vives con La Tierra del Olvido, que musicalmente tuvo una dimensión más grande en el proceso de fusión con el folclor, y de otros como el grupo Bloque de Búsqueda?
Con Chucho Merchán, quien produjo el disco conmigo, queríamos alejarnos de eso aunque lo teníamos en cuenta. Queríamos hacer otra cosa, a pesar de toda esa música tan buena que sonaba en el momento. Aunque, obviamente, había una influencia muy grande de Vives, del Bloque, de Iván Benavides. Yo me iba de parche para escucharlos tocar en Astrolabio. Y estaba Aterciopelados, una gran influencia por la manera de poder hablar, y también estaba Distrito Especial, del que era fanático.
¿El resultado de su primer disco era lo que esperaba o el suceso lo cogió de sorpresa?
Yo fui a Holanda cantando “Mi bombón”. Tuve que cantarlo en francés y fue una experiencia maravillosa. Quién puede esperar algo más en su carrera con su primer disco, que lo apoyen de esa manera y que sea tan feliz. Ahora bien, pude ser más responsable, pero creo que fue una oportunidad magnífica. En esa época me tocaba trabajar y darle duro. Nadie me catapultó ni me hizo el favor. Pero sí creo que fue algo diferente y que la gente lo reconoce.
Su segundo disco, Contacto, fue más arriesgado, con un poco más de sicodelia, con canciones más pensadas, como La conquista que incorpora una sinfónica de manera muy singular…
Enrique Bunbury no se quiso ir del estudio sin cantar en La conquista. Fue un disco más complejo porque yo estaba escuchando Chico Buarque y un par de grupos electrónicos. Era el disco que queríamos hacer con Chucho. Si bien yo había tenido éxitos, estaba en una época en la que quería hacer música. Ese disco tuvo una crítica muy especial y fue uno de los diez más importantes del año según el crítico Jon Pareles de The New York Times. Estábamos en esa lista por ejemplo con Radiohead y Hail To The Thief, que no era cualquier disco.
Cuando hoy escucho Contacto entiendo por qué pasó eso, aunque no puedo decir que me encante. Pero estábamos muy locos y haciendo cosas muy solladas como “Patas arriba”, “Adentro”, y una que me encanta, “Cosa sabrosa”, que la gente no valoraba y nadie entendió, pero que es como mi versión de un porro de Thelonius Monk.
Igual no fue fácil. Con todo y The New York Times, el disco no tenía “Mi bombón”, y me tenían como un artista creado para hacer “Mi Bombón 2”, “Mi Bombón 3”, “Mi Bombón 4”. Aunque con los temas “Ana María” y “Tu boca” dijeron “este man puede hacer éxitos”, llegamos a Contacto y “La caderona” lo fue, pero el resto del disco era una pasada.

Lenny Kravitz es el man que más me ha prestado luces, sonido, fuegos artificiales, antes de un concierto… no es como cuando me ha tocado con J. Balvin o Shakira que no me prestan nada

