Y como ha sido tradicional en estos últimos doce años, desde los más remotos rincones del país arriban a La Heroica los grupos de danzas tradicionales y de música folclórica que mostrarán a las comunidades de Bayunca y Pasacaballos, Arjona y Turbaco la grandeza y evolución de nuestra cultura y la identidad y autenticidad que enorgullece a las regiones colombianas. Es el mejor homenaje que la Cultura Musical y el Arte Popular le hacen a la Arcadia del Caribe , dice el gestos cultural, Enrique Jattib Thome, alma, vida y corazón de este maremágnum de zaufonía.
Aunque el sitio no será como el de Francis Drako, el pirata que entregó un recibo en latín al gobernador de su tiempo como prueba del saqueo, o como el de Francoise Le Clero, Pata de Palo, que sólo hablaba arameo y se llevó un arcón lleno de oro que tenía escondido uno de los sublaternos de Heredia o como el asedio de Morillo que obligó a los nativos a pescar en las cisternas y norias, y tampoco será como aquel que hicieron los israelitas que destruyeron con sus trompetas las murallas de Jericó en Palestina. No. Este sitio será musical, un asalto a la modorra, un piélago de gaitas y caña de millo, una montaña de marimbas y tambores, una cordillera de tiples y guitarras, una llanura de arpas y maracas, será un canto a la vida, un homenaje a la facilidad y a la alegría, una excomunión a la amargura, un prolegómeno a la paz, un Epinicio de Colombia para Cartagena.
Será también un homenaje a tres sitibundos cultores de la música, humildes personajes que a lo largo de su vida el único pecado cometido es hacer música y de crear e imaginar nuevas perspectivas para nuestra identidad cultural. Será el reconocimiento merecido a Pedro Betancurt, antioqueño que mantiene viva la danza vernácula de su comarca, a Aquino Rodríguez, caucano que le imprima vida y melodía a la quena y la marimba con cuyos instrumentos logra apaciguar de neblina en neblina los estertones vomitivos del Galeras, y a nuestro siempre querido y admirado Catalino Parra, el cantor de Soplaviento que en vez de tomar tetero, desde su nacimiento traía una gaita en la boca una gaita que no cesaba de tocar y cuyas notas salían y salían y se metían en los siete vientos que en su niñez soplaba Terpsícore desde los Montes de María y formaban un vórtice de agradable polifonía.
Preparémonos para el sitio a que estaremos abocados en los próximos días, para resistir la andanada nunca fatigante de la música colombiana, para alegrarnos con la Siembra y el Pasillo que brota en Risaralda, el Joropo y la Copla que germina en el Meta, los Duetos de la tierra de la indomable Gaitana, los Torbellinos y Danzas que crecen en la tierra de los Guambianos, la Redova y la Vuelta que se cantan en Antioquia y naturalmente con la gaita, la cumbia y el bullerengue que hierve con olor a sargazos y arena en la burgas del Caribe colombiano. Cartagena estará, pues, sitiada en sus castillos y murallas por el folclor, no por los invasores de antaño y tampoco por los piratas, sino por las prolíficas notas y cantos, movimientos de cuerpos y caderas de los bailadores y sobre todo por las bellas panameñas de espléndidos e incansables tafanarios que mostrarán hasta la plenitud la sabrosura de su Tamborito.