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CON LA MENTE EN LAS ESTRELLAS

La vida sin examinar no se puede amar. Convencido de ello, dedicó su tiempo a tratar de conocer, entender y explicar cualquier fenómeno que tuviera que ver con ella. No dejaba una pregunta sin resolver. Quería saber todo sobre el universo, los robots, el origen del hombre, el funcionamiento de los microorganismos, la evolución de la Tierra, los avances científicos...

AP, EFE
Este afán de conocimiento empezó hace más de sesenta años, cuando el pequeño Isaac Asimov devoraba las revistas de ciencia ficción que llegaban a la tienda de dulces que tenían sus padres en Brooklyn.
Asimov nació el 2 de enero de 1920 en Petrovicho (ex Unión Soviética). Cuando tenía 3 años, sus padres emigraron a Estados Unidos, donde creció.
Con una desbordante imaginación y un profundo gusto por la investigación, comenzó a escribir desde la adolescencia. A los 18 años, publicó su primer artículo sobre ciencia ficción, su tema preferido. No eran ideas locas como para hacer una película al estilo de Hollywood, sino historias llenas de datos científicos y técnicos.
En los años más prolíficos, Asimov, de quien se cuenta que a los 5 años enseñó a leer a su hermana menor, escribía unos diez libros al año, además de columnas regulares en publicaciones de ciencia.
Desde 1988, se convirtió en un asiduo y exclusivo colaborador de EL TIEMPO. A través de su columna Ciencia para todos y posteriormente, en este mismo espacio de En Foco , puso al alcanse del lector común temas tan complicados como la teoría de la relatividad, la expansión del universo, el peso atómico de los elementos químicos, la estructura del átomo, el origen de las estrellas y un sinnúmero de temas que seguirán publicándose, a pesar de su muerte.
Sus libros, con frecuencia, trataban sobre los peligros que la tecnología podía entrañar para la humanidad. Incluso dictó sus propias leyes para los robots. La normativa incluía una ley donde disponía que ellos no deberían permitir que un humano fuera dañado y que debían obedecer las órdenes humanas a menos que estas perjudicaran a otros hombres.
En su obra, destacó también las historias sobre el imperio galáctico, en las que da muestras de una gran imaginación e ingenio a través de lo que solía llamar la psicolohistoria, una encrucijada de matemáticas, historia, psicología y sociología que desemboca en la revelación del futuro.
En el conjunto de sus escritos, formuló un panorama de la humanidad dentro de mil años, habitando distintas estrellas y con la misma Tierra casi olvidada, pero aún sujeta a las particularidades de la naturaleza humana.
Asimov era bioquímico y uno de los elementos claves de su creatividad literaria fue su conocimiento de la ciencia, expuesta a veces en forma alucinante, pero convincente.
En 1949, comenzó a dictar bioquímica en la Escuela de Medicina de la Universidad de Boston y colaboró en la redacción de tratados sobre los procesos del metabolismo humano.
Su salario como profesor y el pago por sus artículos le permitió sostener, con apuros, a su primera esposa y a sus dos hijos durante diez años.
Luego, vino la etapa gorda, cuando se dedicó a escribir sus libros, que suman casi 500. Entre ellos, se destacan I Robot, la trilogía Fundación y Pebble in the Sky, por la que, en 1966, recibió el premio Hugo a la mejor serie de ciencia ficción.
Hoy, los lectores buscan obras como La guía científica del hombre inteligente y Hoy, ayer y... para conseguir consejos sobre programas espaciales y el efecto invernadero. El genio de un genio
Si había algo que este escritor no supiera, la misión era salir a comprar los libros que encontrara sobre el tema. Sus páginas debían estar llenas de minuciosa información, explicada con bastante rigor científico. Luego, él se encargaba de traducirla a un lenguaje que todos entendieran.
De ahí que el apartamento que habitó cerca del Central Park en Nueva York, junto a su segunda esposa, Janet, haya permanecido lleno de libros.
No necesitaba casi salir, porque allí tenía todo lo necesario para adelanter sus investigaciones y escribir sus artículos. Prácticamente ni se asomaba a la terraza del apartamento, ubicado en el piso 33. Claro que había otra razón para no hacerlo. El reconocido científico y escritor le tenía miedo a las alturas.
Las veces que subió a un avión fue porque le tocaba cumplir órdenes en el ejército. Por ello no salía de la ciudad ni siquiera para conocer otras o ir a recibir algún premio honorífico.
Nada pudo, hasta ahora, detener su desbordante imaginación. Ni siquiera el ataque al corazón que sufrió en 1977 y que lo obligó a cambiar ciertos hábitos: dejar de comer grasas y hacer deporte.
Ese año, después de su enfermedad, escribió Familiar Poems Annotated y The Collapsing Universe.
Sin embargo, su salud siguió quebrantándose. En 1983, debió ser sometido a una complicada operación coronaria. Recientemente, fue operado de la próstata y no logró reponerse totalmente. Ayer por la mañana, murió debido a deficiencias renales y cardíacas. Tenía 72 años.
AP, EFE
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