Las miradas que ofrece este libro sobre los grupos de autodefensa o paramilitares corresponden a dos períodos. El primero, entre 1989 y 1992, coincide con el agotamiento de la hegemonía de Puerto Boyacá como centro de los grupos que, amparados por el decreto legislativo 3398 de 1965 del presidente Guillermo León Valencia, habían surgido a finales de los años setenta y principios de los ochenta. La reacción del gobierno de Virgilio Barco frente a las acciones criminales de estos grupos tuvo tres manifestaciones: la primera fue la expedición de los decretos 813, 814 y 815, los cuales le dieron a las autodefensas la categoría de grupos sicariales o de justicia privada; la segunda fue la destitución de los comandantes de los batallones Santander de Ocaña y Bárbula de Puerto Boyacá por su vinculación con esos grupos; y la tercera fue la ofensiva contra Rodríguez Gacha a raíz del asesinato del candidato presidencial Luis Carlos Galán, ofensiva que terminó con la muerte de aquél y con la unión de todos -CIA, DEA, organismos armados del Estado colombiano, autodefensas, paramilitares y cartel de Cali- en la guerra contra Pablo Escobar.
Este primer período es relatado por Alvaro Jiménez, y ocupa la mayor parte del libro. A Jiménez lo entrevista Irina , una europea investigadora del conflicto armado colombiano ( Irina prefirió que su nombre se mantuviera en reserva). A partir del relato de Alvaro, y con base en mis propios recuerdos, hice la redacción final del texto. Puesto que en éste se cruzan las dos memorias, la de Alvaro y la mía, comparto plenamente la responsabilidad del reportaje.
El origen de las vivencias de Alvaro Jiménez, que son a la postre el eje narrativo del libro, se encuentra en Carlos Pizarro. Este, obsesionado como estaba por comprometer a todos los actores armados en la construcción de un nuevo país donde fuera posible dirimir los conflictos sin acudir a la violencia, encomienda a Jiménez la misión de establecer los contactos necesarios con los líderes de las autodefensas e involucrarlos en el propósito de la paz. La trama narrativa, entonces, surge de la tensión entre dos procesos: el de una paz que se está tejiendo en Santo Domingo, Cauca, y el de una crisis de la guerra contrainsurgente cuyo foco es Puerto Boyacá. La narración de este primer período es complementada e ilustrada con algunos documentos relacionados con los temas que allí se tratan.
El segundo período corresponde a un nuevo esquema de contrainsurgencia, éste de carácter abiertamente ilegal. Su centro se ubica primero en Córdoba, en la finca Las Tangas de propiedad de Fidel Castaño, hasta que se convierte en un proyecto de gran envergadura comandado por el hermano menor de los Castaño, Carlos. La mirada a este segundo período es menos vivencial, más distante. Empieza de manera sistemática con el seguimiento que hace el Observatorio para la Paz de los procesos de negociación adelantados por el gobierno de Andrés Pastrana con las Farc y el ELN. La incidencia negativa de las Autodefensas Unidas de Colombia en ese proceso de negociación, sobre todo en el caso del ELN, nos convencieron de la necesidad de incorporar el registro de las acciones armadas, los comunicados, entrevistas, movilizaciones y demás expresiones de las AUC. Previo a este seguimiento habíamos hecho un conversatorio sobre paramilitarismo que nos aseguró una visión más global de estos grupos.
Agotada la negociación del gobierno Pastrana con los grupos insurgentes, sobrevino una crisis de dimensiones similares a la de las autodefensas de los años ochenta. Los factores que detonaron esta segunda gran crisis del paramilitarismo fueron los mismos que hicieron lo propio en la crisis de la década del noventa: la penetración del narcotráfico, reconocida por el propio Carlos Castaño, y la barbarie de sus métodos para doblegar, aniquilar o expulsar del territorio en disputa a todo aquel que las autodefensas señalaran como integrante de la base desarmada de la insurgencia; el que se llevaran por delante vidas, instituciones, valores democráticos y cualquier posibilidad de convivencia basada en el respeto y en la igualdad ante la ley.
La gran diferencia de este período con el de hace diez años es la presencia cercana de un actor importantísimo: Estados Unidos, que clasificó a las AUC como un grupo terrorista, y pidió la extradición de sus principales cabecillas por conspirar contra esa nación traficando cocaína. La crisis de diez años atrás se había originado en la hegemonía que empezó a tener el narcotráfico en la compleja articulación entre diversos estamentos y fuerzas, cuyo común denominador era la vocación de aplastar los brotes de la insurgencia, en especial de la comunista.
Hoy la historia parece repetirse. Pese a los esfuerzos de Castaño por deslindar narcotráfico y autodefensas -sin dejar de beneficiarse de las utilidades provenientes de la droga-, el implacable dedo acusador de Estados Unidos señaló a las AUC como terroristas y narcotraficantes. Pone esto punto final al paramilitarismo en Colombia? O surgirá más bien un paramilitarismo de tercera generación, ligado a un proyecto político de derecha, y no simplemente como instrumento desechable de la guerra sucia? No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que el paramilitarismo de Carlos Castaño colapsó, como lo hizo hace diez años el de Henry Pérez y Ariel Otero.
Alvaro Jiménez y yo teníamos un tema recurrente: la memoria de lo ocurrido en Puerto Boyacá podría darse a conocer cuando se cumplieran tres condiciones: que las circunstancias del país permitieran comprender y asimilar esas historias; que su difusión contribuyera a aclarar algunos enredos, esos agujeros negros de la historia de Colombia, fuente pródiga de nuevas violencias; y por último, que el espíritu de los narradores tuviera la paz suficiente como para transmitir valores de vida y esperanza.
Creemos que las tres condiciones están dadas. El país se encuentra ansioso por construir un nuevo orden y para ello necesita limpieza y claridad mental: sobre la irracionalidad y el fanatismo es imposible construir un orden justo y duradero. Alvaro Jiménez y yo emprendimos el ejercicio de recobrar la memoria hace más de tres años. Al principio obedeció a la necesidad de impedir que estas vivencias se las devorara el olvido; después al intento de explicarnos todos estos sucesos, muchos de ellos indeseados; más tarde surgió la necesidad de confrontar nuestra explicación con otras perspectivas. Hoy nos guía la voluntad de compartir con muchos unas experiencias que ya pueden convertirse en conocimiento cierto y valedero para que Colombia sea.
El futuro de las autodefensas, como el de las Farc o el del ELN, no nos puede ser ajeno: todos ellos merecen un destino diferente al de matar o morir en la creciente verguenza de una guerra que se alimenta a sí misma y que genera más desorden, más odio, más violencia.
Las verdaderas intenciones de los paramilitares.
Corporación Observatorio para la paz