¿Por qué la relación profesional con Enrique Bunbury?
Teníamos amigos en común. Él es un bolerista oculto y entiende un poco de la música popular latinoamericana. Aunque tenemos bastantes diferencias nos la llevamos muy bien. Cantábamos, salíamos, era una maravilla, y me decía “Cabitas”. ¡Qué persona!, ¡qué recuerdos tengo de él y cómo fue de bonito conmigo! ¿Qué es la vida sin esos recuerdos? De gente que sin conocerte te aprecia y te abraza. El mundo debería ser un poquito más así.
Hay un momento importante en 2004 que es cuando lo invitan al concierto Person Of The Year de la Latin Recording Academy, como Tributo a Carlos Santana
A ese concierto llegué por el propio Santana. Él escogió quiénes estarían en el mismo y qué versión harían de sus canciones. Tocamos “Black Magic Woman” y ahí hicimos bullerengue, son corrido y otros ritmos. La verdad no sé si él se enteró de eso.
¿Cuál era entonces la sensación de estar nominado a un Grammy?
Estuve nominado tantas veces hasta que me supo a hueco. La última vez, en el 2008, nos montamos en una limosina con Flora Martínez y Dilson Díaz (de La Pestilencia) en una rumba cool y en el camino el chofer se perdió. En un momento estábamos tan mamados que le dijimos: “Déjenos en ese bar de la esquina”, y nunca llegamos a la ceremonia de los Grammy.
Usted siguió asumiendo riesgos e hizo Puro Cabas, un álbum con la participación de Black Eye Peas, Sargento García, Toy Hernández y Kike Santander. ¿Cuál fue la sensación en general del mismo?
Tercer disco: importante. Hay canciones como “Increíble” y “He pecado” que son muy especiales. El arreglo de “La cadena de oro” es algo magnífico. Ahí están el bajista Salvador Cuevas, quien hizo parte del álbum Siembra, de Rubén Blades, y los clarinetistas de la Fania. En ese momento no existía esa vaina urbana y ellos entendieron un porro electrónico. De ese tema mucha gente me dice, “pero estás haciendo reguetón”, y esa, que es una canción del 2002, ya era fusión de dance hall con porro y con rock. Que no le quiten a uno lo bailadito.
¿Cómo fue la experiencia de trabajar entonces con los Black Eye Peas, un grupo que estaba en furor?
¡Esos personajes! Este así, el otro allá, la otra allí, el otro que si te doy esto, que si te doy lo otro. Fue lindo. Pero no era una cosa que hubiera cuadrado con la disquera y que iban a hacer algo increíble. Estuvieron como productores y canté con ellos e hice un “jam” con ellos. Eso sí recuerdo que antes, en el Person Of the Year, me tomé una foto con Fergie (cantante de Black Eye Peas). Ella vio el show, y su pose fue como de “hey bro, let’s get on”. Ella fue a buscar la foto por el show que acabábamos de hacer. ¡Pero no sé dónde putas está esa foto!
Vino Amores Difíciles que incluyó el éxito Bonita…
Fue muy raro trabajar con el productor Carlos Jean. Sin embargo, hicimos tres canciones que me encantan, como “Apaga la luz”, que es una de las más eróticas que he escuchado, “No dejo de pensar en ti” y “Bonita”, que fue éxito, de nuevo una explosión, que reactivó algo que no hice adrede.
Bonita fue porque estaba enamorado de la madre de mi hijo. Por el amor que hay en esa canción. Decirle a la mujer lo bonita que es, levantarla con el desayuno. Fue muy especial y por eso caló. Todos lo entendieron, porque se dio en una época en que no se decía ese tipo de cosas. Siempre he soñado con eso y aún me cogen el culo por hacerlo. Sigo siendo el mismo güevón de “Bonita”. Pero ahora todas las canciones son de “búscame, cómeme, palmotéame”.
¿Cómo fue la experiencia del proyecto de música infantil en 2006?
Trabajé con Gunter Pauli, quien fue una de las primeras personas que habló del desarrollo sostenible. De cómo en los barrios marginales se pueden hacer cosas muy sencillas para lograr una mejor vida. Fui a Suráfrica, le canté a la premio nobel de paz Wangari Muta Maathai, una mujer surafricana, la persona más linda que he conocido en mi vida. Llevaba todos esos proyectos de desarrollo sostenible para entender cómo en esa miseria en África se podían generar cambios con muy poco. Ella murió como año y medio después. Fue una experiencia maravillosa. Fui e hice 200 canciones, en 200 días, encaminadas al desarrollo sostenible a partir de fábulas de Pauli, en varios idiomas, para los niños, para que entendieran cómo podían tener una mejor relación con su naturaleza. Ese material se ha vendido en todas las ferias de libros y ha recaudado millones de dólares en todo el mundo.
¿Qué hay de su cercanía con Lenny Kravitz?
Es el man que más me ha prestado luces, sonido, fuegos artificiales, antes de un concierto. “What do you want, brother?”. (Cabas baja la voz y susurra) “Ey Lenny, I’m your friend, come on, fuck off, smoke this joint” [risas] y me decía “Use everything you want!” [risas de nuevo]. No es como cuando me ha tocado con J. Balvin o Shakira que no me prestan nada [risas]. Una vez fuimos a la casa de Shakira en Miami a enseñarle a bailar cumbia a Lenny Kravitz. Esa fue una experiencia muy divertida. Allí me hice muy amigo de su baterista, Cindy Blackman, quien luego se casó con Santana. Una fiesta muy hijueputa y entonces era “Oye Lenny mira” y tal (Cabas se para y mueve las caderas como bailando cumbia) — le preguntamos si Kravitz aprendió — El man es negro, aaah, ese man te aprende lo que sea (risas).
En medio de su desazón, su hijo Simón se convirtió en su polo a tierra y, con el tiempo, en la máxima inspiración para volver al ruedo.

