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EL NEPAL DE LA TELEVISION

La televisión, el más grande instrumento de conocimiento y a la vez el mayor entretenedor de nuestro tiempo, forma ya parte de los hábitos mentales del hombre contemporáneo. En su infancia fue motivo de asombro. Hoy, en su madurez, forma parte de la parafernalia doméstica de todos los estamentos sociales, a los que aproxima mucho más de lo que la lucha de clases pudo separarlos. Instrumento de conocimiento, decimos, y por tanto de liberación.

No hablemos, entonces, de televisión privada, como suele decirse. Hablemos de televisión libre. Lo privado se presta para demasiadas interpretaciones. Es un vocablo usado, tergiversado, calumniado. La libertad, en cambio, es siempre un afán de inaugurar caminos, de franquear puertas, de abrir ventanas. Es en la libertad donde el hombre logra superarse. Ya lo hemos visto, impotente y estéril bajo la esclavitud del pensamiento totalitario. No solo fuera de Colombia. También aquí.
Somos de los últimos países del mundo en llegar a la libertad televisiva, a la etapa de la televisión privada, al momento de la libertad de canales, para decirlo en todas su formas. Pero hemos llegado. Sobre esto no cabe duda. Habrá reticencias, desafíos, llantos, crujir de dientes, desesperación, justificados o no (no es el caso de discutirlo aquí), pero no podrá impedirse no solo lo que la nueva Constitución proclamó con toda claridad, sino lo que los adelantos técnicos en el mundo entero nos obligan a aceptar. No podemos ser el Nepal de la televisión. Aunque quisiéramos, no podríamos impedir la invasión de nuestro Shangri La por las ondas electromagnéticas. Instrumento maniatado
De lo que se trata, entonces, es de combatir nuestros retrasos y de adaptarnos al mundo moderno que golpea a nuestra puerta, con los menores costos posibles. Y que cada quien asuma los riesgos de sus propias opciones.
La competencia será feroz. Si abrimos el país, si nos gusta el neoliberalismo económico, también la television tendrá que adecuarse a esa política nacional. Pero no se trata de que nos guste o no. Si queremos sobrevivir, hay que organizarse y fortalecerse dentro del nuevo esquema constitucional. No para buscarle cinco patas al gato y tratar de evitar, con los confusionismos y leguleyadas que nos caracterizan, lo que ya no puede evitarse, sino para trabajar sobre un esquema inteligente y eficaz.
Nada más importante que la información, la educación, la cultura. Por eso, ninguna de estas actividades puede abandonarse al Estado, generalmente burocrático, parcial, totalitario. Ya sabemos lo que hacen los Estados cuando logran monopolizar esas actividades: desinforman, deseducan y producen una pseudocultura totalitaria.
La información es tarea de los periodistas, los escritores, los intelectuales; la educación es labor de maestros y profesores por vocación; la cultura es el resultado del esfuerzo conjunto de todo un país, generalmente encabezado por sus artistas como expresión del alma popular, y de ninguna manera ni privilegio ni imposición de los gobiernos.
La televisión es fundamentalmente información, educación, cultura. Incluso la más desalumbrada de las telenovelas, es también un instrumento de información, de educación, de cultura. El que sea capaz de entregar estas virtualidades al público en la forma más amena o más acertada será seguramente el más atendido.
Y si la televisión es este prodigioso instrumento de creación humana, de liberación ideológica, cómo vamos a seguirla manteniendo maniatada, entregada a una burocracia estéril? No, la televisión como lo consagra la Constitución es de todos. Todos tienen derecho a intervenir en ella. Desde los pequeños transmisores de barrio, de zona, de colegios, de universidades, hasta los grandes conglomerados capaces de enfrentar la ineludible competencia extranjera y de garantizar la libertad de los periodistas frente a las más diversas presiones gubernamentales y políticas.
Le incumbe ahora al Gobierno reglamentar como lo indica la Constitución el acceso de todos a la televisión. Le incumbe hacer cumplir el mandato constitucional. Le incumbe garantizar la libertad de todos de fundar medios masivos de comunicación. El mandato es clarísimo. Ojalá no se busque tergiversar algo tan sencillo.
Según los técnicos, existe hoy espacio para más de noventa canales entre VHF y UHF. Sin duda no son todos utilizables por ahora, pero escamotearlos resultaría inútil. En cuanto menos canales nacionales tengamos funcionando, más canales extranjeros veremos.
El paternalismo estatal ya dio sus frutos. 38 años que no necesitamos calificar. Todo el mundo los conoce y cada uno los juzga según su buen criterio. La discusión no es sobre el pasado sino sobre el porvenir inmediato.
La tiranía (en la práctica un monopolio contra los intereses de los televidentes) de los dos canales, es hoy inconstitucional. Hay que hacer cumplir la Constitución y darle libertad, y por tanto varias alternativas, a los televidentes, uniformidad aplastante de dos canales transmitiendo al mismo tiempo telenovelas o telenoticieros (y no se discute aquí la calidad de tales espacios) es un atentado contra la libertad de escoger de los ciudadanos. El argumento de que hay hoy más aparatos encendidos que el año pasado se destruye con cualquier encuesta. La de ayer, por ejemplo, según la cual solo el 28 por ciento de la audiencia cautiva considera buenas las telenovelas que se están emitiendo. Libertad de canales
Y cuando haya seis, ocho, diez canales libres, podemos estar seguros de que habrá todavía muchos más televisores encendidos.
Los puntos de vista técnicos, los derechos adquiridos por las programadoras, las inversiones realizadas por Inravisión, los derechos de los trabajadores, son todos temas de singular importancia, pero que deberán discutirse y solucionarse dentro del nuevo marco de derechos establecido por la Constitución.
El Presidente de la República ha dicho que el Gobierno intenta definir con mayor precisión aquellas reglas que garantizan nuestro ingreso al desarrollo . Y ha subrayado también que la apertura requiere de una apertura mental: hay que dejar atrás la concepción proteccionista .
El mantener cerrados los canales de televisión sería como prohibir la venta de máquinas impresoras, de máquinas de escribir. La Constitución le cierra el camino a los monopolios. Por eso debe haber libertad de canales para todos y controlar el peor de los monopolios, el estatal, que es el más ineficaz, el más arbitrario y el más tiránico.
El televidente cautivo y amarrado tiene que ser reemplazado por un televidente consciente de sus derechos, de sus libertades, de sus alternativas. Pretender que se mantenga en el oscurantismo cultural y técnico es un esfuerzo ya perdido. .
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