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CAZADORES DE HORMIGAS CULONAS

Cuando las lluvias de abril caen sobre el paisaje santandereano, Ramón Velásquez deja a un lado su azadón y el disfraz de agricultor para convertirse en cazador de hormigas, como se lo enseñó su papá hace 24 años y como muy pronto se lo enseñará a su hijo.

Velásquez vive en la vereda El Alto del Choro, a media hora de San Gil. Tiene 32 años y es parte del enjambre de jornaleros, estudiantes, profesores y amas de casa que suspenden cualquier actividad en el sur de este departamento por la época en que las hormigas culonas están a punto de dejar el hormiguero para aparearse.
Desde los ocho años, Ramón Velásquez sabe que esto ocurre entre abril y mayo. Su padre le enseñó que la culona sale de su hormiguero en las mañanas soleadas, después de una noche lluviosa, o cuando los avioncitos (reproductores o zánganos) revolotean sobre el hormiguero.
Las culonas levantan vuelo y se aparean en el aire. Luego buscan un sitio dónde cavar su propio hormiguero para reproducirse. Las crías saldrán al año siguiente a repetir el proceso.
Por esta época, después de la cuaresma, Ramón Velásquez se calza sus botas de caucho, y se arma de espejos, tarros, costales y palitos delgados para ir en busca de la hormiga de amplias caderas.
Cuando sale el sol, los cazadores analizan el tapete verde de las estribaciones de la cordillera Oriental, en busca de los peladeros donde las culonas construyen sus hormigueros.
Tan pronto descubren uno de estos, los cazadores agarran a las culonas en la boca de los túneles, antes de que se eleven. La cosa suena fácil, pero hay miles de cabezonas u hormigas guerreras dispuestas a defender a muerte a sus reinas.
Por eso es importante llevar botas o cotizas mojadas, para que las cabezonas no se le suban a uno. Con esas tenazas que tienen, donde agarran, rompen y duele bastante , asegura Ramón.
Las cabezonas y las obreras salen la noche anterior a la aparición de las culonas para limpiar de grillos y ranas los alrededores de las cuevas. Las culonas salen de una en una por los túneles de cada hormiguero.
Ramón se inclina sobre un hormiguero y explica su táctica cazadora: Uno saca el espejo y rebota la luz hacia cada túnel para ver si vienen; luego, uno las coge y se voltea al otro túnel para agarrar otras y, así, va uno sumando y metiendo en el tarro .
Así se preparan
Ramón Velásquez, además de ser buen cazador de hormigas es conocedor de los secretos de su preparación, que no han variado desde que los indios chanchones y tamacaras empezaron a consumirlas en la época precolombina.
Las hormigas son transportadas vivas para evitar que se agrien. Los cocineros les arrancan las alas, las patas y las tenazas y las echan en un sartén para asarlas, revolviéndolas constantemente para que no se quemen.
La hormiga está en su punto cuando la gran cola que la da su nombre alcanza consistencia y no suelta líquido; entonces las sacan, les espolvorean sal y las sirven o las empacan para la venta. Las culonas pueden permanecer almacenadas hasta un año después de su preparación.
Un buen cazador agarra, por temporada, hasta 10 libras de hormigas (unas 2.400 culonas), que son vendidas principalmente en los mercados de El Socorro, San Gil y Bucaramanga, por precios entre los 8.000 y 12.000 pesos por libra. De cada libra de hormigas vivas se produce media libra de hormigas tostadas, que se venden en pequeños paquetes hasta de una docena, a 5.000 pesos.
Un cazador raso puede ganarse en un día bueno más de 80.000 pesos y los intermediarios, que ponen el producto ya empacado para la venta en las calles, se pueden ganar 100.000 pesos. El negocio, sin embargo, sigue siendo artesanal.
Aunque las hormigas culonas se consideran patrimonio de todos los santandereanos, solo se reproducen en El Socorro, Barichara, Chima, Galán, Guane, La Fuente, La Mesa de los Santos, Oiba, Páramo, San Gil, Simacota, Suaita, Zapatoca, Guadalupe y zonas aledañas.
Hasta hace unos 10 años aún se encontraban hormigas en Bucaramanga, Girón, Floridablanca y Lebrija, pero los urbanizadores llenaron de concreto los peladeros.
Eso acabó, en estas zonas, con el oficio que los santanderanos de las zonas rurales llevan en el alma. Porque, todos ellos, en realidad, son cazadores de hormigas, a pesar de que durante diez meses del año se mantengan lejos de los hormigueros.
La hormiga culona arrastra fama de afrodisíaca.
-Los indios guanes las comían al casarse para que sus hijos nacieran fuertes y vigorosos.
-A los enfermos de paludismo les dan abundantes cantidades de culonas.
-Algunos padres incluyen abundantes hormigas en la dieta de sus hijos porque dicen que son buenas para la memoria.
-Las hormigas, molidas y aplicadas en cataplasmas, son usadas para el tratamiento de dolores de cabeza y estómago.
-Las cabezas de las guerreras eran usadas en las zonas rurales para sellar las heridas con su tenazas, en lugar de puntos quirúrgicos.
Hormiguero adentro
La hormiga culona santandereana, de nombre científico Atta SP. Colona, hace parte de la familia de las arrieras.
Cada postura de una culona puede dejar de cinco a siete mil huevos y vive durante 15 ó 20 años, generando cada año una cosecha de nuevas hormigas.
Según el entomólogo Libardo Pinto, las hormigas reinas definen por reacciones químicas el tipo de huevos que ponen de acuerdo con las necesidades de construcción de túneles, defensa o reproducción.
Una colonia tiene varias clases de hormigas. Las obreras nacen en la primeras postura. Construyen túneles, cortan y cargan hojas para la alimentación. En el hormiguero todas se alimentan de un hongo que se desarrolla en estas hojas almacenadas.
La segunda postura es de cabezonas o guerreras. Tienen grandes tenazas y defienden el hormiguero de grillos y ranas. Los viejitos o zánganos son los reproductores y llegan con la tercera postura. Las reinas o culonas son las últimas en nacer. Esas son las que agarramos para tostar , dice Ramiro Pimiento, un cazador de 22 años, con 10 de experiencia.
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