En medio de su desazón, su hijo Simón se convirtió en su polo a tierra y, con el tiempo, en la máxima inspiración para volver al ruedo.

Foto:Sebastián Jaramillo

¿Cómo fue esa experiencia en Nueva York haciendo música para la obra de teatro de Jorge Alí Triana?
Conocí a Mario Vargas Llosa y de ahí compuse una canción llamada “La Nobel y la Miss Universo”. Estaba en una cena con el Nobel y yo por debajo de la mesa cogiéndole la pierna a la Miss Universo. No se imagina esa conversación [risas]. La experiencia de trabajar con Jorge Alí… Era con músicos en vivo y yo, detrás de la reina (Denise Quiñones, de Puerto Rico, Miss Universo 2001), que estaba actuando ahí porque Jorge Alí le había dado la oportunidad. Nunca había trabajado en teatro hasta que él me llamó. Yo dirigía la música, pero él era “Andrés, esto no me gusta, cámbiame este pedazo de la música ya”. Eso significaba 3 o 4 de la mañana trabajando.
En 2011 vino su último álbum, Si Te Dijera. ¿Fue igual el último publicado por EMI?
No. Con ese ya empecé a ser independiente. Ahí ya me perdí y empecé a hundirme un poco en que yo hago canciones, pero no quiero saber nada de la industria, en que si mañana despierto bien, si no también.
¿El disco se hizo bajo ese mood?
No. Lo hice con Cachorro López y nos pasamos de felices. Hay una canción en ese disco que es de lo mejor que he compuesto llamada “Tanta belleza”.
Allí están Calamaro, Vicentico y Mala Rodríguez.
Sí, y nadie decía nada del disco porque como eran mis comienzos como independiente, venían estos y decían (lo dice con acento español): “Es que no se puede hacer si no lo hacemos nosotros, los que hacemos todo. Nos fumamos el puro y nos gastamos las putas”. Así era esa industria.
Fue un disco más sencillo, de pronto más urgente, menos elaborado y sin tanto detalle…
Puede haber un poco de razón en eso. Pero sí era un disco que hablaba más de mí como fan de Mercedes Sosa, de Charly García y de otras cosas no tan caribeñas. Pero fue el disco de letras más profundas que hice.
¿Fue fácil aburrirse de la industria de la música?
¡Noooo!, era muy afortunado, todavía me pagaban, mamaba gallo con ellos y me iba a sus cenas. En verdad era un bendecido. No puedo decir que haya nada en mi vida que haya sido más que bendiciones.
Pero se aburrió…
Sí, de mí. No quería escribir, no quería hablar, no quería salir. Pero tengo un hijo. Yo no quiero echarle la culpa a alguien, no quiero buscar el culpable afuera. Y fue por los veinte años de vida que había tenido así: de desenfreno total. ¿Cómo le voy a echar la culpa de mi propia desazón, de mi desasosiego, a alguien en una disquera o a un mánager? Es culpa mía.
¿Y cómo se conjugaban esas sensaciones con el hecho de ser padre?
Para mí ser papá es como ser hijo. No siento que sea capaz de darle crianza, sino solo felicidad. Por eso agradezco mucho a su madre y su labor, pero claro, a cada rato me están pateando el culo. Eso no es fácil. Pero ese man es el que me está criando a mí.
El nuevo trabajo de Cabas se llama Valiente y ya está disponible en todas las plataformas de música.

