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EL ABUSO DE LAS PALABRAS

Para tener nuevas ideas, sugería Montesquieu, hay que descubrir nuevas palabras, o darles nuevo significado a las viejas. Oportuna sugerencia. Diezmados por el ya viejo problema de la violencia, los colombianos hemos decidido buscar una vez más nuevos horizontes. Tal es el significado último de negociar políticamente con los alzados en armas. Este nuevo horizonte, sin embargo, está lleno de obstáculos. Y ninguno más difícil de superar, por su carácter aparentemente imperceptible, que el de las palabras. Las viejas palabras que dominan aun el discurso de la paz y que se confunden con las del discurso de la guerra.

Cómo descubrir, entonces, nuevas palabras, o encontrarles otro significado a las viejas? Ante todo, hay que identificar ese vetusto lenguaje que nos impide encontrar nuevas ideas. El análisis de nuestra sociedad está dominado por unas cuantas expresiones que se repiten diariamente. Simplistas, equívocas y falsas, estas expresiones alimentan las frustraciones ciudadanas. Nos impiden soñar como nación. Y condicionan los términos de un conflicto que sólo parece encontrar solución en las armas. Desde hace algún tiempo, me he dedicado a coleccionarlas, con la esperanza de construir un nuevo vocabulario político. Sólo puedo presentarles ahora algunas de estas expresiones, que deberían merecer el destierro en nuestra lecturas.
La clase política tradicional: Estuve convencido de que esta hacía referencia a los herederos del poder, a los miembros de familias que por generaciones han formado parte de las esferas estatales. Los Lleritas fue el titular de un artículo de Semana que hacía énfasis en estas continuidades (8/12/94). Recientemente, sin embargo, un influyente columnista me dijo que no, que la clase política tradicional estaba representada por figuras como Bernardo Guerra o José Name. Para mayores confusiones, con el término se clasifica generalmente a todos los políticos. Nunca interesa distinguir entre quienes se dedican a la política; todos, se nos dice, pertenecen a una sola clase política tradicional .
Los mismos con las mismas: También nos invita a pensar que nada se mueve en Colombia. Fue una idea explotada por los llamados independientes durante las pasadas elecciones. Pero donde leí la expresión utilizada sin mayores preocupaciones por el matiz fue en Cambio 16: Desde la muerte de Bolívar, y con la sola excepción de los gobiernos de Obando y Melo, este es un país en las mismas manejado por los mismos (7/10/96).
La dictadura del bipartidismo: Cuál dictadura? Cuáles partidos? Tengámosle temor a una dictadura de verdad. Ojalá hubiese aquí bipartidismo. Como lo ha sugerido Rodrigo Losada, en Colombia hay más de mil organizaciones políticas. Partiditos , con sus jefes, banderas y colores.
Sistema político excluyente: Cantaleta aparentemente exclusiva de la guerrilla. Pero bajo ella se amparan casi todos. Hasta nuestro presidente Pastrana, quien, en una de sus alocuciones televisivas, dijo que apelaría al pueblo para que este decidiera si quiere o no dejar atrás... un sistema político excluyente .
La clase dirigente: No sabemos quiénes realmente la componen. Todos parecen jugar a no pertenecer a ella. Según Semana, a la candidatura presidencial de Horacio Serpa le faltaba conquistar la clase dirigente . Es decir, el ex congresista, ex ministro, ex presidente de la Constituyente y candidato oficial del partido entonces gobernante no era de la clase dirigente . Quiénes, entonces?
La ilegitimidad del sistema: Pocos temas tan complejos en la teoría política como el de la legitimidad. Los analistas colombianos parecen haberlo resuelto. Muy sencillo: todo en nuestro país es ilegítimo. Fernando Garavito nos ofreció el ejemplo más reciente del abuso del término: ahora, el gobierno elegido con la mayor votación de nuestra historia tampoco es legítimo (El Espectador, 23/01/99).
Todas estas expresiones, como también otras de uso cotidiano el establecimiento , los jefes naturales , la oligarquía contribuyen al falso retrato de una sociedad colombiana estática, sin dinamismo. A un diagnóstico que le sirve en sus propósitos a la revolución armada. En medio de la guerra, la palabra de la que más se abusa es la paz : todos hablan de ella, aunque es evidente la falta de sinceridad entre algunos de los más vociferadores. Y es la expresión más ambigua de nuestro vocabulario político. Por eso hay que calificarla: la paz integral , la paz de verdad o la paz permanente . La paz armada...? Chévere! , expresó crudamente uno de los comandantes de las Farc. Como para que no vaya a haber más sorpresas.
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