Podría parecer extraño que se dedique un espacio editorial como este a un hecho que algunos posiblemente consideran intrascendente. Pero la realidad se impone a la teoría: hoy domingo cientos de millones de seres van a estar pendientes del encuentro final del Campeonato Mundial, en el cual se decidirá quién va a ostentar el título máximo en un deporte que no sólo es de inmensa popularidad en todas partes sino de especial interés.
Muchos se quejarán de que el mundo ha entrado en una etapa de trivialidad muy diferente de las vividas en épocas anteriores. No es el momento de entrar en tales discusiones, cuando un evento como el comentado se ha convertido en motivo de atención y, más aún, de legítimo apasionamiento, en casi todas las naciones del planeta. Negar esto sería desconocer una realidad palpable, algo que resultaría especialmente equivocado en el ámbito del periodismo.
Hoy los lectores conocerán a los nuevos campeones, y seguramente desde esta misma noche el Arco del Triunfo verá pasar a las muchedumbres emocionadas y a los vencedores en la gran batalla deportiva que culmina esta tarde. Lo harán, en cierto modo, como en otros tiempos lo hicieron los vencedores de Verdún en la Primera Guerra Mundial y los alemanes que humillaron a los franceses en la Segunda Guerra e impusieron casi como condición primordial el paso de las tropas nazis por el famoso monumento de L Etoile.
En esas ocasiones de triunfo o de derrota, fueron rituales que se construyeron sobre la sangre de cientos de miles de europeos, americanos, africanos, asiáticos y habitantes de otras lejanas tierras. En estos días, por fortuna, quienes pasarán frente al gran Arco y seguirán las huellas de esos guerreros son futbolistas que en lugar de sangre llevan sudor en sus camisetas. El gran monumento pasa así de ser el sitio donde los vencedores en las guerras se cubren de fama, a veces inmerecida, a convertirse en aquél donde son consagrados quienes han demostrado su habilidad para manejar un balón.
Las bayonetas quedarán a un lado y el espíritu del Mundial de Fútbol sacudirá en su acto final a todos los espectadores del planeta que hoy asistirán al gran estadio virtual de la televisión, donde un gol vale casi tanto como solía apreciarse una buena ráfaga de ametralladora en las grandes batallas de la historia.
Esta tarde fijaremos nuestros pensamientos en el Arco del Triunfo y, como colombianos, nos ilusionaremos con la esperanza, quizá irrisoria, de que algún día un equipo nacional sea vitoreado como lo será el campeón que hoy se coronará en un campo deportivo de Francia. Ilusionarse no cuesta nada, y eso es lo que estamos haciendo al celebrar desde muy lejos el paso de los campeones por el monumento con el cual se quiso inmortalizar a Napoleón.