El nuevo trabajo de Cabas se llama Valiente y ya está disponible en todas las plataformas de música.

Foto:Sebastián Jaramillo

Estuvo en escena con Juan Luis Guerra, ¿qué decir de él?
Nunca esperé que fuera tan alto [risas]. Yo le dije que iba a cantar “Amapola”, que es mi canción favorita pero él no la tenía montada en su repertorio. Entonces cantamos otra. Y en el momento se olvidó que yo salía a escena con él…, de repente me vio y “Ayyy Cabas”. Pero que bebé tan milenario es él. Es un ser tan especial y lo que hace con una creencia en su ser poderoso, en su Dios, en sus cosas…, pero no se acordaba cuándo era que yo salía al escenario…
¿Cómo fue la experiencia de conocer a Joan Baez?
Tocabamos en Cuba frente a 100.000 personas en la Plaza de la Revolución. Yo estaba cansado, eran las dos de la mañana, habíamos llegado tarde y yo estaba como botado en una banca. Entró en un momento Camilo y me dijo, venga que alguien lo quiere saludar. Y era Joan Báez. Fui, pero ella sí tenía camerino [risas], me vio y me dijo… “Hey, ¿por qué estás triste?” y yo pensé: “¡No, vamos a cantar con toda la alegría!”. Nunca se me va a olvidar eso como tampoco el primer comentario que me hizo Mercedes Sosa en Bogotá: “Esta es una carrera tan difícil. Llegas a un lugar donde no sabes qué hacer. Yo me pedí una pizza –me dijo con una gran ternura– y me cayó tan mal. Me siento tan mal y no puedo cantar”. Ahí se da uno cuenta de que el artista es frágil.
¿Conserva su colección de “cassettes”?
Nooo, la de “cassettes” sí la perdí. Se los coloreaba a todas esas mujeres. Ya quisiera tener esa colección. Voy es a crear como un grupo de Facebook que se llame “Devuélvanme mis hijueputas cassettes”.
¿Cómo percibe el mundo de la música hoy, con las distintas plataformas para acceder a ella, con las nuevas formas de promoción y mercadeo?
Creo que todo es posible. La música es algo hoy con tantas aristas. Encuentras dance hall y que el reguetón está de moda, pero igual tantas otras cosas de pop. Y yo quiero jugarle a que todo es posible. Uno, porque si no, me muero y se me apaga todo lo que tengo adentro. Y dos, porque tengo un hijo y tengo que pensar lo mejor por él.
¿Su nueva música es una oportunidad o es retomar el camino?
Creo que este nuevo disco, con toda la tecnología que tiene, va a dar una sensación igual a lo que en su momento eran las cosas del comienzo. Pero tiene otra dinámica, otra sonoridad y es lo que estoy buscando. No sé si lo voy a lograr, pero es lo que me nace. “Valiente” es como “Bonita”, con su ritmo, su misma vuelta, su misma cosa, pero 2018. Y tiene que ver con lo bello de ser bueno con una persona que quieres, que le quieres coger la mano, que le quieres decir bonito, que además la deseas. Porque me di cuenta que las personas ahora no podemos con el amor. ¿Y entonces qué? Como decía John Lennon: “Si no es el amor, ¿qué es lo que estamos diciéndonos unos a otros?”. Valiente es mi apuesta hacia la idiosincrasia latina. Para mí, ahora hago melodías y letras por la herencia de mi padre y por el papá Dios que me está cuidando todo el tiempo. Y creo tener ahora unos sonidos que se conectan con los de mi hijo. Me gusta que mi hijo baile. Le pongo la música y él baila. Y digo: “¡guau, qué loco hacer melodías que tengan un poco de twist y sean buenas!”, pero que mi hijo esté bailando.
POR DANIEL CASAS C.
FOTOGRAFÍA SEBASTIÁN JARAMILLO 
REVISTA BOCAS
EDICIÓN 78 - SEPTIEMBRE 2018
La vuelta de Cabas.

La vuelta de Cabas.

Foto:Revista BOCAS

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