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LA HERMANA GABRIELA, MADRE DE LOS NIÑOS POBRES

Su papá se la robó del lado de su madre y la internó en una casa religiosa de Bogotá. Era apenas una niña de 12 años y este fue el primer paso que dio para convertirse en la hermana Gabriela, madre de los niños pobres.

Redacción El Tiempo
Así comenzó su vida religiosa Ana Gabriela Pinzón Nova, quien hace 20 años, dos después de haber recibido sus hábitos de monja en la Casa Auxilio de la Joven de Bogotá, decidió junto con la Madre Superiora de esa institución, comprar un lote en Tunja para iniciar la obra de formar niñas para la vida religiosa.
El lote nos costó 118 mil pesos y así empezamos a pegar, de ladrillo en ladrillo, la casa que inicialmente debería ser un noviciado, pero que a la postre se convirtió en el hogar de muchos niños boyacenses pobres, porque no encontramos mucha vocación entre las niñas de aquí , explica la hermana Gabriela, que por entonces invirtió sus ahorros y la plata de una pequeña herencia para dar su parte en la compra del terreno.
De a pocos
La construcción de la casa, que actualmente se conoce como Centro Social María Reina, demoró diez años. Cuenta la hermana Gabriela, que en compañía de la superiora, Beatriz Novoa Leal, se instalaron en el Hotel Tunja mientras se adelantaban las obras. A nosotras mismas nos tocó viajar por los materiales, contratar los obreros y negociar la varilla en Bogotá donde la coseguíamos más barata, pero nos tocaba estar desde las dos de la mañana para cargar el camión, traer el material a Tunja y nosotras mismas descargar , dice.
Como el proyecto marchaba lentamente, tuvieron que buscar ayuda de varias personas en la ciudad. Tenía que pedir plata a personas de buen corazón para pagarle a los maestros e ir a los almacenes distribuidores de materiales para construcción para que les fiaran. La religiosa comenta que en la ferretería La Fuente les colaboraron mucho y que les dieron crédito sin tantas trabas. Buscábamos de uno y otro lado recursos para que los trabajos no se retrasaran, lavábamos ropas de sacerdotes en Bogotá y con los que nos pagaban financiamos muchos gastos. El trabajo era duro pero teníamos fe en que todo terminaría como se planeó .
En los peores momentos, relata la hermana Gabriela Pinzón, se daban ánimo mutuamente y oraban a Dios para pedir orientación.
Sin embargo, cuando habían transcurrido seis años de arduo trabajo, sucedió algo que no estaba entre sus planes. Recibí uno de los golpes más duros en esta etapa de mi vida, pues la hermana Beatriz se enfermó y murió. Quedé en la dirección de este proyecto sola, y estuve a punto de desfallecer, pero hice un juramento de concluir lo iniciado y eso me comprometió a seguir adelante, pese a las deudas acumuladas que ascendían a casi 5 millones de pesos, más los impuestos atrasados y la presión de mis compañeras que aconsejaban que mejor no siguiera y vendiera. Es que usted es muy terca , me decían .
Nos robaban
Después de superar la pena causada por la muerte de la superiora, con quien comenzó la obra, y de recuperarse de una enfermedad, la hermana Gabriela, acompañada por dos compañeras, Sara Rodríguez y Fidelina Payán, se instalaron en la casa que por entonces estaba en obra negra. La razón, explica, es que como no había nadie cuidando se robaban las puertas y ventanas.
En estas condiciones, el objetivo de hacer de esta obra otra Casa del Auxilio a la Joven se fue perdiendo, en la medida que no se encontraban niñas dispuestas a seguir la vida de religiosas.
Yo iba a misa todos los días y encontraba pequeños en la calle robando y aspirando pegante. Entonces comprendí que estas criaturas estaban en mi camino por voluntad de Dios, por lo que ya no dudé más. Recogí cuatro, dos niñas y dos niños, los llevé a la casa -no sin antes recibir sus insultos- les ofrecí desayuno y ese fue el comienzo de una obra maravillosa, que eso es lo que siempre ha sido para mí el Centro Social María Reina , señala.
Posteriormente se dio a la tarea de hablar con los padres de muchos de esos niños. Les explicó que ella los cuidaría y les brindaría estudio. Fue duro, porque los padres de los pequeños se mostraban reacios. Yo no entendía esta actitud, ya que los muchachos se la pasaban en la calle, con malas costumbres, robando y dañando su organismo con el cigarrillo y el pegante .
Fueron recibiendo más pequeños, niñas y niños, que encontraron un nuevo hogar y le dieron otro rumbo a sus vidas. Ellos estudiaban en las diferentes escuelas de la ciudad y algunos en colegios. Para pagar las pensiones atrasadas pinté las instalaciones de algunas escuelas y para la celebración de los 50 años del colegio Gran Colombia. Lavé ropas, pedí plata para que me ayudaran y en las papelerías me regalaron los cuadernos y los libros de mis pequeños .
Ese es el resumen de la vida de la hermana Gabriela, quien alcanzó a albergar 32 niños, en su casa y quien en la actualidad, parece, recibirá ayuda para reorganizar esta obra, que a pulso y con mucho sacrificio, levantó para hacer lo único que aprendió en la vida: servir a los demás.
Redacción El Tiempo
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